Ayer, viernes 11 de noviembre de 2011, tuvo lugar en Lorca un homenaje a la ciudad y a las víctimas del terremoto del miércoles 11 de mayo de este mismo año. Me eligieron para expresar el sentimiento colectivo. Y esto fue lo que dije.
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Hay días en los que, al salir a la calle para emprender la tarea diaria, un negro presagio de que la jornada no va a acabar bien, nos embarga. Es como si una bruma grisácea nos echara el brazo por encima del hombro y, como si fuera una bufanda que intentara darnos calor, ánimo, compañía, nos aprieta tanto que, al final, hay que deshacerse de tan nefando abrigo, mientras un cierto malestar se adueña de nosotros. Así sucedió el 11 de mayo, a pesar de que el día apareció soleado, sonriente y bondadoso.
Buenas noches, Lorca; buenas noches, amigos míos en la solidaridad y en el afecto. Deseo, si me lo permitís, en primer lugar, saludaros, deciros que siento como vosotros, más no, pero igual, los tristes sucesos del 11 de mayo. Queridos lorquinos como yo, queridos amigos míos de verdad, queridos vosotros que habéis sido lastimados más o menos duramente por el seísmo, porque, ¿quién en Lorca no ha sido dañado de alguna manera por el terremoto?, ¿quién no ha sufrido miedo, dolor, espanto, llanto por su situación y por la de los demás?, ¿quién no ha visto sus recuerdos enterrados para siempre?, ¿quién no es obligado a iniciar una nueva vida? ¿cuántos hemos visto derribar nuestras viviendas actuales o en las que críamos a nuestros hijos? Y ante nuestra inocencia, ante nuestro estupor, ante la impotencia que se siente, surgen las preguntas: ¿Por qué, pueblo mío, pueblo laborioso, pueblo anhelante, pueblo sombrío de tanto ocre llanto, pueblo lacerado en lo más hondo de tu esencia, en lo más extremo de nuestro yo de ufanos habitantes de esta tierra sangonera, te han herido? ¿Qué hacer? ¿A dónde concurrir? ¿Cómo consolar a este pueblo afligido, a esta Jerusalem de Gólgota amargo? Pero, nuestra sabiduría de hombres y mujeres arraigados en esta tierra de secano nos permite conocer que lo sucedido sólo es manifestación de la caducidad de todo lo terreno, como lo expone líricamente el poeta Quevedo:
¡Cómo de entre mis manos te resbalas!
¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!
¡Qué mudos pasos traes, oh, muerte fría,
pues con callado pie todo lo igualas!
Feroz, de tierra el débil muro escalas,
en quien lozana juventud se fía;
mas ya mi corazón del postrer día
atiende el vuelo, sin mirar las alas.
¡Oh, condición mortal! ¡Oh, dura suerte!
¡Que no puedo querer vivir mañana
sin la pensión de procurar mi muerte!
Cualquier instante de la vida humana
es nueva ejecución, con que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.
¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!
¡Qué mudos pasos traes, oh, muerte fría,
pues con callado pie todo lo igualas!
Feroz, de tierra el débil muro escalas,
en quien lozana juventud se fía;
mas ya mi corazón del postrer día
atiende el vuelo, sin mirar las alas.
¡Oh, condición mortal! ¡Oh, dura suerte!
¡Que no puedo querer vivir mañana
sin la pensión de procurar mi muerte!
Cualquier instante de la vida humana
es nueva ejecución, con que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.
No tengo más remedio que dar las gracias a quienes me han convocado para este acto y me han hecho venir desde mi refugio de Calabardina, porque así tengo la oportunidad de expresar mis sentimientos, que son los de todos, incluida la Mesa Solidaria, ante vosotros, damnificados en ese día ruin, heridos en vuestro corazón, alterados por un ruido de segundos cuyos efectos van a durar toda una vida. No sé si mi compasión, o mi resignación, si mi participación en vuestros sentimientos sirve para algo, pero sí os comunico que lo que os digo es verdad, siento con vosotros, sufro con vosotros, padezco con vosotros, pido con vosotros.
Quiero significar, por otro lado, que no he pedido favores para venir a esta plaza a conmemorar los seis meses del terremoto, pero tambien os debo decir que me alegro de estar aquí para compartir con vosotros los sentimientos que os embargan. Como también se me convocó para dirigir la palabra a mi pueblo cuando el atentado en Madrid, el 11 de marzo de 2004, maldito día 11, y lo hice, qué menos si soy nacido en esta tierra noble, trabajadora, austera, pero también dolorida, aterrada, necesitada. Si se me llama, si se me convoca, no pregunto, vengo y estoy con mis conciudadanos para compartir con ellos el dolor, el suyo primero. Y así continuaré actuando mientras exista, porque la vida es apenas un breve y veloz vuelo.
