sábado, 10 de octubre de 2015

"LÁGRIMAS DE LLUVIA", DE CHON PÉREZ-CASTEJÓN ABAD

PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE ASCENSIÓN PÉREZ-CASTEJÓN
LÁGRIMAS DE LLUVIA

Lorca, 8 de octubre 2015. Fondo Espín

"Supongo que todo consiste en tener algo que decir y en ser capaz de saber cómo decirlo. Sólo si sabes cómo decirlo".
Benjamin Clementine

S
on bastantes los libros que tengo siempre cercanos a mí en una pequeña estantería que instalé en mi dormitorio de Calabardina. Son los libros prioritarios en los que voy ocupando mi tiempo antes de dormirme o cuando descanso del ensayo literario en el que esté ocupado en esos momentos o escribo cualquier otra cosa, como en el caso que nos ocupa. Unos están ahí porque los he dejado una vez leídos o consultados, para llevarlos a otro lugar en su momento, aunque en ocasiones tardo en encontrar ese tiempo porque tampoco es algo a realizar con urgencia. Si lo hago con rapidez, algo me ha hecho perder la calma y me encierro en mi trabajo. Otros se quedan cerca de mí de modo consciente. Uno de ellos es Cuando el sol despierta, el anterior libro de Chon. Junto a este, hay otros libros de poetas lorquinas de las que hablamos en el mes de enero de este año, junto a Isabel, Amor y Chon para las antiguas alumnas del colegio de San Francisco. Entonces los necesité todos. Y, a mi regreso, se quedaron donde están. Este mismo mes cambiarán de lugar, pues estoy en otras tareas.
          Un poeta y amigo de Murcia me pidió hace unas semanas los nombres de los y las poetas lorquinas para un ensayo novelado que está haciendo. Con la ayuda de Chon, que conoce bastante mejor que yo a las últimas incorporadas, porque ser poeta parece en la actualidad una profesión eminentemente femenina ‒a Dios gracias por esta avalancha que está acorde con los tiempos y con la realidad‒, hemos logrado hacer un listado de unos treinta nombres de lorquinos que escriben poesía desde 1975, o sea, desde hace cuarenta años, cuando publiqué mi primer libro. Entre estos escritores se encuentra Ascensión Pérez-Castejón Abad, quien, en este año de 2015, nos ofrece una nueva entrega de su poesía, ya más madura, aunque no rompe con su temática existencial. Ni tiene por qué, dado que la temática poética es universal y la misma en todo el mundo: la vida, la muerte, el tiempo, la belleza, el amor, el dolor y un largo etcétera, como la tristeza, la melancolía, la profundidad interior. Porque de lo que se vive se escribe. Y si Chon ha tardado una edad en ser como es, de eso ha de hablar y escribir: experiencia y modernidad. Además de estudios literarios.
          Cuando el sol despierta era su libro primero como dije cuando di cuenta de él, en su día, hace ya dos años. Ser libro primero quiere decir que parece que cuesta meter la tijera porque todo parece publicable, y lo es, aunque más tarde el autor se da cuenta, al reflexionar y releer, de que tal cosa no tenía que haber visto la luz. Pero esto es así y constituye una experiencia de la que se aprende. Hay que tener también en cuenta que Chon no va a emprender una carrera literaria, sino que busca manifestarse en la cultura y dar rienda suelta a lo que tiene que decir. Mientras haya algo que decir, en poesía, se puede ‒y se debe‒ publicar. A su afición a la pintura, que lleva algo dejada de la mano de Dios, une la de la poesía. Es, en parte, una humanista. Y editora. Tantos libros ha editado para Amigos de la Cultura, que, dicho en broma, ha caído en el vicio y nos manifiesta su modo de expresión y comunicación, lo que nos hace sentirla cercana. No siempre se puede hablar o decir todo a los amigos. Un libro confiere esa faceta. Así, cuando lo abramos, nos pondremos a hablar con Chon sin que ella lo sepa. Esa es la verdad de un libro. Es estar cerca sin decir nada, sin susurrar palabra alguna y sin saber el interlocutor que lo es, pues desconoce el acto intelectual que está sucediendo. Esta es la grandeza del libro. Sin olvidar que siempre se puede regresar a él, refugiarse en él.
          El primer libro de Chon debería haber aparecido alguna década antes, porque hubiera llegado en un momento en el que le hacía falta ‒es mi juicio simple‒ un acto de comunicación, una confidencia incluso, un no sentirse sola ‒que tampoco lo estuvo nunca‒, un vaciarse de dinámicas anteriores, de aseveraciones que después se desvanecen y creencias en las que uno/a se ha adoctrinado y que, al esfumarse, dan ocasión a dos cosas correlativas, a quedarse más tranquilo/a, como quien ha escapado de la trampa del cazador, y a conocer que no todo lo que sostenía el andamiaje de su vida era eternamente redimible y utilizable y frente al que nada había que hacer. Es decir, hallarse en un fin de ciclo. Caballero Bonald lo expresa así:
