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Segovia turística: Mesón de Cándido |
He estado en Segovia entre los día 7 y 10 de julio de 2015 para intervenir en el Congreso de ALDEEU que se ha celebrado entre los días 8 y 11 de este mismo mes. Esta es mi intervención en el Congreso.
En memoria de Alfonsa
de la Torre y Germán Bleiberg, perteneciente a ALDEEU desde su fundación, en el
primer centenario del nacimiento de ambos poetas.
Frente a la vanguardia ultraísta (1921),
se revitaliza la tendencia clasicista como un intento de contención de sus
excesos. La llamada generación del 27 apuesta, en el tercer centenario de la
muerte de Góngora, por su magisterio. Más tarde, la generación del 36 se alineó
con el formalismo renacentista y la idea del amor petrarquista con motivo del
cuarto centenario del fallecimiento de Garcilaso de la Vega. Este clasicismo
garcilasista rehumaniza la poesía al introducir en ella elementos intimistas,
preocupación por el hombre y profundidad religiosa.
Junto a las formas clásicas utilizadas, sobre
todo el soneto, destaca como tema el amor
y la amada, pues el formalismo clasicista parece su envoltura más idónea.
El amor como tema es una constante en la poesía española. Pero la concreción
del amor en una mujer varía según la época histórica. Eso quiere decir que, si
los garcilasistas, de los que forma parte Germán Bleiberg, adoptan como maestro
a Garcilaso de la Vega, algo del concepto del amor renacentista persistirá en
la poesía de sus cultivadores. Es decir, el amor a la mujer es algo platónico,
sin que coincida por ello con el amor de la esposa.
Acabada la guerra civil, tema y
tendencia son recogidos por un grupo que lidera José García Nieto, cuyo órgano
de expresión es la revista Garcilaso (1943-1946), en la que aparece
Alfonsa de la Torre.
En ocasiones, los clásicos se emplean para
detener la corriente de la vitalidad literaria de la innovación. A mi juicio,
estos poetas sí innovan a pesar de la envoltura clásica. Es un ejercicio previo
el suyo para llegar a su pleno estilo. Era una minoría literaria cuya poesía se
hizo notar por su lectura profunda y grata y hasta romántica. No era poesía de
denuncia. Era una poesía del yo indeciso, una postura estética rechazada por
otra minoría.
Si el clasicismo se revitaliza por el
año 1924, se afirma antes de 1936, supera el paréntesis de la guerra, y brilla en
1943 con el garcilasismo, este puede parecer
una continuación del formalismo de la generación del 36. Hay que profundizar en
esta apreciación, porque no son ni las mismas personas ni los mismos objetivos en
ambos casos. Son dos cosas distintas.
Quizá el rechazo al garcilasismo de postguerra procede de lo que consideran su
alejamiento de la vida diaria como objeto o punto de vista temático. Desde Espadaña, lo descalifican por parecerle
a sus componentes una poesía inerte, no comprometida con la sociedad. De todos
modos, lo que denominan poesía social será luego impregnada después de una
dosis de oposición política. Y es que, en mi modesta opinión, en el juicio al
garcilasismo, más que el criterio estético, prima el político, quizá por la
presencia en el grupo de poetas falangistas, lo que asimila a Garcilaso con el cultura franquista.
Germán Bleiberg pertenece al clasicismo garcilasista
de preguerra, mientras Alfonsa de la Torre lo es del de postguerra o garcilasismo. Germán fue más precoz en
la escritura que Alfonsa. Germán y Alfonsa nacen en el mismo año, 1915. Además
coinciden en la Universidad de Madrid, donde se conocen, en 1934. Bleiberg
estuvo en Cuéllar como actor de teatro con La
Barraca de García Lorca, ese mismo año. Sin embargo, mientras Germán
publica el libro del que nos vamos a ocupar, El cantar de la noche, en 1935, Alfonsa de la Torre lo hace con Égloga, en 1943. Ambos son dramaturgos y aficionados al teatro. Alfonsa de
la Torre escribe La desenterrada, Cierva perseguida y Las collaristas, obras que quedan inéditas por no pasar la censura
de la época franquista, y se pierden. Germán Bleiberg sí ve cómo su teatro es
representado durante la guerra. Había escrito Sombras de héroes, La huida
(Premio Nacional de Literatura al alimón con Miguel Hernández, en 1938,
original desaparecido) y Amanecer.
