jueves, 8 de septiembre de 2011

LA LIBRERÍA







ELLA es Penelope Fitzgerald (1916-2000). Y La librería (The Bookshop) una novela suya publicada en Inglaterra en 1978. Apareció tardíamente, en marzo del año pasado en España, traducción de Ana Bustelo, en la Editorial Impedimenta. En agosto iba por la sexta edición. Seguramente la compré en abril de este año de gracia de 2011. Comencé a leerla, pero la dejé porque me iba más concluir un trabajo sobre el poeta Eliodoro. Acabada dicha ocupación y pasado el rigor del verano, o sea, su sudor asqueroso y repugnante, los gritos de la gente y esos comportamientos escasamente cívicos, anoche volví a cogerla y me la cargué de un tirón. Y decidí hablar de ella porque relata una experiencia humana que es bastante común y es posible que a más de uno le haya sucedido. La novela cuenta cómo una señora mayor desea montar, y monta, una librería en un pueblecito, Hardborough, que había carecido siempre de una. Sitúa la acción en el año 1959. El que haya vivido en Lorca por esos años, que piense en ella como lugar en el que se desarrolla la acción. Me refiero en cuanto a mentalidad victoriana y beatona. Viene todo esto a alterar la plácida vida pueblerina que prefiere no ver a mirar. Es, pues, una tranquila narración pues todo marcha viento en popa. Ello me animaba a proseguir su lectura porque parecía que no pasaba nada. Pero, cuando todo parece sonreír a la protagonista, se encuentra con que su negocio ha desaparecido y que todos los que parecían ayudarle han sido precisamente los encargados de hundirla, desde su dependienta hasta el banco, pasando por el fontanero. Todo como consecuencia del poder acumulado por una influyente señora a la que se enfrentó casi sin ninguna necesidad. 
- ¿Por qué lo hizo? -le preguntó a Milo- ¿Alguien le pidió que lo hiciera?
- Me lo pidieron con cierta insistencia, y me pareció lo más sencillo.
Milo es quien le proporciona la famosa Lolita, para que comprara ejemplares porque le iba a dar mucho dinero ya que iba a vender muchos libros. Pero le ocultó, que ese iba a ser su fin. La novela no deja de ser polémica y, por supuesto, su decisión también.
Es decir, en un momento dado, según se conjure una organización, movimiento asambleario, club, cosa religiosa o política, te pueden dejar con el culo al aire. Un comerciante tiene determinados ingresos y vive de su trabajo. Pero, por una decisión interna y secreta, nunca dada, sino sutilmente llevada de boca en boca, consigue que gente que iba a comprar deje de hacerlo y así hasta verse obligado a cerrar por falta de clientes. En otras ocasiones, piden comisiones o ayudas para lo más peregrino. Si te niegas, ya sabes. Algo de eso hay en la experiencia de cada uno. Y el que no supiera o supiese eso lo puede aprender leyendo esta novela. La engañan. Ella no vendía literatura, no sabía nada de eso, sino libros, era una comerciante, hasta que uno de los que ayudan a echarla, Milo, le sugiere que venda la célebre Lolita de Navokov, impelido a su vez, como ya hemos leído, por otro. Ella no lee la novela, sino que la da a leer a otro traidor que le da el visto bueno sabiendo -intuyendo, adivinando- lo que iba a pasar. Todo es aún censura, todo es aún estructura de poder, se base en lo que se base. Aunque sea en la información. Es una novela ni cara ni extensa, de la que se puede extraer una conclusión: NO TENER ÉXITO EN ALGO ES FALLAR EN TODO.


Un buen libro es la preciosa savia del alma de un maestro, embalsamada y atesorada intencionadamente para una vida más allá de la vida.






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