jueves, 31 de enero de 2013

MUJERES EN LA CALLE

Esta foto de mi autoría está tomada en el mes de octubre del pasado año
y no tiene nada que ver con la presente situación que se comenta en esta entrada.

La realidad social es impactante, por más que se contemple con indiferencia, como el que ya está harto de ver desgracias. Esta mañana he tenido que bajar a Águilas porque me faltaban cosas primarias a las que, a mi pesar, he de atender: como ir  al médico para que firme las recetas para las medicinas que me mantienen en pie. Es normal ya, lastimosamente, ver un hombre sucio, un perro, un macuto y una guitarra a las puertas de un supermercado. Casi todos son extranjeros, parias de esa Europa elitista, vieja y casi sin sentido porque está borrando sus propias señas de identidad. Así que, en nada, Europa será su propia ruina. Sobre todo porque la mayoría de los actuales europeos no son europeos. Son de Santa María de "to" el mundo. También hay por la calle algunos murcianicos que se van a otros pueblos porque les da vergüenza que en su pueblo los vean así. Pues bien, estas letras vienen a cuento porque, bajando de la Puerta de Lorca "p'abajo", como se decía (dice) en mi pueblo, he visto una mujer sentada en un portal, con sus bártulos a su lado, un trapo en el suelo con unos céntimos de euros en él, un macuto y una mirada de persona que ya ha pasado su temporada en el infierno. Iba a leer el letrero que tenía delante, pero esa misma mirada me ha hecho desviar la vista. Diez o veinte metros más abajo, había otra mujer en igualdad de condiciones. No eran "profesionales" de pedir limosna, ni rumanas, ni lo que antes se llamaba pobres de solemnidad, sino producto de esta situación del país, de esa crisis que sólo parece fabricada para los menos favorecidos. Pienso que sólo debían estar muy quemadas, solas, sin alivio, con cuántos problemas encima como para ponerse un macuto a la espalda y pies para qué os quiero, lejos de todo, sin nada o con mucho detrás, olvidadas de la mano de Dios, diría, que de las del gobierno, fijo. Al principio me indignó no llevar la cámara para hacerles una foto que sirviera de testimonio. Después he pensado que era mejor no faltarles el respeto y mantener su anonimato. Pero si los tales y cuales (no quiero emborronar la página ni que huela) que han robado indignamente setenta mil millones de billetes, según las últimas apreciaciones, devolvieran este dinero y se dedicara a prestaciones sociales en lugar de engordar a la banca, estas cosas tan humillantes quizá se podrían solucionar. Si a esos tales y cuales (me autocensuro, pero sé palabrotas múltiples para denominar a estos corruptos) pudiera yo tenerlos bajo mi mando, los llevaría por nuestras calles para que vieran qué han conseguido con su cultura del pelotazo, con toda la mierda que han creado. Y les daría de latigazos y les obligaría a vivir como "los pobres" una temporada, además de sacarle, de una u otra manera, todo el dinero robado. Porque ellos no creen en la miseria, eso es cosa de otros, de pobres. Pero la persona tiene una dignidad que para "los pobres" parece un adorno, siendo, como son, más dignos que ellos. Algunas veces pienso que el Dios en el que he creído toda mi vida, porque así me lo enseñó mi madre, debería darse una vuelta por aquí otra vez y acabar con esa gentuza indigna de la vida, pero ya ha dicho antes que parecen abandonados de su mano, aunque otra me queda dentro. Los pobres de ahora (de siempre y de todos los lugares) se merecen gozar algo más de las cosas de este mundo para que puedan pensar y creer en otras más amables. ¿Dónde van a dormir esas mujeres esta noche? ¿Podrán dormir o les rugirá el estómago? Quizá Cáritas, la mano izquierda de Dios, les solucione hoy el problema. Pero, ¿y mañana? Claro que, lo que yo quería decir es que cómo está la cosa para que las mujeres también se echen a la calle. Posiblemente, están demasiado endurecidas ya. Ya han sufrido demasiado y piensan que "echarse al monte" es menos malo que lo que tienen ahora. Menos mal que el carnaval ya cercano nos salvará de todos estos problemas.

