domingo, 31 de mayo de 2015

ALFONSA DE LA TORRE (1915 - 1993) EN LA PRIMERA POESÍA DE POSGUERRA.

PRESENTACIÓN DEL LIBRO
ALFONSA DE LA TORRE (1915 - 1993)
EN LA PRIMERA POESÍA DE POSGUERRA.
CUÉLLAR, sábado, 18 DE ABRIL DE 2015
Editorial Vitruvio

Participaron en la presentación
la doctora Isabel Paraíso, de la Universidad de Valladolid,
el doctor José Luis Molina, Universidad de Murcia y autor del libro,
y doña Mª del Carmen Gómez Izquierdo,
Concejal de Cultura del Ayuntamiento de Cuéllar.


Alfonsa de la Torre hacia 1960

Profesora doctora doña Isabel Paraíso, gracias por acceder a participar en la presentación del libro que nos ha convocado esta noche, por sus palabras sobre él y por cuanto a mí afecta. Dª Mª del Carmen Gómez Sacristán, en quien veo la representación de todo Cuéllar, gracias por su lucha reivindicativa en favor de la poeta y por el agasajo con el que nos ha recibido. Señoras y señores, queridos amigos, muy buenas noches.
Si no iniciara mi intervención en este acto mostrando mi gratitud a la Concejal Delegada de Cultura del Excelentísimo Ayuntamiento de Cuéllar, no sería hombre educado ni persona que sabe corresponder a las atenciones recibidas. Sin ella, quizá no estaría aquí ahora este libro. Conoce mi dedicación a la poeta desde antes de iniciar su redacción. Hemos mantenido después una comunicación amistosa culminada con nuestra presencia en este acto en el que asistimos a la presentación del libro sobre la poeta Ildefonsa Teodora de la Torre y Rojas, del que tan erudita como inteligente y lúcidamente ha disertado la doctora doña Isabel Paraíso. Esta visita nos ha permitido conocer los lugares en los que la poeta pasó casi toda su vida, lugares que sirvieron de inspiración para escribir Égloga, libro del que me confieso sincero y rendido admirador. Jamás podía yo pensar que iba a estar en Cuéllar en el centenario del nacimiento de la poeta. Por eso, doy las gracias a cuantos han intervenido en la organización y desarrollo de esta efeméride recoleta e íntima. Gracias también a ustedes por su presencia tan significativa e imprescindible.
Conclusa esta perorata amistosa o exordio retórico, que sólo busca mover los ánimos hacia nuestra poeta, sólo me queda entrar en materia sin más preámbulos, dado que, quizá, se espera aclare el qué y el por qué de este libro, cosa que, seguramente, no haré del todo, para que el que quiera conocer cuanto encierran sus páginas lo lea con sosiego y paz y lo capte. Para eso se escriben los libros: para que otros los lean y juzguen y disfruten con su lectura, con la ternura de sus sentimientos y el aprendizaje de vida que supone. Leer poesía es buscarse uno, el lector, en el otro, el poeta, comprobar que la naturaleza humana es la misma para todos y distinta al mismo tiempo y gustar la emoción estética. Leer a Alfonsa es vivir no sólo una vida nueva, sino un espacio y un tiempo distintos a este que nos ha tocado en suerte. Y todo eso gracias a la literatura, gracias, en este caso, a la poesía.
Frente a la opinión más extendida de que una tendencia clasicista se instala en la literatura escrita en castellano con la poesía de posguerra, otros críticos entienden que esa tendencia ya se cultivaba como dique contra la vanguardia, sin duda antes de que la adoptasen algunos de los componentes de la generación del 27. Pero también renueva esa tendencia la generación del 36. Eran estos poetas jóvenes universitarios con una formación sólida, casi todos venidos de provincias para estudiar en ese Madrid del relumbrón en el que todo parece nuevo y grande, aunque a veces sea hortera o mediocre. Casi todos ellos continúan escribiendo tras la guerra civil y algunos llegan a formar parte de ese garcilasismo tan denostado, cuando, en verdad, sólo es eso, una tendencia literaria.
Resulta que Alfonsa de la Torre, en el inicio de su estancia en Madrid, se codea con unos poetas ya formados que son mayores que ella y al mismo tiempo sus profesores, como Pedro Salinas o Dámaso Alonso; con compañeros de estudios que son poetas señalados, como Luis Rosales, Leopoldo Panero o Germán Bleiberg, y con amigos y contertulios en el Café Gijón, además de vivir en la Residencia de Señoritas y pertenecer al Lyceum Club. Entre sus amigas, poetas de alto calibre, como Josefina Romo, Carmen Conde y Diana Ramírez entre otras. Por eso, Alfonsa de la Torre está cerca de ese círculo y publica un poema en la revista Garcilaso que dirigió José García Nieto. Bien es verdad que su obra más perfectamente formal, al menos para mí, Égloga, de 1943, goza de todas las características necesarias para adscribirla, como ordenaba la crítica al uso, al garcilasismo, que se agota en 1946.
Otro defecto que encuentran algunos poetas de la época, no sólo sus antagonistas de Espadaña, en el garcilasismo, es el evidente alejamiento de la vida diaria como objeto o tema de su poesía. Obviamos, por no ser de este momento rebatirla, la calificación enemiga de poesía inerte, no comprometida. Eso de comprometida quiere decir poesía social, rubro que escapa a la mera literatura. Esto que acabo de decir significa que he dedicado abundantes páginas en mi libro para aclarar que las cosas no fueron tan así y que en la poesía de Alfonsa había una dignidad que para sí hubieran querido otros poetas de aquel tiempo. Se inicia con un despegue del yo para llegar al otro, a lo humano, a lo específico. Y así conocemos, sin anécdotas, la valía de una poeta singular, la que ha hecho que estemos presentes aquí y ahora para conmemorar el primer centenario de su nacimiento.
Así, pues, me declaro seguidor entusiasta de la poeta de Cuéllar y gustador deleitoso de aquellos de sus escritos que podemos calificar de garcilasistas sobre todo y de los otros por añadidura. Eso no quiere decir que la altura que alcanza con sus otras publicaciones no sea superior, que parece serlo y lo es. Eso sí, otros poetas de aquellas fechas, con menos calidad literaria, han tenido mayor reconocimiento público. ¿Por  ser mujer? Creo que no, pues recibió plácemes en cada una de las publicaciones que hizo y de críticos significativos en aquel momento: Melchor Fernández Almagro o el mismo Dámaso Alonso. Es posible que lo sea por su alejamiento voluntario de los cenáculos literarios y su posterior exilio interior en Cuéllar. Rompió con todo lo anterior y vivió a su manera, en su refugio. Y ese rechazo a la sociedad se paga caro. Las vidas sólo se viven una vez y son como son, no como nosotros queremos que hubiesen sido, y ella tuvo el valor de elegir. Tomó una determinación cuando regresó a sus posesiones y la llevó hasta el final. No tiene nada que ver el que nosotros pensemos que su vida debió ser otra y que, al menos, no debía haber dejado el ejercicio de la escritura poética. Pero todo esto pertenece a su intimidad. Y pienso que no hay que entrar en la anécdota de estos hechos porque lo que realmente queda son sus libros y estas situaciones reivindicativas en las que se reviven sus virtudes. De todo esto me ocupo en el libro.
Dicho esto como marco histórico en el que situarnos y como confesión de parte, debo responder a la curiosidad que ustedes pueden tener. ¿Cómo llegué a conocer la existencia de la poeta de Cuéllar? ¿Por qué decidí escribir sobre ella? ¿Cómo un poeta de Lorca, tan alejado en el tiempo y en el espacio, si no es por admiración literaria, ha dedicado tres o cuatro de sus penúltimos años de vida al estudio de la poesía de Alfonsa?
En una biblioteca encontré Égloga, que me cautivó gratamente. Ojeé el libro y leí algún que otro trozo hasta que lo pude fotocopiar.
