Asomado a la
ventana, mientras persigo el vuelo prolongado del mirlo que se pierde a mi
mirada, diviso, allá a lo lejos, casi en la línea del horizonte, la alegre lozanía
de Mojácar, colgada a mitad de la montaña. Me digo que parece un bello paisaje
para iniciar la mañana e intento recordar alguna anécdota de las tantas veces
que la visité. Busco de nuevo el vuelo del pájaro y me preguntó si tendrá su
nido en el jardín de la casa de enfrente.
La casa de
enfrente está rodeada de un alto muro que la esconde a las miradas curiosas.
Por encima asoman las delgadas ramas de un sauce llorón, un azufaifo frondoso y
un ciprés oscuro. En las ramas de estos árboles anidan multitud de pájaros que
arman una tremenda algarabía cuando se acuestan y cuando se levantan. Así que,
muchas tarde, salgo a la puerta para escuchar sus trinos y sus pequeños líos
que, me imagino, montan, como los niños, a la hora de dormir. Cuando todo se
hace silencio, regreso a casa y retomo el trabajo abandonado.
El trabajo
abandonado me lleva a un aparente enfado conmigo mismo porque no soy capaz de
iniciar satisfactoriamente cuanto he de escribir y ya debía de haber entregado
al periódico, una puñetera crónica de la inauguración de una exposición de una
pintura que me parece ya vista o que, quizá, no acabo de entender. Necesito analizar
qué dice el pintor, necesito saber cuál es su propósito, sobre todo si no me
cautiva desde el primer momento la pintura.
La pintura,
desde el primer momento, me molestó. Se notaba un pintor con oficio que perdía
el tiempo haciendo cuadros medianos con la sana intención de que se los
comprasen, al tiempo que sabía que pocos iban a caer en la trampa. No, no era
mediocre el resultado final de la pintura. La sensación de tener que
seleccionar un cuadro de la exposición y tener que contemplarlo todos los días
me resultaba tan penosa como tener que escuchar a Bach todo el día y todos los
días seguidos The Art of Fugue, BMV 1080,
prefiriendo los Concertos for Oboe.
No me llega un destello de luz ni de color y opto por abandonar ese trabajo no
iniciado. Quizá halla en esa pintura una belleza desperdiciada. Me parece que
el pintor es uno más de los que acompañan a los indiscutibles pintores
actuales. Sí, sí, lo veo, este pintor tiene muchos colores cantables, huidizos,
escasamente sobrios, quizá ecológicos por limpios. Pero no sé, falta
modernidad, no es evidente la búsqueda de
la belleza. Una abstracción es el mejor camino para acabar pronto de
visitar una exposición. Es un viaje ordenado que concluye en la puerta de la
sala de exposiciones de la galería. Aquí hay una dualidad antagónica presente y
ausente según qué búsqueda se hace. Pero se desprende una sensación inconformista
como una queja cercana a la condición trágica de la sombra. Así que esta
pintura necesita una investigación mayor con referencia a la moda imperante
para comprobar si es un camino personal o que le ha podido pensar en que estaba
pintando poesías pintadas, cuando no encuentro interacción quizá por mi
perplejidad crítica en esta actualidad. Que sí, que no existe ideal de pureza,
sino incertidumbre manierista. Pero, ¿cómo hago llegar esto al público? ¿Lee el
público la crítica de una exposición? ¿Le interesa la crítica al pintor? Quizá
haya hecho una mala lectura poética porque esos paisajes deslumbrantes de color
parecen versos idílicos en un entorno que se puede intercambiar y entonces el
mensaje, si es que lo tiene, cambiaría. Quizá por ello procede variar los cuadros
de colocación haciendo primero un análisis del lugar en el que los cuadros
cuelgan como jardines irritantes de una Babilonia nueva que cuelgan de una
utopía que parece la idea de una continuidad ahistórica. Así le voy encontrando
un cierto argumento a cuento había visto desordenado por la mirada del pintor.
Es que se les olvida a los pintores que si bien hay una producción pictórica
también se necesita la teoría de un discurso que no tiene por qué partir de la
naturaleza. Pero, claro, seguir por este camino me obliga a decirle al pintor
que no se debe fiar siempre de su carácter intuitivo. El código utilizado se
desmaterializa virtualmente y, cuando se materializa se convierte en adorno del
paisaje abstracto. Mejor cerrar los ojos dejarme llevar por la inercia, cerrar
los ojos y tratar de abarcar, como entretenimiento, las tinieblas por las que
debe aparecer el color, la forma inexistente, la materia, y recomponer las
piezas. Cuando acabe esta tarea, me pondré a escribir.
Pero sólo me
sacará de estos escombros la exactitud de las formas que no hay en este
frondoso cuadro que resultará improductivo y que pasará ser una definición de
lo absoluto. Y todo porque el crítico anda de regreso y presiente que
traspasará las reglas de la vida y del arte y se dejará caer antes de llegar al
caos. Es una pintura que no dice lo que tiene que decir, es una pintura cómoda.