PRESENTACIÓN DEL LIBRO
ALFONSA
DE LA TORRE (1915 - 1993)
EN
LA PRIMERA POESÍA DE POSGUERRA.
CUÉLLAR, sábado, 18 DE ABRIL DE 2015
Editorial Vitruvio
Participaron en la presentación
la doctora Isabel Paraíso, de la Universidad de Valladolid,
el doctor José Luis Molina, Universidad de Murcia y autor del libro,
y doña Mª del Carmen Gómez Izquierdo,
Concejal de Cultura del Ayuntamiento de Cuéllar.
Profesora doctora doña Isabel Paraíso,
gracias por acceder a participar en la presentación del libro que nos ha
convocado esta noche, por sus palabras sobre él y por cuanto a mí afecta. Dª Mª
del Carmen Gómez Sacristán, en quien veo la representación de todo Cuéllar, gracias
por su lucha reivindicativa en favor de la poeta y por el agasajo con el que
nos ha recibido. Señoras y señores, queridos amigos, muy buenas noches.
Si no iniciara mi intervención en este
acto mostrando mi gratitud a la Concejal Delegada de Cultura del Excelentísimo Ayuntamiento
de Cuéllar, no sería hombre educado ni persona que sabe corresponder a las
atenciones recibidas. Sin ella, quizá no estaría aquí ahora este libro. Conoce
mi dedicación a la poeta desde antes de iniciar su redacción. Hemos mantenido
después una comunicación amistosa culminada con nuestra presencia en este acto
en el que asistimos a la presentación del libro sobre la poeta Ildefonsa Teodora
de la Torre y Rojas, del que tan erudita como inteligente y lúcidamente ha
disertado la doctora doña Isabel Paraíso. Esta visita nos ha permitido conocer
los lugares en los que la poeta pasó casi toda su vida, lugares que sirvieron
de inspiración para escribir Égloga,
libro del que me confieso sincero y rendido admirador. Jamás podía yo pensar
que iba a estar en Cuéllar en el centenario del nacimiento de la poeta. Por
eso, doy las gracias a cuantos han intervenido en la organización y desarrollo
de esta efeméride recoleta e íntima. Gracias también a ustedes por su presencia
tan significativa e imprescindible.
Conclusa esta perorata amistosa o
exordio retórico, que sólo busca mover los ánimos hacia nuestra poeta, sólo me
queda entrar en materia sin más preámbulos, dado que, quizá, se espera aclare
el qué y el por qué de este libro, cosa que, seguramente, no haré del todo, para
que el que quiera conocer cuanto encierran sus páginas lo lea con sosiego y paz
y lo capte. Para eso se escriben los libros: para que otros los lean y juzguen
y disfruten con su lectura, con la ternura de sus sentimientos y el aprendizaje
de vida que supone. Leer poesía es buscarse uno, el lector, en el otro, el
poeta, comprobar que la naturaleza humana es la misma para todos y distinta al
mismo tiempo y gustar la emoción estética. Leer a Alfonsa es vivir no sólo una
vida nueva, sino un espacio y un tiempo distintos a este que nos ha tocado en
suerte. Y todo eso gracias a la literatura, gracias, en este caso, a la poesía.
Frente a la opinión más extendida de que
una tendencia clasicista se instala en la literatura escrita en castellano con
la poesía de posguerra, otros críticos entienden que esa tendencia ya se
cultivaba como dique contra la vanguardia, sin duda antes de que la adoptasen
algunos de los componentes de la generación del 27. Pero también renueva esa
tendencia la generación del 36. Eran estos poetas jóvenes universitarios con
una formación sólida, casi todos venidos de provincias para estudiar en ese
Madrid del relumbrón en el que todo parece nuevo y grande, aunque a veces sea
hortera o mediocre. Casi todos ellos continúan escribiendo tras la guerra civil
y algunos llegan a formar parte de ese garcilasismo
tan denostado, cuando, en verdad, sólo es eso, una tendencia literaria.
