No soy especialista en Proust ni un proustiano confeso. He tenido que releer -concretamente Jean Santeuil, libro obligado para los lectores amantes, en el buen sentido de la palabra, de la escritura del francés- algunas de sus cosas con motivo de una crítica de Eliodoro Puche acerca del autor de la Recherche efectuada en su época madrileña, no de Proust, sino de Eliodoro, unas de sus prosas inéditas que, deo volente, y sin subvención por delante, los pluralistas vamos a poder leer por iniciativa privada. Porque siempre la cartera se cierra por el lado de la cremallera o por el color del cristal con que se mira por el agujero de la ideología. Lo que yo quería decir es que esta entrada sólo tiene por objeto comunicar que acaba de publicarse la POESÍA COMPLETA de Marcel Proust, en edición bilingüe, francés-castellano-español, como debe ser. Porque una lengua que hablan cientos de millones de personas es más que una lengua regional, por más que la gente, porque es del terruño, ame la lengua del terruño. Así que, una lengua hablada por una multitud es una lengua que no sólo hay que traducir sino proporcionar la edición bilingüe. Como esta. Ha hecho una magnífica edición Santiago R. Santerbás. Consta de una introducción muy ajustada y precisa para el objetivo del libro, dar a conocer su poesía. Las circunstancias que envuelven su producción poética son igualmente narradas en la introducción y a ella remito a los posible lectores. Sepan cuantos me lean que no conozco a nadie de Cátedra, pero sí entiendo de la perfección literaria de Proust y la importancia y trascendencia de su escrito. Por ello, este modesto elogio. La portada me parece frívola, pero así era el escritor, en apariencia. Como el editor tiene reservados todos los derechos y puede hacer caer sobre mí penas de prisión o multa por copiar aquí algún poema, pues no lo hago. Todo eso de los derechos reservados me parece una higa. Pero... Si no puedo copiar un poema de este libro, nadie me puede impedir que dé a conocer el artículo de Eliodoro Puche sobre el escritor francés.
IMPRESIONES
Proust, el revelador
Proust, el revelador
Eliodoro Puche
El Imparcial
1 de noviembre de 1925
Marcelo Proust es un caso aparte
en la literatura. Desconcierta y sorprende cuando se le lee por primera vez,
encanta cuando se le frecuenta y maravilla si se llega a hacer familiar. Se
diría uno de esos oasis que encuentra de pronto el espíritu en el momento en
que ya se sentía morir de tedio en sus peregrinajes por demasiado monótonas
llanuras literarias.
“Proust, para mí, es la Biblia” –dice M. J.
Kessel-. “Yo tenía un antepasado rabino, y decía que lo que encontraba más
maravilloso en la Biblia era que, acabada la lectura del libro, podía
recomenzarse con un nuevo provecho acrecido. Yo diría absolutamente lo mismo de
Proust”.
Y
es verdad, como sucede con la Biblia, cuando se relee a Proust encuentra uno
algo nuevo que se nos había deslizado o no habíamos podido percibir: una
sensación, una metáfora, un detalle cualquiera, adquieren de pronto importancia
principal, relieve insospechado, al despertar, “al revelar” –diría Gide- en el
cliché de nuestra alma impresiones olvidadas o tan borrosas que parecían no
haber existido nunca, y surgen al influjo de su palabra, a la vez plástica,
simbólica y evocadora.
Da
la idea de un faro que, desde la altura, al girar del mundo y al transcurrir de
la vida, va iluminándolo todo en su metódico desorden, proyectando conjuntos
donde las cosas y las almas muestras su razón de existir, justifican sus vicios
y virtudes, sólo por lo que piensan y sienten.
La
novela no es en Proust la novela a que estábamos acostumbrados. Son trozos de
vida donde los personajes viven, piensan y sienten como en la vida; pero una
vida que su arte y un melancólico recuerdo hacen más amable, y reflejan como un
ensueño lúcido de la realidad, con las intermitencias del recuerdo y del
ensueño, pero sin las desproporciones del ensueño del sueño.
El
recuerdo en Proust es como un cristal ligeramente coloreado, que suaviza los
contornos violentos, sin borrar ni uno solo de los detalles importantes o
necesarios, y suprime, no obstante, todo lo superfluo y banal. En él todo se
hace lógico, se articula, se relaciona, se combina como en una máquina
perfecta, donde el más diminuto tornillo es tan necesario como el más
gigantesco volante.
Su
ágil estilo –tan amplio y tan minucioso a un tiempo- se adapta siempre a las
más sutiles sensaciones, como imágenes que nos hablan el más puro y bello de
los lenguajes.
En
Proust todo responde a un mismo concepto del arte de novelar. Como observa Gide
en Incidences, ya en las novelas
cortas de Los placeres y los días
está en embrión todo el Proust de A la
busca del tiempo perdido.
Diríase
un Balzac que poseyera la magia de los a…. conjuntos; un mago que al toque de
su varita maravillosa, fuera revelando los más ocultos secretos del mundo y de
las almas, las facetas más insospechadas de las cosas. Las últimas razones de
la vida y de la muerte.
Proust
es para Gide, con P. Valery, el más grande escritor moderno.
“Por
mucho que buscamos en su estilo –dice al gran crítico- tal o cual cualidad dominante,
no nos es posible encontrarlas: las tiene todas”.
Eliodoro
PUCHE
José Luis Molina Martínez
Calabardina, 6 diciembre 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario