Así se despedía hoy la tarde en la playa de Calabardina. He salido a pasear y a comprar mis medicinas de cada día para que no me falten en estos días navideños. Había pensado ponerme al trabajo, o sea, a entrar en materia y darle sentido al blog. Pero ando como despistado, como si no tuviese qué decir. Y el caso es que no, que tengo unas ganas tremendas de hablar de los eres, de los separatismos, de si es tan difícil entendernos, de las cosas de esa Lorca en sombras, de saber quién y en qué se han gastado las perras, los dineros, los duros, los euros. Si los de antes o los de ahora. Es decir, siempre hay uno -o varios- que mete la mano donde no debe o se los gasta tontamente. Pero todos tendrán su disculpa y dirán yo no he sido, seño, yo no he sido, como si estuviesen en el parvulario. Y se lo creerán ellos mismos y los que los saquen exentos de toda responsabilidad, amén. Pero he decidido esperar una oportunidad mejor porque os imagino hasta las narices del tema u os lo pasáis por el arco del triunfo. Así que he continuado el paseo tirando fotos para poner algún adorno entre tanta letra, aunque no está la cosa para tonterías.
Estos días pasados, para entretenerme, ayudándome de la lupa, he tomado algunos libros de la primer estantería que tenía a mano y me puse a leer algún que otro poema acorde con mi circunstancia. Uno se titula Poesía mística de la India y el otro Diwan.
Hay unas coincidencias que quiero señalar. En ambos libros escribí "Leído el Viernes Santo, 1-IV-83 en mi casa de Calabardina". Hace treinta años que los leí y ahora he vuelto a ellos, pero sin buscarlos. La poesía mística se lee, al menos yo lo hago, cuando uno se encuentra bajo de tono y quiere penetrar en su yo, meditar sobre la trascendencia de la vida interior. Sus poemas son sencillos y acompañan un atardecer solitario:
Mohan me ha atrapado con el lazo de su amor.
Un cuco canta desde el árbol del mango:
dicha al mundo,
muerte para mí.
Debo partir hacia Khasi
y entregar mi ser.
El inmortal Hari es el Señor de Mira.
Ella es su esclava mortal
Entonces o mejor es mirar el sol que abandona la tarde y seguir leyendo:
¡Delicada es la senda del amor!
En ella no hay ni preguntas ni respuestas;
allí uno pierde su propio ser a Sus pies;
allí uno se sumerge en la alegría de la búsqueda
y bucea en las profundidades del amor
como pez en el agua.
El amante nunca es indeciso en ofrecer su vida
en servicio a su Señor.
Kabir declara el secreto de este amor.
DIWAN es otra cosa. Su autor, Gunnar Ekëlof (1907-1968), sueco, uno de los poetas más reputados en su país del pasado siglo, primero estudió música y lenguas orientales. Le atrajo la lírica árabe, la mitología griega y la mística sufi. Todos sus poemas parecen pertenecer a la tradición árabe. ¡Loado sea Dios!
Brillaron tus ojos dorados, esposa mía,
cuando levantaron el velo de tu cabeza
Eran negros, los ojos más negros
pero cuando levantaron el velo de tu cabeza
en tu negrura había oro
Jamás olvidaré
la chispa que lanzaron al reconocerme
aunque ahora no puedo ver nada
Tienes ojos negros, mi amor
Los ojos más negros, los más hermosos
con una chispa de fuego
que todavía puedo ver.
Pues, a disfrutar...
José Luis Molina
Calabardina, 18 diciembre 2013
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