ALLÁ
EN LA OTRA ORILLA, de Manuel Morales García
Estimadas amigas, estimados amigos: Gracias a la
literatura tengo la oportunidad de estar de nuevo con vosotros. Como quedamos la
última vez que estuve aquí cuando aquello de la salchicha recia y las morcillas,
hemos aprovechado el viaje para cumplir con lo prometido. Así que, en el mismo
momento en el que acabe de presentar a una criatura nueva, aunque quizá lo
mejor sería empezar por lo humano, por la pitanza, y hablar después de lo
intelectual con el estómago lleno, nos pondremos a comer embutidos lorquinos y beber
vino me imagino que de aquí o de otro buen lugar. O de donde Dios quiera,
porque no hay vino malo. Será el momento oportuno de comunicarnos aunque sea
con la boca llena. Serán muchas las cosas que queramos decir y poco el tiempo
para ello.
Entra dentro de lo posible que el autor del libro del
que hay que hablar esta noche, Manuel Morales García, a quien casi seguro
conocéis, en caso contrario os lo presento, que para eso he venido, o su
hermano Pedro, quien está disfrutando interiormente con esta aventura, se
sientan algo responsabilizados por haberme traído a tierra amiga. Pero soy yo
el que debe darles las gracias de que me hayan procurado una excusa para venir
y pasar unas horas juntos. Me siento dichoso de venir para lo que sea porque
los jueves de Almería no tienen nada que ver con los de mi vida diaria. Que
conste que no me resistí cuando Pedro y yo, que solemos vernos por Águilas o
sube a Calabardina a tomar un café, hablamos de esto, él de modo delicado, como
procurando no molestar. ¿Ignora, acaso, que un amigo sólo debe pedir, que el
otro escucha y convierte los deseos en realidad, si puede?
Vengo a presentar un libro de un amigo. No es un libro
afamado. No es un amigo afamado. No es un libro que haya sido alabado por la
crítica de las revistas o separatas de los periódicos porque es muy fácil que
ni siquiera sepan de su existencia. Eso depende del departamento comercial. O
de la gestión personal. Su autor lo va presentando en los locales amigos, en
las localidades cercanas. Eso está bien. Pero, obviamente, hasta que sea
presentado aquí no podrá volar libremente. Porque lo que pase en Lorca debe ser
refrendado aquí, que esto, además de ser cátedra que tiene su categoría, es un
lugar de amistad y por eso se es bien recibido y lo que aquí se dice va a Roma.
Es posible que con más lectores se hable más de él. Así que no espero más y
digo que es un libro que se puede leer.
Lo de los libros me pirra. Hay en preparación en Lorca
un libro que contiene más de 300 fotografías sobre Semana Santa en el que
escribimos José Manuel Blecua, presidente de la Real Academia Española, que lo
presenta, María Arcas Campoy, Catedrática de Árabe en la Universidad de la
Laguna, que expone su opinión sobre los Desfiles, y quien les habla, que
pertenezco al monasterio o cenobio de Calabardina, lugar que siempre mira al
mar y he conseguido un escrito con lenguaje casi bíblico explicando las
procesiones de Lorca. Me he imaginado que el mar de Caladardina es como el mar
de Tiberíades y lo demás es añadidura. Las fotos, amigo Manuel Castiñeiras, son
de Alejo. Espero que si necesitas presentador para cuando quieras que vengan,
debes tener en cuenta, aunque es una broma porque os veo serios y yo ya lo
estuve bastante la semana pasada, que este libro necesita dos, uno solo para
las fotografías y otro que sitúe las procesiones en su contexto. Lo digo por si
sirve como excusa para venir.
Queridos amigos: les ruego que me perdonen este alejamiento
de mi misión, este inciso fotográfico, pero es un modo de comunicar una noticia
que me parece buena para Lorca y para donde haya un lorquino. No sabía cómo
hacerlo público y este ha sido, sin duda, el mejor lugar y modo.
