PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE ASCENSIÓN PÉREZ-CASTEJÓN
LÁGRIMAS DE LLUVIA
Lorca, 8 de octubre 2015. Fondo Espín
"Supongo que todo consiste en tener algo que
decir y en ser capaz de saber cómo decirlo. Sólo si sabes cómo decirlo".
Benjamin Clementine
S
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on bastantes los libros que tengo siempre
cercanos a mí en una pequeña estantería que instalé en mi dormitorio de
Calabardina. Son los libros prioritarios en los que voy ocupando mi tiempo
antes de dormirme o cuando descanso del ensayo literario en el que esté ocupado
en esos momentos o escribo cualquier otra cosa, como en el caso que nos ocupa.
Unos están ahí porque los he dejado una vez leídos o consultados, para
llevarlos a otro lugar en su momento, aunque en ocasiones tardo en encontrar
ese tiempo porque tampoco es algo a realizar con urgencia. Si lo hago con
rapidez, algo me ha hecho perder la calma y me encierro en mi trabajo. Otros se
quedan cerca de mí de modo consciente. Uno de ellos es Cuando el sol despierta, el anterior libro de Chon. Junto a este,
hay otros libros de poetas lorquinas de las que hablamos en el mes de enero de
este año, junto a Isabel, Amor y Chon para las antiguas alumnas del colegio de
San Francisco. Entonces los necesité todos. Y, a mi regreso, se quedaron donde
están. Este mismo mes cambiarán de lugar, pues estoy en otras tareas.
Un
poeta y amigo de Murcia me pidió hace unas semanas los nombres de los y las
poetas lorquinas para un ensayo novelado que está haciendo. Con la ayuda de
Chon, que conoce bastante mejor que yo a las últimas incorporadas, porque ser
poeta parece en la actualidad una profesión eminentemente femenina ‒a Dios
gracias por esta avalancha que está acorde con los tiempos y con la realidad‒, hemos
logrado hacer un listado de unos treinta nombres de lorquinos que escriben
poesía desde 1975, o sea, desde hace cuarenta años, cuando publiqué mi primer
libro. Entre estos escritores se encuentra Ascensión Pérez-Castejón Abad,
quien, en este año de 2015, nos ofrece una nueva entrega de su poesía, ya más
madura, aunque no rompe con su temática existencial. Ni tiene por qué, dado que
la temática poética es universal y la misma en todo el mundo: la vida, la
muerte, el tiempo, la belleza, el amor, el dolor y un largo etcétera, como la
tristeza, la melancolía, la profundidad interior. Porque de lo que se vive se
escribe. Y si Chon ha tardado una edad en ser como es, de eso ha de hablar y
escribir: experiencia y modernidad. Además de estudios literarios.
Cuando el sol despierta era su libro primero como dije
cuando di cuenta de él, en su día, hace ya dos años. Ser libro primero quiere
decir que parece que cuesta meter la tijera porque todo parece publicable, y lo
es, aunque más tarde el autor se da cuenta, al reflexionar y releer, de que tal
cosa no tenía que haber visto la luz. Pero esto es así y constituye una experiencia
de la que se aprende. Hay que tener también en cuenta que Chon no va a
emprender una carrera literaria, sino que busca manifestarse en la cultura y
dar rienda suelta a lo que tiene que decir. Mientras haya algo que decir, en
poesía, se puede ‒y se debe‒ publicar. A su afición a la pintura, que lleva
algo dejada de la mano de Dios, une la de la poesía. Es, en parte, una
humanista. Y editora. Tantos libros ha editado para Amigos de la Cultura, que,
dicho en broma, ha caído en el vicio y nos manifiesta su modo de expresión y
comunicación, lo que nos hace sentirla cercana. No siempre se puede hablar o
decir todo a los amigos. Un libro confiere esa faceta. Así, cuando lo abramos,
nos pondremos a hablar con Chon sin que ella lo sepa. Esa es la verdad de un
libro. Es estar cerca sin decir nada, sin susurrar palabra alguna y sin saber
el interlocutor que lo es, pues desconoce el acto intelectual que está sucediendo.
