ELEGÍA
¿Quién puede
impedir, amigo de siempre,
un
llanto reiteradamente reprimido,
mientras tú
yaciente en tu féretro?
¿Quién va a
prohibir el canto fúnebre
como música
de tu homenaje? ¿Quien,
con
motivo de tu tránsito, no ansía
lamentar la
ausencia de tu imagen
acostumbrada?
¿Por qué no apaciguar
el silencio
y susurrar un salmo sin otra
luz que la
por nuestros ojos prestada?
Nadie
estableció como protocolo
severa
mirada compungida:
¿no había
bastante con el día
tristemente adusto?
Cada uno
sentía a su
manera el paso uniforme
de aquel
responso de morado
ritual.
Vuestros ojos eran ya,
y los nuestros,
ínclita
fuente seca de tanta antífona
compungida:
In paradisum deducant te angeli.
¿Quién que
sea hombre, Sera,
de su
cumplimiento duda?
Tú,
entonces, iniciabas tu camino
embarrado
pues te
envolvió la lluvia durante
tu deceso:
bastante tristeza traía el día.
¿Cómo iba yo
a reflexionar
sobre el
hombre,
sobre la
ruina del hombre
que nos
decía Castillo-Navarro
como si
fuese, en verdad, feliz
frase de
León Hebreo?
¿Quién de rostro taciturno?
Ya no era hora de llanto.
Por eso, he
decidido hace nada,
después de
acompañarte en tu sepelio,
no
profundizar, Sera,
en nuestra
pequeña esencia tan compleja,
no crispar el
día que sigue sin ti,
mi amigo
inolvidable,
no mostrar
el enojo que me invade.
El consuelo
de mi afecto es cuanto trato de
ofrecer a tu
familia y cuatro pensamientos
deslavazados
que nos alivien de tu éxodo:
ahora ya no
puedo decirte nada porque
no me acude
la voz y tu palabra no me llega.
Pero, como
otras veces, como cuando venía
de Cabarna,
donde la soledad y el silencio,
y nos
poníamos al día de las cosas sucedidas,
te voy a
comentar algún que otro lúcido
sentimiento
nunca aflorado en nuestras
conversaciones
porque no hacía falta.
Escucha,
Sera,
pienso en
Garcilaso, pienso en Aldana.
Murieron en
la batalla. Pienso en todos
los hombres
que fueron sin sucumbir
aparentemente.
Lo hicieron, Serafín,
lo hicisteis
ahondando
en el
sufrimiento para prepararos
una llegada
luminosa. Caísteis en la
tierra
antigua que os vio nacer, que
contempló el
vaivén de la vida sin fin,
porque
eterna es la vida del hombre
sobre la
tierra que será nuestro cobijo.
¿Qué otro
ser material nos da
claustro
eterno y nos olvida?
Allí ocupó
su lugar la fortaleza mítica
hasta que el
vendaval sacudió su faz
y las
almenas cayeron al verde prado
de las
fuerzas militares. Allí perecieron
también los
hombres que movían
las armas de
la guerra, y los que oraban
esperando su
regreso nunca producido.
Con el paso
del viento, todo fue cayendo
en el olvido
y una nada se apropió de la luz.
Por un lugar
de estos te buscaré cuando
mi tránsito
sea dejando mis libros
en el
sarcófago que es su estantería.
Por eso
sabré de mi
muerte: no los habré conmigo.
Pero también
quedará aquí todo lo que
te has
dejado sin saber que ibas al lugar
de la vida
eterna tras la muerte.
Entonces
regresaremos a la tertulia.
******
Sabia, la
naturaleza invade su terreno
con
trepadoras plantas y restos ambiguos
arrojados al
vertedero por los hombres
de los
dichosos tiempos aquellos ya pasados.
Si escombros
sobre las ruinas depositan
y el
deterioro se adueña de la explanada,
desaparecen
los vestigios. ¿Quién sabrá
el lugar de
la derrota del cuerpo? ¿Quién
siguió el
camino del caballo de crines
abundosas y
trenzadas a lo largo del
cuello
veloz? Antes que el viento,
llegará el
ansia del suspiro, el breve
silencio de
la despedida imposible.
¿Cómo
conoceré
tu último
lugar sin cuerpo?