También fallecen con pocos años de diferencia: Germán lo hace en 1990 y Alfonsa
en 1993. Este año se cumple el centenario de sus nacimientos.
Germán Bleiberg se inicia muy joven en
la poesía, pues a los 19 años ya publica su primer libro, Árbol y farola (1934), libro del que, más tarde, no salva ni un
poema. Igual ocurre con El cantar de la
noche, de 1935. De 1936 es Sonetos
amorosos, cenit de la tendencia poética amorosa de la época, que influye en
la poesía posterior. Y aquí acaba el Bleiberg garcilasista. Tras la guerra
civil y su paso por la cárcel, cuando comienza a organizar su vida y concluir
sus estudios, aparece Más allá de las
ruinas, 1947, libro escrito casi todo en la cárcel, un canto al hombre, al
paisaje, a un futuro incierto. A pesar de las ruinas personales, es decir, lo
que queda del conflicto entre memoria y olvido, la vida continúa. En 1948,
publica El poeta ausente y La mutua primavera, confesión de
fidelidad a su dama, Antonia Muñiz, una chica preciosa, según Ridruejo, con la
que se casó en 1936. Ya en Estados Unidos como profesor, ve la luz en Londres
(1975) Selección de poemas 1936-1973.
Diez años más tarde, aparece en Alianza Antología
poética. Estas autoantologías le sirven para eliminar los libros y poemas publicados
antes de la guerra que, por razones personales no quiere airear, y añadir algunos
poemas escritos en tierras norteamericanas.
Alfonsa de la Torre, de infancia
compleja y diversa ella por sus estudios y aficiones, sobre todo a la
astrología y al esoterismo, estudia en Cuéllar, en Segovia, en donde conoce a
Ridruejo en 1933, y en Madrid, de cuya Universidad es profesora al concluir sus
estudios. Sus poemarios publicados son, además de Égloga, Oratorio de san Bernardino
(1950) y Plazuela de las obediencias
(1969). Para la crítica, su libro culminante es Oratorio, aunque por la pureza de su lenguaje y su modo de
construir su poesía, merece gran atención Égloga,
cumbre, a mi entender, del garcilasismo de postguerra.
Alfonsa de la Torre es, en su primera
publicación, garcilasista, aunque sólo aparece un poema suyo en la revista Garcilaso. Pero era clasicista porque
estaba en el grupo universitario de Panero, Rosales, Bleiberg y Vivanco. Mas,
cuando habla del amor, lo hace de otra manera y sólo en Égloga. Alfonsa de la Torre admira a Germán Bleiberg. Ella misma lo
admite y así lo declara en una entrevista que le hace José Cruset para La Vanguardia.
Con estos simples datos, inicié la
investigación sobre las relaciones Germán-Alfonsa. Conocida ya la biobibliografía
de Alfonsa, tenía que hacer lo propio con la de Germán, más difícil y compleja
de conseguir. Además, Bleiberg no citaba nunca la "Elegía a Cuéllar",
que para mí era prioritaria y determinante. Pero, en la Revista de Occidente de enero de 1936, se publica un poema del
poeta madrileño titulado Oración a la
muerte (Fragmento final de la "Elegía a Cuéllar). Si era el fragmento
final, había que buscar sus escritos anteriores a esa fecha. Leí por primera
vez entonces El cantar de la noche, y
en él estaba la solución de mi pesquisa. El
cantar de la noche es el segundo libro publicado por Germán Bleiberg a la
edad de veinte años. En este libro cita a Segovia y a Cuéllar, patria de
Alfonsa de la Torre, y por tanto de su hermano Juan José, quien era el objeto
de la elegía. En el libro, leemos unos versos que anuncian un final desolado:
¿Por
qué llorar, irreparable ausencia?
