Una de las primeras consecuencias de adentrarse en la lectura del libro de Juan Pedro Quiñonero, tan pulcramente editado por Editorial CONFLUENCIAS, de Almería, es entrar en contacto con libros señeros. Esto tiene un doble atractivo: por un lado, es una animación a la lectura, por el otro una curiosidad. La animación a la lectura te hace desempolvar algún libro que has leído hace poco, hace un siglo, o nunca, pero que lo tienes en tu estantería -lo puedes adquirir- y también es un libro bello y bien editado. La edición que yo tengo de Las aventuras de Huckleberry Finn la adquirí porque sus tapas eran como antiguamente, de cartón, además de llevar unas ilustraciones que te hacen sonreír y disfrutar, porque sin duda son para "niños", pero el adulto -yo incluido- también se emociona con su contemplación. En la sobrecubierta de esas pastas de cartón, se puede leer: "Las personas que intenten encontrar un motivo en esta narración, serán perseguidas. Aquellas que intenten hallar una moraleja, serán desterradas, y las que traten de encontrar un argumento, serán fusiladas". Es una lección didáctica: sólo hay que acercarse a la lectura para disfrutar. Lo demás se nos dará por añadidura. El segundo atractivo de leer un libro "recomendado", o sea, citado por otro escritor que, además expresa su opinión sobre la impresión que le proporcionó ese libro, constituye lo que he llamado curiosidad, porque nos pone en contacto con los libros que han ejercido influencia sobre el escritor, en este caso JPQ. Entonces, el lector realiza un viaje desde Los escritos de V N a las aventuras de Finn. Desde la página 85 a la 104, JPQ, trasunto de V N, explica o transcribe, como Dios sea servido o el lector acepte, la conferencia que imparte y que dedica a los "ausentes", es decir, a los que han escapado de la indecible y abominable encerrona que significa una conferencia, a esos prófugos con los que se identifica. El escritor real del libro de JPQ, que nos coloca en una conferencia en la que el conferenciante lee algunos trozos del libro de Mark Twain. Pero no los elige de manera inocente, sino porque manifiesta uno de los principios estéticos y éticos y sociales del periodista totanero, afincado en París y ciudadano del mundo: "Pero allí ni había españoles, ni árabes, ni tampoco había camellos ni elefantes. Allí no había más que una partida de chicos excursionistas de una escuela dominical". Me explico: sólo hay niños, chicos, seres humanos, de diferentes razas, lenguas (posiblemente) y religiones. Pero CONVIVEN juntos y sin peleas (guerras). Y ese tipo de convivencia es el que JPQ anhela para la España cainita, el mundo cainita, en el que vivimos. Todo concuerda. Y concluye el autor implícito: "Pensé también, que podría reflexionar acerca de la importancia capital de este libro en la fundación de la novela moderna norteamericana. Pero recordé que Mark Twain, y no digamos ya Huck Finn, se hubiera muerto de risa ante esas pretensiones pueriles Que Hemingway afirmara que con Las aventuras de Huckleberry Finn nació toda la novela americana, que Eliot considerara a Huck Finn como un personaje comparable a Don Quijote, o Fausto, son cosas que, en definitiva, nada tienen que ver con las emociones íntimas del creador, que sólo deseó escribir la elegía de su adolescencia, el relato y la apología de los quince primeros años de su vida en las orillas del Mississipi".
Calabardina, 6 de junio de 2012
José Luis Molina Martínez
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