PRESENTACIÓN DE CARCELERAS
Buenas noches a todos. Bienaventurada la idea que nos ha convocado en este lugar cuyo pasado fue glorioso y su futuro parece incierto, pero no voy a saber porque este es uno de los últimos actos culturales en los que intervenga y a los que acuda.
Amiga Chon Pérez-Castejón Abad, Presidenta de la Asociación Amigos de la Cultura, a la que alguna vez se le habrá de reconocer oficialmente cuanto hace por la ciudad culturalmente, a ella y a la asociación. Queda, si se sigue la tradición, ordenar las Actas de las Terceras Jornadas de Información y Estudio sobre el Poeta Eliodoro Puche y, si se llega a un acuerdo, enseñar a nuestros paisanos y amigos un nuevo proyecto ya acabado que nos hará conocer un gran número de poemas, cuarenta y dos exactamente, escritos por Eliodoro entre los años 1919 y 1930 que nadie ha leído desde aquellas fechas. Como a todo le llega su fin, a mis públicas actuaciones les ha llegado su hora. Siempre nos quedará Eliodoro. Y que la muerte me encuentre en Calabardina. Gracias, amiga, por tu invitación.
Estimados socios de esta institución cultural que, ahí es nada, es la entidad editora de más libros sobre Eliodoro Puche, sin duda, un poeta local que se ha convertido en bandera ideológica por lo que representa o años hace han hecho que represente, porque nadie queda obligado a seguir un modelo. En ello, esta Asociación nada tiene que ver. Porque, cuando conmemora el recuerdo de su vida y obra, que sin ella quizá se hubiera perdido ya, lo hace desde una línea de noble imparcialidad que la honra, al menos desde mi punto de vista. En estos momentos, Amigos de la Cultura aparece como abanderada de este recuerdo.
Amigos todos los que asistís a este acto. No estaba dentro de mi agenda el presentar este libro no porque no quisiera estar con vosotros, Dios me libre, sino porque me persigue la sensación de que ya estoy más visto que el tebeo y más oído que la Pantoja, y deseaba otra voz para esta presentación. Pero esa voz no ha querido ser escuchada, decisión muy respetada y respetable, y por eso estoy de nuevo entre vosotros, reflexionando en voz alta para dar cuenta de lo que encierra el libro CARCELERAS de nuestro primer poeta Eliodoro Puche. Gracias a todos por vuestra asistencia, aunque lamento, por circunstancias familiares, no poder brindar con vosotros a la memoria de Eliodoro, pero cualquiera lo puede hacer por mí.
Estamos, y sólo hay que extender los ojos por este predio, en nuestro particular año del dolor. Esto es lo primero que me vino a la mente cuando me puse al hilvanar estas leves líneas en una de las madrugadas pasadas, ciertamente la del domingo, en Murcia. Me dije, además, que ese no era el camino para iniciar la presentación de un libro de un poeta difunto, aunque, al poco, me di cuenta de que había que dejar el pensamiento divagar por donde se había iniciado, porque había algo de razón si la mente se iba por ese camino como la cabra tira al monte. Si hubiese sido un libro mío, hubiese decidido lo mismo.
Estamos aún sufriendo las consecuencias del dolor producido por el terremoto que ha asolado nuestra ciudad de cada día, que merecía, a mis cortas luces, mucha mejor suerte. De la asolación a la desolación. Estamos desolados por nuestra impotencia frente a los desastres naturales. Cuando era un crío y Eliodoro Puche tenía la libertad recién recobrada, una gran riada llenó de lodo ciudad y campo. Pero la edad no me permitió comprender nada de cuanto había pasado. Entendí que tenía que ser grave por el tono en el que la gente hablaba y la seriedad que estaba grabada en los rostros. Después vino la riada del 73, hace ya treinta y ocho años, en la que, ya adulto, jugué a ser un pequeño héroe tratando de ayudar con otros amigos en donde nos dejaron y mientras bajaron las agua, pues a la noche ya pudimos entrar en los lugares a los que queríamos acceder para saber qué necesitaban amigos y familiares. La misma cercanía de la riada y el que sus efectos se solaparon en seguida apenas permitieron que aquellas sensaciones, plasmadas en mi primer libro de poemas publicado, al que titulé DESOLADA SONRISA, duraran mucho, sino el tiempo exacto y seguido que Dios quiso. Hoy uno parece más dolorido porque ve con más clarividencia esta situación y la de quienes la sufren y no sabe que en qué va a ayudar si sólo se poseen las fuerzas necesarias para pasar cada día y aceptar los contratiempos que la vida pone como obstáculo. Porque, ¿quién no ha salido perjudicado de este suceso? Si esto fuese el juego de los barcos, yo diría que Lorca está tocada y hundida, so pena de que todas las fuerzas vivas, pues para eso las elegimos, todas las administraciones, pues para eso las mantenemos, y toda la gente de Lorca, como va a suceder, se aunan, olvidan el dolor y se ponen a trabajar con dureza hasta que el dolor físico, como fuerte y hermoso amor propio, haga abandonar las herramientas de las manos y, poco a poco, se vea, no tanto la laboriosa reconstrucción de la ciudad, como su renovación, ese hacerse nueva por unos hijos nuevos, para ellos mismos y para sus descendientes. Y así podremos salir tranquilos de este mundo.
