Señoras y señores, muy buenas
noches.
Ampliar la nómina de personalidades destacadas de
la vida pública, política y social, siendo yo sólo un ser cultural retirado del
tumulto, en este menester de ser el emisor del pregón anunciador de la Feria y
Fiestas de este lugar lorquino, constituye para mí no una desazón sino un
acicate para que mi función de pregonero esté a la altura de lo que se merecen
tanto la Asociación de Vecinos Virgen de las Huertas, organizadora de este acto,
como los que habéis asistido a su convocatoria.
Siendo mis méritos tan escasos, pido
a Nuestra Señora de las Huertas me facilite cuanto es necesario para desplegar
una oratoria atrayente de modo que llegue más allá de estas fronteras el eco de
esta su festividad que es lo que nos reúne en esta convocatoria que inicio con
esta oración de petición que, sin duda, será atendida por tan excelsa Señora:
Dios te Salve, María. "Gloria a Ti, corazón de las Huertas, que
viniste a esta tierra alegrar, con tu dulce y grandiosa mirada, con Jesús que
en tus brazos está".
Excmo. Sr. D. Francisco Jódar
Alonso, Alcalde de la ciudad de Lorca. Dignísimas autoridades que arropáis con vuestra
presencia este acto inaugural de estas fiestas de origen tan remoto. Sr.
Presidente y Junta Directiva de la Asociación de Vecinos Virgen de las Huertas,
a quienes manifiesto mi gratitud por haberse fijado en mí para hacer oficio de
pregonero en este ferial tan entrañable, cuando otros han más méritos para
darle lustre a esta función. Queridas amigas, queridos amigos, lorquinos todos,
convecinos, familiares y habitantes de estos lares en los que hemos tenido la
suerte de nacer y vivir. Queridos y recordados antiguos alumnos míos, aquí
presentes, convocados por el Secretario de esta Asociación de Vecinos, Luis
González Navarro, a quien manifiesto mi afecto y reconocimiento.
Me imagino, y me sitúo para ello en
1466, un enorme prado verde y fresco, lugar de reposo cercano a la antigua
ermita que quedó dentro del convento franciscano, en donde estamos nosotros en
estos momentos escuchando mis palabras que deben ser de alabanza para la
Virgen, de ilusión feliz para todos, para el niño de ahora y para el niño que
aún conservamos dentro los adultos. Era un lugar de sosiego, de paz, de
bendición divina, al que se acercaban los amantes de la Virgen, y que, tras casi
cinco siglos y medio, continúa siendo un trozo de tierra querido para todos los
lorquinos, no sólo para los que viven casi dentro de la escasa huerta que va
quedando como signo de los tiempos.
En verdad, nuestra tierra era fértil y
sus frutos seductores, dulces y abundantes. Eso es lo que cuenta Jerónimo
Münzer, alemán de viaje por nuestro país, en 1494, cuando, al llegar a nuestro
terruño, escribe: "La huerta de
Lorca es en extremo fértil y, de tal disposición, que puede regarse toda ella
con un río no muy caudaloso. Abundan allí las frutas de fina calidad y muy
aromáticas. Las peras que vimos en los árboles eran de tamaño que excedía de lo
común". Y también la ve de manera idéntica otro viajero también
alemán, Diego Cuelbis, cuando pasa por Lorca a finales del siglo XVI: "Tiene esta ciudad campos muy alegres y
deleitosos de dehesas de hierbas donde se crían los mejores ganados del reino
de Murcia. Tiene también muchísimas arboledas y huertas hermosas de muchas
frutas que duran más de tres leguas fuera de la ciudad hacia la ciudad de
Cartagena y Murcia".
En 1685, Carlos II renovó el
privilegio de que Lorca tuviese 15 días de feria en noviembre, coincidiendo con
la festividad de San Martín, que ya gozaba desde el reinado de Juan I allá por
el siglo XIV. Pero cambió, afortunadamente, el emplazamiento y la fecha de
celebración. Sería entre el 8 y el 22 de septiembre, festividad de la Virgen de
las Huertas y en la explanada de delante del Convento, con el objeto de que los
feriantes y tenderos diesen donativos para las reparaciones de su iglesia, que
había quedado casi destruida por la riada del año 1653. En 1718, las tiendas se
pusieron en el recinto ferial, seguramente en lo que hoy son las filas de casas
que lo enmarcan, pues, en 1731, las treinta tiendas del rededor eran de mampostería.