Resulta que Alfonsa de la Torre, en el
inicio de su estancia en Madrid, se codea con unos poetas ya formados que son
mayores que ella y al mismo tiempo sus profesores, como Pedro Salinas o Dámaso
Alonso; con compañeros de estudios que son poetas señalados, como Luis Rosales,
Leopoldo Panero o Germán Bleiberg, y con amigos y contertulios en el Café Gijón,
además de vivir en la Residencia de Señoritas y pertenecer al Lyceum Club. Entre
sus amigas, poetas de alto calibre, como Josefina Romo, Carmen Conde y Diana
Ramírez entre otras. Por eso, Alfonsa de la Torre está cerca de ese círculo y publica
un poema en la revista Garcilaso que
dirigió José García Nieto. Bien es verdad que su obra más perfectamente formal,
al menos para mí, Égloga, de 1943,
goza de todas las características necesarias para adscribirla, como ordenaba la
crítica al uso, al garcilasismo, que se
agota en 1946.
Otro defecto que encuentran algunos
poetas de la época, no sólo sus antagonistas de Espadaña, en el garcilasismo,
es el evidente alejamiento de la vida diaria como objeto o tema de su poesía. Obviamos,
por no ser de este momento rebatirla, la calificación enemiga de poesía inerte,
no comprometida. Eso de comprometida quiere decir poesía social, rubro que escapa
a la mera literatura. Esto que acabo de decir significa que he dedicado
abundantes páginas en mi libro para aclarar que las cosas no fueron tan así y
que en la poesía de Alfonsa había una dignidad que para sí hubieran querido
otros poetas de aquel tiempo. Se inicia con un despegue del yo para llegar al
otro, a lo humano, a lo específico. Y así conocemos, sin anécdotas, la valía de
una poeta singular, la que ha hecho que estemos presentes aquí y ahora para
conmemorar el primer centenario de su nacimiento.
Así, pues, me declaro seguidor
entusiasta de la poeta de Cuéllar y gustador deleitoso de aquellos de sus
escritos que podemos calificar de garcilasistas sobre todo y de los otros por
añadidura. Eso no quiere decir que la altura que alcanza con sus otras publicaciones
no sea superior, que parece serlo y lo es. Eso sí, otros poetas de aquellas
fechas, con menos calidad literaria, han tenido mayor reconocimiento público. ¿Por ser mujer? Creo que no, pues recibió plácemes
en cada una de las publicaciones que hizo y de críticos significativos en aquel
momento: Melchor Fernández Almagro o el mismo Dámaso Alonso. Es posible que lo
sea por su alejamiento voluntario de los cenáculos literarios y su posterior exilio
interior en Cuéllar. Rompió con todo lo anterior y vivió a su manera, en su
refugio. Y ese rechazo a la sociedad se paga caro. Las vidas sólo se viven una
vez y son como son, no como nosotros queremos que hubiesen sido, y ella tuvo el
valor de elegir. Tomó una determinación cuando regresó a sus posesiones y la
llevó hasta el final. No tiene nada que ver el que nosotros pensemos que su
vida debió ser otra y que, al menos, no debía haber dejado el ejercicio de la
escritura poética. Pero todo esto pertenece a su intimidad. Y pienso que no hay
que entrar en la anécdota de estos hechos porque lo que realmente queda son sus
libros y estas situaciones reivindicativas en las que se reviven sus virtudes.
De todo esto me ocupo en el libro.
Dicho esto como marco histórico en el
que situarnos y como confesión de parte, debo responder a la curiosidad que ustedes
pueden tener. ¿Cómo llegué a conocer la existencia de la poeta de Cuéllar? ¿Por
qué decidí escribir sobre ella? ¿Cómo un poeta de Lorca, tan alejado en el
tiempo y en el espacio, si no es por admiración literaria, ha dedicado tres o
cuatro de sus penúltimos años de vida al estudio de la poesía de Alfonsa?
En una biblioteca encontré Égloga, que me cautivó gratamente. Ojeé
el libro y leí algún que otro trozo hasta que lo pude fotocopiar.
Por los años 2009 y 2010, por una serie
de circunstancias, volví a la lectura jamás abandonada, pero esta vez sí
intensa, de Égloga. Manifesté a mi
amigo Fernando Cuadrado, que hoy me acompaña junto a su esposa y la mía, mi
interés en conseguir toda la obra de la poeta. Hizo las gestiones oportunas, agenció
lo que pudo y me obsequió con un ejemplar del libro admirado, Égloga. Mi opinión sobre el libro y la
poeta yo lo ponía en un blog que se titulaba La cola de la cala. Así comencé porque ya tenía material. El que me
faltaba lo pedí a la Biblioteca Nacional fotocopiado, lo encontré en el Portal
de la Biblioteca Digital de Castilla y León, o lo adquirí en librerías de lance.