Volviendo a lo que me ha traído hasta aquí, debo decir
que el caso literario de Lorca me tiene asombrado. Si cuentas los novelistas
que han habido en la ciudad, salen dos o tres muy menores cuya fama no ha
traspasado las paretas de San Diego, en todo el siglo XIX. Y en todo el siglo
pasado, sólo brillan medianamente Tomás de Aquino Arderíus y Sánchez-Fortún, reformista
y de derechas, con su novela localista En
tierra seca, y su hermano Joaquín Arderíus, prolijo novelista social,
comunista, presidente que fue del Socorro Rojo en Lorca, de donde se exilió en
México tras la guerra (in)civil, en la primera mitad del siglo XX, y José María
Castillo Navarro, premio Ciudad de Barcelona, en 1955, y feliz autor de Con la lengua fuera y El Niño de la flor en la boca. Y se
acabó. Ya están todos olvidados y parece ser que su literatura no interesa.
¿Quién los ha leído? Sólo son, en la actualidad, leídos por los especialistas,
objeto de congresos o de tesis doctorales.
Pero, el cuervo que viene a traerme el pan a mi
eremitorio me da noticias casi exactas y fidedignas del florecimiento cultural
de Lorca, cuando yo pensaba que era un erial. A mí, al menos, me lo parecía.
Por eso dejé de acudir a los lugares de cultura, me parecían templos sin luz y sin
dirigentes apropiados, o mejor, dirigentes inapropiados. Y no me refiero sólo a
la cultura oficial, que mejor esa que ninguna, porque siempre se les escapa
algo bueno y a eso es a lo que hay que ir. La caída de las Cajas de Ahorro se
ha llevado por delante sus actividades sociales. Ya estamos en el erial. Pero
ha florecido, casi espontáneamente por lo que me cuentan, un grupo de literatos
lorquinos que se agrupan bajo el anagrama Generación
L 21., que, ciertamente, no son producto de pos-posmodernismo por su
régimen temático y composicional. No sé si esto es correcto, pero ahora Manuel
Morales nos lo puede aclarar, si ustedes se lo preguntan o él se acuerda de
decirlo. Lo cierto es que todos publican y que, en Lorca, si quieres presentar
un libro debes ponerte a la cola, como me ha pasado para poder presentar el
libro de Amor Hernández. Esta señora lorquina es una doble trasplantada con el
páncreas y un riñón procedentes de aquella otra mujer lorquina que fue una
víctima del 11 de mayo de 2011 y su triste y malhadado terremoto. Para
presentar el libro, que cuenta brevemente su trágica experiencia, hemos de
esperar hasta el 10 de marzo. Eso habla de la cantidad de libros que se
presentan en Lorca. Todos no pueden venir a este santuario. Ya veremos si
traemos a esta mujer solidaria y una alegría sufriente. Es un ejemplo lúcido,
aunque no objeto de espectáculo.
Amigos, no se me ha olvidado a qué he venido y en ello
estoy. Es que, como vengo de tarde en tarde, os he de dar alguna siempre alguna
noticia, cultural o no, para que os sintáis orgullosos de vuestro pueblo y debo
interrumpir mi perorata, o disertación, o soliloquio. Lamento, pues,
distraeros. Y pido disculpas.