Esta es la grandeza del libro. Sin olvidar que siempre se puede regresar a él,
refugiarse en él.
El
primer libro de Chon debería haber aparecido alguna década antes, porque hubiera
llegado en un momento en el que le hacía falta ‒es mi juicio simple‒ un acto de
comunicación, una confidencia incluso, un no sentirse sola ‒que tampoco lo
estuvo nunca‒, un vaciarse de dinámicas anteriores, de aseveraciones que después
se desvanecen y creencias en las que uno/a se ha adoctrinado y que, al
esfumarse, dan ocasión a dos cosas correlativas, a quedarse más tranquilo/a, como
quien ha escapado de la trampa del cazador, y a conocer que no todo lo que
sostenía el andamiaje de su vida era eternamente redimible y utilizable y
frente al que nada había que hacer. Es decir, hallarse en un fin de ciclo.
Caballero Bonald lo expresa así:
"Llegó
la desventura por la parte del sur y procuré atajarla, la negué setenta veces
siete antes de que alcanzase el tamaño oneroso de la frustración. [...] Anduve
muchos días en situación de atónito pugnando por no ver lo más palmario. [...]
Y entonces se produjo como una defección generalizada. [...] Todo se parecía a
la encarnación de un tiempo declinante que llegaba en bruscos vaticinios a su
término".
Comprender
todo esto es valorar la compañía que da el entorno y las personas que en él se
mueven. Siempre hay personas al lado que asisten en silencio al drama que se
vive sin que ellos lo hayan provocado, es más, en ocasiones, también son
víctimas sin culpa que, además, sienten las cosas de otro modo igualmente
respetable. Por eso mismo siempre es posible y favorable un cambio que aparece
ya en este libro que presento y del que cuento sus circunstancias.
Vive
en Inglaterra un cantante del que hablan maravillas, Benjamin Clementine, que,
frente a quien oculta su predilección por la poesía, contesta así a la pregunta
obligada de ¿lee poesía?: "La poesía es lo principal de mi vida, lo más
importante. Gracias a que escribo poesía, a que la leo, puedo apreciar mi vida.
Esa es la definición de poesía. La vida es poesía y gracias a ella soy capaz de
llegar a entender cómo me puedo expresar". Este cantautor también ha
expresado que "todos somos libros andantes, con diferentes
capítulos". Creo que es posible pensar que Chon, al escribir poesía,
aprecia su vida, una vida que va escribiendo igualmente por capítulos.
La
experiencia de la vida, la sensibilidad con la que se la percibe y la técnica
con la que se la escribe constituyen tres momentos de la composición literaria.
Se trata, pues, de llevar lo personal, lo interior, lo íntimo, lo espiritual, a
lo literario. Dicho de otro modo, cuanto se ha vivido es materia literaria a la
que añadir el conjunto de la personalidad del escritor, su modo de entender las
cosas, más sus propios conocimientos poético-literarios. Hay, pues, tras esto, una
afirmación exigente: soy poeta y hago literatura. Y eso comporta una
responsabilidad como escritor y como persona que se ha situado en otro estrado.
Si olvidamos todo esto, haremos simplemente una confesión de parte sobre un
aspecto personal, una visión particular de un proceso, que puede rozar o roza evidentemente
con una sesión en un gabinete de un psicólogo. Hay que dar un paso más, no se
trata sólo de comunicar, sino de literaturizar, es decir, hacer literatura de
un episodio de esa vida y experiencia.
El
último aspecto a considerar es la capacidad de leer constantemente a clásicos y
a actuales, no sólo a los consagrados por un canon estético, sino a todos los
que comunican algo a otros, pues de todos ellos se puede aprender, que de eso
se trata. Hay que leer mucho y sentirse orgulloso de escribir poesía.