Así de oscura y amenazante está la vida

José Luis Molina
Calabardina, 31 enero 2013

martes, 29 de enero de 2013

EL NIÑO QUE HACÍA VIAJES SOBRE EL MAPA



El niño estaba sentado encima de la jarapa roja que era su capricho. De muslos hacia abajo se cubría con una manta tan suave como la piel de un gato de Angora. Sobre ellos, tenía un gran atlas de carreteras y, a su alrededor, sujetando las esquinas del espacio rojo para que no se hiciese un lío o emprendiese viaje como la alfombra mágica, se apilaban las más modernas enciclopedias, numerosos libros de arte y las últimas guías turísticas editadas. 
El niño que tenía tantos libros a su lado, colocados en montones medianos, miraba con atención distraída el mapa elegido. Se estaba ya a mediados del mes de septiembre y apenas quedaba ya verano alguno. Sin embargo, mañana estaba tan tranquila, tan dulce, era tal el sosiego y el silencio, que llegaba, nítido, a sus oídos, el leve ruidillo del mar en calma. Anoche sí que estaba inquieto, casi furioso, recordaba el niño, y sus olas chocaban duramente contra las rocas. Si pudiera bajar a la playa, se decía, la vería toda llena de algas aún húmedas dejadas por el mar que aprovecha para ello las noches de escasa luna. Aunque, quizá, ya haya venido la máquina de limpiar la arena y el camión las haya retirado, se lo preguntaré a Itarde. 
El mar ya había cambiado de azul dos o tres veces, ahora tiraba a verdoso, a medida que el sol subía más alto y el cielo perdía las escasas nubes brumosas de la mañana. Ni una sola barca se divisaba desde el balcón por el espacio que abarcaba su mirada. Antes, cuando la cala no estaba de moda y no había nada construido por delante de su casa, se podía contemplar toda la playa. Ahora dominaban los tejados sobre los que volaban palomas y sólo podía admirar la zona ancha de agua que llegaba hasta el monte de enfrente del que colgaba un pueblecito como de juguete que por las noches oscuras aparecía parpadeante desde su lejanía. 
El niño hacía viajes sobre el mapa. Salía desde aquí, desde la orilla del mar de su costumbre, y emprendía una ruta, cada día diferente. Al principio, por inexperiencia, le daba miedo ir mucho más allá y sólo hacía trayectos a recorrer en una jornada. Así conoció todos los alrededores. Llegaba a Mojácar y se perdía por las calles estrechas y frescas, viendo escaparates e indalos, hasta que salía a la fuente, en cuyo centro, y rodeada de agua, había una estatua de mujer de rostro oculto por el manto que sostenía en la cabeza un haz de leña bien cargado. Miraba fijamente sus ojos de piedra, callados y duros, y no le decían nada. Esperaba un posible relámpago amistoso que no llegaba jamás. Entonces, la dejaba a la sombra del azufaifo, del tilo, del ibicus benjamín y de la morera que adornaban la plazoleta, y bajaba volando a la explanada. Desde el mirador, contemplaba la pobre extensa llanura que llegaba hasta los pueblos de la sierra, lejanos, claro, que imaginaba llenos de romaníes con sus rucios, de labriegos de sus yuntas polvorientas, de niños que elevaban remolinos al viento desde las puertas de sus casas blanquecinas. Luego, la realidad era distinta: únicamente vivían, de modo miserable, cuatro lugareños aviejados, algún mediocre pintor extranjero en busca de tipismo, y la blancura era un enjalbegado de cal que brillaba fantástica al firme sol del sureste. Volvía de nuevo al mapa y pronto, casi en un tris, en el escaso tiempo en que se dice ha pasado un ángel, llegaba a Níjar y se veía, curioso, correteando por las calles empinadas, descorriendo un punto las cortinas de las casas para embobarse mientras las mujeres tejían colchas alegres en telares antiguos, contemplando, asombrado, cómo los artesanos del barro, en el fresquedal de su alfar, pintaban los cacharros, cuatro colores vidriados sobre los bastos tazones y platos. De allí se trajo la jarapa roja que tanto le encandiló y fue lo primero que se puso sobre las piernas para protegerse del peligro negro que lo acechaba y aún no había llegado como mal aire, y el cojín oculto por la manta sobre el que buscaba distracción y comodidad cuando se encontraba harto de la silla. 