"Llegó la desventura por la parte del sur y procuré atajarla, la negué setenta veces siete antes de que alcanzase el tamaño oneroso de la frustración. [...] Anduve muchos días en situación de atónito pugnando por no ver lo más palmario. [...] Y entonces se produjo como una defección generalizada. [...] Todo se parecía a la encarnación de un tiempo declinante que llegaba en bruscos vaticinios a su término".
          Comprender todo esto es valorar la compañía que da el entorno y las personas que en él se mueven. Siempre hay personas al lado que asisten en silencio al drama que se vive sin que ellos lo hayan provocado, es más, en ocasiones, también son víctimas sin culpa que, además, sienten las cosas de otro modo igualmente respetable. Por eso mismo siempre es posible y favorable un cambio que aparece ya en este libro que presento y del que cuento sus circunstancias.
          Vive en Inglaterra un cantante del que hablan maravillas, Benjamin Clementine, que, frente a quien oculta su predilección por la poesía, contesta así a la pregunta obligada de ¿lee poesía?: "La poesía es lo principal de mi vida, lo más importante. Gracias a que escribo poesía, a que la leo, puedo apreciar mi vida. Esa es la definición de poesía. La vida es poesía y gracias a ella soy capaz de llegar a entender cómo me puedo expresar". Este cantautor también ha expresado que "todos somos libros andantes, con diferentes capítulos". Creo que es posible pensar que Chon, al escribir poesía, aprecia su vida, una vida que va escribiendo igualmente por capítulos.
          La experiencia de la vida, la sensibilidad con la que se la percibe y la técnica con la que se la escribe constituyen tres momentos de la composición literaria. Se trata, pues, de llevar lo personal, lo interior, lo íntimo, lo espiritual, a lo literario. Dicho de otro modo, cuanto se ha vivido es materia literaria a la que añadir el conjunto de la personalidad del escritor, su modo de entender las cosas, más sus propios conocimientos poético-literarios. Hay, pues, tras esto, una afirmación exigente: soy poeta y hago literatura. Y eso comporta una responsabilidad como escritor y como persona que se ha situado en otro estrado. Si olvidamos todo esto, haremos simplemente una confesión de parte sobre un aspecto personal, una visión particular de un proceso, que puede rozar o roza evidentemente con una sesión en un gabinete de un psicólogo. Hay que dar un paso más, no se trata sólo de comunicar, sino de literaturizar, es decir, hacer literatura de un episodio de esa vida y experiencia.
          El último aspecto a considerar es la capacidad de leer constantemente a clásicos y a actuales, no sólo a los consagrados por un canon estético, sino a todos los que comunican algo a otros, pues de todos ellos se puede aprender, que de eso se trata. Hay que leer mucho y sentirse orgulloso de escribir poesía.
          Viene todo esto a no complacer el deseo de Chon que me dijo, cuando me comunicó que era el presentador, algo así como que leyera la introducción del libro y eliminara las referencias personales. En verdad, lo que ella quería, al decirme "no hagas nada nuevo", era que no trabajara, que no le dedicara más tiempo a su libro, sino que aprovechara lo ya hecho. Es una atención que agradezco. Pero... mira, Chon: la introducción al libro es la mejor presentación que yo podía hacer para el mismo. Pero sólo sirve como introducción al libro. No para otra cosa. Honradamente hablando, he buscado que la introducción y la presentación sean complementarias. Así que no voy a decir nada del prólogo porque ‒me imagino‒ el que tenga el libro la leerá, aunque matizaré ahora alguna cosa, y el que no lo tenga que lo compre, que es mi obligación decir que un libro no estorba ni en la mesilla de noche. Además es de una amiga. En caso contrario no estaríamos presentes en este acto.
          La manifestación de los sentimientos de una persona, como tradicionalmente se le ha encomendado a la poesía, está más cerca de la idea ro-mántica de la lírica que de la actual, que se va acercando al pop por un lado y por otro a la desnudez de la intimidad con fines más o menos eróticos, el erotismo siempre vende. Quizá enseñen eso en los talleres literarios de don-de está saliendo una gran pléyade de poetas.
          Hago un inciso para comunicar que, si hablo así, se debe a que estoy al día de la nueva poesía, llámese Helena Medel, Luna Miguel, Agustín Fernández Mallo, o Marwan y sus continuadores, como el rapero Rayden, Carlos Salem, Rafa Pons, Diego Ojeda, Pablo Benavente, Loreto Sesma, Irene X, Elvira Sastre, Cristina Nuñez y Escander Algeet, a los que escuché en Segovia este verano, cuando el congreso de ALDEEU, entre otros. Casi todos son cantautores que tienen su público lector. No conozco todas sus letras pero siguen la huella de Sabina. Marwan  es un tipo listo que escribe profundas cosas como esta:
Es porque mi vida era un desfile de puentes cansados
y estaba cansado de estar cansado
y ella se parece mucho a la palabra serenidad,
y Planeta se lo publica, como a los demás, porque ha hallado un hueco comercial ‒a las editoriales sólo les importa la cuenta de resultados, menos la calidad‒ que cubrir y ahora muchos poetas de esta hornada escribirán cosas como esas por si Planeta se las publica y venden también los 20.000 ejemplares que vendió Marwan de su primer libro: La triste historia de tu cuerpo sobre el mío. Una vez leído, ya sabemos lo que Marwan escribe: unos Apuntes sobre mi paso por el invierno, un invierno en el que hará el frío que hace en Madrid y a mí, como lector, me pondrá a punto de constiparme. Cuando me expreso así, digo que a mí no me va un escrito de este tipo, no quiero decir que el estilo sea malo, que lo es, sino que yo sólo sigo mi camino a sabiendas de que no me interesa el suyo. Y entre Marwan y yo hay muchos años por medio. Claro que a favor suyo, porque yo, a su edad, no sabía ni coger un lápiz. Es más, hasta respeto que tenga lectores, pues a la poesía hay que llegar por cualquier medio y siempre hay un libro para que cada persona acceda a la poesía según sus gustos. Yo, igualmente, hablo desde mi capacidad, sin interés de molestar a autores o lectores, aunque a veces no se entienda lo que diga. Pero ese es su problema.
          A mí, poeta cuestionado como poeta, me va la cosa más clásica, como Raquel Lanseros, quien escribe versos como estos:
Yo soy mi propio riesgo. Doy por cierta
la sed de infinitud que me espolea.
Ante el placer de respirar me postro.
No hay verdad más profunda que la vida.
          Chon expresa de una manera afectiva su sentido de vida, diverso y convergente:
Mientras haya un soplo de vida
que me aliente,
me da el consuelo que necesito.
          La vida como verdad, la vida como consuelo. En estos versos hay una situación de experiencia en Raquel Lanseros y la expresión de una realidad hecha ausencia en Chon. Lanseros escribe lo que ha observado. Chon escribe una realidad que siente. Y esto es así porque las circunstancias de ambas son diferentes. Las experiencias son diferentes. Para Chon, decir eso es explicar la razón de su vida y de su escritura. Lanseros, que no ha pasado por ese trance o trago, hace literatura de su experiencia, de su conocimiento de la vida y de las cosas, desde una interioridad muy sencilla, plasmada de referencias clásicas, sin olvidar el lenguaje de la calle.  
          Sin embargo, a veces, las poetas dan la sorpresa y te encuentras que hay algo de ti ‒en este caso de Chon‒, entre sus versos, aunque para cada una la lluvia tiene un significado diverso. Escribe Lanseros:
Está lloviendo fuera como desde hace siglos.
¿Por qué me sobrecoge la oración de la lluvia?
Más lejos o más cerca. Mirar llover es algo
a lo que comparezco a través de la infancia.
          Y los poetas hablan la verdad porque, como dijo Neruda, "de la vida me acuerdo" y las cosas de la infancia siempre están como presentes o asu-midas y a ellas se vuelve de un modo casi inconsciente. En Chon, la lluvia es de lágrimas y además luctuosas.
          Indudablemente, la poeta ha progresado. Lanseros escribía "la oración de la lluvia" que la sobrecoge y la retrotrae a la infancia. Chon lo dice de otra manera:
Respiran en silencio las palabras en los aleros
como lejanos inciensos.
          Sus vivencias o creencias no la llevan a la oración religiosa de manera directa, pero la oración se encuentra en el alero como altar porque las oraciones quedan acompañadas de incienso en ese recuerdo pasado del que se huye. Como había vivido en su infancia, antes de que la vida le sacudiera sin piedad, la castigara sin motivo. Porque, en Chon, la oración no es producto de la infancia, sino de la dureza de la vida. Y su expresión es ajustada.