Viene
todo esto a no complacer el deseo de Chon que me dijo, cuando me comunicó que
era el presentador, algo así como que leyera la introducción del libro y
eliminara las referencias personales. En verdad, lo que ella quería, al decirme
"no hagas nada nuevo", era que no trabajara, que no le dedicara más
tiempo a su libro, sino que aprovechara lo ya hecho. Es una atención que
agradezco. Pero... mira, Chon: la introducción al libro es la mejor
presentación que yo podía hacer para el mismo. Pero sólo sirve como
introducción al libro. No para otra cosa. Honradamente hablando, he buscado que
la introducción y la presentación sean complementarias. Así que no voy a decir
nada del prólogo porque ‒me imagino‒ el que tenga el libro la leerá, aunque
matizaré ahora alguna cosa, y el que no lo tenga que lo compre, que es mi
obligación decir que un libro no estorba ni en la mesilla de noche. Además es
de una amiga. En caso contrario no estaríamos presentes en este acto.
La
manifestación de los sentimientos de una persona, como tradicionalmente se le
ha encomendado a la poesía, está más cerca de la idea ro-mántica de la lírica que
de la actual, que se va acercando al pop por un lado y por otro a la desnudez
de la intimidad con fines más o menos eróticos, el erotismo siempre vende. Quizá
enseñen eso en los talleres literarios de don-de está saliendo una gran pléyade
de poetas.
Hago
un inciso para comunicar que, si hablo así, se debe a que estoy al día de la
nueva poesía, llámese Helena Medel, Luna Miguel, Agustín Fernández Mallo, o
Marwan y sus continuadores, como el rapero Rayden, Carlos Salem, Rafa Pons,
Diego Ojeda, Pablo Benavente, Loreto Sesma, Irene X, Elvira Sastre, Cristina
Nuñez y Escander Algeet, a los que escuché en Segovia este verano, cuando el
congreso de ALDEEU, entre otros. Casi todos son cantautores que tienen su
público lector. No conozco todas sus letras pero siguen la huella de Sabina. Marwan es un tipo listo que escribe profundas cosas
como esta:
Es porque mi vida era un desfile de puentes cansados
y estaba cansado de estar cansado
y ella se
parece mucho a la palabra serenidad,
y Planeta se lo publica, como a los
demás, porque ha hallado un hueco comercial ‒a las editoriales sólo les importa
la cuenta de resultados, menos la calidad‒ que cubrir y ahora muchos poetas de
esta hornada escribirán cosas como esas por si Planeta se las publica y venden también
los 20.000 ejemplares que vendió Marwan de su primer libro: La triste historia de tu cuerpo sobre el mío.
Una vez leído, ya sabemos lo que Marwan escribe: unos Apuntes sobre mi paso por el invierno, un invierno en el que hará
el frío que hace en Madrid y a mí, como lector, me pondrá a punto de constiparme.
Cuando me expreso así, digo que a mí no me va un escrito de este tipo, no
quiero decir que el estilo sea malo, que lo es, sino que yo sólo sigo mi camino
a sabiendas de que no me interesa el suyo. Y entre Marwan y yo hay muchos años
por medio. Claro que a favor suyo, porque yo, a su edad, no sabía ni coger un
lápiz. Es más, hasta respeto que tenga lectores, pues a la poesía hay que
llegar por cualquier medio y siempre hay un libro para que cada persona acceda
a la poesía según sus gustos. Yo, igualmente, hablo desde mi capacidad, sin
interés de molestar a autores o lectores, aunque a veces no se entienda lo que
diga. Pero ese es su problema.
A
mí, poeta cuestionado como poeta, me va la cosa más clásica, como Raquel
Lanseros, quien escribe versos como estos:
Yo soy mi propio riesgo. Doy por cierta
la sed de infinitud que me espolea.
Ante el placer de respirar me postro.
No hay
verdad más profunda que la vida.
Chon
expresa de una manera afectiva su sentido de vida, diverso y convergente:
Mientras haya un soplo de vida
que me aliente,
me da el
consuelo que necesito.