A partir de aquí, se consolida esta
tradición que ha sufrido las lógicas variaciones propias del tiempo y del
progreso. Obviamente, a la memoria individual de cada pregonero, ha debido
acudir aquella infancia, en mi caso de posguerra, en la que ya pasa a ser lugar
común aquella pelotita de goma que llenaba de ilusión una época gris,
entristecida por las circunstancias. Un niño convierte en algo mágico un
caballo de cartón, un trozo de turrón, esas casetas de madera con cosas que
sólo volveríamos a ver al año siguiente, cuando los mayores nos llevasen, de
nuevo, al convento de la Virgen de las Huertas para rendir pleitesía y dejar
una oración a la Virgen, entre tanta gente que iba a visitarla, cada cual con
su preocupación, pues de eso no falta nunca al ser humano. La misa más
atrayente era la primera. Así que andábamos casi a oscuras por las alamedas
hasta el Real de las Huertas, a donde arribábamos mientras salía un sol que
ponía a los gallos en pie para agradecer a la Virgen la llegada de un nuevo día.
Y, como eran tiempos más ingenuos pero más puros, se palpaba la emoción al
acompañarla en procesión y regresar a casa con los mayores sabiendo que al año
siguiente se iba a repetir la aventura. Así se iniciaba la costumbre de bajar de
visita espiritual a la Virgen de las Huertas, la reina de nuestra ciudad, como
se canta en su himno, Salve, Virgen de
las Huertas. Costumbre que nunca se abandona pues el santuario proporciona
el sosiego, la calma que, en ocasiones, se pierde en el tráfago diario en la
ciudad, en esa selva en que se ha convertido la convivencia. Es un oasis de fe
en la huerta lorquina, a pesar de la escasa creencia actual en la bondad
divina. Nosotros, Señora de las Huertas, volvemos hacia Ti nuestros ojos, no
sólo en busca de salvación sino por tu propio tu valor espiritual, no en vano
eres humana y divina.
El 8 de septiembre de 1830, Musso
Valiente escribía en su Diario:
"Feria de Lorca. Empieza hoy, y
tal vez tendría principio en la concurrencia que excitare la devoción a la
imagen de Nuestra Señora de las Huertas, cuya fiesta se celebra el día de hoy
en el santuario del mismo nombre extramuros del pueblo, y junto al cual están
edificadas las tiendas de la feria. Hoy pues se dice Misa solemne y sermón a
que asiste el Ayuntamiento, y por la tarde se saca en procesión la Virgen. El
atrio y una de las entradas de la feria están llenos de puestos de tostones,
almendras, azufaifas, cajas de turrón, dulces y juguetes bastos de barro para
los muchachos. Hay gran concurso de gente del campo y de menestrales y empiezan
a lucir sus trajes los lechuguinos machos y hembras de la ciudad. La botillería
y la pastelería están ya abiertas y todo el mundo entra a tomar helados
detestables y pasteles de munición". Era exigente José Musso con
relación a los helados y los dulces. Pero él había probado los de Madrid y debió
encontrar alguna diferencia. Es un testimonio original que pone una sonrisa
ingenua en nuestros labios porque todo sigue siendo lo mismo o algo parecido. Y
esto continúa, con la misma sencillez, con el mismo espíritu popular, 183 años
después.
Más
o menos resume el ilustrado lorquino todo lo que hemos vivido a lo largo de
nuestra vida casi sin variación, adaptado todo a los tiempos nuevos. Aunque, me
da la sensación de que, entonces, no había pregonero que anunciase a los cuatro
vientos las fiestas de la Virgen de las Huertas. Quizá tampoco hacía falta
porque la gente, el lorquino de entonces, vivía otro calendario en el que
primaba las fiestas de los santos relacionadas con los ciclos naturales y las
faenas agrícolas. A finales de agosto había acabado la recolección y la cosecha
estaba ya en la troje existente en los doblados, o parte alta de las viviendas,
en donde se aireaban los granos con los que se amasaba y cocía pan durante todo
el año. Era tiempo de celebrarlo, si era abundante, o de pedir a la Virgen mayor
abundancia para el siguiente año si había sido más floja de lo esperado y de
las necesidades materiales.