          Dejamos esto porque también quiero aprovechar el inciso para exponer que una cosa es escribir para ganar dinero, único fin ‒al parecer‒ de to-do mortal, y otra hacer literatura. Yo estoy en esta vertiente marginal. Y así me va: unos no lo entienden y otros dicen qué tonto es este tío. En Águilas, hace unos días, tomando un café y hablando de esto, con unos amigos lorquinos, un señor desconocido, mayor, solitario, que estaba al lado, me vino a decir algo así como el que no cobra no se valora. Seguramente, aun reconociendo la verdad del aserto y valorar otra opinión, voy a seguir por la senda que era y es mi camino. Si en Jaén donde no resido, se celebra una opípara cena jocosa, en Calabardina, donde vivo, no hace falta ‒a mi pobre entender‒ gente rica, pues ya la debe haber, sino gente que sepa vivir o que quiera vivir como los estoicos: de manera independiente, disfrutando de las sensaciones, de los olores, de los cantos de los pájaros, del silencio, de la soledad, de tener un algo más de sensibilidad de los que sólo consumen, quizá sin saber tampoco cómo se hace eso. Y digo Calabardina, porque en ella me he estado curando mis heridas, heridas que, a veces, me reproducen a mi pesar. Si viviera en otro lugar ‒que lo haré más o menos pronto‒, ya le buscaría yo las cosas buenas para disfrutarlo. Porque el paisaje también es una referencia en la poesía. Y el saber beber vino también. Y estar en posesión de una paz sosegada y no deber nada a nadie es lo mejor.
          Pues bien, una vez aprendido esto y entendido que no por publicar mucho o por ganar mucho se es mejor poeta que otro ‒cosa que debe quedar clara para no confundirse de hoja de ruta‒, hay que empaparse del sentido de la trascendencia. Si esto le sucede a Chon, por ejemplo, le pasa a toda la gente. Y casi es así porque a cada una de las personas le ocurren las mismas cosas de manera distinta. Por eso hay que trascender y universalizar los sucesos a los que damos la categoría de poéticos.
          Casi todo esto lo tiene conseguido Chon y no lo domina ya del todo porque le cuesta trabajo romper un poema y ponerse de nuevo a trabajar en la misma idea y combinar los elementos literarios de otro modo. Por todo ello, el tercer libro de Chon será mucho mejor, porque ya casi ha roto con la dependencia psicológica aparentemente y la ha reconducido literariamente. Así que, despierto ya el sol y considerado las lágrimas como lluvia benéfica, su próxima entrega, sin duda, recorrerá caminos diferentes sin dejar de ser lo que es puesto que ya posee sus señas de identidad.
          Algo tengo que añadir. Hay que leer poesía para aprender de los otros que escriben poesía cómo lo hacen, qué recursos utilizan, qué temas incorporan. Por eso indico siempre poetas buenos, con más o menos éxito, que cumplen con la gramática y conocen los medios poéticos a utilizar dentro de la retórica. Eso no quiere decir que debe haber una vil imitación de los demás ‒plagio‒, sino que, una vez conocido y aplicado todo eso, cada uno avance por su propio camino e indague por medio de la experimentación su propia manera de escribir poesía. Luego se disfruta leyéndose a sí mismo/a y se aprende para leer e influenciarse de los buenos poetas. Por ejemplo: sin duda, Chon ha leído a Antonio Machado. De no ser así, ¿cómo podríamos hablar del tono machadiano de estos versos?:
Deseo y quiero pensar
que viven en mi existencia
mis amores que se fueron.
Además, ese tono octosílabo parece el apropiado para conseguir el efecto que buscaba: que la entendieran. ¿Qué amor se le fue? El que no ha sido olvidado y vive en su existencia. Y por ese amor habla y escribe.     
          En Chon tiene mucho sentido y se repite el tema de lo perdido. O expresado de otro modo, el de la búsqueda, que lo mismo da. Chon busca lo perdido. En Chon, la pérdida y la búsqueda son simultáneas porque para ella es expresión de amor, del amor que vive en su existencia. La lectura, por ejemplo, del poema Dejo de buscarte, nos puede llevar a cierta confusión, porque ese amor no es amor de hombre o amor sexual. Es amor materno-filial y, si no se conoce la circunstancia, la lectura y su interpretación es equívoca.
          Más temas nuevos se descubren en esas lágrimas que provocan una lluvia lírica. El reloj parado es simple y llanamente la pausa que pone la naturaleza para no ahogarse en el pesar. Pero todo lo maneja el amor y no entiende el cansancio ante su exigencia. Pero no es un amor carnal, repito. Ella se dirige con una leve sonrisa hacia lo que es su sombra perdida, a la que continúa buscando desde aquel ayer veraniego que nos conmocionó: ella está aquí, a este lado; lo que busca y ansía, sabiendo que no va a trasponer el velo, está en el más allá. La redime la música silente. Parece un contrasentido. La música puede ser cualquier cosa menos silente, menos callada. La música es para escucharla, para meterte en ella y dejarte llevar. Chon la escucha en su interior, lo que pone en juego otra dinámica, la intimidad, lo espiritual. Todo esto surge de una primera lectura. Cuando se repita con la comprensión que hemos efectuado de su sentido no literal, la interpretación nos hará más ricos, más felices. Sobre todo si recreamos la ternura que expone la poeta:
          Veamos el poema completo.
DEJO DE BUSCARTE