Por los años 2009 y 2010, por una serie de circunstancias, volví a la lectura jamás abandonada, pero esta vez sí intensa, de Égloga. Manifesté a mi amigo Fernando Cuadrado, que hoy me acompaña junto a su esposa y la mía, mi interés en conseguir toda la obra de la poeta. Hizo las gestiones oportunas, agenció lo que pudo y me obsequió con un ejemplar del libro admirado, Égloga. Mi opinión sobre el libro y la poeta yo lo ponía en un blog que se titulaba La cola de la cala. Así comencé porque ya tenía material. El que me faltaba lo pedí a la Biblioteca Nacional fotocopiado, lo encontré en el Portal de la Biblioteca Digital de Castilla y León, o lo adquirí en librerías de lance. Estaba, pues, en mi programa de trabajo escribir sobre la poeta de Cuéllar porque lo escrito en el blog resultaba bastante deslavazado. Cuando se publicó la obra poética de Alfonsa, trabé conocimiento on line con Mª del Carmen Gómez Sacristán y entonces mudé de objetivo y me puse a escribir este libro. A María del Carmen se le deberá siempre la reivindicación de su paisana y poeta, que así quedará libre del olvido: si ya hay otras personas que se están ocupando de la poeta, se asegura la continuidad del rescate iniciado.
Obviamente, al iniciar una investigación, lo primero que se consulta es la bibliografía existente sobre el tema. En todo cuanto se había escrito sobre ella estaba la pluma de la doctora María Payeras Grau, profesora de la Universidad de las Islas Baleares. ¿Cómo se les ha podido pasar por alto la figura de esta poeta a los estudiosos de Segovia? ¿Cómo, cada vez que se habla de ella, sobre todo en la prensa, se refieren casi siempre a los supuestos, o tal vez ciertos, escarceos amorosos con su amiga Juana, como si esto fuese lo más importante en la vida de la poeta? Esto está sucediendo incluso en escritos de hace unos días. ¿No se puede separar la vida de la obra? Alfonsa de la Torre es una poeta de tan altos vuelos, que estaría orgulloso, si hubiese nacido en Lorca, sólo por ser su paisano. Alfonsa de la Torre, que es un emblema como poeta, debe ser un encomio para Cuéllar.
Resulta que cada investigador utiliza un modelo crítico para analizar la obra de un escritor y, de paso, conocer su vida. Me parecieron tan bien hechos y con tanto conocimiento los escritos de María Payeras sobre la poeta que entendí pronto que debería ir por otro camino. Ni se podía censurar nada, ni añadir nada, por la solidez de sus argumentos, su documentado escrito, y lo lógico de su exposición. También podía parecer extemporáneo seguir por el mismo lugar en el que la doctora Payeras había dejado su investigación porque entendía yo que, tarde o temprano, volvería a la misma, según hallase nuevo material. Por eso, inicié mi escrito bajo otro prisma, por si podía aportar algo con mi interpretación y aclaración de algún que otro aspecto complejo. A la doctora María Payeras hay que agradecerle su trabajo pionero y eso es lo que hago aquí ante el ilustre personal que me escucha.
Cuanto yo haya conseguido con la redacción de este libro ha sido señalado en su intervención por la doctora doña Isabel Paraíso, especialista en la relación poesía y psicología, experta suficiente para hallar los valores de una obra tan válida y vital como la de Alfonsa de la Torre. El que aceptase mi petición de presentar mi obra lo creía necesario porque la publicación de un libro conlleva, para que el ciclo se cierre en verdad y armonía, la lectura del mismo y desvelar sus secretos, cosa que ella ha hecho con mesura y acierto. Con su presencia, se conseguía que una prestigiosa docente universitaria viniese a Cuéllar y hablase de un libro dedicado a una poeta local, se ocupase de Alfonsa y se escuchase su discurso. Dichas las cosas por una autoridad en la materia parecen más importantes. Sobre todo cuando existe una base sólida para ello, como es el caso. Además es obvio que hablará de ella en otros lugares al conocer su poesía y los análisis que sobre ella se han hecho. Lo importante era Alfonsa de la Torre. Lo que de mí como autor ha expresado, se lo agradezco y lo guardo en mi corazón y memoria, aunque debo achacarlo a la notable consideración que me ha tenido, sin merecerlo yo, y a su bondad para conmigo. Por ello le muestro mi gratitud y afecto.
