Cuando se regresa después de una larga ausencia, el viajero por mundos reales o de ficción, a su llegada, aún cansado, reúne a la familia y amigos que ansiaban su regreso, y cuenta, como si de un relato se tratase, todo cuanto ha hecho en el tiempo de esa estancia en otro lugar, retiro, claustro o paisaje. Deslía el hato que, atado a la vara peregrina, se apoyaba en el hombro, y obsequia con ilusiones emocionadas y baratijas cariñosas, procedentes de su exilio exterior, a sus amigos antiguos y eternos. Lleva cosas hasta para los que, fenecidos, ya no lo podían esperar y él lo desconocía por no estar allí. Si el exilio es interior, conversan de su experiencia, de su intimidad, con ese círculo de amigos y con quienes se acercan atraídos por el revuelo.
Esto
es lo que está sucediendo ahora mismo con mi libro de poemas. He abierto el lío
que llevaba a mi espalda y he extraído de él mis penúltimos escritos. Este es
el fruto que traigo de la tierra marina de Cabarna y os lo ofrezco. En este
obsequio lírico, en este libro, relato, en verso, una situación biográfica en
la que destaca cuanto de personal he vivido, aunque no sólo en este trayecto,
sino en toda mi andadura terrena convertida en ficción. Es una poesía de mi
experiencia no de una cotidianeidad que no va con mi modo de entender la
cultura. La enfermedad me llevó de Lorca, el terremoto me retuvo en el lugar de
mi habitación en la orilla del mar, y, ahora, sólo estoy esperando las
circunstancias favorables, es decir, que todo esté preparado, para volver a la
casa nutricia y estar entre mi parentela y amigos, hasta que al cielo plazca.
Aunque, en verdad, nunca me he ido de Lorca, y no porque de cuando en cuando he
regresado a ella, sino porque ciudad como esta siempre se lleva en el corazón y
se añora. Como tampoco voy a irme del todo de mi claustro de Cabarna. En él he
sido dichoso. Por eso, también estará conmigo y con mis versos.
He,
pues, de contar qué he estado haciendo en esa región que era un paraíso y ahora
únicamente lo es cuando los que pululamos por él, gozosos y libres, somos los
que vivimos en ella. Y eso sucede porque dicho territorio ha dejado de ser
idílico, ha dejado de ser un lugar amable. Los veraneantes sólo saben consumir
espacio y tiempo y traerse sus costumbres arraigadas a un lugar en el que hay
que saber vivir con sensibilidad porque la soledad y el silencio son una
terapia apta para restablecer el equilibrio interior. Y ahí los ruidos no deben
entrar. Así que, lo que antes era idilio, ahora es consumo. En invierno, es la
gloria.
He
pasado unos años tratando de recomponer el cuerpo que ya protestaba de tanto
descontrol como conlleva el afán de cada día y el ejercicio de toda una vida
atareada. Después, hubo que restañar los desperfectos materiales y afectivos que
el terremoto ocasionó. A ello, se le añaden situaciones familiares o
personales, algunas no bien resueltas: las cosas son como son, no como uno
quiere ilusamente. Pero, entre esta zozobra normal, el suave bálsamo que es
Cabarna libró mi espíritu del desasosiego de la vida urbana. Así se ha
restablecido el equilibrio, recuperado la armonía, readmitido el sentido humanista
de la vida y me he podido dedicar a expresar todo cuanto ese proceso ha
generado y me ha reafirmado.
Olvidando
otros libros de ensayo escritos en estos años, como el último sobre el poeta
Eliodoro Puche, como el que a mediados de abril se va a presentar en Cuéllar
(Segovia) sobre la poeta Alfonsa de la Torre, como el que a finales de mayo va
a ver la luz en Madrid, sobre el poeta de la generación del 36 Germán Bleiberg,
o como el que se presentará cuando Dios quiera sobre los quinientos años de
presencia mercedaria femenina en Lorca, acometí, tras el terremoto, un proyecto
que ha generado un vuelco en mi preferencia escribana que, en estos últimos
años, era la investigación y la poesía
algo ocasional. En Cabarna, la elevé a objetivo prioritario.