Espero que comprendan ustedes que no podía empezar de otro modo este acto organizado en torno a un libro lleno de dolor, porque ahora no se puede iniciar nada en Lorca, sin tener un recuerdo de la desolación, ante la que me pregunto ¿por qué nos tocó a nosotros?, y me respondo que porque somos lo suficientemente fuertes como para soportar sin desfallecer y cambiar esta situación. Pero no sin dolor. Así que el dolor nos ha reunido aquí. Pero, si el dolor físico se nos hace insoportable, ¿qué sucede con el dolor moral, espiritual? Sólo supe contestarme que el dolor nos lleva a la resignación. Pero, para ello hay que aceptar la realidad y comprenderla porque la seguridad que da la aceptación de la realidad nos transmite un sosiego reparador, lleno de una profundidad espiritual que llena el corazón de una fuerza a veces desconocida. La conclusión de esa meditación sosegada produce una fortaleza que adopta la forma exquisita –hoy desprestigiada– de la resignación, destino final para todo hombre o mujer. Y, a partir de ahí, a partir de la comprensión de cuanto de malo nos ha deparado la vida, se origina el proceso de cambio, de ascenso, de dejar el futuro en manos creadoras al tiempo que abandonamos nuestro ser en el Dios por excelencia, el que va a ayudar de manera continua, tal vez no comprensible por los hombres de esta tierra, para que todo sea feliz en el día que le corresponde. Y eso va a suceder para todos, crean en él o no. Estoy seguro de que yo no cumplo con Dios, pero, si me ha acompañado desde mi infancia, no me voy a apartar de él ahora ni le voy a reprochar los sucesos negativos de mi vida, que los tengo como todos, porque sólo él, que para eso es Dios, sabe por qué pasa lo que pasa.
Sin nombrar a Dios ciertamente y con otras palabras, estos que acaban de escuchar son los criterios que Eliodoro Puche desarrolla y esa es la conclusión que extraerán. Eliodoro Puche sufre con paciencia el dolor que le supone la pérdida de la libertad sólo por motivos ideológicos. Lo alejan de su familia, sufre el destierro en la cárcel, vive el miedo que procede de no conocer su destino porque, en cualquier momento, puede pasarle algo peor, como es perder la vida en cualquier deshonroso lugar. Eso significa dolor. Y todo eso lo sabemos por el mismo poeta que, menos mal, pensaba que la literatura no era un acto inútil y de ahí que estuviese escribiendo hasta el fin de su vida, eso sí, una poesía antiheroica que no responde al retrato de moderno o modernista, representado por el dandy, decadentista o esteta, ni tampoco al de postmoderno en el sentido nietzscheano del término, porque no buscaba la aniquilación de la axiología tradicional. Eliodoro, en su poesía, jamás suprime los deseos y, cuando aparece el tedio, el esplín, es sólo una manera de estar literariamente viviendo el día a día, una cotidianeidad que abruma de dolor, de trabajo, de esfuerzo. Tampoco pierde Eliodoro la esperanza, jamás abjura de sí, ni cae en ataraxia profunda, ni posee voluntad de disolverse en la nada. No existe en su obra la paradoja del absurdo porque vamos hallando elementos autobiográficos positivos en su escrito. En los textos suyos que conocemos, lo que se evidencia de manera bastante nítida es el desplazamiento del marco del enunciado hacia instancias que se encaminan al espacio extratextual. Porque son muchos los matices que el intelecto imagina mientras su lectura se hace un acto luminoso y lumínico, un hecho sustancial y lírico, una providencia vital y un ejemplo cívico de cómo se puede dominar la emoción ante la gran responsabilidad que es sentirse leído y conmemorado casi a los cincuenta años de la muerte. Pocos hombres significativos posee nuestra ciudad: Eliodoro debería ser uno de ellos. No sé si está en la lápida de los hombres ilustres o si alguien, alguna vez, se ha acordado para agradecer públicamente el ser poeta lorquino. Es nuestra férrea voluntad pedir que figure en el lugar que le corresponde entre los hombres señalados de la Lorca de hoy. Así lo hago y así lo repetiremos hasta cuando haga falta. Esta Asociación debería dar algunpos pasos para que eso se convierta en realidad.