Mi trabajo parte del aserto que yo practico: lo importante es la obra, en este caso la poesía de Alfonsa de la Torre. El resto puede ser cotilleo o ambigüedad, según quien lo trate. La persona vive la vida que elige, nosotros la respetamos y queremos conocerla a través de su poesía. Todas las habladurías o certezas que sobre la poeta cuentan no nos parece lo más importante ni de su vida ni de su obra. Se ha puesto demasiado énfasis en su orientación sexual como si fuese la base de su comprensión. Si hemos entrado en este apartado se debe a mi inconformidad con algunos juicios menos caritativos: hizo lo que quiso, siguiendo su criterio. Todo esto a mí, como lector y estudioso de su obra, no me obliga a variar mi consideración sobre ella, porque las opiniones sobre el autor de un texto no tienen nada que ver con el funcionamiento del mismo. Y así debía decirlo. No comparto que este tema se convierta en un festival de una erótica encendida. Es un tema complejo que debió hacer sufrir a sus protagonistas. Respeto, pues, para la hidalga Alfonsa de la Torre. Cuanto pienso de ello está en el libro y manifiesto mis dudas y no escondo mi sentimiento. Eso sí, repito, desde el respeto más profundo para todos. Todo cuanto sea salirse del tiesto puede parecer el deseo de hacer un programa de consumo televisivo. Alfonsa de Cuéllar merece otra consideración que, desde aquí, pido para ella. Pero cada uno que haga lo que le parezca, pues es responsable de su opinión, aunque Alfonsa no pueda defenderse, que, de poder, tampoco diría nada y para qué.
Hemos tratado de desmitificar su pertenencia o no al grupo garcilasista, tendencia que nos parece no bien tratada en las páginas de la literatura española de la época que, a nuestro entender, hay que revisar a la luz de las investigaciones recientes. Parece un pecado pertenecer al garcilasismo y no es sino un honor. Ser poeta garcilasista no es un demérito, como han querido hacernos ver. Por contra, opino que es un elogio. Estos poetas dominan el lenguaje y gozan de una sensibilidad clásica. Y dicen las cosas con dulzura, cosas que atañen a la interioridad, a la intimidad, incluso a la espiritualidad de sus autores, de un modo humanista. Escribir sonetos, tercetos encadenados, décimas, no es tan condenatorio como nos han querido enseñar, sino un camino estético, clásico. No se olvide que los críticos con la tendencia eran también poetas formalistas. La poesía se escribe con bellas palabras. Era algo que estaba en la mente de todos los poetas de la época. Someterse a una poética clásica, a un isosilabismo más intelectual, es un ejercicio literario de primer orden que hay que dominar antes de entregarse al verso libre o a una vanguardia sin saber qué iba a resultar.
En el juicio al garcilasismo, más que el criterio estético, prima el político y eso es lo que traslado en mi escrito a la opinión lectora. Lo descalifican por la afiliación política de la mayoría de sus miembros. Vivanco, Panero, Ridruejo, Rosales y muchos más eran falangistas y católicos, pero Germán Bleiberg, por contra, era republicano por ideología, judío por religión, y estuvo en la guerra porque le tocó por su quinta con veintiún años. Había nacido también en 1915, como Alfonsa. Salen condenados, sin dudas, los adscritos al garcilasismo. Los buenos son los contrarios al régimen franquista. Como recuerda María Luisa Maillard, la mentalidad de los intelectuales de la época, salvo las naturales excepciones, "despreciaba como reaccionaria toda postura que no hubiese estado sin fisuras en las trincheras del bando republicano durante la guerra civil española". Los otros libros de Alfonsa corren por diversos vericuetos distintos.
También hemos analizado la religiosidad de la poeta, su supuesto misticismo -yo hablaría mejor de vida interior no estrictamente espiritual al modo monástico- y el mito que rodea a Oratorio de San Bernardino, seguramente su obra más auto-ficcional. Desde este enfoque, el análisis de esta óptima obra daría respuestas significativas. La interpretación de las críticas primeras que se ocupan de su poesía, Josefina Romo y Diana Ramírez, menos María Romano Colangeli, no es que sea sesgada, sino que mitifica y dogmatiza aspectos de la misma, referentes al sexo, la religión confesional, la interpretación ecológica de la naturaleza y lo esotérico, lo que da la sensación de condicionar a la crítica posterior, pues se tiende a repetir lo dicho por ellas. El intento de desmenuzar lo que he podido de todo eso ha sido laborioso pero muy agradecido, porque, desde otro punto de vista, aporta algunas novedades quizá consistentes por hechas con otra intención, la de valorar su obra y hacer de ella un centro de goce intelectual, debido al lenguaje que la conforma. El elogio a su obra procede de la belleza del lenguaje utilizado. Es muy bello, de significado amplio, específico en su uso, sonoro, adecuado, dulce. Recoge los localismos, los generaliza y los introduce en su poesía. Todo esto es muy digno de ser señalado.
