El islote del Fraile desde Calabardina |
Para mí, desde hace al menos cuarenta años, vacaciones es sinónimo de Calabardina. Dejando aparte que Calabardina es algo que era y ya no es, sino un lugar masificado y ruidoso, significa para mí un lugar en el que el resto del año, quitando los fines de semana y la fiestas de fornicar, hay tranquilidad. Eso no quiere decir que sea un lugar sólo para mí. De tanto ruido, de tanta ordinariez y de tanta ignorancia me defiendo con sobriedad. Me recluyo en casa de mi santa y me voy a la tele -me sé de memoria todas las series- o a la estantería de mis libros ahora abandonados o a la cama, tratando de sumergirme en la verborrea del ventilador. Es donde mejor se está. ¿Por qué un señor con su coche debe pitar para que todos sepamos que llega? ¿Por qué una señora recién llegada sale al balcón a dar la noticia por el móvil a tirios y troyanos? ¿Por qué permiten que los vendedores ambulantes pregonen su mercancía por un altavoz? Y así, cien. Pero, es casi inevitable. Hay dos sentidos en este asunto: yo vivo aquí y llevo mi vida diaria con sus rutinas. Los que vienen de vacaciones vienen de vacaciones, o sea, a disfrutar en unos días todo lo que le aguante el cuerpo. Pero volverán aquello inmensos días solitarios en los que regresaremos los que ahora estamos ocultos esperando nuestro momento. Nos saludaremos e iremos a las pedanías altas a beber cerveza y a celebrar que ya se han acabado las vacaciones.
Jose´Luis Molina
Calabardina, 27 julio 2013