Para saber las cosas de Manuel Morales García que él
ha querido desvelar, sólo hay que leer la solapa de su libro. Militar en
retiro, dedicado a los demás, descubre su vocación literaria. Escribe un texto
sobre el terremoto de Lorca, se vende el libro, cuyo beneficio, creo, iría para
la Mesa Solidaria en donde terminaba el dinero donado, y eso lo anima para
escribir, para hacer realidad, una vieja idea que rondaba por su cabeza tiempo
ha. Los beneficios de este libro que presento, o lo que sea, van a parar a la
Cruz Roja. Se ve la bondad de la gente y también la profusión de publicaciones,
no sólo en Lorca, sino en Águilas y otras localidades cercanas, que quizá se
deba a la aparición de editoriales como la que ha amparado el libro de Manuel
Morales, Círculo Rojo, de aquí de
Almería, creo que de Roquetas de Mar o Aguadulce. O sea, se ha democratizado la
edición y eso hace aumentar el número de las publicaciones. Es una manera de
poder matar el gusanillo literario la posibilidad de la autoedición. Y el modo
de participar en un fenómeno cultural, libresco, que ha de ser considerado. No
sé si afecta a la cultura de masas (Ortega), a la cultura de los apocalípticos
e integrados (Umberto Eco), a la cultura de las criaturas del aire (Savater),
es decir, la del que se ocupa en contar historias que otros han contado porque
no sabe contarse -y escribir- su historia, o a la cultura de la confusión, como
denomina Daniel Innerarity a la situación creada por la cultura digital. Deberé
entretenerme en pensar en ello en los paseos del solitario que soy, a Dios
gracias. Así medito sobre estas cuestiones que ahora mismo son casi imposibles
de abarcar porque es necesario unificar una extensa serie de manifestaciones y
criterios. Manuel Morales, de momento, ya ha sabido contarse y escribir una
historia. Sólo necesita que las musas y el trabajo le ayuden a escribir nuevas
creaciones cuya letra debe tener su música. Hay que leer y reflexionar incluso
en la forma docta de escribir un relato.
Como lo que voy a hacer aquí es exponer mi pensamiento
y no voy a permitir salirme del tiesto, que tampoco hace falta, y no por mi
amistad con el autor, sino por mi forma de ser, sí quiero decir un par de cosas
para futura ocasión, porque sé de buena tinta que ya tiene a punto otra
publicación. Lo primero, y lo digo sólo como comentario, que no consejo, y
exposición de mi modo de entender la publicación, es que los paratexto que
acompañan al libro me parece que anuncian cuanto hay en el interior. Se ha
resumido muy bien la novela en lo que aparece en la contraportada. En sí, no
afecta mucho, o casi nada, a la lectura. Quizá para otros sea un aviso no tanto
para su lectura como para su venta. Pero si, en segundo lugar, al comienzo de
la novela aparece una Nota del Autor
en la que explica el origen de la novela, creo que se pierde algo de interés en
la lectura por la anticipación de cuanto después se comprueba en la novela. Es
un adelantamiento innecesario. Se podría haber puesto alguna otra cosa. O nada.
Es cuestión de no especificarlo todo, que todo sea novedad. Creo, como
filólogo, que la novela no necesita nada extra que ejemplifique o aclare lo que
constituye la trama ni su desarrollo. Esa labor corresponde al crítico. Y eso
se puede hacer desde un blog. Y seguimos así en la cultura digital.
Dicho esto, pienso que el libro está bien impreso, que
no existe error que dificulte la lectura y que está tratado con decoro. La
portada me parece algo convencional, pero se inscribe en lo que, según la
lectura de la imagen, sucede en esta orilla pensando en lo que ocurrirá en la
otra. Y como la lectura es cómoda, apenas me queda que decir sino que la lean,
que lean esta novela como igualmente leen otra u otras, que ustedes tienen
pinta de lectores. Los receptores del mensaje que hay en la novela son los que
más ayudan o pueden ayudar en el aumento de nuevos lectores porque son los que,
con el boca a boca, con su recomendación, pueden hacer que se lea un escrito
que se nos había pasado por alto. Ellos, en verdad, suelen ser también
críticos, eso sí, de una manera distinta que los profesionales o los profesores
lo son. Unos actúan según la filología, la crítica literaria. Quieren y buscan
si no cosas sofisticadas, sí usos doctos de la lengua, recursos en la
narración. Otros deliberan según sus gustos y preferencias. Quieren y buscan
cosas que los emocionen, que estén cerca de sus intereses, de sus fantasías, de
sus necesidades interiores, intelectuales. Es ya el novelista el que tiene que
elegir, o perfeccionarse, o profundizar en la técnica e innovar de este modo.