Lorca ha sufrido un daño que puede ser irreparable. Lorca ha sido abandonada por los dioses del barroco y es bueno que se luche para que se pueda recuperar, como lo hará, gracias al trabajo de esta generación que va a llevar sobre sus espaldas el peso de una desgracia natural. Sin embargo, hay quien nunca va a ver, desde la tierra, esa Lorca nueva que pronto será una realidad. Tuvieron peor suerte y perdieron la vida Juana Canales López, Antonia Gallego Sánchez, Domingo García Vera, Raúl Guerrero Molina, Rafael Mateos Rodríguez, María Dolores Montiel Sánchez, Emilia Moreno Moreno, Pedro José Rubio Corbalán y Juan Salinas Navarro, a quienes Dios tendrá en su lugar y con cuyas familias lamento su pérdida.
Pero en aquel miércoles 11, del que hoy se conmemoran los sies meses, hubo mucha gente que fue compasiva, que fue caritativa, que fue expresamente generosa y puso en peligro su vida para evitar que el caos lastimase más a los lorquinos y las consecuencias fueran mayores. Con temor a no nombrar a alguna concreta por desconocimiento, cosa por la que pido perdón si así fuera, he de agradecer, como lorquino, las ayudas prestadas por Cruz Roja, Cáritas, Scout, Policía Local, Policía Nacional, Guardia Civil, Unidad Militar de Emergencias, Bomberos, Funcionarios municipales, ciudadanos en general, empresas, instituciones, entidades y personas que han hecho llegar sus muestras de afecto y generosidad a través de la mesa solidaria. En el corazón de esta ciudad estará siempre su recuerdo. A nadie más se cita, ni parece necesario, porque, todos los que faltan, están cumpliendo seriamente su obligación y sólo necesitan aliento, acierto y capacidad de trabajo.
Es tan señaladamente inteligente nuestra ciudad, este pueblo trabajador, sano, tranquilo, cariñoso, caritativo, de buen corazón, que, desde el instante mismo del terrible suceso, puso manos a la reconstrucción de su ciudad y, aunque con numerosos problemas, con dolorido sentir, con las disconformidades propias, es algo que, poco a poco, se va a ir viendo. Lorca debe recuperar muy pronto su aspecto de ciudad moderna, ciudad puntera, ciudad fabril, ciudad de suelo grato, ciudad llave segura del reino, como reza su escudo.
Hay que apretar los dientes, hay que sortear las dificultades, hay que unir voluntades para que la obra que se necesita, para la gestión obligada, para lo que nadie va a hacer por nosotros si nosotros desfallecemos, sea objeto obligado para la renovación, para la creación de una nueva ciudad que pueda parangonarse con otras y, sobre todo, que solucione sus problemas estructurales, empresariales, culturales, para siempre. Lorca es más que un deseo, Lorca es más que un lugar encumbrado. Lorca es el lugar en el que vivimos y de ahí el amor que le tenemos y que vamos a demostrar en una situación tan desmesurada como es la que se está padeciendo.
En nuestra estancia lorquina, en delicia se convierte la prédica serena, la tertulia bajo el porche de la Plaza de España, donde la sombra de la torre altiva observa la nobleza del cabildo frontero, la leyenda de Elio y Crota a la esquina adosada, ocre testigo de los devaneos de aquellas damas de despedida efusiva y atrayente, habitante en su sombra acogedora. Mientras, la ciudad adolece malva soledad de campanas, infausta muerte de esquinas pétreas y monumentos seculares, arrojadiza almena, amicales placetas para el vino. Es una calle andariego misterio de los pasos oscuros por la vida, sufragio de amigos, aderezada estancia en balcones de flor celeste. Ausente, menos belleza reside. Amor escasamente compartido, triste hace los días y el mito de la urbe.
Lo que ha hecho la ciudad en este tiempo, el comportamiento ejemplar de los distintos estamentos ciudadanos, cómo el pueblo ha sabido reaccionar e iniciar una reconstrucción que se nos antoja dura de ejecutar, es algo que será reconocido eternamente y que será un escudo más a colocar en la ciudad como homenaje a todos los que van a dejar su esfuerzo y pusieron lo que tenían que poner para que del daño fuese el menos el que nos afectase.
No puedo menos de concluir con un fuerte abrazo a las lorquinas y lorquinos que han sufrido y sufren esta situación para la que la Naturaleza nos eligió. Hagamos frente a las consecuencias fatales y que en unos pocos años todo cuanto ahora es ruina sea lugar de bien estar, lugar de encuentro, lugar de recuerdo. Ese es nuestro deseo porque es un deseo racional, prudente y sabio. Hasta entonces, hasta que todo sea una bella realidad, un abrazo. Con vosotros queda mi solidaridad y mi afecto. Y las gracias por acudir a este recuerdo que, iniciado con tristeza, concluye en la esperanza de su solución.
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