Manuel Soldado Muñoz
Presidente de la Sociedad de Maestros Barberos-Peluqueros de Lorca desde su fundación hasta la fecha.
Ni la investigación de temas locales en sí, en este caso lorquinos, ni su posterior análisis y divulgación, cuentan con la dedicación de los investigadores actuales, ni universitarios ni eruditos a la violeta, dado que, en un tiempo anterior, allá por el último tercio del pasado siglo estuvieron –estuvimos– mal vistos, por ‘localistas’, lo que determinó que, más tarde, pocos o nadie se dedicara a ellos, por desprestigiados, de modo directo, y, en estos momentos, hayan sido traidoramente eliminados por eso que han dado en llamar multiculturalismo, palabro que se apoya en otro aún peor llamado globalización, o viceversa, que tanto monta [1]. Nos tratan, pues, de consumidores posibles y probables después de que, entre unos y otros, nos esquilmen, como acaban de hacer.
Resulta, por otro lado, que la cultura de masas ganó la batalla oficial a la cultura general tradicional, acaso no podía ser de otra manera. ¿Cómo no iba a ser así si hasta la intelectualidad le prestaba ayuda y combatía contra la cultura tradicional, la suya, con argumentos vanos, como tratarla de erudición tomista, liberal o eclesiástica? La civilización occidental humanista y clásica, tal y como la hemos conocido los de mi edad, sin duda está desapareciendo de manera acelerada sin ser sustituida por nada. Como cuando eliminaron una escala de valores que habían servido bien y cada uno tuvo que buscarse la suya, sin, por supuesto, estar debidamente formados. Lo que ha debilitado el pensamiento cultural que, a poco, será unipersonal. O sea: la cultura se refugiará, lo está haciendo, en individuos aislados que, a poco, serán vistos como bichos raros, aunque concentrarán en sus mentes toda la cultura que no es necesaria para comer y que “nunca llegarán a nada”. Me refiero a las Letras. Y ha sido la misma Europa la causante de este desaguisado debido a la masificación de estudiantes en universidades que no iban a ningún lado, por falta de previsión, porque no avanzaban en el sentido en el que lo hacía la vida y estaban, pues, desfasadas, no daban respuesta a las necesidades materiales del hombre. Pero también puede ser único, el pensamiento único, que nos dictará algún poder político-económico, que nos debilitará más aún mentalmente y nos dejará indefensos en manos de un mal que no se puede extinguir: la política.
Los políticos y académicos que trabajaban para ello, a pesar de cobrar, sólo han hecho un viaje hasta llegar a Bolonia, o sea, a ningún sitio. Porque, ¿para qué le sirve un “tema local”, por ejemplo, la lucha hispana –lorquina– contra los moros invasores en la edad media, a un ecuatoriano o a un marroquí que hoy vive en Lorca? ¿Se revisará la realidad histórica y se manipulará para que no le moleste a los islámicos? ¿Se prescindirá, mediante su destrucción, de los símbolos tradicionales, verbigracia, Santiago mata moros, para que el emigrante que sigue el Corán no se sienta molesto o no emprenda otra, una más, guerra santa, o monte un número como el de la “guerra de los velos”? ¿O se tolerará que toda esa civilización desaparezca como hicieron los talibanes con la suya, en aras del inmovilismo? O sea: que hay temas locales –la leyenda tardorromántica de tema oriental, ese orientalismo que fue una tendencia literaria en el siglo XIX– que mejor no tocar, lo que cercena la libertad intelectual. Pero, a pesar de ello, nadie se rasga las vestiduras ni se manifiesta: ¿para qué matar al mensajero? Menos mal que, de momento, el teatro está a salvo, a pesar de tanto inquisidor, me refiero en esta ocasión al eclesiástico, como ha intentado quitárselo de en medio, a lo largo de la historia. Y si no está tan a salvo, al menos ahí está.