Me queda insistir en lo útil de la reivindicación de la poeta, aspecto que se ha de agradecer a nuestra anfitriona, su paisana. Hay que ganar adeptos uno a uno, a niveles afectivos e intelectuales. Hay muchos lectores instalados en esa inmensa minoría que es adepta a la poesía, sobre todo, a la poesía singular, la que se consume en oscuro silencio y en grata soledad. Cuando descubran a la poeta, como creo y espero, percibirán la magnitud de su obra, los matices que se pueden observar en ella y cómo, para la crítica, es un filón que trabajar para extraer su fruto, su ingente belleza y la delicadeza de su envoltura.
En el mes de julio de este mismo año, se celebra en Segovia un Congreso organizado por ALDEEU en el que voy a intervenir con una comunicación sobre la poeta de Cuéllar y su relación literaria y posiblemente más que amistosa entre Alfonsa de la Torre y Germán Bleiberg, autor de lo que él mismo nominó Elegía a Cuéllar.
Aunque yo mismo voy a eliminar la sorpresa de mi conjetura, en honor a ustedes, voy a desvelar por encima lo recién indicado. Quede claro que Germán Bleiberg Gottlieb y Alfonsa de la Torre habían sido compañeros de la universidad. Quede claro que Germán Bleiberg estuvo en Segovia con "La Barraca" de García Lorca en el año 1934, recién fallecido Juan José, hermano de Alfonsa. También es cierto que Germán escribió y publicó este mismo año un libro al que todos denominaban Elegía a Cuéllar, que, sin embargo, no aparecía, con ese título, como obra suya. Es más, la última parte de esta elegía, Oración a la muerte, vio la luz en el número CLI de Revista de Occidente de enero de 1936. No pude conocer el secreto hasta que leí El cantar de la noche, pues ese era el título del libro que se conocía como la Elegía a Cuéllar. El cantar de la noche es el segundo libro publicado por Germán Bleiberg a la edad de veinte años. En este libro cita a Segovia y a Cuéllar, patria de Alfonsa de la Torre, y por tanto de su hermano Juan José, objeto de la elegía. El libro se podría considerar como una especie de declaración amorosa sui generis que no llegó a ningún sitio.
A lo largo de las tres partes en las que lo divide, Germán Bleiberg deja indicios de su sentimiento. El poeta va por el camino en busca de su amada en el desierto y en él la encuentra entre su llanto y se entrega a ella como un pájaro a tu abrigo. Efectúa constantes referencias a Segovia:
Ese castillo viejo de Segovia,
que resucita, súbito, en el canto
de las brisas serenas de Castilla,
ese castillo lleva mi secreto,
la confesión febril de mis amores...
y también a esa amada sin nombre:
¡Oh tú, mujer que amaba puramente!
¡Oh manos temblorosas de mi amada!
Te he cantado, mujer, y te he llorado,
te he dado cuerpo y amplia luz al alma,
y sé que volverás, mujer severa,
porque tienes el fuego humano y pleno
en los ojos, que lloran cuando miran.
Y hasta la describe pudorosamente, sin detalles, como manda el amor cortés:
Tu delicada forma al aire abierta,
tu caminar delgado como un ángel,
tu sonrisa resuelta en nieve ausente,
tu casta piel como manzana tibia,
toda tú, como fábula desnuda,
tocando los cristales de la noche.
Pero es en la tercera parte cuando se puede conocer el asunto más claramente:
Tú fuiste, Juan José, el muerto primero
para mí, niño en Cuéllar enterrado.
Eres para la sola voz de madre
ausencia al pronunciar tu joven nombre.
Eres la sangre cálida de hermana
que florece en tus sombras encendidas.