Después, cuando fue suyo todo el tiempo del mundo, y no le daba repelús saber que iba a estar dos o tres días fuera, extendió su campo de acción sobre el mapa y se atrevía a llegar, por ejemplo, hasta Cuenca, para ver los fantasmas de las piedras, descansar bajo el Tormo Alto y comprar un fósil acaracolado. En una ocasión de éstas del principio, llegó más lejos. Primero, Burgo de Osma, donde conoció una niña que nunca había estado en la escuela y que, sin embargo, era feliz. Después, Nájera y Santo Domingo de la Calzada. Eran pueblos cercanos y bonitos. Nájera tenía un río truchero, ancho, de poca agua, que correteaba entre piedras, y un césped a la orilla en el que se tumbó mirando un cielo que no le pareció el mismo que disfrutaba en la playa del sur. 
Poco a poco conoció todo el país, Úbeda, y de cada lugar, Peñíscola, traía un recuerdo que ponía en su estantería, delante de los libros que también aumentaban en número. 
Hasta que decidió salir al extranjero, era toda una aventura. Ponía el dedo sobre el mapa, en el lugar de la salida, marcaba con lápiz fluorescente la carretera que iba a recorrer y subrayaba el pueblo, el lugar en el que pensaba detenerse. Cogía entonces la enciclopedia, buscaba el nombre del lugar y leía con atención cuanto el libro decía y se lo aprendía de memoria las más de las veces. Se entretenía mucho tiempo contemplando su paisaje, vagaba por sus calles, visitaba sus museos y monumentos. En la historia del arte localizaba los cuadros de pintores famosos y gozaba mirando las figuras varadas, tantos años de la misma postura, sin salir jamás más allá del museo, de la iglesia, del palacio, donde estaba colgada la pintura. Así aprendió a conocerlo todo, a recorrer el mundo, y nunca se le acababan los viajes porque siempre quedaba un pequeño rincón en el que perderse y descansar una temporada siendo feliz con la novedad de un paisaje, con la charla del niño con el que se encontraba y había llegado allí, como él, de viaje con su padre que era un turista empedernido. 
Estaba ya el sol casi en la mitad del cielo y sus rayos entraban por el balcón y descansaban en la jarapa roja como juguete olvidado. Los libros aparecían desordenados, habían caído hasta aquí y llegar a los últimos le suponía un esfuerzo. Desde la torre de la iglesia llegaron, cansinas, unas campanadas. Levantó la cabeza y, sobre los hierros del balcón, encontró dos pájaros posados. Oscuros, huecos, venían los ladridos de un lerdo perro. Un barco de vela atravesaba el horizonte. Nunca había viajado por el mar y tampoco sabía cómo hacerlo, (cuántas cosas le quedaban por hacer en la vida! 
Pasó un tiempo remiso y después otro. Le hubiera gustado llegar hasta la estantería y quitar el polvo posado en sus recuerdos. Un leve movimiento le hizo vacilar y caer de lado sobre un montón de libros. Entonces, chilló. Fue un grito noble pero angustiado, triste, casi apagado. Al instante entró la mujer que tenía calor en su regazo y lo socorrió. Primero lo recogió del suelo, después lo tomó en sus brazos y lo colocó amorosamente sobre su silla de ruedas. 
Diestramente, el niño la condujo hasta la estantería. Pensó, airado, dar patadas a los libros, a los recuerdos y tirarlo todo contra el suelo, pero... (cómo! Apretó los dientes y se llegó hasta el balcón. Allí quedó mirando su mar de cada día, su mundo eterno, hasta que su afán viajero, hasta que sus ojos recobraron el azul pacífico y esperó casi sonriente a que pasase su barco para entrar en él y darse una vuelta por la cala, alguna vez tenía que ser la primera.

