lunes, 26 de marzo de 2012

LO PROMETIDO ES DEUDA, ERALUCANA, QUE AHORA SALDO

 

Intérpretes de CESARIÓN, Rafael Sánchez Campoy
EXCURSO
Si escribo ocurrentemente con tinta morada, no se debe a la cercanía de la Semana Santa -attendite et videte si est dolor sicut dolor meus- sino al sufrimiento que produce expresar, recoger, difundir, comentar, dar a conocer el acto creativo personal y participar con los lectores en la resolución de un complejo recurso íntimo -estilo- que, en definitiva, es una definición del escritor, mía en este caso.


Eralucana, amigo selecto, me explicó en un email (...me dispongo a redactar estas notas. No sin antes echar un vistazo por tus ventanas (blogs le llaman ahora): "La cola de la Cala" y "La calle tranquila". Y como veo en ellas cierto ajetreo reciente, deduzco que todo está bien. Y que tienes esa excitación necesaria para la creación y la labor investigadora. Supongo que se rompen ciertos ritmos y se crea ese desequilibrio que hace falta para estar en vena. Y hablando de ritmos, no sé por qué, pero siempre he valorado más el ritmo de tu prosa (ya sea ensayo o creación) que el de tu poesía. En tus poemas no soy capaz, como lector, de disfrutar de los acordes del verso. Es una asignatura que tengo que aprobar: supongo que a fuerza de probar y probar) cuál era su postura ante mi escrito. Me dejó algo perplejo pues

"Yo, que siempre trabajo y me desvelo
por parecer que tengo de poeta
la gracia que no quiso darme el cielo...",

entendía que la cosa iba por otro derrotero, y que, aún sabiendo de su dificultad, la de mi poesía, era más o menos cualquier cosa menos falta de ritmo. Incluso pensé en que obedecía a mi especial semántica, a mi facundia expresiva, a mi ascendencia clásica. Le prometí contestarle y ahora lo hago.

DISCURSO
Dicen los teóricos y quienes lo han experimentado que la poesía debe (ha de) despertar emoción (parece una cierta obligación, algo impuesto). Pienso que es un resto no extirpado de la Preceptiva Literaria, pero de seguir por ahí, la discusión sería eterna, al menos hasta el día de mi óbito. No lo quiero poner en duda. Pero también es verdad que no es lo mismo escribirla que leerla. Sobre todo, por la composición de elementos, dado que está presente el acento, la rima, la sinalefa, diéresis y sinéresis, la metáfora y otras figuras literarias de igual modo y otras suertes aleatorias que definen el acto creativo, cuando uno ya está a gusto en él y sucede como si quisiese jugar con la disposición de los versos, de modo que creen cierto dibujo sígnico, cierta complicidad, cierto marco esotérico, es decir, misterioso. El marco del que se dota al poema es importante, como lo es la lectura comprensiva y más tarde la lectura poética, o sea, aquella que, descifrada la estructura del poema y admitida como acto de comprensión, permite que la palabra se haga y comparezca, se sienta y se asimile junto a todo lo demás, sabiéndose protagonista. Los detalles afectivos los pone quien se sienta tocado por novedoso placer (¿espiritual?) de un palabreo estético.

Cuando yo leo, trato de identificarme con lo que el poeta dice, escribe, tras una noble lucha por hallar las palabras precisas que engloben cuanto el poeta quiere expresar: la totalidad del universo, la cercanía de lo absoluto, la vibración de la generosidad. No es que no me fije en esa emoción, ni en la cadena de imágenes que provoca el uso de esas palabras, sino que me detengo en las palabras mismas, no sólo en su significado, sino en su cadencia, su personalidad, su manera de estar, su musicalidad -¿será el ritmo que echa de menos Eralucana?-, su colocación en el verso, su paladeo glorioso cuando un alumbramiento estético, si no se frustra al contacto con la intimidad que se bloquea por el parpadeo casi erótico de la sensibilidad, se convierte en palabra poética cuyo uso prolongado o la falta del mismo no permite conocer su significado semántico a una amplia mayoría: cencella ------> cencellada, música cencellada ------> música helada, como cuando la niebla cencella, pero tan bonita como los cristales de la misma. Así pues, acepto lo de escritor de minorías. ¿Tiene ritmo el desarrollo de este párrafo? Te juro que, casi con las mismas palabras, podría hacer un nuevo poema para mi "ventana" en la que voy publicando mis poemas. Sólo temo convertirme en un poeta retórico, entiéndase vacuo.