Estaba, pues, en mi programa de trabajo escribir sobre la poeta de Cuéllar
porque lo escrito en el blog resultaba bastante deslavazado. Cuando se publicó
la obra poética de Alfonsa, trabé conocimiento on line con Mª del Carmen Gómez Sacristán y entonces mudé de
objetivo y me puse a escribir este libro. A María del Carmen se le deberá
siempre la reivindicación de su paisana y poeta, que así quedará libre del
olvido: si ya hay otras personas que se están ocupando de la poeta, se asegura la
continuidad del rescate iniciado.
Obviamente, al iniciar una
investigación, lo primero que se consulta es la bibliografía existente sobre el
tema. En todo cuanto se había escrito sobre ella estaba la pluma de la doctora María
Payeras Grau, profesora de la Universidad de las Islas Baleares. ¿Cómo se les
ha podido pasar por alto la figura de esta poeta a los estudiosos de Segovia? ¿Cómo,
cada vez que se habla de ella, sobre todo en la prensa, se refieren casi siempre
a los supuestos, o tal vez ciertos, escarceos amorosos con su amiga Juana, como
si esto fuese lo más importante en la vida de la poeta? Esto está sucediendo
incluso en escritos de hace unos días. ¿No se puede separar la vida de la obra?
Alfonsa de la Torre es una poeta de tan altos vuelos, que estaría orgulloso, si
hubiese nacido en Lorca, sólo por ser su paisano. Alfonsa de la Torre, que es un
emblema como poeta, debe ser un encomio para Cuéllar.
Resulta que cada investigador utiliza un
modelo crítico para analizar la obra de un escritor y, de paso, conocer su
vida. Me parecieron tan bien hechos y con tanto conocimiento los escritos de
María Payeras sobre la poeta que entendí pronto que debería ir por otro camino.
Ni se podía censurar nada, ni añadir nada, por la solidez de sus argumentos, su
documentado escrito, y lo lógico de su exposición. También podía parecer
extemporáneo seguir por el mismo lugar en el que la doctora Payeras había
dejado su investigación porque entendía yo que, tarde o temprano, volvería a la
misma, según hallase nuevo material. Por eso, inicié mi escrito bajo otro
prisma, por si podía aportar algo con mi interpretación y aclaración de algún
que otro aspecto complejo. A la doctora María Payeras hay que agradecerle su
trabajo pionero y eso es lo que hago aquí ante el ilustre personal que me
escucha.
Cuanto yo haya conseguido con la
redacción de este libro ha sido señalado en su intervención por la doctora doña
Isabel Paraíso, especialista en la relación poesía y psicología, experta suficiente
para hallar los valores de una obra tan válida y vital como la de Alfonsa de la
Torre. El que aceptase mi petición de presentar mi obra lo creía necesario
porque la publicación de un libro conlleva, para que el ciclo se cierre en
verdad y armonía, la lectura del mismo y desvelar sus secretos, cosa que ella
ha hecho con mesura y acierto. Con su presencia, se conseguía que una prestigiosa
docente universitaria viniese a Cuéllar y hablase de un libro dedicado a una
poeta local, se ocupase de Alfonsa y se escuchase su discurso. Dichas las cosas
por una autoridad en la materia parecen más importantes. Sobre todo cuando
existe una base sólida para ello, como es el caso. Además es obvio que hablará
de ella en otros lugares al conocer su poesía y los análisis que sobre ella se
han hecho. Lo importante era Alfonsa de la Torre. Lo que de mí como autor ha
expresado, se lo agradezco y lo guardo en mi corazón y memoria, aunque debo
achacarlo a la notable consideración que me ha tenido, sin merecerlo yo, y a su
bondad para conmigo. Por ello le muestro mi gratitud y afecto.