Has contagiado, tímido, con alas
de ángel, dolor febril a la llanura,
a las piedras, al pájaro reciente,
a las flores, a mi íntimo reposo.
No hallamos reciprocidad alguna a este 'posible' amor en la obra de Alfonsa, quien, sin embargo, admira la poesía del poeta enamorado. Sólo en Égloga localizamos unos versos que se puedan interpretar como relacionados, sin causa justificada:
Estaba entonces yo convaleciente
de mi primer amor desmoronado
y me sentía grande en la tristeza
como orgullosa reina destronada
que mostrara a su paje la corona.
No existen datos para saber si ese amor desmoronado es el de Germán Bleiberg o el del militar italiano con el que se paseaba por Segovia por los años de la guerra civil según cuenta su tío Jesús González de la Torre en la biografía de la poeta. Faltan argumentos para confirmar cuanto ahora mismo es un supuesto y un indicio.
Bajo otro enfoque ha de ver la crítica esta poesía, no sólo desde la estética feminista ya analizada En mi opinión, una crítica enfocada bajo una estructura concreta, puede ser tan parcial  -de parte- como hecha desde otra, dicho de otro modo, puede llegar a conclusiones tan diferentes como si se analiza con otros criterios: retórico, estructural, pragmático o semiótico. Por todo ello, defiendo que el conocimiento de la poesía de Alfonsa de la Torre debe ser global, lo que exige un análisis desde los diversos puntos de vista posibles, realizados por especialistas en cada una de las doctrinas críticas. Sin duda es algo complejo, pero sería lo deseable, dada la dificultad de interpretación de la obra en aspectos concretos, como el hermenéutico.
Pero no menos importante es captar los vaivenes caracteriales y las motivaciones íntimas espirituales que pululan por el interior de su escrito. De ahí la defensa que hago de la utilización de la crítica que se basa en el psicoanálisis. Hay que penetrar en el complejo interior de la poeta, sin mostrar teorías de la conducta humana o de las reacciones de los actos individuales, de modo que, una valoración apoyada en el psicoanálisis, permita entender mejor textos en cuyas tramas existen un mundo de símbolos y de imágenes que sostienen la armadura de su comunicación, que resulta críptica por voluntad de la escritora o por la diversidad de su mundo interior. No tanto me refiero a los datos biográficos de modo exclusivo, que sin duda ayudan, sino a la reelaboración del camino interior recorrido por la autora, en este caso, para conocer o vislumbrar las motivaciones que determinaron su conducta humana como mujer y su expresión literaria.
Antes de concluir, quisiera exponer y recalcar que mi punto de vista sobre la poeta no es más que eso y, por tanto, no hay obligación alguna de seguir al pie de la letra cuanto queda escrito en el libro, incluso se puede discrepar y eso sería bueno: habría que buscar una nueva explicación. Quiero decir que la interpretación de la poesía, como creación del espíritu humano, perdida ya su hegemonía los valores culturales humanistas, es algo muy aventurado. Por ello, mis comentarios sobre la poesía de Alfonsa de la Torre ni son axiomáticos, ni totalizantes ni crean sistema alguno. Al menos yo no querría que esto fuese así. Como exponía Octavio Paz, la poesía es una pregunta con múltiples respuestas. Sólo he intentado dar una, la que me correspondía, la que es mi visión concreta de su poesía, aunque otras muchas cosas podía haber añadido, por novedosas, dado lo aprendido desde que acabé el libro. Es obvio que recomiende la lectura de esta obra. Pero no porque sea mía, sino porque de la lectura de este libro se puede pasar a la de su obra poética. O es posible también lo contrario: que quien conozca la obra de Alfonsa, decida leer cómo la ven otros ojos diferentes. Todo enriquece.

Estos últimos segundos, conclusa ya mi perorata, quiero aprovecharlos para agradecer su presencia. Por mi parte, me llevo de ustedes y de Cuéllar una gratísima impresión y espero que Dios me depare una nueva oportunidad de volver. Si está de por medio la poesía de Alfonsa, mejor. En caso contrario, que sea en los encierros de los toros de agosto, que tienen todo mi apoyo, si es que sirve de algo. Muchas gracias.

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