sábado, 26 de enero de 2013

EL EJERCICIO DE LA MODESTIA


Me he pasado dos días en Almería -he paseado sus calles- por motivos personales y de amistad. Los primeros quedan satisfechos y los de amistad han sido compensados con demasía. He estado con una treintena de amigos de años anteriores e incluso de Lorca. Fui, invitado por la Casa Regional de Murcia en Almería, lorquinos casi todos en un exilio de años, que vibran magníficamente con sólo ver a personas de Lorca o que les cuenten de sus cosas, para hablarles del poeta Eliodoro. La cosa fue bien para mi edad, pero el coloquio resultó muy decente, muy bien llevado por quienes me preguntaban aspectos concretos del poeta. Después fui agasajado como si fuera un pachá. Vino, empanada y otras cosas que no pude comer por prescripción facultativa. Buen rollo, charlitas en grupos ya que fui saludando a todos y ellos a mí. Por aquello de la conducción nocturna, me llevó a Almería mi cuñado Manolo y mi hermana Mari Carmen. Y, cuando la gente comenzaba a retirarse, escuchó un sonido bajo que parecía el canto a Murcia. Pidió una guitarra, la cantaron, lo celebraron, lo gozaron, y de ahí a las parrandas, la jota, las malagueñas y no sé qué historias más, que fueron cantadas, jaleadas y disfrutadas, pues más de uno se emocionó. Es una tertulia con gente sana, libre, buena, a la que gusta el vino y el embutido de Lorca que me comprometí para cuando vuelva en un par de meses. Esa armonía es la que une a las personas y manifiesta un sentido humano de la vida. No nombro a nadie para que no se me pueda molestar aquel cuyo nombre no consigne. Pero os envío a todos desde esta calle Tranquila de Calabardina, un fuerte abrazo y os digo que disfruté, que sois lo mejor del mundo. Gracias. ¡Ah!, el escanciador hasta es murciano. Lo conservaré.
Llegado a esta su calle y casa, como dormir es un acto que cuesta trabajo llevar a buen puerto, recién acostado cojo un libro para engañar al sueño o esperarlo con otra historia que no fuera o fuese la mía. Tenía ese libro comprado en librería de viejo que no había desembalado quizá un par de años o más y pertenecía a ese reducto en el que conservo los rescates de ejemplares que me atraen. Así que me acerqué a su lectura. Los libros de librería de viejo, antes de lance, o libros de segunda mano, son cosa chula. Siempre guardan algún secreto. Escogí este libro porque trata de la bohemia: TROTERAS Y DANZADERAS, de Pérez de Ayala. Llegué a la página 40 y caí en redondo y, posiblemente, boquiabierto. Digo así porque no sé cómo me quedo dormido, pero eso le pasa a cualquiera. Pero, al dejar el libro, algo se cayó al suelo. Una fuga de letras, pensé. Pero era un recorte de prensa, seguramente de finales de los setenta del pasado siglo, porque era un artículo titulado EL EJERCICIO DE LA MODESTIA, firmado por Ortí Bordás, no sé si ministro o algo de aquellos primeros días de la democracia, posiblemente "azul" -falangista del SEU- y lo quiero recordar en la UCD antes de su desintegración y conversión en AP. Pedía en él "proceder con urgencia a una renovación en profundidad de las técnicas parlamentarias de control del ejecutivo, con objeto de que la Administración no caiga en la arbitrariedad ni las cámaras en irresponsabilidad". Pues todo un ejercicio democrático. El recorte no lleva fecha, pero pertenece a la famosa TERCERA PÁGINA del diario PUEBLO, del que leía con gusto a Emilio Romero. Es una anécdota, pero es curioso lo que puede esconder un libro entre sus hojas ya amarillentas, no en vano el libro es de 1930. 