Mi trabajo parte del aserto que yo
practico: lo importante es la obra, en este caso la poesía de Alfonsa de la
Torre. El resto puede ser cotilleo o ambigüedad, según quien lo trate. La
persona vive la vida que elige, nosotros la respetamos y queremos conocerla a
través de su poesía. Todas las habladurías o certezas que sobre la poeta
cuentan no nos parece lo más importante ni de su vida ni de su obra. Se ha
puesto demasiado énfasis en su orientación sexual como si fuese la base de su
comprensión. Si hemos entrado en este apartado se debe a mi inconformidad con
algunos juicios menos caritativos: hizo lo que quiso, siguiendo su criterio. Todo
esto a mí, como lector y estudioso de su obra, no me obliga a variar mi
consideración sobre ella, porque las opiniones sobre el autor de un texto no
tienen nada que ver con el funcionamiento del mismo. Y así debía decirlo. No
comparto que este tema se convierta en un festival de una erótica encendida. Es
un tema complejo que debió hacer sufrir a sus protagonistas. Respeto, pues,
para la hidalga Alfonsa de la Torre. Cuanto pienso de ello está en el libro y
manifiesto mis dudas y no escondo mi sentimiento. Eso sí, repito, desde el
respeto más profundo para todos. Todo cuanto sea salirse del tiesto puede
parecer el deseo de hacer un programa de consumo televisivo. Alfonsa de Cuéllar
merece otra consideración que, desde aquí, pido para ella. Pero cada uno que
haga lo que le parezca, pues es responsable de su opinión, aunque Alfonsa no
pueda defenderse, que, de poder, tampoco diría nada y para qué.
Hemos tratado de desmitificar su pertenencia
o no al grupo garcilasista, tendencia que nos parece no bien tratada en las
páginas de la literatura española de la época que, a nuestro entender, hay que
revisar a la luz de las investigaciones recientes. Parece un pecado pertenecer
al garcilasismo y no es sino un honor. Ser poeta garcilasista no es un demérito,
como han querido hacernos ver. Por contra, opino que es un elogio. Estos poetas
dominan el lenguaje y gozan de una sensibilidad clásica. Y dicen las cosas con
dulzura, cosas que atañen a la interioridad, a la intimidad, incluso a la
espiritualidad de sus autores, de un modo humanista. Escribir sonetos, tercetos
encadenados, décimas, no es tan condenatorio como nos han querido enseñar, sino
un camino estético, clásico. No se olvide que los críticos con la tendencia
eran también poetas formalistas. La poesía se escribe con bellas palabras. Era
algo que estaba en la mente de todos los poetas de la época. Someterse a una
poética clásica, a un isosilabismo más intelectual, es un ejercicio literario
de primer orden que hay que dominar antes de entregarse al verso libre o a una
vanguardia sin saber qué iba a resultar.
En el juicio al garcilasismo, más que el
criterio estético, prima el político y eso es lo que traslado en mi escrito a
la opinión lectora. Lo descalifican por la afiliación política de la mayoría de
sus miembros. Vivanco, Panero, Ridruejo, Rosales y muchos más eran falangistas
y católicos, pero Germán Bleiberg, por contra, era republicano por ideología,
judío por religión, y estuvo en la guerra porque le tocó por su quinta con
veintiún años. Había nacido también en 1915, como Alfonsa. Salen condenados,
sin dudas, los adscritos al garcilasismo. Los buenos son los contrarios al
régimen franquista. Como recuerda María Luisa Maillard, la mentalidad de los
intelectuales de la época, salvo las naturales excepciones, "despreciaba
como reaccionaria toda postura que no
hubiese estado sin fisuras en las trincheras del bando republicano durante la
guerra civil española". Los otros libros de Alfonsa corren por diversos
vericuetos distintos.
También hemos analizado la religiosidad
de la poeta, su supuesto misticismo -yo hablaría mejor de vida interior no
estrictamente espiritual al modo monástico- y el mito que rodea a Oratorio de San Bernardino, seguramente
su obra más auto-ficcional. Desde este enfoque, el análisis de esta óptima obra
daría respuestas significativas. La interpretación de las críticas primeras que
se ocupan de su poesía, Josefina Romo y Diana Ramírez, menos María Romano
Colangeli, no es que sea sesgada, sino que mitifica y dogmatiza aspectos de la
misma, referentes al sexo, la religión confesional, la interpretación ecológica
de la naturaleza y lo esotérico, lo que da la sensación de condicionar a la
crítica posterior, pues se tiende a repetir lo dicho por ellas. El intento de desmenuzar
lo que he podido de todo eso ha sido laborioso pero muy agradecido, porque,
desde otro punto de vista, aporta algunas novedades quizá consistentes por
hechas con otra intención, la de valorar su obra y hacer de ella un centro de
goce intelectual, debido al lenguaje que la conforma. El elogio a su obra
procede de la belleza del lenguaje utilizado. Es muy bello, de significado
amplio, específico en su uso, sonoro, adecuado, dulce. Recoge los localismos, los
generaliza y los introduce en su poesía. Todo esto es muy digno de ser
señalado.