También
esos castillos de Segovia
fueron
seguros, altos, poderosos,
y sus piedras con luz habían soñado.
Y es en este momento cuando surgen los
interrogantes, porque parecen estos versos la aceptación de una tácita falta de
respuesta amorosa. Debía conocer muy bien a Alfonsa de la Torre y saber por
qué, inestable, afligida y afectada por la repentina muerte de su hermano, se
incapacitaba para gozar del amor pedido. Bien está que la amistad le llevase a
"llorar" con ella la muerte del niño de Cuéllar, pero el acento
amoroso del libro supera el mero acto de dolor ante la muerte de un niño, pues indica
algo más que vivencias amistosas, como queremos (de)mostrar.
David Ley considera que su amigo Bleiberg
acepta la disciplina de Garcilaso para hacer este libro que define como un
epitalamio, pues el poeta se iba a casar muy poco tiempo después. Bien es
verdad, pero se le olvida que el libro no es una exaltación del amor, más bien la
queja de una pérdida amorosa, y que Bleiberg conoció antes a Alfonsa que a la
que sería su esposa. Bleiberg no permitió que su amor por esta última
desapareciera, ni siquiera estando en la cárcel tras la guerra, y lo conservó,
poéticamente, hasta, por lo menos, La
mutua primavera.
Germán Bleiberg, en el apartado I, El camino, de El cantar de la noche,
nos deja un indicio de su sentimiento:
El
camino, de noche rodeado,
es
la esperanza cálida del hombre
en busca de su
amada en el desierto
desnudo
y preferido de Castilla.
¡Oh camino de
Cuéllar luminoso!
...................................................
No
lloraré, camino de mi noche,
porque te he encontrado entre mi llanto.
En la segunda parte del libro, El recuerdo del amor, además de una
referencia a Segovia en la que su viejo castillo "lleva mi secreto/la
confesión febril de mis amores", existen otros destellos, como cuando le
dice: ¡Oh tú, mujer que amaba puramente!
Un paso más procede. Y el poeta lo da.
Hay, en mi criterio, un amor que queda obstaculizado por una especie de
ausencia en la amada que se duele de la pérdida de su hermano y el poeta lo
sabe:
¿Qué
muerto me arrebata mi sosiego?
¿Qué
extraño fuego y tímido me invade?
¡Oh tú, siempre eres tú, mi bien amada!
...................................................
Te
he cantado, mujer, y te he llorado,
te
he dado cuerpo y amplia luz al alma,
y
sé que volverás, mujer severa,
porque
tienes el fuego humano y pleno
en
los ojos, que lloran cuando miran.
Y ese paso implica el elogio y descripción
de la amada:
‒Tu
delicada forma al aire abierta,
tu
caminar delgado como un ángel,
tu
sonrisa resuelta en nieve ausente,
tu
casta piel como manzana tibia,
toda
tú, como fábula desnuda,
tocando
los cristales de la noche‒,
si
bien se observa la indefinición y escasa concreción de la figura, cosas ambas
que obedecen a ese estereotipo propio de la poesía renacentista persistente en
el garcilasismo, que considera el amor a la mujer como algo platónico,
literario, que no tiene traslación física ni se convierte en una erótica plena
de fantasías carnales, no en vano Bleiberg es un poeta pudoroso, que no
describe ni el rostro ni el cuerpo de la mujer.
La tercera parte, que se titula Los muertos, es, sin duda, la más
explícita:
Tú
fuiste, Juan José, el muerto primero
para
mí, niño en Cuéllar enterrado.
