martes, 20 de diciembre de 2016

EN LA MUERTE DE MI AMIGO SERAFÍN PIÑEIRO MARTÍNEZ (1950 - 2016)









Escultura en la catedral de Cuenca






Fallecido en Murcia el día 18, sobre las 7 de la mañana,  fue enterrado en Lorca el día 19 de diciembre de 2016. Este poema fue escrito entre los días 19 y 21 de este mismo mes y año, sufriendo diversas transformaciones hasta alcanzar su forma definitiva para su publicación que le damos hoy, día 24.

                            ELEGÍA

¿Quién puede impedir, amigo de siempre,
un llanto reiteradamente reprimido,
mientras tú yaciente en tu féretro?
¿Quién va a prohibir el canto fúnebre
como música de tu homenaje? ¿Quien,
con motivo de tu tránsito, no ansía
lamentar la ausencia de tu imagen
acostumbrada? ¿Por qué no apaciguar
el silencio y susurrar un salmo sin otra
luz que la por nuestros ojos prestada?
Nadie estableció como protocolo
severa mirada compungida:
¿no había bastante con el día
tristemente adusto? Cada uno
sentía a su manera el paso uniforme
de aquel responso de morado
ritual. Vuestros ojos eran ya,
y los nuestros,
ínclita fuente seca de tanta antífona
compungida:
In paradisum deducant te angeli.
¿Quién que sea hombre, Sera,
de su cumplimiento duda?

Tú, entonces, iniciabas tu camino
embarrado
pues te envolvió la lluvia durante
tu deceso: bastante tristeza traía el día.
¿Cómo iba yo a reflexionar
sobre el hombre,
sobre la ruina del hombre
que nos decía Castillo-Navarro
como si fuese, en verdad, feliz
frase de León Hebreo?
¿Quién de rostro taciturno?
Ya no era hora de llanto.
Por eso, he decidido hace nada,
después de acompañarte en tu sepelio,
no profundizar, Sera,
en nuestra pequeña esencia tan compleja,
no crispar el día que sigue sin ti,
mi amigo inolvidable,
no mostrar el enojo que me invade.
El consuelo de mi afecto es cuanto trato de
ofrecer a tu familia y cuatro pensamientos
deslavazados que nos alivien de tu éxodo:
ahora ya no puedo decirte nada porque
no me acude la voz y tu palabra no me llega.
Pero, como otras veces, como cuando venía
de Cabarna, donde la soledad y el silencio,
y nos poníamos al día de las cosas sucedidas,
te voy a comentar algún que otro lúcido
sentimiento nunca aflorado en nuestras
conversaciones porque no hacía falta.

Escucha, Sera,
pienso en Garcilaso, pienso en Aldana.
Murieron en la batalla. Pienso en todos
los hombres que fueron sin sucumbir
aparentemente. Lo hicieron, Serafín,
lo hicisteis ahondando
en el sufrimiento para prepararos
una llegada luminosa. Caísteis en la
tierra antigua que os vio nacer, que
contempló el vaivén de la vida sin fin,
porque eterna es la vida del hombre
sobre la tierra que será nuestro cobijo.
¿Qué otro ser material nos da
claustro eterno y nos olvida?

Allí ocupó su lugar la fortaleza mítica
hasta que el vendaval sacudió su faz
y las almenas cayeron al verde prado
de las fuerzas militares. Allí perecieron
también los hombres que movían
las armas de la guerra, y los que oraban
esperando su regreso nunca producido.
Con el paso del viento, todo fue cayendo
en el olvido y una nada se apropió de la luz.
Por un lugar de estos te buscaré cuando
mi tránsito sea dejando mis libros
en el sarcófago que es su estantería.
Por eso
sabré de mi muerte: no los habré conmigo.
Pero también quedará aquí todo lo que
te has dejado sin saber que ibas al lugar
de la vida eterna tras la muerte.
Entonces regresaremos a la tertulia.

                        ******
Sabia, la naturaleza invade su terreno
con trepadoras plantas y restos ambiguos
arrojados al vertedero por los hombres
de los dichosos tiempos aquellos ya pasados.
Si escombros sobre las ruinas depositan
y el deterioro se adueña de la explanada,
desaparecen los vestigios. ¿Quién sabrá
el lugar de la derrota del cuerpo? ¿Quién
siguió el camino del caballo de crines
abundosas y trenzadas a lo largo del
cuello veloz? Antes que el viento,
llegará el ansia del suspiro, el breve
silencio de la despedida imposible.
¿Cómo conoceré
tu último lugar sin cuerpo?