Me queda insistir en lo útil de la
reivindicación de la poeta, aspecto que se ha de agradecer a nuestra anfitriona,
su paisana. Hay que ganar adeptos uno a uno, a niveles afectivos e intelectuales.
Hay muchos lectores instalados en esa inmensa minoría que es adepta a la
poesía, sobre todo, a la poesía singular, la que se consume en oscuro silencio
y en grata soledad. Cuando descubran a la poeta, como creo y espero, percibirán
la magnitud de su obra, los matices que se pueden observar en ella y cómo, para
la crítica, es un filón que trabajar para extraer su fruto, su ingente belleza
y la delicadeza de su envoltura.
En el mes de julio de este mismo año, se
celebra en Segovia un Congreso organizado por ALDEEU en el que voy a intervenir
con una comunicación sobre la poeta de Cuéllar y su relación literaria y
posiblemente más que amistosa entre Alfonsa de la Torre y Germán Bleiberg,
autor de lo que él mismo nominó Elegía a
Cuéllar.
Aunque yo mismo voy a eliminar la
sorpresa de mi conjetura, en honor a ustedes, voy a desvelar por encima lo recién
indicado. Quede claro que Germán Bleiberg
Gottlieb y Alfonsa de la Torre habían sido compañeros de la universidad. Quede
claro que Germán Bleiberg estuvo en Segovia con "La Barraca" de
García Lorca en el año 1934, recién fallecido Juan José, hermano de Alfonsa. También
es cierto que Germán escribió y publicó este mismo año un libro al que todos denominaban
Elegía a Cuéllar, que, sin embargo,
no aparecía, con ese título, como obra suya. Es más, la última parte de esta
elegía, Oración a la muerte, vio la
luz en el número CLI de Revista de
Occidente de enero de 1936. No pude conocer el secreto hasta que leí El cantar de la noche, pues ese era el
título del libro que se conocía como la Elegía
a Cuéllar. El cantar de la noche es el segundo
libro publicado por Germán Bleiberg a la edad de veinte años. En este libro
cita a Segovia y a Cuéllar, patria de Alfonsa de la Torre, y por tanto de su
hermano Juan José, objeto de la elegía. El libro se podría considerar como una especie de declaración
amorosa sui generis que no llegó a
ningún sitio.
A lo largo de las tres partes en las que lo divide, Germán
Bleiberg deja indicios de su sentimiento. El poeta va por el camino en
busca de su amada en el desierto y en él la encuentra entre su llanto y se entrega a ella como un pájaro a tu
abrigo. Efectúa constantes referencias a Segovia:
Ese castillo viejo de Segovia,
que resucita, súbito, en el canto
de las brisas serenas de Castilla,
ese castillo lleva mi secreto,
la
confesión febril de mis amores...
y también a esa amada sin nombre:
¡Oh
tú, mujer que amaba puramente!
¡Oh
manos temblorosas de mi amada!
Te he cantado, mujer, y te he llorado,
te he dado cuerpo y amplia luz al alma,
y sé que volverás, mujer severa,
porque tienes el fuego humano y pleno
en los ojos, que lloran cuando miran.
Y hasta la describe pudorosamente, sin
detalles, como manda el amor cortés:
Tu delicada forma al aire abierta,
tu caminar delgado como un ángel,
tu sonrisa resuelta en nieve ausente,
tu casta piel como manzana tibia,
toda tú, como fábula desnuda,
tocando los cristales de la noche.
Pero es en la tercera parte cuando se
puede conocer el asunto más claramente:
Tú fuiste, Juan José, el muerto primero
para mí, niño en Cuéllar enterrado.
Eres para la sola voz de madre
ausencia al pronunciar tu joven nombre.
Eres
la sangre cálida de hermana
que
florece en tus sombras encendidas.