Pero eso es una dinámica personal que coincide con la visión crítica que se
tenga del escrito literario y de lo que se desea hacer con la escritura. Por
cierto, lo que no se puede hacer es escribir libros que ya están escritos,
aunque parezca una perogrullada. ¿A quién no le hubiera gustado escribir El Principito o Platero y yo? No hay que imitar nada, ni caer en la angustia de la
influencia, y eso es lo que hace Manuel Morales, que desarrolla su propio
pensamiento y hace lo que quería hacer: escribir. Además lo hace porque le
gusta y porque ahora no tiene los obstáculos que tenía cuando era un hombre en
activo.
Escribir una novela es sólo aplicar una fórmula
literaria: alguien dice algo a alguien. Es uno de los principios de la
lingüística: emisor g
mensaje g
receptor: una persona emite un mensaje a través de un medio que llega a un
receptor que posee el mismo código o conjunto de signo que el emisor, en un
mismo contexto. Claro que, si fuera o fuese tan sencillo, hasta yo habría
escrito esa novela que me ronda por la cabeza y que me resisto a escribir
porque esa sería mi yo y mi circunstancia biográfica. Y yo puedo escribir de mí,
pero no de los demás que sean yo. Manuel Morales no escribe de sí, ni de su
circunstancia, ni de su experiencia, ni de sus otros yo, sino de dos hechos
que, unidos, dan lugar a una narración, a un relato sencillo. Es un relato
exterior a sí mismo. Sencillo quiere decir que el autor no complica su
desarrollo con una sucesión de personajes casi innecesarios o cosas que
distraen del argumento, de lo que el autor quiere contar. Por eso, para ser
escritor, hay que ser contador, saber contar un cuento, una historia. Y
buscarle sus matices y sus concomitancias. Y meterse dentro de la historia y
dentro del escrito. Y esperar que el texto te pida que le añadas cosas, o le
acortes lo que no sirve para el fin propuesto. Es decir, que corrijas cuando el
libro ya haya dormido un tiempo en un cajón que sólo esperará que lo abras para
ponerte la historia en la mano de nuevo pero enriquecida.
Manuel Morales, según él mismo nos deja indicado en el
paratexto, de dos motivos sin conexión forma una historia con gran economía de medios.
Por un lado, existe un joven con cierta deficiente mental no muy profunda que
asiste a un bar de carretera. Por otro, una joven emigrante que va a ser la
protagonista de la historia. Dicha joven, Maribel, sufre el engaño habitual y
conocido de personas que viven de buscarle el infierno a otras. Las engatusan,
les prometen el oro y el moro, las envían a países como España, seguramente por
la igualdad del lenguaje y, cuando llegan al Dorado que buscaban, se encuentran
con que son unas meras prostitutas a las que van a despersonalizar y hacer que
toda su vida sigan siendo lo mismo, pues nunca acabarán de pagar su deuda o
caerán en manos de un chulo que les sacará todo el jugo, o sea, su dinero. Es
un drama. Es de una actualidad que ya no llama la atención porque constituye
una saturación increíble. No es la prostitución un tema de historia cultural,
sino una capacidad de representación de ideas reprimidas, un medio de ejecución
de fantasías eróticas, un sistema de comportamiento sexual o una necesidad.
Manuel Morales no lo plantea, pero deja señales para que lo deduzca el autor.
Manuel Morales no entra en la parte social del
problema ni tampoco pretende denunciar una trata de blancas o la
comercialización de los cuerpos o la pérdida de la libertad mediante malos
tratos. Todo esto forma parte del relato, es un elemento principal en la trama,
pero también su suposición. Aparece también la vesania de las dueñas de los
puticlubs que, mediante la violencia que ejercen sus matones, esclavizan e
incluso hacen desaparecer a las pobres ingenuas que se creen los cuentos de
hadas que les cuentan quienes, al final, van a ser sus captores, quienes
permitan su deterioro, su infierno, y posiblemente su asesinato. Pero ese deseo
de salir de la miseria, de la pobreza, de la violación, de una vida cifrada en
ser hembra de varón o varones y parir hijos como si fuera un animal más del
género femenino. Lo peor de todo, según la lectura, es que ellas vean como
normal su vida de puta o su puta vida. En este escrito no sucede eso.
