Suelo de naranjos |
Cuando los lobos llegaron, los pastores ya habían puesto dentro del corral el rebaño, aunque en él iban los buenos, los que debían salvarse, y los que mejor debían haberse quedado fuera porque su carne iba a ser más dura, menos apetitosa. Para saber cuáles son los buenos -de carne- y los malos -de hechos- sólo hay que mirar detrás de la oreja. Si tienen buenos principios, las orejas estarán gachas -cachas dicen en mi pueblo- el ángulo que dictamina la naturaleza; si tienen una pequeña verruga en el lóbulo izquierdo, esa carne será dañina, todo lo dañina que puede resultar una carne de cordero que se alimenta de hierba y se pasea por el ribazo. Si la oveja es de raza antigua y delicada, se pone debajo de los naranjos para dormir la siesta -del borrego- y salir perfumada del lugar. Si, además, las naranjas son las últimas y ya florecen los árboles vacíos, las chuletas del cordero salen con el aliento justo de la ternura. No es que las demás no vayan a salir buenas, que saldrán, pero las que yo adoro -y cualquiera- son esas que llevan la marca de la bondad. Porque, como escribe Descartes en sus Meditaciones metafísicas, "ya sé con certeza que soy, pero aún no sé con claridad qué soy; de suerte que, en adelante, preciso del mayor cuidado para no confundir imprudentemente otra cosa conmigo, y así no enturbiar ese conocimiento, que sostengo ser mas cierto y evidente que todos los que he tenido antes". Bien es verdad que sólo quería felicitar a mis Anas amigas: Ana Aquilino, Ana Ballester, Ana Eralucana, Ana de Calabardina, Ana, la esposa de Javier, Ana Emilia Martínez y alguna otra que se me ha ido en este instante de mi pobre cabeza olvidadiza.
José Luis Molina
Calabardina, 26 de julio 2013
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