Eres la sangre
cálida de hermana
que florece en
tus sombras encendidas.
Has
contagiado, tímido, con alas
de
ángel, dolor febril a la llanura,
a
las piedras, al pájaro reciente,
a
las flores, a mi íntimo reposo.
Sí,
Juan José, tú sueñas muerto y vienes
porque
es de noche, cuando el muerto vence.
Casi con toda seguridad, Germán Bleiberg
ya conocía la no correspondencia a su amor como nos corrobora en Oración a la muerte (Fragmento final de la
"Elegía a Cuéllar):
¿En
qué puesta de sol, Cuéllar, me abraso?
Perdóname,
Señor, he comprendido
que
vivir es temblar con miedo cierto,
perdóname,
no lloro lo perdido.
Menos clara es esta situación en el
escrito de la poeta de Cuéllar. No hallamos contestación en su obra a este
'posible' amor, y sólo encontramos en Égloga
unos versos que tal vez se puedan interpretar como relacionados, sin causa
justificada:
Estaba
entonces yo convaleciente
de mi primer
amor desmoronado
y
me sentía grande en la tristeza
como
orgullosa reina destronada
que
mostrara a su paje la corona.
No existen datos para saber si ese amor desmoronado es el de Germán
Bleiberg o el del militar italiano con el que se paseaba por Segovia en los
años de la guerra civil. El daño recibido por la muerte de su hermano debió ser
muy duradero en Alfonsa pues, cuando aparece Égloga, es, por entero, un tema recurrente más propio de una
elegía, pues toda esta historia pertenecía ya al pasado. Habían transcurrido ya
ocho años desde la publicación de El cantar
de la noche. Bleiberg estaba a punto de salir de la cárcel a donde lo llevó
su participación en la guerra fratricida en el bando republicano. Podemos
pensar en el rechazo a una relación sexual de la poeta de Cuéllar, pues pronto
comienza a hablarse de su heterosexualidad o ginoerotismo, como analiza la
profesora María Payeras.
Quedan así ambos poetas relacionados en
muerte como habían estado en vida. Alfonsa de la Torre fue víctima del
"amor cortés" del garcilasiano Germán. Es una situación
extraliteraria que le da sentido interpretativo a El cantar de la noche.
Iba a presentar, en este Congreso, una primicia
investigativa, algo más que una conjetura, a falta de su confirmación
definitiva, que afortunadamente me llegó la pasada semana, mientras leía a
Dionisio Ridruejo:
"Había
tenido él recientemente, relaciones sentimentales con una poetisa segoviana con
la que yo había tenido relación ordinaria hasta que, en octubre de 1934, se
había ido a estudiar Letras a Madrid. En la Facultad la encontró Bleiberg y la
verdad es que la una y el otro habían transformado rápidamente a aquella
muchacha que en Segovia leía aún novelas rosas y escribía versitos pobres y que
en Madrid entró de lleno en las lecturas serias y en la poesía genuina. Pero,
aparte de eso, se trataba de una muchacha de imaginación exaltada y mitificante
que veía lo que quería ver".
Obviamente se trata de Alfonsa de la
Torre y Germán Bleiberg, cuyo "amor cortés" cuenta el poeta en El cantar de la noche. Esta nueva
situación extraliteraria modifica la manera de enfocar la interpretación de
este libro de poemas. No ha de considerarse bajo la influencia de San Juan de
la Cruz, porque es de noche, ni ver
en él un epitalamio. Es, simplemente una elegía por un amor no correspondido
que desarrolla, entonces, el motivo de la amada
ausente, vínculo de amor y memoria. No afecta esto en nada a la memorable
obra poética que ambos escritores publicaron en una época complicada de la
poesía española: la primera que se escribe tras la guerra civil.
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María del Carmen Gómez Sacristán, mi amiga de Cuéllar Carmen Jiménez García, mi esposa |