Pero, a su llegada a España, la gente es considerada
con Maribel, una Maribel que no parece provenir de un país tercermundista
porque su formación, su manera de entender y razonar parece de gente de mayor preparación.
De todos modos, para evitar violencia en su contra, al final, ejerce su nuevo
oficio, sin que sepamos nunca su opinión sobre esa su nueva situación. No le
escuchamos ni una queja. Hay como una esperanza de lucha para salir de ese
marasmo, aun a costa de sí misma, aun pagando un precio excesivo, siempre menos
malo que la existencia que lleva. Bien es verdad que consigue unir o al menos que
congenie y colabore el grupo de mujeres en su misma situación, lo que le
conducirá a su liberación no sin afrontar peligros de muerte y ser ayudada por
un policía pero de manera casi fortuita. Eso mantiene la tensión narrativa y
casi se piensa que, cuando llegue, ya no va a haber solución.
Desde el comienzo, se da el lector cuenta de la bondad
de estas mujeres compañeras de Maribel que se han visto abocadas a la
prostitución o de las que ya la ejercen. Son casi nobles, están conformadas así
por la vida, pero tienen un elemento en común: todas quieren dejar el oficio
más viejo del mundo. Unas porque tienen un hijo a quien, o no conocen, o no quieren que sepa la historia de
la madre y lo mantienen alejado; otras porque han sido víctimas de un engaño y
no pueden regresar por no poder simplemente, por estar viviendo como esclavas,
por no permitírsele salir. No pueden escapar de su infierno diario e ir más
allá, al otro lado. No creo que se trate de una novela moralista, pero todos
los personajes son buenos, es decir, son buenos los que tienen que serlo, los
marginados, los engañados, y malos la dueña del garito y sus sicarios. Es más,
por ayudar a Maribel hay quien se pone en peligro de muerte. No hay un deseo manifiesto
de moralizar, pero sí se trata de una novela de buenas y malas. Eso no quiere
decir que los personajes no tengan consistencia, sino que son planos, no
guardan recovecos, no encierran grandes problemas sicológicos, no manifiestan
complejidades caracteriales difíciles. Son sólo personas humanas en un mundo no
muy humano, al contrario, un mundo que únicamente les ha mostrado la cara sucia
de la vida y han sido víctimas innecesarias y sin culpa de la misma maldad
existencial.
Maribel era muy observadora y poseía buen carácter. Se
da cuenta de que un joven al que se le notaba un defecto o minusvalía mental
entraba periódicamente en el bar y preguntaba por una chica determinada. No
estaba y Maribel se le acerca para preguntarle. Desde este encuentro, en el
joven debe producirse un enamoramiento y deja de preguntar por la otra y de
adquirir los servicios de ninguna meretriz. Sólo busca a Maribel y sólo quiere
hablar con ella.
Intrigado por la ausencia de la joven que atendía al
desvalido, entra en el bar otro hombre que resulta ser hermano del anterior y
el que lo llevaba al puticlub, para preguntar por ella a la dueña del tugurio.
Ello lleva a la dueña, dado que se da cuenta de las miradas que le dirigía a
Maribel, a pensar en que aquella situación le podía hacer daño. Porque la dueña
sabía que él era policía y pensaba que podían investigarla. Y la cosa comienza
a complicarse. La prudencia me lleva a no explicar más el argumento. La
ausencia de Maribel es la que precipita el final. Me resisto a contarlo. En
alguna que otra ocasión, he ido a presentar un libro y no he dicho dos palabras
sobre el mismo porque, si se hablaba de él, se ponía al descubierto muchas
cosas del mismo. Y, para leer un libro, sólo hace falta saber que existe,
cogerlo y ponerse con él, dale que te pego. Si el libro gusta, se sigue con su
lectura. Y si no, se deja en la repisa de cualquier lugar. Y ya está. Hay una
bella costumbre más lejos de Calabadina, más allá de la otra orilla, por la que
se abandonan libros ya leídos en cualquier lugar, un banco de un parque, en la
estación de autobuses o del tren, en una mesa de una cafetería, para que otra
persona, lo coja, lo lea y le deje en cualquier otra parte para que se repita
la historia. Seguro, seguro, que a alguien le vendrá bien.
