martes, 24 de abril de 2012

LA AMISTAD ESTABA POR ENCIMA DE TODO

Con la lengua fuera, traducida al rumano
Hace ahora cuarenta años, uno más uno menos, que conozco a Castillo Navarro. Supongo que regresaría de Barcelona cuando contrajo matrimonio con Eulalia Martínez Guijarro. Yo, por mi parte, he permanecido fuera de Lorca varias temporadas: 1952-1957, por estudios; 1963-1971, por mi trabajo y desde 2008 hasta la fecha, impelido por un estado de ánimo negativo, mi necesidad interior de un examen completo de mi espíritu y de mi existencia -eso indica vejez prematura- y por el deseo de alejarme de una realidad multicultural, multiétnica, multirracial y multidespersonalizadora de cuanto yo había vivido, que exige otra vitalidad, pues dificulta la vida en la ciudad y su calles más céntricas y otras adyacentes, porque son las mismas para más gente, parte de la cual ejerce sus derechos legalmente y la otra juega al corro chirimbolo porque así le sale de lo suyo, me vine a Calabardina porque aquí tengo un refugio, no porque sea mi delirio. Todos debemos contribuir al gasto del estado: el que pague impuestos tiene todos los derechos y los que han hambre y sed de justicia y de pan, también. Así que soledad, silencio y tranquilidad era lo que necesitaba tras mis últimas y frecuentes enfermedades que me habían conducido un par de veces al quirófano. Y aquí estoy, refugiado en la cola de la cala, avistando siempre la calle tranquila. Aquí también se pagan impuestos, se sufre con la situación, mucho peor cada vez para los más desfavorecidos, y, en invierno, nadie sale de su casa. Yo paso en ella -la casa- todo el tiempo que puedo, que es -era- casi todo. Así puedo estudiar, leer, escribir y ver jugar al Real Madrid, que derrotó al Barça, y al Chelsea que acaba de hacer lo mismo con el campeón catalán, para alegría de los madridistas, entre los que me incluyo: mañana ya veremos qué sucede y procuraré reflexionarlo. Ahora pienso en una final R. Madrid-Chelsea.
Por el 1972 ó 1973, Agustín Romero comenzó a jugar al mediodía en el Club de Tenis La Quinta. Así que su hermano José Antonio, Juan Montalbán y yo seguimos sus pasos, quizá Juan ya fuera socio, y comenzamos a jugar al tenis. Allí, como presidente, estaba José María, siempre detrás de una máquina de escribir que aporreaba sin piedad cada vez que podía o lo dejaban, aunque también le servía para alejar moscones porque les decía que estaba ocupando escribiendo. Yo me preguntaba qué hacía un escritor como él en un lugar como aquel. De este conocimiento vino un a precio hacia su persona, que por su obra ya lo sentía. Después, cada uno ha seguido sus pasos sin que, con algunos pocos altibajos, se perdiera mi afecto por ambos, obra y persona.

Quizá, unos diez años después, por razones que no son del caso, estuve en condiciones de ocuparme de su obra. Así que vino a Lorca Santos Sanz Villanueva, crítico y profesor de universidad, para disertar sobre él, puesto que era conocedor de su obra y sobre ella había escrito. A partir de ahí, se sucedieron otros actos en los que su vida y obra fueron los protagonistas, a pesar de que me apartaron de la reedición de El niño de la flor de la boca, ni  dejaron que la introducción o acercamiento al autor figurase en el libro. Tampoco lo tuve en cuanta. No me importó pues más tarde conseguí editar algún que otro libro suyo como contaré más tarde. Tiene Castillo Navarro un hábito para él bueno, para mí no tanto: radica en que repasa y retoca sus textos tanto que, en el caso de El niño de la flor en la boca, hay que hablar no de reedición o 2ª edición, sino de edición revisada, corregida y con aditamentos. Compárese la primera edición de 1959 con la publicada por el Ayuntamiento de Lorca y se notarán las diferencias.


Al llegar hasta aquí, he leído en otro lugar un pensamiento que pone punto y seguido a mis recuerdos: "El amor perfecto es amar incluso cuando somos infelices" (Harold Bloom)

Calabardiina, 24 de abril de 2012
José Luis Molina Martínez

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