Dejo de buscarte algunos días
en los que la morriña decrece,
la vida sigue su camino
al son del reloj parado.
Esto es el amor y debes estar cansado
de estos espacios infinitos.
Apenas te siento con una leve sonrisa:
sólo me fijo en tu sombra perdida,
miro los rincones de mi ternura
y me canso de no poder encontrarte.
Cuando ya no te busco,
recuerdo tus ojos,
mi latido irrumpe con fuerza,
perdido en esta mar oscura,
donde mi cuerpo y mi mente
‒ardiente rescoldo calcinado‒
me abandonan al cesar la música silente.
          Bueno, ya se está viendo otro modo de manifestarse. En verdad, el paso del tiempo modifica el recuerdo y apacigua el dolor. Si se observa bien, no hay expresión de daño, ni gesticulación, ni elegía propiamente dicha. Hay una circunstancia de vida que no se deja al pairo, en el lugar del olvido, porque es razón de amor para quien aún sabe sonreír.
          Como los clásicos poetas de los comienzos de la literatura castellana en los siglos XIV y XV, Chon enlaza con la naturaleza para dar a entender la felicidad que los pajarillos, por ejemplo, gozan, y cómo ella vive siempre enredada en el recuerdo.
CLARIDAD

Claridad en las madrugadas,
luz indecisa y tenue:
los contornos resultan hermosos
con el suave latido de su mentira.
Con asombro,
oigo al pájaro madrugador,
fino arrullo,
que me acompaña
henchido de besos y de amaneceres,
sin desgracias que arruinen su vida,
con amores que bendigan ilusiones.