Han sido ya
recuperados cascotes,
que serán reliquias,
por la vieja madre tierra
y escondidos permanecen hasta un nuevo
tiempo: entonces, la ruina será un culto
pensamiento, una ponderación de los
huesos habituados a la cripta.

Así es la quietud en que permanece
tras
cumplir con su destino de edificio
y renovar su belleza al ser ruina
restaurada sin cenizas y sin hierbas.

Silencio, soledad, silvestre espacio,
oscuro sueño despierto: la mirada
sucumbe en la meditación de su estética.

No son dolor ni tampoco espejo
de la nada. Por eso, el hombre, vivida
su humana eternidad, será prontamente
hueso frío que no tendrá la gracia
de la ruina. Sólo habitará como pasado.

¿Te ves reflejado en ella?
Si no te ha atraído ese desplomado
monumento desde antaño dormido,
si no te ves, Sera, en el anfiteatro
antiguo donde pisamos aquella
piedra caída de perfecta complexión,
yacente ahora, sólo conservarás una
historia reflejando el estado del poeta:
también por él pasan los años
y también es la representación teatral
de su existencia.

Melancólico estado:
la fascinación pintoresca envuelve
la estancia que observó su erección
sobre el vacío espacio altivo
y su olvido cubierto por la incuria
del tiempo
que esconde cuanto el sueño
invade y oculta
a la vista de los mortales.
Una circunstancia convierte
en hallazgo cuanto era
habitáculo de los dioses,
cuanto parece secreto silencio.

                        ******
Yace el hombre en la cripta de su óbito,
yace el roble astillado en la ladera que
deterioró el tiempo y el agua descombró
hasta que apareció la oquedad cenicienta
donde se ubicó su rostro hasta que el cuerpo
a la tierra regresó hecho monumento,
hecho olvido, siglos de soledad, inmerso
el verbo sumiso en la contemplación
ensimismada de la esencia, antes de que
el ángel dirija su trompeta, su címbalo,
su incienso sobre la oración de la nueva
patria que habrá tras la resurrección
del intelecto sublime que gozará la noble
transformación de la ceniza, podrida años
en el afloramiento de los recitados. Así se
entiende la cadencia, comprende el canto
encendido, lleno de triste armonía de la tuba
tonante sobre las otras ruinas elevadas por
encima del Cordero que erige la memoria
perdida del hombre que fue roble astillado
en la ladera que deformó el tiempo
y los juegos
de los niños ignorantes de aquel episodio.

                        ******
Ya no hace falta buscar la luz porque
luz es el lugar habitable en el encuentro
de toda novedad candorosa, todo ya única
y sólida convivencia sin lágrimas de temblor,
sin capacidad de sortear aquellas que fueron
ruinas, roble abatido, súbito desmayo sin
que nadie pueda explicar qué fue. Todo
cuanto dejó de existir en un tris es ya luz,
es ya espacio abovedado, claustro sincero,
oración de agua que mana desde la fuente.
Allí ya no hay dolor, ni rostro a desvelar.
Allí no entra la maldad vencida cuando
la muerte nos visitó e impuso un silencio
solitario para redimir cuanto antes fue
irreparable. El roble es luz sin altura,
sin vibraciones, sin agua que horade la base
ajardinada y sin biografía que contemplar,
ni poema que escribir. No tengo palabras
para explicar lo que no se conoce, la
resurrección de la ruina y el monumento
que forma en la nueva gloria habitada.

Ya no sé de qué puedo hablarte más
si el silencio es la mejor oración,
si la inmersión de la voz
canta la más viva melodía tonal.

Siempre hay muertes dolorosas.
Como la tuya.
Siempre hay recuerdos encendidos.
Como los míos.
Hasta que me vaya al lugar
que ocupan las ruinas que serán paz y luz
cuando se inicie el cantar de los cantares.
Así seremos muerte y ruina hasta que
el tiempo sea eterno y la luz perenne,
sobre todo a la caída de la tarde:
como cuando estábamos en Lorca
y el corazón volaba como una paloma azul.
Mejor aún: era una paloma azul.

José Luis Molina
18 - 24 diciembre 2016



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