viernes, 4 de enero de 2013

TRATADO SOBRE CÓMO ROMPER UN PAISAJE

Fotografía tomada de internet. Pero de ellas llegan varias a Calabardina.
Cuando el invierno es más terrible en Europa, esa decadente y vieja Europa, con las heridas hechas costuras y la incapacidad de solucionar sus antagónicos problemas, esa Europa de dos docenas de países distintos que no ha sabido aunar políticamente a sus socios económicos y, es más, maltrata a los más pobre -posiblemente los más corruptos-, cuando el invierno congela el aliento y se hiela hasta el aire, un suspiro, una lágrima, las caravanas se dejan caer para la Europa del Sur, esa parte de Europa que sólo vende sol, vino y permite las borracheras vikingas a cambio de cuatro euros -cuando, en verdad, ese precio es barato, sobre todo si se considera que en el resto de Europa todo parece más caro, es decir, con arreglo a sus sueldos- se satura de caravanas o roulottes o remolques, como ustedes prefieran llamarlos. Pero, siempre hay un pero, en lugar de aparcar en un camping, que para eso están y pagan sus impuestos, dejan su caravana donde les apetece. Y desde Águilas -supongo que en toda la costa- hasta Los Percheles y Puntas de Calnegre, las calles y playas están sembradas de artefactos de ese tipo que por la mañana salen raudos para acercarse a algún lado y tirar los detritus y esas cosas que producimos los seres humanos. Si fuéramos españoles, diría que no se saben -sabemos-  la legislación, pero los extranjeros de Europa sí saben lo que pasa en cada lugar, de modo que así no tienen que improvisar nada, sino ahorrar euros que después se gastarán en sus pueblos. Pero, a mí, este tipo de turismo me da algo de asco (de las dos clases, de vómito y de escasez de sensibilidad ante su forma de vida). Sin ir más lejos, estuve un día de estos en un restaurante de cuyo nombre me acuerdo casi todos los días porque se come bien y con precios ajustados, y un señor alemán, alto y delgado como su padre, ni moreno ni salado, con una toalla alrededor de sus bolas, daba golpes metódicos, como los alemanes, con una alfombra contra los hierros de un puente pasarela que cruza la rambla. Dale que te pego, una y otra vez. Así que no dejan un euro y nos tragamos su poco educación cívica porque se creen que somos trogloditas o no tenemos glamour ni delicadeza. Multen ustedes, señores guardias municipales, a estos caballeros y caballeras que evitan el pago del camping y se colocan donde les da la gana y hacen lo que quieren. Si tuviera ganas, haría un par de fotos a las caravanas instaladas en Calabardina en las calles y en algún que otro solar. Instalan hasta tiendas de campaña en la puerta. El problema, en general, no es ese, el problema está en que se marchan y nos dejan la mierda en el sitio donde han pernoctado como si Calabardina fuese un camping gigante y libre. ¿Qué no? Vayan ustedes a la playa del Arroz, no a la de la Cola, y verán ustedes entre ocho y diez remoques de esos que salen por las mañanas temprano para que los guardias no las multen. Pero la porquería guarra la dejan en esa playa infecta y desprotegida. Todo sea por el turismo que deja tanto euros en Águilas, tantos que con ellos va a cambiar su economía.

Otro modelo de roulotte, este para montaña y estático, para siempre.


Así me felicitó las Navidades José Antonio Ruiz Martínez (IZMA)

José Luis Molina
Calabardina, 4 enero 2013

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