La
vida como verdad, la vida como consuelo. En estos versos hay una situación de
experiencia en Raquel Lanseros y la expresión de una realidad hecha ausencia en
Chon. Lanseros escribe lo que ha observado. Chon escribe una realidad que
siente. Y esto es así porque las circunstancias de ambas son diferentes. Las
experiencias son diferentes. Para Chon, decir eso es explicar la razón de su vida
y de su escritura. Lanseros, que no ha pasado por ese trance o trago, hace
literatura de su experiencia, de su conocimiento de la vida y de las cosas,
desde una interioridad muy sencilla, plasmada de referencias clásicas, sin
olvidar el lenguaje de la calle.
Sin
embargo, a veces, las poetas dan la sorpresa y te encuentras que hay algo de ti
‒en este caso de Chon‒, entre sus versos, aunque para cada una la lluvia tiene
un significado diverso. Escribe Lanseros:
Está lloviendo fuera como desde hace siglos.
¿Por qué me sobrecoge la oración de la lluvia?
Más lejos o más cerca. Mirar llover es algo
a lo que
comparezco a través de la infancia.
Y
los poetas hablan la verdad porque, como dijo Neruda, "de la vida me
acuerdo" y las cosas de la infancia siempre están como presentes o asu-midas
y a ellas se vuelve de un modo casi inconsciente. En Chon, la lluvia es de
lágrimas y además luctuosas.
Indudablemente,
la poeta ha progresado. Lanseros escribía "la oración de la lluvia"
que la sobrecoge y la retrotrae a la infancia. Chon lo dice de otra manera:
Respiran en silencio las palabras en los aleros
como
lejanos inciensos.
Sus
vivencias o creencias no la llevan a la oración religiosa de manera directa,
pero la oración se encuentra en el alero como altar porque las oraciones quedan
acompañadas de incienso en ese recuerdo pasado del que se huye. Como había
vivido en su infancia, antes de que la vida le sacudiera sin piedad, la
castigara sin motivo. Porque, en Chon, la oración no es producto de la
infancia, sino de la dureza de la vida. Y su expresión es ajustada.
Dejamos
esto porque también quiero aprovechar el inciso para exponer que una cosa es
escribir para ganar dinero, único fin ‒al parecer‒ de to-do mortal, y otra
hacer literatura. Yo estoy en esta vertiente marginal. Y así me va: unos no lo
entienden y otros dicen qué tonto es este tío. En Águilas, hace unos días, tomando
un café y hablando de esto, con unos amigos lorquinos, un señor desconocido, mayor,
solitario, que estaba al lado, me vino a decir algo así como el que no cobra no
se valora. Seguramente, aun reconociendo la verdad del aserto y valorar otra
opinión, voy a seguir por la senda que era y es mi camino. Si en Jaén donde no resido,
se celebra una opípara cena jocosa, en Calabardina, donde vivo, no hace falta ‒a
mi pobre entender‒ gente rica, pues ya la debe haber, sino gente que sepa vivir
o que quiera vivir como los estoicos: de manera independiente, disfrutando de
las sensaciones, de los olores, de los cantos de los pájaros, del silencio, de
la soledad, de tener un algo más de sensibilidad de los que sólo consumen,
quizá sin saber tampoco cómo se hace eso. Y digo Calabardina, porque en ella me
he estado curando mis heridas, heridas que, a veces, me reproducen a mi pesar.
Si viviera en otro lugar ‒que lo haré más o menos pronto‒, ya le buscaría yo
las cosas buenas para disfrutarlo. Porque el paisaje también es una referencia
en la poesía. Y el saber beber vino también. Y estar en posesión de una paz
sosegada y no deber nada a nadie es lo mejor.
Pues
bien, una vez aprendido esto y entendido que no por publicar mucho o por ganar
mucho se es mejor poeta que otro ‒cosa que debe quedar clara para no
confundirse de hoja de ruta‒, hay que empaparse del sentido de la trascendencia.