martes, 22 de enero de 2013

ELIODORO PUCHE Y VERLAINE


La vida me llevó ayer a Granada para unas cosas familiares. El viaje, con un conductor experto, y con un gps en el coche es algo que me hizo pensar en que ya soy/estoy obsoleto. En verdad, si yo hubiera conducido, no sé cómo hubiera llegado a mi destino. Hubiera tardado más y dado muchas vueltas. O hubiera hecho como hacía las primeras veces que fui a Madrid en mi coche por aquella vieja carretera que te llevaba hasta Legazpi. Allí dejaba el coche y en taxi iba hasta el Madrid de los Austrias y de los Borbones, en busca de los lugares tabernarios. Por la noche, ya de vuelta de Granada,  que asistía impávida a la retirada de las basuras acumuladas durante la huelga -gente experta las que la llevan- apenas podía conciliar el sueño. Así que abrí el ordenador y me puse a buscar cosas de Eliodoro Puche, siempre las mismas, unas copiadas de otras, unos copian de otros, y sólo un par de más o menos nuevos/viejos investigadores, dan noticias interesantes. La suerte se me puso de cara, sin que, al principio, me diera cuenta. No sé quién ha puesto a disposición de todos en la red un interesante libro de Emilio Carrère: La copa de Verlaine, 1918. Verlaine - el decadentismo - el simbolismo - Eliodoro Puche - traducción, ¡qué interesante!, me dije, y me puse a leer algunas agudezas del amigo de Eliodoro y capitán de los bribones bohemios de la época. Pero, al final, me encontré la sorpresa que me reconfortó con la alegría recibida. Copio tal cual, de la página última del libro:

EDITORIAL FORTANET

Pesetas.
Georges Rodenbach:
Brujas, la muerta (traducción de Andrés Guilmain)
2,00
Emilio Carrère:
La copa de Verlaine
1,50
EN PRENSA
Antonio de Hoyos:
Las lobas de arrabal (novela)
3,50
Emilio Carrère:
Las mejores poesías de Emilio Carrère
(edición de lujo)
3,50
Fernando Mora:
Los hijos de nadie (novela)
3,50
Villieres de l'Isle Adam:
Cuentos crueles (traducción de A. Marco).
2,00
Pedro Luis de Gálvez:
Los sonetos y la canción de la Muerte.
1,00
Verlaine:
Poemas (Traducción de E. Puche)
2,00
Ramírez Angel:
La villa pintoresca y sentimental
1,50
Y otras obras de Álvaro RetanaFernández
Flórez
CambaBarrioberoValero MartínHernández
Catá
Ortiz de PinedoSan JoséE. PucheTrujillo
y otros escritores de nombre prestigioso.


Bueno, ahí estaba. Eliodoro Puche publica sus poemas traducidos de Verlaine. De este hecho, se pueden extraer un par de conclusiones. Eliodoro Puche traduce una serie de poemas de Verlaine de donde pueden proceder algunos de los que publica en la prensa, cuyo origen era desconocido. Pero puede pasar otra cosa: que el libro no llegara a publicarse. Mis tentativas para localizarlo han sido infructuosas. Alguien más avezado que yo o con otras posibilidades investigadoras  quizá encuentre el libro o muera en el intento. Pero escribo esto para que se sepa antes de que venga otro y se ponga la medalla, que es lo que sucede con muchas cosas que veo en la red referentes a Musso Valiente y al mismo Eliodoro. Pero esa es otra historia que tiene mucho que ver con el plagio.