Es,
pues, esta feria de la Virgen de las Huertas una ocasión festiva, popular. Hay
casi obligación de ser muy felices. Y esta oportunidad nos la conceden estos festejos
en los que debemos disfrutar y ser dichosos con la sencillez que caracteriza un
modo de disfrutar sereno, atávico, noble, pacienzudo, campesino, y verdadero.
Es la Virgen de las Huertas la que nos bendice y nos conduce a la relación con
la familia y amigos, a prestar atención a la magia de unos niños que querrán
tener, para jugar a parecer abuelos, un bastón de juguete en sus manos, o una
pelota con su goma que va y viene con el ritmo que mano aún torpe le imprime y
que, por desgracia, se rompe, con lo que acaba la fantasía y se vuelva a una
realidad de la que hemos escapado unos momentos. Hay que llevar, además, un
trozo de turrón para los que no han podido bajar a saludar a la Virgen, de modo
que disfruten también de la paz y del gozo que la Virgen de las Huertas quiere
para todos. Porque, ¿acaso quien baje a ese prado ideal no se va a acercar a
los puestos de turrón para degustarlo junto a una copica de anís dulzón que lo hace aún más rico y atrayente? Una
copa de anís, cazalla para los valiente, y un trozo de turrón negro es una
buena excusa para acercarse al convento y darle los buenos días a la Virgen, "rosa de fragante olor". Así que el
pregonero eleva su voz, anuncia que comienzan los festejos en honor de la
Virgen de las Huertas que derrama "lluvia
en los campos y en las almas el bien y la paz". Ya me gustaría tener
una voz tan potente como la que saldría de la tuba que acoge en sus brazos el
Ángel de la Fama, el que corona la portada de San Patricio. Pero ya me
prestarán sus voces las campanas de este santuario para que todos, sin
distinción, vengan, a la llamada ilusionada, a este lugar mariano, y sepan que
es claustro de oración, pero también de diversión popular enraizada entre los
lorquinos.
Tenemos
aún en nuestras retinas la imagen terrible del derrumbe de la última parte de
la torre de la iglesia del convento. Vivimos en lugar de cíclico peligro en el
que la historia se repite. El 28 de agosto de 1674, hubo otro terremoto en
Lorca muy similar al de 2011. Entre los que resultaron afectados, los
franciscanos: "Los religiosos
franciscanos y las monjas franciscas -dice la crónica-, siendo hijos de aquel Privado, y alférez de Dios, vieron sus casas
arruinadas". Y, en aquel entonces, la torre que cayó al suelo fue la
de San Patricio: "La iglesia mayor
de esta ciudad que estaba fundada sobre bien labrada piedra y muy perfecta,
vino al suelo su alta torre". Pero todas esas heridas están
restañadas. Como es una nueva realidad la reconstrucción de los daños del
terremoto en este lugar, sede y solio de Nuestra Señora la Virgen de las
Huertas. Pues bien, eso quiero pedirle a la Virgen en esta mi visita a su
santuario como pregonero de sus fiestas. Quiero decirle que no nos olvide, que
no nos deje en el desamparo, que si primero fue Virgen del Consuelo o
Consolación para el cautivo, después Virgen del Alcázar, fortaleza y refugio
para el desprotegido, y más tarde Virgen y Señora de las Huertas, cuidadora de
sus plantas, flores y cultivos, sea aún nuestra protectora, que nos cobije a
los que queremos ponernos bajo su manto.
Quiero decirte, Virgen de las Huertas, antes de acabar lo
que anhelo sonora perorata, que realizo una llamada a la gente de Lorca para
recordarle que eres nuestra Madre, que hacia Ti miramos sabiendo que andas
detrás de nosotros, que no estamos solos. Pero en todo eso hemos confiado
siempre y, quizá por eso, dirigimos nuestros pasos al lugar adecuado, al lugar
de la virtud y la honradez que debe ser nuestra bandera, a pesar de que otros
remen en otra dirección.