Y es que quiero añadir que cada libro tiene su lector.
Ya he citado dos que me agradan y que cumplen ya los cien años. Platero y yo y El principito. Pero si yo digo que el libro que más me emociona,
gusta y, como se dice ahora, más me pone, es La muerte de Virgilio, de Herman Broch, puedo originar un
cataclismo si el posible lector no tiene mis condicionantes o no es lector de
libros de culto, como este. Porque si yo lo recomiendo vivamente, como puedo
hacer con esta novela, y les incito a su lectura, como puedo hacer con esta
novela, me puedo encontrar con que algunos maldecirán mi consejo porque su
nivel de lectura, ojo, su nivel de lectura, no su nivel mental, que es
distinto, y sus gustos literarios no son idóneos para este tipo de novela
intelectual, sumamente intelectual, porque resume el mundo cultural de Europa
antes de la segunda guerra mundial y otras connotaciones culturales que hay que
tener en cuenta, como la aparición del arte de postguerra. Es un tipo de novela
que no les va. No todos saben leer La
divina comedia, resumen de toda la cultura de su tiempo. Cuando pase esto,
no se lee y ya está. Como puede suceder con esta novela por otras razones. En
primer lugar porque no les guste la novela realista. No le voy a imponer a
nadie su lectura. Pero sí voy a decir que es una novela que se puede leer y que
si se lee no pasa nada. Bueno, sí, el lector ha crecido en su interior
ingenuamente. Podremos juzgar si, como me parece a mí, los personajes son
excesivamente puros, excesivamente buenos, si en el ambiente debía de haber
habido más violencia, si es lógico que una mujer, aunque sea prostituta a la
fuerza, puede pasar por un lugar y experiencia así y conservar una dulzura
interior que es uno de sus atractivos.
Tengo también que decir, antes de que se me olvide,
que la ilación entre los personajes y sus hechos es conforme y no
distorsionada. Y que todo cuanto sucede obedece a una situación que se puede
dar en la realidad, se da demasiadas veces para mi gusto, y que es verosímil.
Pero también puede pasar que a otros lectores les guste por lo que yo estoy
viendo de otro modo, precisamente por su limpieza, por su nulo erotismo, por no
existir descripción grosera de un ambiente sórdido. Son tantos los factores
que, vuelvo a decirlo, hay que hacer recetas individuales. Yo sólo estoy aquí
para presentaros a Manuel Morales, por si alguno no lo conocía, para invitarlo a
nuestra ingesta de colesterol, que el vino sólo en un líquido benefactor, y
deciros que Manuel ha escrito un libro que merece la pena leerlo y que ha
deseado que se presente ante ustedes porque sabe de la categoría del lugar y de
las personas que aquí se reúnen. Manuel no va coleccionando lugares de
presentación. Quizá se haya dejado llevar del deseo de estar aquí, si es que no
se ha visto algo empujado por nosotros sus amigos, porque conoce que esto es
pequeño en cabida y no son muchos los que se dejan atraer por el colesterol en
forma de tocino y los libros realistas. Pero todo se andará. Quizá, de ahora en
adelante, habrá que organizar reuniones de lectura y comida al mismo tiempo, y
así mezclar lo terrenal con lo celestial.
Ya hemos comentado que una novela debe considerarse
como un ejercicio en el que alguien dice algo a alguien. Ya hemos conocido al
Manuel Morales, su autor. Cuando lo leamos ya será algo más cercano, porque lo
hemos visto, oído, entendido su sencillez y comprendido sus argumentos. Le
podemos preguntar por sus motivaciones para ser escritor. También hemos
contado, hasta donde hemos podido o entendido que podíamos llegar, ocultando el
final, el argumento de la novela. También hemos hablado de las innúmeras
posturas del lector y de que el hecho de leer o no una novela, de que nos guste
o no, no quiere decir que sea mala o buena, sino de que quizá no seamos los
lectores adecuados o de que esa novela no sea la nuestra. También hemos
cumplido con nuestro deber de decir que sí, que deben leerla. Ustedes hagan lo
que crean conveniente, lo que les dé la gana, que ya son mayores y tienen
juicio propio.
