Mientras yo, el día 15 de enero de este año de gracia -esperemos- de 2015, estaba presentando o hablando de mi libro de poesía PARECÍAN COSAS OLVIDADAS PARA SIEMPRE, en el Fondo Cultural Espín, junto a unos amigos de la Asociación Amigos de la Cultura, JOSE LUIS ALVITE estaba falleciendo. Alvite era un hombre compostelano -poeta, periodista, escritor, satírico- del que te encontrabas una columna en la prensa, la leías, recortabas y guardabas en un sobre y así formabas -así he hecho yo- una selecta y exquisita colección de artículos. Escribía con un lenguaje rotundo, contundente, exacto, riguroso, con múltiples aristas, tantas como metáforas adornaban su escrito. Más de una vez ha visitado mis blogs y de él he escrito. Dejé de traerlo porque LA RAZÓN cobraba por leerlo en internet y preferí comprar y poseer libros suyos. El Savoy es un lugar inexistente, una creación ficticia, como un bar del Oeste en el que los amigos se hacen convivencia mientras emborrachan su cuerpo llenos de melancolía con guisqui de garrafa. El Savoy es un lugar literario que sólo sirve para entrar uno en contacto consigo mismo y aceptar las confidencias de otros hombres vencidos o maltratados por la vida. Allí estaba Alvite como un penitente más, contando historia de la vida, de su vida de papel. Alvite va a sobrevivir en sus libros. Pero nadie va a suplir su presencia en mi vida literaria pues ya no voy a leer su columna, sino cuanto ahora es su sudario y su malestar irónico con la vida. Hoy lo recueda la prensa. Ya estaba muerto en mi biblioteca, en sus libros en ella depositados, solitarios y pacientes. Pero, cuando lo leía, renacíamos los dos, yo porque me daba vida al buscar sus metáforas originales, él porque así lo eternizaba. Hoy ya es eternidad y para mí un clásico al que volveré no sólo cuando el día haya nacido amargo. Su lenguaje era puro paladeo. Cuando me embargue el silencio, será tiempo de rezarle un requiem. Descansa en paz, amigo Alvite.
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