sábado, 1 de abril de 2017

MAGDALENA CAMARGO LEMIESZEK, DONCELLA CON MANOS (III) CONTINUACIÓN




La doncella sin manos
Padre, aquí están mis manos.
Yacen sobre la hierba, inertes,
como si no hubiesen conocido movimiento.
Como si nunca hubiesen estado unidas a mi cuerpo,
nacido conmigo, sostenido una piedra
y aplastado, con esa misma piedra, los caracoles del jardín,
o dibujado figuras en la nieve
cuando mi boca no había conocido todavía las palabras.

Ya no las reconozco.
Podría decir, incluso, que nunca fueron mías.

Ahora se hace tarde. El sol se oculta
del lado opuesto al acostumbrado,
no busca la montaña.
Se dirige lentamente al bosque,
dejándose caer sobre las ramas,
y la tierra tiembla
porque las raíces se agitan con violencia,
presintiendo la música del incendio,
la imagen del bosque encendido como una hoguera que brilla
                                                                                  para nadie,
y el fuego danzando como el oficiante de un rito
cuya cadencia alguna vez conocimos,
pero ya hemos olvidado.

Y sin que una sola hoja arda
el sol se hunde hasta posarse en la tierra,
como si el fuego hubiese perdido toda consistencia,
y como una fruta que dividimos con las manos
el sol se abre
y la luz es un licor viscoso
y desde la semilla surge la silueta de un hombre
sin rostro y sin sombra.
Solo un contorno oscuro que deambula para recobrar lo que ha perdido.

Y sé, así como la criatura que intuye el aliento de la fiera oculto
                                                                             tras la fronda,
que soy la presa y el tesoro.
Y vendrá aquella silueta y se detendrá frente a mí
y me tenderá su mano para llevarme consigo.
Y yo devolveré el gesto, olvidando por completo el peso del acero,
las amapolas que brillan a mi lado,
y que me pertenecen esas manos que yacen,
inertes,
en la hierba.

Así se abre el libro de referencia, el que nos ha dado pie para hacer alguna divagación sobre el libro que nos ocupa, La doncella sin manos. Hay dos características que quiero señalar en su poesía porque son importantes y no quiero que se me olviden. La primera es la desmitificación del cuento que comparte título con el libro de poesía de MCL.

Magdalena Camargo Lesmiezek. Photo Sara Marin
Como supongo que ya habréis leído el cuento de los Grimm, puedo señalar que el hombre viejo que aparece en dicho cuento no es otro que el demonio. También dejo señalado que en el libro de MCL siempre aparece la "silueta de un hombre sin rostro y sin sombra". Concretamente, en este poema aparece "un contorno oscuro que deambula para recobrar lo que ha perdido". En el cuento, para librar a la niña de caer en las manos del demonio, un ángel la protege. Ella misma, tras la cobardía paterna por la que es desposeída de sus manos, decide emprender una nueva vida que la lleva a ser reina, a que las manos vuelvan a su manera original y a que el rey le hiciera unas de plata que sólo sirven para reconocerse. Quizá sean los premios por ser buena aquella niña a la que su padre le corta las manos por su ambición, por hacerse rico. Magdalena Camargo Lesmiezek, quizá por la práctica de un feminismo comedido, al menos en su lenguaje, cosa que le agradezco, decide escapar a cualquier proteccionismo y no ve claro eso de apartarse de la tentación, digamos, sino que es capaz de aceptar la mano que se le tiende. Es conocedora de su poder, al verse presa y tesoro, y eso es un halago para ella. Al menos, un aliciente. Y sabe también que esa mano tendida para llevarla con él ofrece una aventura mayor que si se queda cumpliendo su cometido: "Yo le devolveré el gesto". Hay que leer de nuevo el poema, una vez en posesión de todos los elementos de comprensión, si se quiere gozar del escrito de la poeta polaco-panameña. El cuento queda desprovisto de cualquier connotación religiosa, luego hay una superación intencional, y apenas hay referencia alguna erótica.
La segunda característica que quiero dejar señalada es algo casi puramente formal. MCL titula todos los poemas. Pero muchos de estos títulos apenas anticipan lo que va a suceder en el poema o ni siquiera tienen relación. El significado del título se va conformando según y cómo el poema se construye porque las palabras van ahormando secretamente el pensamiento/sentimiento que en el momento de coger el lápiz para escribir está lacerando y haciendo sufrir a la poeta en este caso. Porque crear hace sufrir. Manos, en el poema, tiene un significado metafórico. La poeta no reconoce las manos a pesar de haberlas tenido para garabatear con sus dedos en la nieve polaca. El olvido de las manos en la hierba viene a indicar la aceptación de un nuevo paisaje que es el de la hierba panameña, superada la emotiva situación de una territorialidad que un momento le creó problemas de señas de identidad superados con total inteligencia. (Continuará)


Lalka

a ti, a tu voz de muchacho
Es cierto, amor mío, que no estoy al norte.
No hay flores de sílice en mis jardines.
Me habitan zorros transparentes,
la escarcha tatuada en el rostro de las ramas,
y un piélago sin islas,
abierto frente a ti como una mano.
No soy la vera de tu viaje
ni la aurora agitándose como un pañuelo en la noche interminable,
por meses arrojada contra los relojes,
por meses, de pie, entre nosotros.
Ahora sabemos que el frío también es un lenguaje,
y que la vastedad de la tundra aguarda como otro paraíso.
No olvides, amor, la turbia porcelana de mi cuerpo,
el almidón de mis trajes cambiado por polillas,
el pelo derramado, revuelto por la sombra,
hoy que el siete es la premonición de nuestro abismo,
el sombrío perfil de nuestra cuerda,
el ángulo triste
y la caída.

Este es un poema juvenil de Magdalena Camargo Lemieszek






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