Recuerdo
siempre que mi primer libro de poesía publicado, Desolada sonrisa, de 1975, tuvo por motivo el desastre de la riada
de 1973. Por ello, era casi una obligación hacer lo mismo con motivo del
terremoto, aunque tardé en decidirme por no repetir esquemas, hasta que
encontré el modo de crearlo y recrear esas situaciones adversas. Así escribí Trilogía ITÁLICA. Este título abraza tres libros: No regreso para vivir la muerte, Feliz terruño más que ningún otro y En un tumulto análogo al silencio. Es un ejemplar que lo tienen pocas
personas, pues me sirvió para felicitar las navidades del año 2013: su destino
no era la venta. Es una afirmación de cariño a mi tierra, en el momento en el que
yo estaba fuera y ella estaba sin mi ayuda, que tampoco podía prestar, y, al
menos, necesitada de apoyo moral y afecto. Como dijo el poeta Rodrigo Caro, estos campos de soledad, mustio collado,
fueron un tiempo Itálica famosa. Es decir, donde hubo esplendor, belleza, sólo
se veía ruina. Este modelo me sirvió para expresar mis emociones ante los
efectos del sismo en Lorca: Fabio, si no
lloras, pon atenta / la vista en
luengas calles destruidas / mira
mármoles y arcos destrozados.
Yo
lo sentía de otro modo:
Por no sufrir la cruel visión de cuanto, roto,
perece por el suelo desolado, frío;
por no sentir en la mirada cuanto mío
yace por la violada tierra, un ocre coto
de innoble descalabro, flor hundida en Loto
elevo sobre torre desmochada en pío
sufragio, sobre el muro abatido en el río
de la existencia: acoge, Elia,
mi humilde voto.
Todo parecía del cielo bendecido;
todo alababa fértil llano alabastrino;
todo aclamaba el claro lirio sin abrojo.
Mas rompió tu solio con vil rigor crecido
el siniestro terremoto. Con daño vino.
Templo ni palacio queda: todo es despojo.
En Elia, víctima, alojo
sentimiento de piedad, el
pan del olvido,
y la esperanza del nuevo sol amanecido.
Tenía que seguir mi tradición, que no sé hasta cuándo
voy a poder mantener por su costo, de felicitar la Navidad con un libro. Y eso
hizo que apareciera a final de 2014 Parecían
cosas escondidas para siempre del que estuve el pasado mes hablando en una
reunión con los Amigos de la Cultura. En Murcia, en Diego Marín, mi editor, hay
libros de estos. Obsequié con algunos a Amigos de la Cultura y parece ser que
los dirigentes del Liceo Lorquino han conseguido los últimos, pues la tirada es
corta. Se procede así, porque la poesía no levanta tumultos, ni enciende
pasiones, ni genera colas para su compra, aunque a veces un poema parece tan
bueno, tan útil, como el pan nuestro de cada día.
Y aquí estoy ahora para ser testigo de la presentación
de Trilogía CABARNA. Debo agradecer a
Serafín Piñeiro Gallardo cuanto ha dicho de esta trilogía cuya interioridad
tiene lugar en el territorio marino de Calabardina. Digo Serafín porque,
conocido desde niño, todavía lo veo como el jovenzuelo que estudiaba
periodismo, aunque ahora ya es un señor, un don Serafín con toda la barba, no
en vano pasan los años. Como han pasado por encima de nosotros y los hemos
contado y vivido. Ha resumido Serafín bellamente, no había tiempo para más, el
contenido de este libro que significa la estancia y vivencias experimentadas en
mi retiro a orillas del mar, sabiendo que hay que preparar ya el regreso, y no
por mí, sino porque a cada día le basta su afán y otros nuevos proyectos me
ocupan.
Aunque el presentador ha mostrado algunos hitos de su
contenido, como cada lector se forma su opinión con su lectura, sólo necesita
esa mirada atenta de ustedes lectores para que el libro consiga su objetivo. Ustedes,
sin duda, seguirán el camino que tan bien ha trazado el presentador para una
lectura provechosa y yo tendré que repasar cuanto ha expuesto para extraer toda
la enjundia habida en su lúcida exposición. En ocasiones, el ojo crítico de un
buen lector, como es Serafín, hace descubrir al autor cosas en las que no se
había fijado o, quizá, dejado de lado. Está bien eso de que los jóvenes
presenten ya a los mayores y que nosotros vayamos dando paso a gente nueva que
canalice inquietudes culturales necesarias de modo urgente ante el páramo pobremente
humanista que viene, en el que habrá que defender la cultura autóctona para que
no se pierda entre el multiculturalismo. Mil gracias por tu generosidad,
Serafín: siempre serás una referencia para mí por nuestra amistad antigua.
Presenté el primer libro de los que forman la trilogía,
Nunca preguntes por las cosas que echas
de menos, a un concurso, cuyo premio, como es normal, no recayó en mi obra.
Pero no pasó desapercibida para su editor, Pablo Méndez. Me llamó por teléfono
para decirme que, si le daba mi autorización, publicaba el libro. Me explicó
otras diversas circunstancias a las que no prestaba entera atención, porque
pensaba mi respuesta. Le contesté que, al día siguiente, lo llamaría por
teléfono con otra propuesta. Cumplí la promesa y le comenté que el libro formaba
parte de una trilogía con otros dos muy parecidos en tema y modo de escritura.