          Tiene cierta concomitancia con el romance del prisionero, que también vivía del canto de la avecilla. Aquello es un llanto de cárcel. Esto es una luz entre sombras, unas lágrimas entre la lluvia.
          Y me queda, para no hacerme pesado y complacer a la protagonista, señalar otra temática nueva, entre otras, que quiero reseñar. Es la aparición de lo social como signo de su presencia en la vida. Son cosas que están en el día a día y que cada uno entiende a su manera. Es obvio que se refiere a lo local y muestra un descontento que procede de su deseo de mejora, al tiempo que es crónica de un desengaño. Pero las cosas son como son, no como a cada uno de nosotros nos gustaría que fuesen:
AMBIENTE
El coro cantor de los dioses
eleva el sonido de protestas perpetuas.
La desolación, el desdén y las mentiras
abarcan como un chirrido el áspero ambiente
de este solum gratum abandonado.

Promesas y promesas en días y días
abarcan el firmamento de la inconclusa ceremonia,
hay arte y esfuerzo, confusión e historia,
que sólo la figuración los libra emocionados,
cuando se sube el telón del espectáculo.
Respuesta encendida y mediocre.

Música, tambores y cornetas
completan la ceremonia.
          Quisiera hacer un aviso más. Sobre la poesía gravita el estigma de la dificultad de su lectura. No tengo tiempo para explicar que, en verdad, no se puede leer como una novela. Hay que buscarle el significado o el sentido de lo que la/el poeta ha querido decir. Hay que interpretar y darse cuenta el lector de cuanto el autor literaturiza y de lo que oculta tras el lenguaje poético. Pero eso será otra vez. Ahora sólo me queda felicitar a mi amiga Chon. Agradecerle que me haya señalado como presentador pues así he gozado de primera mano este poemario que hay que leer para entender una poesía que llegará a ser, hablando en lorquino, más mejor en próximas entregas o capítulos de su vida.

          Antes me he referido a Benjamin Clementine y citándolo de nuevo quiero concluir mi presentación. En esa misma entrevista que publica el ABC Cultural de fecha 26 de septiembre de 2015, hay otra afirmación que me gusta por apropiada para la situación: "Cuando cantaba en la calle, practicaba para encontrar mi voz interior". Cambiando el tercio, podemos decir de Chon que, cuando escribe, lo hace para encontrar su voz interior, su poesía. Y en ese camino está afortunadamente para nosotros, creyentes como somos en este axioma: leer consiste en estar en un sitio y sentirnos en otro.

Fotografía de Encarna Pérez-Castejón (c)

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