Para entender, entre comillas, y sentir un poema hay que ejercer en esa lectura la capacidad de síntesis para "verlo" todo de un vistazo, como si de una intuición se tratase, acaso lo sea: hay que unir en un tris todo cuanto conocimiento se posea de métrica, retórica, poética y otras artes líricas, y aplicarlo a la poesía, más el añadido de la comprensión y, sobre todo, de la experiencia lectora, que hace adivinar cuanto quiso decir el poeta, más que decir, comunicar, transmitir, hacer partícipe a los lectores de tema  (la parte general de lo que se habla y de la que se supone un conocimiento previo -general- por parte de los interlocutoresy rema (lo que se dice del tema aportando información nueva, que es la labor de poeta: modificar lo general para darle al pensamiento su tono personal, su estilo). Porque, Pessoa dixit, "el poeta es un fingidor", o sea, el poeta, que escribe para sí mismo y, por lo tanto, posee todas las claves para disfrutar con la relectura textual poemática, trata de fingir o disimular, por medio de los artificios que ornan y completan, y, por ende, complementan el mensaje, sus sentimiento, cuanto por su ánima fluye, su experiencia si no vital, sí íntima, espiritual casi, mística en alguna perdida ocasión -Deo volente-, y, entonces, se sublima todo, la palabra, la escritura, el poema, la lectura e incluso el mismo acto de escribir. Después está el modo de ocultar lo que se dice. Es decir, fingir, hacer ficción, aun cuando sea lírica. Por eso es literatura. Y por eso sólo digo mi canción a quien conmigo va.

Álvaro Cunqueiro
En el acto de escribir, pesa y muy mucho -valga la redundancia- la educación, los estudios -clásicos los míos-, las lecturas, la armonía, la naturaleza, la vida interior, la búsqueda trascendente, el estado de ánimo, la soledad y el silencio en el que se viva, la delicadeza, el acompañamiento de que se dispone -música, arte en general- el grado de intimidad con uno mismo y con la divinidad, la trascendencia, la sensibilidad -no enfermiza-, el sonido de la campana del claustro en que se habita. Parece estrafalario referirse a la campana claustral, pero es el timón que gobierna la vida, la que permite un horario fijo y preciso al escritor.

Yo escribo al modo clásico grecolatino, procedente, sin duda, de mi  formación humanista: grandes periodos oracionales, extensos, con el verbo, al final, como hacía Ovidio:

"Cum subit illius tristissima noctis imago,
qua mihi supremum tempus in Urbe fuit,
cum repeto noctem, qua tot mihi cara reliqui,
labitur ex oculis nunc quoque gutta meis".



(Cuando acude a mí la imagen tristísima de aquella noche
que fue para mi el último tiempo de estancia en Roma,
cuando recuerdo la noche en la que dejé lo más amado por mí,
todavía ahora las lágrimas manan de mis ojos)*

 




Propongo un ejemplo personal:

La sombra de la sulamita radicada
en el reverbero mañanero de la Cala,
mientras la celeste brisa menea
las palmas quemadas del certero
viento sureste que ulula en la alameda
y siento batir mi alma cuando, sedente
junto al tronco rapado por los palmeros
podadores, alberga el ansia final
de este marzo que alentó los idus
que abatieron el silencio habitante
en mí, indigente de visión certera.

Sulamita
 

 Esto que acabas de leer son palabras que he acabado de escribir hace un rato: he estado sentado en un banco en el paseo de la Cala(bardina), a cada lado del banco una palmera, el paseo lleno de ellas. A la palmera (del desierto) que está junto al banco que ocupo, la llamo o nombro sulamita porque a Sulamita, amante de Salomón, protagonista del Cantar de los Cantares, la "veo" ondulante y esbelta como una palmera, porque, en un acto creativo, literariamente hablando, la he personalizado, como igualmente hago con la alameda o el paseo. ¿Hace falta saber todo eso para la comprensión o interpretación del poema? Así pues, aquella información no la puede conocer el lector, pero tampoco le hace falta. Se lee, se disfruta de la lectura y ya está. El más exigente volverá al poema. Y, en esa pesquisa personal, es dónde y cuándo el lector entra dentro del poema e interpreta, crea un nuevo poema, que es el suyo, pues procede de las variaciones que ha efectuado en el poema que le ha servido de acicate para su acto creativo. Consecuentemente, en ese acto existe una influencia poética. Recuerdo la frase de Harold Bloom: "Abandonemos el fracasado intento  de entender un poema como una entidad por sí mismo" Hay que efectuar la búsqueda personal del aprendizaje de la lectura de un poema, de todos los poemas. Pero, la pregunta, no contestada, sería cómo se puede conocer el ritmo del poema, de haberlo. Pero no he indagado aún en ese laberinto. 

Sulamita

Quizá, yo no haya resuelto técnicamente la ilazón (conjunción) relativa. El uso del "que" alonga, quizá infundadamente, o sea, sin fundamento serio, el texto y embrolla (finge, pues es acto fictivo) la comprensión (interpretación), pero también posee su encanto. Por otro lado, mi "cultura" -a veces me creo un diccionario- oscurece (hace barroco) el poema. Mis referencias clásicas asustan. ¿Seré, por ello, poeta de un tiempo pasado situado en este presente no humanista, que profesa no la cultura de los apocalípticos e integrados sino la cultura de la ignorancia?


No te entiendo, me dicen. Ni falta que hace, pues, en principio, escribo para mí, aunque me gusta tener lectores. Por ello, pienso que alguna vez alguien me lee y disfruta. Alguno, alguna vez, alguien llega hasta el asombro. Y yo, querido Eralucana, me siento satisfecho. Pero más lo estaría de ser tú el que "le cogiera el tranquillo" a mi poesía. Continuaré un trecho por si logro descifrar el mito del ritmo, su cadencia, su misterio.






* Ruego se perdone mi atrevimiento por hacer esa traducción literal de "El adiós del desterrado".

Calabardina, 26 de marzo de 2012
José Luis Molina Martínez

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