Pero queda alguna que otra consideración. Toda novela
tiene un espacio y un tiempo. Allá en la
otra orilla comienza en Bolivia, se desarrolla en un escenario poco
propicio, un prostíbulo, y concluye en un viaje de retorno hacia los orígenes
de Maribel. Nada nos dice cómo es su llegada, pero es suficiente ese final. Es
un final cerrado, no hay otras opciones. Pero la novela no concluye ahí.
Nuestra imaginación puede pensar en los acontecimientos de la llegada, de los
sentimientos de la protagonista, de su inserción en su antigua vida, en las cicatrices
de lo sucedido en España. La imaginación es libre, vuela, y, con ella, el
lector completa la novela que ya ha hecho suya. Es lo que Umberto Eco
consideraba como opera apera, obra
abierta, obra de la que se apodera el lector y crea una nueva narración. El
tiempo viene a estar marcado con el título de cada capítulo.
Es esta, la de Manuel Morales, una novela a leer sin
prejuicios. Se podría creer que los sucesos y vidas que cuenta son
insignificantes si no fuera por detalles, por la no pérdida de la compostura en
Maribel. Quizá se eche de menos una mayor ficcionalización textual y una
reflexión sobre la forma, es decir, una apertura hacia nuevas direcciones que
son las que esperamos en su nueva novela. Para ser este un primer acercamiento
al género podemos darnos por satisfechos. Situado Manuel Morales García en la
línea narrativa tradicional y con un argumento puramente realista y casi
convencional, su novela posee un significado unidireccional que evita la
desolación que podría haber producido el tema.
Si me dedicara a ensalzar la novela descaradamente, mi
lenguaje sonaría fatuo, tan arrogante que quizá no fuese creído mi dictamen:
esta novela encuentra sentido en sí misma. En ella no hay identidades
mezcladas. No es la voz de los marginados, sino la historia particular de una
emigración pervertida. Manuel Morales debe creer en su capacidad de penetración
en el público para el que la novela, su novela, su canto a la esperanza y la
catarsis que libera al escritor de sus demonios particulares es un ejercicio
literario percibido como testigo de una situación no simbólica por realista. El
que no exista un hecho excepcional sólo quiere decir que la épica de la novela
impide la tragedia individual o colectiva. Pero tampoco es la crónica de lo
anodino normalizado. Es una tonalidad buena, bondadosa, que trasciende y no admite
el gesto de ser obsceno. Aunque quizá todo sea así por haber huido del
moralismo como postura trascendente. Esta novela es un acto de modestia, pero
ese mismo signo no debe hacerle bajar la guardia porque nuevas oportunidades le
esperan y es necesario que las aproveche. En caso contrario, para nada sirve un
acto como este que acaba de terminar. Manuel Morales se ha permitido un
comentario sobre el mundo en el que vive, sobre una situación equivocada de ese
mundo. En realidad, como escribe Rodrigo Fresán, ese mundo está lleno de
heridas en las que meter la mano. Esos seres indefensos, como las prostitutas
que novela Manuel Morales, lo único que ansían es vivir al más libre de los
aires. Es una focalizacion exterior, un modo de alejarse para comprender mejor
el mundo. Quizá, por todo ello, el novelista nos ha mostrado un bondadoso
estoicismo en el que nos ha mostrado la solidaridad de gente magullada de los
golpes bajos que, sin necesidad, la vida les ha propinado. Porque, aquí, el
final es una pregunta lanzada como un grito, que bien podría haberse hecho
Maribel: ¿por qué me ha pasado esto? ¿qué he hecho para que me pase a mí? La
respuesta puede ser duramente destructiva. Así que, mejor, cada uno se la
conteste tras la lectura de esta novela silenciosa. Y, mejor, aún, tras beberse
un buen vaso de buen vino.
José Luis Molina
Calabardina, 21 febrero 2014
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