Se titulan los otros Tanto llorar las
cosas idas y Soy yo quien con el mar
juega y pierde. Los lees -le dije-, y, si te gustan, los publicas en un
solo volumen. Los leyó pronto y en un periquete nos pusimos de acuerdo. El
resultado es este libro que bien acaba de glosar Serafín Piñeiro Gallardo en su
autorizada presentación.
Si se observan los títulos, son una continuación de
aquella primera trilogía. Siguen siendo el relato de una existencia en un
territorio que, al ser concebido como un locus
amoenus, una Arcadia gozosa, da suficiente cobijo a quien busca restañar
heridas y ahondar en los adentros del hombre, personalizarse y contrarrestar
conceptos y criterios de vida vacuos y alejados de la templanza humanista.
Mas, advierto al público lector que es fácil equivocarse
en su lectura. Si se busca cuanto de biografía interior tiene el libro, pues lo
hay, se puede olvidar lo que predomina. No es una égloga, tampoco una elegía.
No es la muerte el envolvente principal de los poemas. No es la tristeza la que
prima sobre otros temas. Esta trilogía, estos tres libros son el desarrollo de
unos tópicos que pertenecen a la literatura clásica grecolatina y que adopta
galanamente el barroco español. Cabarna es no sólo un locus amoenus, es decir, un lugar agradable, un lugar en el que su
habitante es, al menos, dichoso: como yo lo he sido. También es el desarrollo
de otro tópico: tempus fugit, el
tiempo huye. Ya lo decía Musso Valiente y yo lo recordaba hace unos días, cuando
estuve en Lorca para charlar con las antiguas alumnas del Colegio de San
Francisco:
¡Ablanda el pecho; ve que se retira
la juventud, y helada vejez viene...
y ya que no el amor, el tiempo expira!
la juventud, y helada vejez viene...
y ya que no el amor, el tiempo expira!
El tiempo es inexorable, la clepsidra no puede detener
el paso de la arena, el reloj de sol marca la hora. Todas las horas hieren,
pero la última mata. Y también, como dijo Platón, "el tiempo es una imagen
móvil de la eternidad". Y en todos esos sentidos lo uso. Quizá, por eso,
parece algo lleno de melancolía, porque bastantes páginas del libro rememoran
situaciones pasadas, cuando, en verdad, es, además, el ritmo de la naturaleza
en todos los seres: nacer, vivir, morir.
Es esto es lo que también prima en la tercera y última
trilogía que ya está acabada y que seguramente denominaré Tríptico 75 o Iniciación al regreso, y que está compuesta por los siguientes libros: Mientras espero el vuelo prolongado, La soledad de los mirlos de abril y Sombra que sobrevuela. Es la reflexión
acerca del conocimiento de lo conseguido frente a la necesidad de los otros de
un regreso. Porque cada uno debe acabar su vida en el mismo lugar que le vio
nacer. Haré lo imposible para que el libro aparezca al final de este año. En
verdad no es tan fácil publicar, sobre todo en lugares en el que no hay
editores. Por eso hay que estar preparado, buscar y aprovechar la oportunidad
cuando se presente, como en este año pasado me ha sucedido.
Bien, si todo esto tiene que ver, más o menos, con la
consecución de una estabilidad en la salud y una armonía interior que dura tan
poco como la llegada de una inhóspita contrariedad, la curación material obliga
a una introspección espiritual que es lo que hago en Simbolica instructa (Símbolos organizados), que igual cambia de
título, libro en el que se despliega una serie de metáforas que simbolizan la
necesidad interior de armonía y sosiego, en verdad, pero también de consecución
de una cierta clase de vida interior que calme la inquietud ante el más allá o
ante la laguna Estigia para los laicos. Esperemos que también aparezca en la Navidad
de este 2015.
Para comprender este libro acabado de presentar, no
hay que conocer la historia de la literatura, ni saber crítica literaria, ni
ser ducho en escuelas poéticas académicas, generaciones o influencias
literarias, sino querer dejarse llevar de la cadencia de su lenguaje y de
cuanto sugieran las palabras. Así se llegará al sentido de los versos. Cada uno
de los poemas de este libro se significa por sí mismo y por la competencia que
establece con cada uno de sus otros compañeros. ¿Qué quiere decir esto? Pues
que cada poema de un libro tiene su propia autonomía pero queda condicionado
por el resto. Hay que leer un poema como solitario y como parte de un conjunto,
una unidad. Pero, repito para los que no tienen mucha experiencia en la lectura
poética: hay que leer, en primer lugar, como si fuese prosa, eso sí, paladeando
las palabras, deteniéndose en las pausas lectoras, incluso leer en voz alta si
se quiere, y en soledad si se soporta. Cada lectura de un poema aporta
significados nuevos a los de la lectura anterior. Pero ello altera su
comprensión y añade otra, o sea, cada lectura parece nueva porque algo nuevo
nos descubre. Sobre todo porque en cada poema de este libro hay una voluntad
narrativa: contar una situación interior que se basa en un paisaje por si se
coincide con la determinación de los demás y se entiende que tanto el poeta
como el lector forman parte de la naturaleza humana y por ello sienten y
padecen, aman y sufren.