José Luis Molina
Calabardina, 22 enero, 2013

viernes, 4 de enero de 2013

TRATADO SOBRE CÓMO ROMPER UN PAISAJE

Fotografía tomada de internet. Pero de ellas llegan varias a Calabardina.
Cuando el invierno es más terrible en Europa, esa decadente y vieja Europa, con las heridas hechas costuras y la incapacidad de solucionar sus antagónicos problemas, esa Europa de dos docenas de países distintos que no ha sabido aunar políticamente a sus socios económicos y, es más, maltrata a los más pobre -posiblemente los más corruptos-, cuando el invierno congela el aliento y se hiela hasta el aire, un suspiro, una lágrima, las caravanas se dejan caer para la Europa del Sur, esa parte de Europa que sólo vende sol, vino y permite las borracheras vikingas a cambio de cuatro euros -cuando, en verdad, ese precio es barato, sobre todo si se considera que en el resto de Europa todo parece más caro, es decir, con arreglo a sus sueldos- se satura de caravanas o roulottes o remolques, como ustedes prefieran llamarlos. Pero, siempre hay un pero, en lugar de aparcar en un camping, que para eso están y pagan sus impuestos, dejan su caravana donde les apetece. Y desde Águilas -supongo que en toda la costa- hasta Los Percheles y Puntas de Calnegre, las calles y playas están sembradas de artefactos de ese tipo que por la mañana salen raudos para acercarse a algún lado y tirar los detritus y esas cosas que producimos los seres humanos. Si fuéramos españoles, diría que no se saben -sabemos-  la legislación, pero los extranjeros de Europa sí saben lo que pasa en cada lugar, de modo que así no tienen que improvisar nada, sino ahorrar euros que después se gastarán en sus pueblos. Pero, a mí, este tipo de turismo me da algo de asco (de las dos clases, de vómito y de escasez de sensibilidad ante su forma de vida). Sin ir más lejos, estuve un día de estos en un restaurante de cuyo nombre me acuerdo casi todos los días porque se come bien y con precios ajustados, y un señor alemán, alto y delgado como su padre, ni moreno ni salado, con una toalla alrededor de sus bolas, daba golpes metódicos, como los alemanes, con una alfombra contra los hierros de un puente pasarela que cruza la rambla. Dale que te pego, una y otra vez. Así que no dejan un euro y nos tragamos su poco educación cívica porque se creen que somos trogloditas o no tenemos glamour ni delicadeza. Multen ustedes, señores guardias municipales, a estos caballeros y caballeras que evitan el pago del camping y se colocan donde les da la gana y hacen lo que quieren. Si tuviera ganas, haría un par de fotos a las caravanas instaladas en Calabardina en las calles y en algún que otro solar. Instalan hasta tiendas de campaña en la puerta. El problema, en general, no es ese, el problema está en que se marchan y nos dejan la mierda en el sitio donde han pernoctado como si Calabardina fuese un camping gigante y libre. ¿Qué no? Vayan ustedes a la playa del Arroz, no a la de la Cola, y verán ustedes entre ocho y diez remoques de esos que salen por las mañanas temprano para que los guardias no las multen. Pero la porquería guarra la dejan en esa playa infecta y desprotegida. Todo sea por el turismo que deja tanto euros en Águilas, tantos que con ellos va a cambiar su economía.

Otro modelo de roulotte, este para montaña y estático, para siempre.


Así me felicitó las Navidades José Antonio Ruiz Martínez (IZMA)