Estamos
en territorio franciscano, repito, desde hace ya 547 años que yo sepa. Su
doctrina, su cuidado de las almas, cuando la espiritualidad era un atributo
humano, su saber estar entre nosotros, entre su ciencia y su paciencia, entre
su rezo silencioso y su rezo cantado en honor a la
Virgen de las Huertas es algo que es históricamente conocido y que se debe
agradecer, pues entre nosotros, los lorquinos, se han santificado en el
apostolado. Franciscanos eran San Bernardino de Siena y San Juan de Capistrano
que compusieran cada uno por su lado letanías nominales en alabanza de la
Virgen. Es como darle nombres nuevos a una Virgen sin defectos posibles. Y, en
esa tradición quiero situarme para decirle
† que Ella es murmullo de la brisa que se hace música
bajo la sombra de los pinos verdes de la sierra lorquina;
† que Ella es canto seductor del agua que corre por la acequia
para vivificar la huerta y llenarla de frutos gratos;
† que Ella es sonido sosegado bajo la sombra del sauce que
abanica el airecillo que traspasa la frontera;
† que Ella es trino de pájaros felices refugiados entre las ramas
delgadas de los azufaifos;
† que Ella es luz de estrella en la noche serena y mágica, dulce
como suspiro de tamarindo;
† que Ella es sensible y airosa como el trigo
que se mece en la llanura, adolescente que fue señalada por la mano divina;
† que su color de Virgen es como el de la buganvilla que adorna el
jardín en el que crece la rosa de Jericó;
† que su perfume de Madre de Dios es tan natural como el aroma del jazmín, del
don diego de noche, del azahar, de las flores de la huerta
† que es su voz de Alondra suave como caricia y
profunda como campana que nos dice la hora y el tiempo de la eternidad, en la
que estaremos con Ella si Dios quiere;
† que Ella es tan nuestra que no la olvidamos, que no
hay nada que nos distraiga de su recuerdo y que por ello, mientras quede un
lorquino, estaremos con Ella, aquí en la tierra, aunque sea una vez al año, y
en la otra vida eternamente.
Debo ya silenciar mi voz porque, sin
querer, aunque esté alabando a la Virgen de las Huertas, nuestra Patrona,
retraso el comienzo de esta diversión que los lorquinos nos hemos ganado tras
unos años de duro trabajo, sin olvidar el que viene, tan austero o más aún.
Estamos en año bíblico de escasez.
Por eso, Bienaventurada Virgen de las
Huertas, antes de comenzar con el turrón y el anís, con el juguete y la
alegría, quisiera pedirte un par de cosas para que no las olvidaras, dado el
trabajo, la labor que queda por delante para que Lorca restañe las heridas que
pueda y las otras que no hagan más daño que el que han hecho, que no ha sido
poco.
Quiero pedirte que ilumines el
entendimiento de todos nuestros gobernantes para que encuentren las soluciones
que falten y las iniciativas necesarias para que no sólo los cuerpos sino las
almas de los lorquinos encuentren las fuerzas necesarias para acometer el
trabajo ingente que aún queda. Hay que mirar sólo hacia adelante porque lo
pasado queda a la espalda y no se ve si no se vuelve la cabeza. Hay que
aprovechar el impulso para hacer una nueva Lorca en la que se pueda encontrar
trabajo, se pueda encontrar ese orgullo de hacer nacido en ella, que antes nos
caracterizaba. Por eso, vamos a mirar sólo hacia el futuro que queremos
sosegado y feliz para todos.
Y quiero pedirte, finalmente, que no
te olvides de nosotros, pobres pecadores, sí, frágiles, necesitados,
menesterosos, sí, pero seres humanos orgullosos de amarte, de ser trabajadores,
de ser gente digna, de ser lorquinos. Y si antes teníamos, como tercio viejo o
tercio roto, el privilegio de entrar los primeros en combate y salir de él los
postreros, ahora vamos a iniciar, con tu ayuda, la batalla del progreso, del
lugar en el que queremos dejar a nuestros hijos y no vamos a salir de esta
batalla incruenta, económica y social hasta que tengamos los triunfos en
nuestras manos. Porque de todo esto ha de salir una renovación que haga de
Lorca una ciudad moderna, sin perder los caracteres anteriores.
Sólo, pues, me queda, al tiempo de mi
despedida, gritar con todas mis fuerzas, pero con el tono más dulce de mi voz cansada,
mi saludo de pregonero: ¡Virgen de las Huertas, procura que todos los lorquinos
que se fueron de Lorca por el terremoto puedan volver pronto! Para ello digo,
emocionado, ¡Viva la Virgen de las Huertas!, al tiempo que me despido con mi
saludo de hombre del lugar, ¡Viva Lorca que es nuestro pueblo! ¡¡¡Viva la
Virgen de las Huertas!!! ¡¡¡Viva Lorca!!!
Calabardina, 6 de septiembre de 2013
José Luis Molina
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