También debo llamar la atención sobre otra notable característica del libro: su lenguaje puede
parecer oscuro, barroco. En mi opinión crítica, no en vano corrijo mucho, el
libro posee el vocabulario que debe tener y le corresponde. Si algunas palabras
parecen complejas de significado en una primera lectura, se debe a que no son
del lenguaje ordinario, sino del
lenguaje poético, que es algo más excelso, menos común: es el vestido con el
que el poeta viste ideas, sentimientos, símbolos y metáforas. Alguno de esos
significados complejos se puede conocer por el contexto. Otros necesitarán la
ayuda de un diccionario. Eso no es peyorativo para el lector, ni ha de ser
considerado como un alarde cursi por mi parte. Ese vocabulario forma parte de
mi estilo y es producto de mis conocimientos, formación humanística y múltiples
lecturas.
Es el momento de agradecer la presencia aquí y ahora
del amigo Francisco Jódar Alonso, al que le hago llegar mis libros porque sé de
su afición a la lectura, a la poesía, del que me consta haberse manifestado
seguidor y lector de mis publicaciones. Lo ha dicho públicamente y por tanto se
lo tenía que agradecer también de manera pública y por ello hoy ocupo un lugar
en la mesa que preside y en ella me siento apreciado. Porque don Francisco
Jódar Alonso es, además, alcalde de este territorio que bauticé como Elia y al que debo buscarle nombre nuevo
cuando regrese otra vez para no irme mientras viva. Ser amigo y ser alcalde son
dos cosas indisociables y por eso debo agradecer más aún su presencia y sus
palabras. Ha sido gestor de la restauración de esta Lorca que poco tiene que
ver con la que me sugirió la Trilogía Itálica.
Querido amigo y alcalde: he citado parte de mi trabajo en Calabardina. Son once
los libros de poesía que he escrito sin contar, como ya he dicho, otros ensayos
literarios e históricos, artículos, presentaciones de libros, prólogos,
conferencias y cuanto me han pedido. A cualquiera que se me haya acercado con
alguna petición, lo he atendido, no se ha ido con las manos vacías. Y lo he
hecho con agrado. Es mi modo de contribuir a este resurgir de Lorca y agradecer
la distinción que hace unos meses recibí del ayuntamiento pleno. Así pues, mi
tiempo de ausencia no ha sido un tiempo perdido.
Para concluir, agradecer, cómo no, la organización del
acto a los dirigentes del Liceo Lorquino. No distingo a nadie para que sea el
colectivo el felicitado. Cada uno conoce su parte de aportación. A cada uno en
particular ya le haré llegar mi felicitación por su buen trabajo. Cuanto sea
cultura es bueno en tiempos de dudoso futuro. De este criterio surge mi
colaboración con cualquier iniciativa que suponga un impulso educativo y
literario para la ciudad. Debo citar también a Pablo Méndez, editor de esta
trilogía, quien no ha podido asistir a este acto por cuestiones de agenda y
compromiso anterior. Pero ya haré que de algún modo regrese y presente sus
libros y los de su editorial. Y anunciar, antes de que se me olvide, que las
posibles ganancias de los libros que aquí se vendan, que a eso he venido, se
ceden al Liceo para que puedan contribuir a su sostenimiento. Uno de los
artículos de su Reglamento señala que no acepta subvenciones de ningún ámbito
oficial. Se mantienen con lo escaso de las cuotas de sus socios. Hay, pues, que
ayudar en lo posible. Así, al menos, creo yo. De aquí a nada, habrá que pasar
el sombrero al final de un acto para conseguir un estipendio que pueda ser un
óbolo para los organizadores con vista a cubrir gastos. Es más complejo
encontrar mecenas. Si el fútbol lo pagan sus aficionados, la cultura habrán de pagarla
cuantos asistan a actos de esta índole
Y ahora sí, con mi agradecimiento a tantos amigos y
conocidos presentes, porque sin vosotros no hubiera habido presentación alguna,
ni yo venido desde Cabarna, concluyo mi intervención que ha sido, quizá, algo
más extensa de lo que hubiera debido. Estoy
seguro de que vuestra amistad hará que seáis comprensivos conmigo. Mi abuso del
tiempo ha sido producto de la alegría del reencuentro.
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