José Luis Molina
Calabardina, 4 enero 2013

jueves, 3 de enero de 2013

2013

Yo no sé si este año nuevo puede ser bueno. ¿Puede ser bueno un año que acaba en trece? Menos mal que el año no se llama MARTES Y TRECE. Desconozco si habrá brotes verdes o si aún debemos comer más paja. No porque no haya verdura (alfalfa), sino porque casa en la que se gasta más de lo que se gana, se hunde sin remedio y no nos salvan ni el Auxilio Social -la Gota de Leche- franquista ni los Servicios Sociales del actual Estado, que cada uno utiliza a su antojo. Cuando no tengamos nada, esquilmados por tanto impuesto exagerado pagado para mantener eso que se llama ESTADO DEL BIENESTAR (para alguno, los que pertenecen a la casa grande), comeremos paja que sería lo merecido. Aunque, según escucho, parece ser que la preocupación social es cosa exclusiva de los rojos de derechas y además fascistas, que son unos fascistas, malos, más que malos (los de derechas, los rojos son como los buenos de la película del oeste). ¡Qué embobado me quedo escuchando cómo defienden a los pobres el Toxo, el Méndez y el de Más allá! ¡Cómo me gustaría ser indigente para que ellos me defendieran! ¡Qué alegría de sindicatos sin subvenciones, que sólo viven de las cuotas de sus socios! Defienden más a los pobres que la Iglesia, que ya no se ocupa nada más que de castigar a los gays y prohibirles que haya misas para ellos. Como si la cuestión sexual tuviera que ver con la fe, con la vida interior. Pues yo pensaba hablar del Año Nuevo, pero, cuando veo una cosa blanca delante, el subconsciente se me subleva y me pongo y digo hasta lo que no debiera. Pero que conste que me autocensuro. Porque, ¿cómo no voy a decir que el Méndez y el Toxo (no) son santos de mi devoción? Ellos se lo merecen por su ocupación por los pobres y sus bellas convocatorias obreras para la huelga general que este país necesita. Es un espectáculo precioso. Dentro de nada, pondrás sillas en las aceras para ver desfilar a la gente que pita con un pito (como el maño aquel del chiste), exhibe pancartas con faltas de ortografía, dice cosas raras y le pega fuego a la cántara del agua. Es como una película en tres dimensiones. Pues no es nada edificante y emocionante ver cómo les tiran cosas a la policía y la policía responde según la cosa va adelante. Es un espectáculo hasta tolerado para menores de 18 años. Lo pueden ver hasta los que asisten a colegios de monjas y monjos, aunque ahora se dice colegios religiosos. Y es que los ricos hacen cosas para ir al infierno y para cortarles los perendengues. Pero, mejor sería quitarles la paga a los políticos que nos han llevado a esta situación. Creo que habría que hacer una manifestación salvaje contra los políticos corruptos que, entre unos y otros, entre tanta independencia financiera y autonomía objeto de la operación desplume, nos han llevado hasta aquí. Cada uno puede señalar la parte de su cuerpo que indique hasta dónde estamos de ellos, yo, al menos, hasta la entrepierna por no ser un mal escrito, que mal hablado ya lo soy. Bueno, esto es el desborde. La culpa la tiene Rajoy -o Aznar, que el ZP no, que no entiende esta entelequia- porque no se los carga, que para eso tiene la mayoría mayoritaria, que no es poco. Pero, claro, tendría que dejar en el paro a muchos de su partido, porque un partido es como una empresa y tiene que colocar cada uno a su gente, para que ahora venga el Más y despida a 20.000 interinos, dice la prensa, que es mi fuente de (des)información. Lo de el Más me recuerda mi milicia en Ronda, campamento de Montejaque y dos piedras: estaba el Maschu (el más chulo) y otros más(es). Bueno, yo quería decir que qué alegría que ya no hay Navidad (lo siento por el bueno de Navidul), ni Noche Vieja. Sólo nos queda el trago de los Reyes. Los grandes comercios lo sentirán. Pero eso es bueno porque así sólo venderán cosas necesarias, no jilipolleces campestres. Otra vez se me ha ido el caletre yo sólo quería enseñar cómo mi amigo el pintor Rudolf Schuler me ha felicitado la Navidad. El Papa estará a gusto porque no hay ni buey ni mula ni perrico que le ladre (a Su Santidad). ¿Arreglará todo esto el 2013?

R. Schuler: Mercado en Puerto Lumbreras
José Luis Molina
Calabardina, 3 enero 2013