Has contagiado, tímido, con alas
de ángel, dolor febril a la llanura,
a las piedras, al pájaro reciente,
a las flores, a mi íntimo reposo.
No hallamos reciprocidad alguna a este
'posible' amor en la obra de Alfonsa, quien, sin embargo, admira la poesía del
poeta enamorado. Sólo en Égloga localizamos
unos versos que se puedan interpretar como relacionados, sin causa justificada:
Estaba entonces yo convaleciente
de
mi primer amor desmoronado
y me sentía grande en la tristeza
como orgullosa reina destronada
que mostrara a su paje la corona.
No existen datos para saber si ese amor desmoronado es el de Germán
Bleiberg o el del militar italiano con el que se paseaba por Segovia por los
años de la guerra civil según cuenta su tío Jesús González de la Torre en la
biografía de la poeta. Faltan argumentos para confirmar cuanto ahora mismo es
un supuesto y un indicio.
Bajo otro enfoque ha de ver la crítica
esta poesía, no sólo desde la estética
feminista ya analizada En mi opinión, una crítica enfocada bajo una
estructura concreta, puede ser tan parcial -de parte- como hecha desde otra, dicho de
otro modo, puede llegar a conclusiones tan diferentes como si se analiza con otros
criterios: retórico, estructural, pragmático o semiótico. Por todo ello,
defiendo que el conocimiento de la poesía de Alfonsa de la Torre debe ser
global, lo que exige un análisis desde los diversos puntos de vista posibles, realizados
por especialistas en cada una de las doctrinas críticas. Sin duda es algo
complejo, pero sería lo deseable, dada la dificultad de interpretación de la
obra en aspectos concretos, como el hermenéutico.
Pero no menos importante es captar los
vaivenes caracteriales y las motivaciones íntimas espirituales que pululan por
el interior de su escrito. De ahí la defensa que hago de la utilización de la
crítica que se basa en el psicoanálisis. Hay que penetrar en el complejo interior
de la poeta, sin mostrar teorías de la conducta humana o de las reacciones de
los actos individuales, de modo que, una valoración apoyada en el
psicoanálisis, permita entender mejor textos en cuyas tramas existen un mundo
de símbolos y de imágenes que sostienen la armadura de su comunicación, que
resulta críptica por voluntad de la escritora o por la diversidad de su mundo
interior. No tanto me refiero a los datos biográficos de modo exclusivo, que
sin duda ayudan, sino a la reelaboración del camino interior recorrido por la
autora, en este caso, para conocer o vislumbrar las motivaciones que
determinaron su conducta humana como mujer y su expresión literaria.
Antes de concluir, quisiera exponer y
recalcar que mi punto de vista sobre la poeta no es más que eso y, por tanto,
no hay obligación alguna de seguir al pie de la letra cuanto queda escrito en
el libro, incluso se puede discrepar y eso sería bueno: habría que buscar una
nueva explicación. Quiero decir que la interpretación de la poesía, como
creación del espíritu humano, perdida ya su hegemonía los valores culturales
humanistas, es algo muy aventurado. Por ello, mis comentarios sobre la poesía
de Alfonsa de la Torre ni son axiomáticos, ni totalizantes ni crean sistema
alguno. Al menos yo no querría que esto fuese así. Como exponía Octavio Paz, la
poesía es una pregunta con múltiples respuestas. Sólo he intentado dar una, la
que me correspondía, la que es mi visión concreta de su poesía, aunque otras
muchas cosas podía haber añadido, por novedosas, dado lo aprendido desde que
acabé el libro. Es obvio que recomiende la lectura de esta obra. Pero no porque
sea mía, sino porque de la lectura de este libro se puede pasar a la de su obra
poética. O es posible también lo contrario: que quien conozca la obra de
Alfonsa, decida leer cómo la ven otros ojos diferentes. Todo enriquece.
Estos últimos segundos, conclusa ya mi
perorata, quiero aprovecharlos para agradecer su presencia. Por mi parte, me
llevo de ustedes y de Cuéllar una gratísima impresión y espero que Dios me
depare una nueva oportunidad de volver. Si está de por medio la poesía de
Alfonsa, mejor. En caso contrario, que sea en los encierros de los toros de
agosto, que tienen todo mi apoyo, si es que sirve de algo. Muchas gracias.
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