El que no tiene necesidad de cuestionarse cosas que parecen verosímiles porque otros las dicen como si fuese expresión de una sabiduría popular escucha, como el que oye llover, explicar que las buenas sardinas de Águilas empiezan a pescarse a partir de San Juan y que por agosto están brillantes y con la grasa justa para que, hechas a las brasas, estén deliciosas. Las sardinas siempre serán sardinas, o sea, no son caviar: huelen mucho en la casa y, al comerlas, te pones los dedos grasosos y penosamente sucias las manos. La verdad es que, a mí, no me vuelve loco el pescado y, por eso, sólo encuentro inconvenientes hasta en su omega 3 y otros beneficios gastronómicos que su ingesta produce: que si baja el colesterol malo, que si se evitan muchas calorías y otras cosas que indican las diplomadas en nutrición que viven de rebajar a los hombres las panzas cerveceras y a las señoras ese abandono de sí mismas al que las conduce la vida diaria, hijos primos y demás familia, obre todo si te toca un tonto en el sorteo, es decir, alguien no preparado para nada y que depende de lo que le hagan. Y, sobre todo, el paso de los años. Hay por aquí un lugar al que puedes ir a comer o sardinas a precio de oro o costillas de res a precio de viaje a la estratosfera. Los negociantes de los bares están deseando que llegue este tiempo para elevar sus precios. Un tercio de cerveza a 1,50€ es una barbaridad. Una Heineken pequeña a 1,20€ es una barbaridad. Pero ellos cobran y cobran. Con lo que están matando la gallina de los huevos de oro. ¿Qué quiere decir esto? Pues que la gente, no sólo por la crisis sino por los precios, está cambiando de costumbres. Se lleva uno la cerveza del supermercado y se la bebe uno en su casa, fresca, a un precio razonable. Otra cosa es en el día que quieres gambas. Vas a un bar, las pides y te miran como si fueras un extratrerretsre. No te las ponen porque no las tienen porque nadie las pide a esos precios aguileños. Pero ellos piensan que la gente no tiene un duro -euro- y a dónde vamos a llegar (a cerrar los bares que sobran). No se puede pensar en el verano, cada vez más corto, como salvación de un bar, porque, donde se pasa el verano se pasa el invierno. Así que ya se verá. Porque yo tengo una máxima: no vuelvo al bar en el que me han cobrado, a mi entender, caro.
José Luis Molina
Calabardina, 6 agosto 2013