jueves, 26 de julio de 2012

JUAN PEDRO QUIÑONERO Y CUADERNOS HISPANOAMERICANOS (2)

JPQ entrevista a Alexander Solzhenitsyn (1975)
Cada vez que regreso a Lorca para tratar del imposible -momentáneamente- arreglo de la casa en la que habitaba en compañía de mi inestimable santa antes del terremoto, busco alguna cosa interesante para traerme a este rincón de la Calle Tranquila. Tengo muchos números, años seguidos, de Cuadernos Hispanoamericanos en mis estanterías. Busco a mi estimado amigo JPQ en el índice y, si veo su nombre, tomo el ejemplar y lo repaso ya en Calabardina. Así, en el nº 265-267 de julio-septiembre de 1972, aparece, en rigurosa exclusiva, el Capítulo II del libro de "aparición inmediata" Baroja: surrealismo, terror y transgresión. Poseo como joya inestimable un ejemplar del libro adquirido en una librería de viejo. 


El libro se publicó en 1974 y el aspecto de un fotogénico JPQ -la otra cara del espejo- era el siguiente:


Han transcurrido treinta y ocho años ya. 
Lo que sí me sorprendió entonces y me ha sorprendido ahora en la relectura del artículo es el que JPQ se pudiera ocupar del Galdós, lo hacía en la otra antípoda. La revista era un homenaje al novelista canario que ocupaba tres números, del 250 al 250, año 1971. Su artículo se titulaba Propuestas para una revisión galdosiana. Ocupaba las páginas siguientes: de 678 a 693. El artículo siguiente lo firmaba Carmen Bravo-Villasante, precisamente la persona que influyó para que me publicaran algún artículos en Cuadernos y me enviaran las revistas hasta hace unos años. Era director José Antonio Maravall y su redactor jefe era Félix Grande, con quien llegué a tener cierta amistad. JPQ haría bien en desempolvar este artículo que no ha perdido ni un ápice de su frescura intelectual a los cuarenta y un años de su publicación.


La doctrina que defiende JPQ es tan densa que es prácticamente irresumible por lo denso de su contenido y tan exacta exposición que eliminar alguna palabra o sustituir un concepto hace francamente imposible referenciar en su justeza su pensamiento y puesta en práctica literaria a que hacía referencia. Veamos, como aseveración, una cita: "En el principio fue el orden supremo hierático-representativo, valor de permanencia inequívoca: nuestra Catedral. Piedra y moral. Efigie y encarnación del orden, el sistema. El símbolo se desdobla como consecuencia de las necesidades de comunicación entre los hombres. El desdoblamiento forzosamente debe dar forma a una mutación simbólica que al mismo tiempo se convertirá en emisor de nuevos significados por la propia dialéctica estructural....". Es casi el final del estudio de la estructura del discurso galdosiano. Todo, en verdad, para especificar que "Galdós supedita siempre su discurso a su propia conciencia moral; el lenguaje está puesto al servicio de la ideología, perdiendo, por tanto, toda posibilidad de autonomía, de rebelión, de revuelta formal [...], de ahí el tono grisáceo que toma la prosa de Galdós, de ahí su monotonía aplastante, por la que el lector habitual siente una veneración sacrosanta, fenómeno que se observa incluso en determinado tipo de lectores avanzados políticamente, dado el respeto con que nuestra tradición cultural ha investido a Galdós, en una aureola de hombre fiero, revolucionario contumaz, hereje e iconoclasta, cuando debajo de ese oropel verbal se esconde un espíritu servil expresamente a las necesidades de la ortodoxia liberal de su tiempo". Eran, pues, otros tiempos vanguardistas, rompedores de una tradición que había colocado como modelos a personaje y modos de novelar ajenos a los intereses de una juventud que habían mantenido mucho tiempo en silencio y se había dado cuenta de que tenía voz propia. JPQ también se da cuenta del camino que recorría. Doctrinalmente llega a una conclusión: "La ausencia de una estructura de significación no figurativamente representativa en la obra de Galdós es la amenaza que se cierne sobre su obra, el periplo escindido en su propia autosuficiencia moral e histórica". Reconoce, por otro lado, que "dada la tosquedad y buena conciencia galdosianas, que gozan de tanto prestigio en este país, me era desagradable y malsonante, en cierto modo, practicar la necrofilia sin involucrar en mi propia defensa una figura que, estando manifiestamente poco emparentada en la condición humilde de mis antepasados, pudiera aportar con su bizarra presencia elementos purificadores en la desventura con que he practicado un deporte que hace del objeto un anagrama siempre irresoluto, y del practicante un estúpido y pretencioso galán de alta comedia, que va tejiendo a su alrededor un enredo del que no es responsable y del que el mismo autor o autores del drama son siempre un objeto de interrogantes". Pues para todo eso y más da este artículo que hay que leer entero. Puedo aseverar que por esas fechas JPQ ya había leído a Samuel Beckett, Robbe-Grille, Peter Weis, Philippe Solers, Thibaudeau, Jacques Roubeau, Le Clezio, Cortázar, Updike, Lezama Lima, Carlos Fuentes, Guillermo Cabrera Infante, Juan Benet, Unichiro Tanizaki, Edoardo Sanguinetti y un largo etcétera, porque, si no, no hubiera expuesto la posibilidad de unificar metodológicamente las diversas corrientes de novela experimental -contrapuestas todas a la novelística galdosiana-, y averiguar qué tienen en común esos autores citados. Denso, pues, el aparato doctrinal y el ideológico que muestra la posibilidad de conocer al JPQ de aquellos años interesantes y, sobre todo, jóvenes.
Calabardina, 26 julio 2012
José Luis Molina Martínez




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