Con estas premisas personales, cavilando sobre el método a utilizar para que el análisis del tema a desarrollar pudiese ser conveniente para todos, sin ofender a nadie, pues algún tema teatral –el teatro histórico de tema árabe– puede molestar a algunos sensibles emigrantes, me vino a la memoria la frase siguiente, que, pronunciada por mí, hubiera parecido, al menos, reaccionaria y servido para calificarme como de derechas, anatema político descalificador utilizado como insulto en la actualidad temporal en la que escribo, o casi siempre: “El multiculturalismo es un veneno. Defender la cultura propia no significa rechazar las demás, es tener una identidad fuerte”. Claro que, en la situación actual de Lorca, camino del mestizaje, en el que alguno que otro hallará la solución a su problema personal, puesto que otros muchos desaprensivos lo que hacen es lucrarse de esa emigración, pensé que una cosa es el muticulturalismo y otra la aculturalidad –analfabetismo– del inmigrante con referencia a la civilización occidental –la cultura española específica, aunque ellos perciben cómo es atacada, aunque sea por minorías ideológicas que hacen el juego a los interese políticos de algunos, desde varias partes de lo que aún se llama España– y la escasa integración que en este primer aluvión se va a producir, puesto que la vida de los emigrantes hispanoamericanos viene a ser casi exactamente igual a la que llevaban en sus lugares de procedencia, es decir, ha de pasar un tiempo para que, sin perder sus raíces, se sientan habitantes participativos en la vida real de esta ciudad que nunca jamás volverá a ser la misma porque, ciudad ocupada, ciudad que pierde su esencia y sustancia. Los islámicos no se integrarán de ninguna de las maneras. Crearán, están creando, problemas para exigir, en aras de su religión, lo que a ellos les parezca. Como ejemplo, ahí tenemos a Francia. Mirándola, ya sabemos lo que va a pasar aquí.
El autor de la frase destacada con letra cursiva en el párrafo anterior es Max Gallo [2], intelectual de la izquierda francesa, lo que evita que se considere reaccionaria su afirmación, como anteriormente la he calificado, de haberla pronunciado yo. Pero es más, el pensador francés cree que está en riesgo el espacio social democrático porque “en algunos terrenos hemos abandonado nuestros principios”. Si traigo a colación esta opinión, se debe a que parece una consecuencia lógica el que la política cultural se decida por la potenciación de la cultura autóctona, toda vez que algo habrá que abandonar de ella para equilibrar la balanza ante la demanda de la emigración –en este caso magrebí– de que se respete su lengua, religión y forma de vida, sin ningún gesto por su parte. Y un modo de que eso sea así, pensando quizá angelicalmente como hombre de la cultura humanista amenazada, que para lo demás ya están los políticos, es proporcionar medios para que los lorquinos nos sintamos lorquinos, es decir, para que, aunque el multiculturalismo niegue la jerarquía entre las culturas según Max Gallo, la fortaleza que procede de nuestra identidad afirmada es la que va a admitir el ejercicio de otra cultura distinta y diversa, oriental u occidental, sin que nadie se sienta teóricamente discriminado. Y en ese sentido camina mi pensamiento. Así que…
Esos son los sentimientos que me llevan a cultivar los temas lorquinos en las escasas, casi nulas, oportunidades que se presentan, tras el triunfo de la generación nocilla o la ocupación de puestos de cierta responsabilidad política y cultural por gente de la ESO. Por ello, voy a iniciar el análisis de este tema, quizá uno de mis últimos trabajos, debido a mi edad, ocasiones y retiro en el que vivo, sobre temas lorquinos, que poca atención recibirán en un futuro cercano, ya mismo, porque, por más que miro, no veo a ningún investigador en el horizonte que continúe con la labor, ahora que se ha conseguido tener un magnífico Archivo, ni que haya una política cultural local con futuro, ni siquiera el de una legislatura, porque no se hace cultura –no tienen programa– sino actos culturales sin sentido a veces. Pero, aún hay más: ¿se puede conjugar la cultura de masas con la cultura específica que algunos demandamos?
No hace falta mucho dinero para mantener un proyecto o programa que sirva para que los habitantes de Lorca conozcan la historia de la ciudad con todo el carácter científico necesario para que la comprensión del pasado sea garantía de un futuro en armonía, en el que cada uno respete al otro, que cada uno sea respetado por el otro y se pueda vivir en paz sin que, para ello, tenga algo que ver raza, lengua, religión, política o manera de pensar (ideología de cualquier tipo).
NOTAS
[1] Vid., Joan Oleza, “Multiculturalismo y globalización: Pensando históricamente el presente de la literatura”, en Prosopopeya. Revista de la crítica contemporánea, n’4, 2003, pp. 133-156.
[2] Vid., Javier Gómez, Más que palabras, entrevista a Max Gallo, intelectual de la izquierda francesa, en LA RAZÓN, año IX, nº 2.635, domingo 12 de febrero de 2006, pp. 6-7.
José Luis Molina
Calabardina, 23 marzo 2013