Si esto le sucede a Chon, por ejemplo, le pasa a toda la gente. Y casi es así
porque a cada una de las personas le ocurren las mismas cosas de manera distinta.
Por eso hay que trascender y universalizar los sucesos a los que damos la
categoría de poéticos.
Casi
todo esto lo tiene conseguido Chon y no lo domina ya del todo porque le cuesta
trabajo romper un poema y ponerse de nuevo a trabajar en la misma idea y
combinar los elementos literarios de otro modo. Por todo ello, el tercer libro
de Chon será mucho mejor, porque ya casi ha roto con la dependencia psicológica
aparentemente y la ha reconducido literariamente. Así que, despierto ya el sol
y considerado las lágrimas como lluvia benéfica, su próxima entrega, sin duda, recorrerá
caminos diferentes sin dejar de ser lo que es puesto que ya posee sus señas de
identidad.
Algo
tengo que añadir. Hay que leer poesía para aprender de los otros que escriben
poesía cómo lo hacen, qué recursos utilizan, qué temas incorporan. Por eso
indico siempre poetas buenos, con más o menos éxito, que cumplen con la
gramática y conocen los medios poéticos a utilizar dentro de la retórica. Eso
no quiere decir que debe haber una vil imitación de los demás ‒plagio‒, sino
que, una vez conocido y aplicado todo eso, cada uno avance por su propio camino
e indague por medio de la experimentación su propia manera de escribir poesía.
Luego se disfruta leyéndose a sí mismo/a y se aprende para leer e influenciarse
de los buenos poetas. Por ejemplo: sin duda, Chon ha leído a Antonio Machado.
De no ser así, ¿cómo podríamos hablar del tono machadiano de estos versos?:
Deseo y quiero pensar
que viven en mi existencia
mis amores que se fueron.
Además, ese tono
octosílabo parece el apropiado para conseguir el efecto que buscaba: que la
entendieran. ¿Qué amor se le fue? El que no ha sido olvidado y vive en su
existencia. Y por ese amor habla y escribe.
En Chon tiene mucho sentido y se repite el tema de lo perdido. O expresado de otro modo, el de
la búsqueda, que lo mismo da. Chon
busca lo perdido. En Chon, la pérdida y la búsqueda son simultáneas porque para
ella es expresión de amor, del amor que vive en su existencia. La lectura, por
ejemplo, del poema Dejo de buscarte,
nos puede llevar a cierta confusión, porque ese amor no es amor de hombre o
amor sexual. Es amor materno-filial y, si no se conoce la circunstancia, la
lectura y su interpretación es equívoca.
Más temas nuevos se descubren en esas lágrimas que provocan
una lluvia lírica. El reloj parado es
simple y llanamente la pausa que pone la naturaleza para no ahogarse en el
pesar. Pero todo lo maneja el amor y
no entiende el cansancio ante su exigencia. Pero no es un amor carnal, repito.
Ella se dirige con una leve sonrisa hacia lo que es su sombra perdida, a la que
continúa buscando desde aquel ayer veraniego que nos conmocionó: ella está
aquí, a este lado; lo que busca y ansía, sabiendo que no va a trasponer el
velo, está en el más allá. La redime la
música silente. Parece un contrasentido. La música puede ser cualquier cosa
menos silente, menos callada. La música es para escucharla, para meterte en
ella y dejarte llevar. Chon la escucha en su interior, lo que pone en juego
otra dinámica, la intimidad, lo espiritual.
Todo esto surge de una primera lectura. Cuando se repita con la comprensión que
hemos efectuado de su sentido no literal, la interpretación nos hará más ricos,
más felices. Sobre todo si recreamos la ternura que expone la poeta:
Veamos el poema completo.
DEJO DE BUSCARTE
Dejo de buscarte algunos días
en los que la morriña decrece,
la vida sigue su camino
al son del
reloj parado.
Esto es el amor y debes estar cansado
de estos
espacios infinitos.