Han sido ya
recuperados
cascotes,
que serán
reliquias,
por la vieja
madre tierra
y escondidos
permanecen hasta un nuevo
tiempo:
entonces, la ruina será un culto
pensamiento,
una ponderación de los
huesos
habituados a la cripta.
Así es la
quietud en que permanece
tras
cumplir con
su destino de edificio
y renovar su
belleza al ser ruina
restaurada
sin cenizas y sin hierbas.
Silencio,
soledad, silvestre espacio,
oscuro sueño
despierto: la mirada
sucumbe en
la meditación de su estética.
No son dolor
ni tampoco espejo
de la nada.
Por eso, el hombre, vivida
su humana
eternidad, será prontamente
hueso frío
que no tendrá la gracia
de la ruina.
Sólo habitará como pasado.
¿Te ves
reflejado en ella?
Si no te ha
atraído ese desplomado
monumento desde
antaño dormido,
si no te
ves, Sera, en el anfiteatro
antiguo
donde pisamos aquella
piedra caída
de perfecta complexión,
yacente
ahora, sólo conservarás una
historia
reflejando el estado del poeta:
también por
él pasan los años
y también es
la representación teatral
de su
existencia.
Melancólico
estado:
la
fascinación pintoresca envuelve
la estancia
que observó su erección
sobre el
vacío espacio altivo
y su olvido
cubierto por la incuria
del tiempo
que esconde
cuanto el sueño
invade y
oculta
a la vista
de los mortales.
Una
circunstancia convierte
en hallazgo
cuanto era
habitáculo
de los dioses,
cuanto
parece secreto silencio.
******
Yace el
hombre en la cripta de su óbito,
yace el
roble astillado en la ladera que
deterioró el
tiempo y el agua descombró
hasta que
apareció la oquedad cenicienta
donde se
ubicó su rostro hasta que el cuerpo
a la tierra
regresó hecho monumento,
hecho
olvido, siglos de soledad, inmerso
el verbo
sumiso en la contemplación
ensimismada
de la esencia, antes de que
el ángel
dirija su trompeta, su címbalo,
su incienso
sobre la oración de la nueva
patria que
habrá tras la resurrección
del
intelecto sublime que gozará la noble
transformación
de la ceniza, podrida años
en el afloramiento
de los recitados. Así se
entiende la
cadencia, comprende el canto
encendido,
lleno de triste armonía de la tuba
tonante
sobre las otras ruinas elevadas por
encima del
Cordero que erige la memoria
perdida del
hombre que fue roble astillado
en la ladera
que deformó el tiempo
y los juegos
de los niños
ignorantes de aquel episodio.
******
Ya no hace
falta buscar la luz porque
luz es el
lugar habitable en el encuentro
de toda
novedad candorosa, todo ya única
y sólida
convivencia sin lágrimas de temblor,
sin
capacidad de sortear aquellas que fueron
ruinas,
roble abatido, súbito desmayo sin
que nadie
pueda explicar qué fue. Todo
cuanto dejó
de existir en un tris es ya luz,
es ya
espacio abovedado, claustro sincero,
oración de
agua que mana desde la fuente.
Allí ya no
hay dolor, ni rostro a desvelar.
Allí no
entra la maldad vencida cuando
la muerte
nos visitó e impuso un silencio
solitario
para redimir cuanto antes fue
irreparable.
El roble es luz sin altura,
sin vibraciones,
sin agua que horade la base
ajardinada y
sin biografía que contemplar,
ni poema que
escribir. No tengo palabras
para
explicar lo que no se conoce, la
resurrección
de la ruina y el monumento
que forma en
la nueva gloria habitada.
Ya no sé de
qué puedo hablarte más
si el
silencio es la mejor oración,
si la
inmersión de la voz
canta la más
viva melodía tonal.
Siempre hay
muertes dolorosas.
Como la
tuya.
Siempre hay
recuerdos encendidos.
Como los
míos.
Hasta que me
vaya al lugar
que ocupan
las ruinas que serán paz y luz
cuando se
inicie el cantar de los cantares.
Así seremos
muerte y ruina hasta que
el tiempo
sea eterno y la luz perenne,
sobre todo a
la caída de la tarde:
como cuando
estábamos en Lorca
y el corazón
volaba como una paloma azul.
Mejor aún: era
una paloma azul.