Por otro lado, cuando leemos poesía, olvidamos con cierta frecuencia que el texto es ficcional aunque se refiera a una entidad interior, de intimidad, que refleja la realidad psíquica o anímica espiritual, lo que lleva a que el lector acepte como verdadero lo que está leyendo. Pero, en este libro de Eliodoro, todo es real bajo una capa poética que oscurece el suceso que se interpreta como expresión del sentimiento del poeta bajo el dolor de la pérdida de su libertad y con los daños consiguientes. Realidad y ficción se han hecho una sola y misma cosa.
Todo cuanto se refiere a Carceleras se explica en el texto que estoy presentando. Conocí a Eliodoro cuando era un crío e iba a las máquinas Singer, desde mi casa, por la calle del Álamo, hasta la Corredera. Mi madre era amiga de Felisa Conde y alguna vez estaban los dos en la puerta y ellos se saludaban mientras yo miraba el pelo blanco del poeta. Después vinieron los estudios y el trabajo por lo que anduve fuera desde el año cincuenta y dos. Así que ni siquiera estaba en Lorca cuando falleció. Jamás tuve Carceleras en mi mano. Así que no sé cómo era como libro. Las alas en el aire y Marinero de amor si los vi. Así que sólo hemos hecho una ordenación de los poemas que nos parecen Carceleras, introducirlas en el tema general propio de nuestra literatura, poesía castellana de cárcel, y exponer el lugar en el que las he encontrado. Hemos juntado unas treinta y dos o treinta y tres, que no está nada mal. Con su lectura podemos darnos cuenta de su temática.
Pero lo único que hay que destacar es que, aunque Eliodoro Puche exprese su dolor, ese dolor que nombraba al principio, aunque Eliodoro exprese su miedo racional, aunque haya una gran solidaridad en los poemas, aunque haya un sentimiento contenido, aunque exprese lo indecible, por más que nos diga cómo es el agua pero sin poder verla, cómo el amor hacia su hermana lo lleva a mirar y su mirada no puede atravesar el muro de la cárcel, jamás muestra una palabra de enojo, de malhumor, de desarraigo, de odio hacia los demás, de queja profunda o no ante la divinidad, sino que es honesto con el compañero, se muestra dolorido con el que ha sido fusilado, se muestra horrorizado del lugar al que ha descendido el hombre, se manifiesta como un hombre que ha sido doblegado, castigado, como un ser que se ha sentido indefenso, pero jamás pronuncia palabra vana contra nadie. Es más, aunque se sabe, como expresa, sólo un preso, un casi condenado, espera tal vez que le llegue la salvación, porque, en su creencia, sabía que a todo hombre le llega su hora de alegría y que algún día iban a triunfar los ideales por los que había luchado, por los que había sufrido dolor, por los que había estado en la cárcel, por los que había sido humillado, sin que de su boca saliera una palabra condenatoria para nadie. Y cuando sale de la cárcel terrena expresa con gran intensidad ese resurrexit con el que va a concluir la lectura de las carceleras que, a continuación, va a tener lugar.
Todo eso es lo que determina que Eliodoro Puche sea un poeta humano, que sea ejemplo de hombre, que sea un modelo a seguir en su comportamiento, que, pasados los años, todavía haya lorquinos que lo recuerdan, que lo homenajean y que siguen viendo, en el viejo, republicano, un ser fiel a sus ideas, un honesto poeta y un hombre que ejemplifica valores que hoy en día, desgraciadamente, no se cultivan.
Viejo poeta Eliodoro,
el de los años cuarenta,
en tu vida sólo cuenta
cárcel y poema, añoro
tu voz, sé de tu sufrimiento,
es tu bondad pública,
tu paciencia bíblica siento,
tu vida, bohemia y llanto,
y en tu lectura encanto
y expresión humana veo.
Gozo sobremanera, amebeo,
por haber contribuido
a que tu obra fuera no ruido,
sino dulce parlamento
humano, música de cuento,
palabra con centelleo.
Sólo he buscado tu palabreo,
tu prestigio como esteta.
Espero que alcances la meta
que me propuse primero:
que te conozcan con esmero,
poeta, y que llegues al lugar
que te mereces ocupar,
poeta Eliodoro Puche, poeta.
Calabardina, 23 de noviembre de 2011
Día de San Clemente, patrón de Lorca.
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