Apenas te siento con una leve sonrisa:
sólo me fijo en tu sombra perdida,
miro los rincones de mi ternura
y me canso
de no poder encontrarte.
Cuando ya no te busco,
recuerdo tus ojos,
mi latido irrumpe con fuerza,
perdido en esta mar oscura,
donde mi cuerpo y mi mente
‒ardiente rescoldo calcinado‒
me
abandonan al cesar la música silente.
Bueno,
ya se está viendo otro modo de manifestarse. En verdad, el paso del tiempo
modifica el recuerdo y apacigua el dolor. Si se observa bien, no hay expresión
de daño, ni gesticulación, ni elegía propiamente dicha. Hay una circunstancia
de vida que no se deja al pairo, en el lugar del olvido, porque es razón de
amor para quien aún sabe sonreír.
Como
los clásicos poetas de los comienzos de la literatura castellana en los siglos
XIV y XV, Chon enlaza con la naturaleza
para dar a entender la felicidad que los pajarillos, por ejemplo, gozan, y cómo
ella vive siempre enredada en el recuerdo.
CLARIDAD
Claridad en las madrugadas,
luz indecisa y tenue:
los contornos resultan hermosos
con el
suave latido de su mentira.
Con asombro,
oigo al pájaro madrugador,
fino arrullo,
que me acompaña
henchido de besos y de amaneceres,
sin desgracias que arruinen su vida,
con amores que bendigan ilusiones.
Tiene cierta concomitancia con el romance del prisionero,
que también vivía del canto de la avecilla. Aquello es un llanto de cárcel.
Esto es una luz entre sombras, unas lágrimas entre la lluvia.
Y me queda, para no hacerme pesado y complacer a la
protagonista, señalar otra temática nueva, entre otras, que quiero reseñar. Es
la aparición de lo social como signo
de su presencia en la vida. Son cosas que están en el día a día y que cada uno
entiende a su manera. Es obvio que se refiere a lo local y muestra un
descontento que procede de su deseo de mejora, al tiempo que es crónica de un
desengaño. Pero las cosas son como son, no como a cada uno de nosotros nos
gustaría que fuesen:
AMBIENTE
El coro cantor de los dioses
eleva el sonido de protestas perpetuas.
La desolación, el desdén y las mentiras
abarcan como un chirrido el áspero ambiente
de este solum gratum abandonado.
Promesas y promesas en días y días
abarcan el firmamento de la inconclusa ceremonia,
hay arte y esfuerzo, confusión e historia,
que sólo la figuración los libra emocionados,
cuando se sube el telón del espectáculo.
Respuesta encendida y mediocre.
Música, tambores y cornetas
completan la ceremonia.
Quisiera hacer un aviso más. Sobre la poesía gravita el
estigma de la dificultad de su lectura. No tengo tiempo para explicar que, en
verdad, no se puede leer como una novela. Hay que buscarle el significado o el
sentido de lo que la/el poeta ha querido decir. Hay que interpretar y darse
cuenta el lector de cuanto el autor literaturiza y de lo que oculta tras el
lenguaje poético. Pero eso será otra vez. Ahora sólo me queda felicitar a mi
amiga Chon. Agradecerle que me haya señalado como presentador pues así he
gozado de primera mano este poemario que hay que leer para entender una poesía
que llegará a ser, hablando en lorquino, más mejor en próximas entregas o
capítulos de su vida.
Antes me he referido a Benjamin Clementine y citándolo de
nuevo quiero concluir mi presentación. En esa misma entrevista que publica el ABC Cultural de fecha 26 de septiembre
de 2015, hay otra afirmación que me gusta por apropiada para la situación:
"Cuando cantaba en la calle, practicaba para encontrar mi voz
interior". Cambiando el tercio, podemos decir de Chon que, cuando escribe,
lo hace para encontrar su voz interior, su poesía. Y en ese camino está
afortunadamente para nosotros, creyentes como somos en este axioma: leer
consiste en estar en un sitio y sentirnos en otro.
Fotografía de Encarna Pérez-Castejón (c) |