sábado, 30 de marzo de 2013

SEMANA SANTA (5)


ASÍ PASO MIS DÍAS...


PENSAMIENTOS PARA UNA MEDITACIÓN ESPIRITUAL

1. Adoración es el corte caliente en el alma, incisión de verdad y certeza de que Él es el TODO y yo la NADA, y de que mi NADA debe darse TODA al TODO.

2. Si sientes por dentro el temor de que te pida algo, la inquietud de lo divino, el roce de lo sobrenatural..., cree que es una palabra que Él arroja en tu alma como una semilla.

3. La oración es poner la divino en lo humano y transportar a nuestra vida de criaturas la vida misma del Creador. Por eso, la oración debe ser espontánea, fresca, comunicativa; como una expansión y un desahogo necesario, como un diálogo de amor hecho acto, que nos dé la percepción divina de nuestro interlocutor.

4. El cristianismo es la unión de lo divino con lo humano, pero esta conjunción no cambia las condiciones de la vida terrestre. Por cristífera que quiera ser un alma, tendrá que continuar con sus jornadas diarias, comiendo, durmiendo, relacionándose con otros, caminando, estudiando, etc.; pero en todo eso natural que nos humana, podemos poner lo espiritual que nos diviniza.

5. Hagamos en el alma silencio, la quietud de las cumbres, el reposo de los laboratorios. Las mejores reacciones de nuestra transformación interior, la fase más trascendente de nuestra vida espiritual requieren y exigen largas horas de calma..., de inacción...

(Tomado de Almas de espíritu sacerdotal, por una misionera cruzada de la Iglesia, 2ª edición, Madrid, 1955). Uno entiende que todo esto esté en desuso, pero también me parece que se puede  tomar un momento de sosiego y mirar hacia el interior. En libertad, plena y pacífica.

EN LA CARTUJA DE MIRAFLORES. ÚLTIMA ESTACIÓN

(c) http://cofrdesdelasolana.blogspot.com.es/2010/10/retablos-espanoles.html

Cuando la cera de mi carne flaca,
blandón de tus altares, se consuma,
quiero dormir entre los altos muros
del claustro silencioso, en que te ofrezco
mi diaria labor, mi amor perenne.
Año tras año fui labrando el vivo
panal de mi existencia solitaria:
mis días, como células menudas,
colmáronse de mieles que el gozo
de tu contemplación libó extasiada
la oración sin palabras de mi pecho.
Viejo soy: este cuerpo de la tierra
por la tierra suspira. En ella pose.
Ya sus brazos me tienden las desnudas
cruces de tosco leño, a cuyo amparo
duermen los padres, los hermanos míos.
Mi cuerpo, al deshacerse, hará jugosa
la tierra humilde que en el cantueso luce
su roja flor entre el follaje oscuro.
Brotarán de mi pecho algunas flores
y las abejas que zumbando fingen
un rumor indistinto de plegarias,
única voz hermana del silencio,
libarán sus corolas bienolientes.
Así otra vez mi cuerpo a tus altares,
trocado en cera, he de volver un día
para morir de nuevo, consumido
por amorosa llama, en tu presencia.

Enrique Díez-Canedo (1920?)


José Luis Molina
Calabardina, 30 marzo 2013

viernes, 29 de marzo de 2013

SEMANA SANTA (4)




FLEVIT SUPER ILLAM 

Es llanto el río, suspirar el viento,
luto las nubes... El carmín lejano
del horizonte, sangre. Y un lamento
sin fin el ulular del Océano.

Engaño del Amor, que a los dolores 
del vivir lanza seres infelices...
Áspíd oculto entre mentidas flores
que tienen en la muerte sus raíces...

Llora, llora, Señor -como aquel día-.
Sobre la pobre tierra todo es llanto.
Tu Fe, Esperanza y Caridad son nombres...

Hay hiel para tu boca todavía.
Suertes se echan aún sobre tu manto.
Tu Cruz... ¡la empuñan para herir los hombres!

Manuel Machado

José Luis Molina
Calabardina, 29 marzo 2013

SEMANA SANTA (3)

CRISTO DE VELÁZQUEZ
Si en algún momento de esta postmodernidad cutre e ignorante, que intenta lograr un sitio en el telediario -lo único que conocen junto a la podredumbre que representa Gran Hermano- irrumpiendo con un botellón en la tradición sacra sevillana, sus componentes laicos -no tienen clase para llegar a la grandeza de una vida interior que tampoco ha de ser necesariamente de tipo espiritual- tuviesen cerebro (sesos) para pensar y ser consecuentes con su postura laica y/o anticlerical, podrían entender la grandeza de libros como SETMANA SANTA del catalán, represaliado por el nacionalismo convergente y estúpido, Salvador Espríu, sabrían cómo el poeta catalán represaliado por el nacionalismo catalán y capullo trataba estos temas. A Espríu, como a otros represaliados, transterrados y perseguidos por la incuria de las mentes que sólo buscan la puñetera mierda del dinero fácil que persiguen, habría que hacerle una patria en la que se juntaran en ella todos los perseguidos por la ignorancia, en este caso catalana y asquerosa. Hasta yo, desterrado por mí mismo de una patria gris y depauperada en la que los poetas no son tenidos en nada, en la que, si volviera, no me integraría y viviría ajeno a ella,  pediría un lugar en este mundo nuevo pleno de cultura, lo único que nos hace libres. En este Viernes Santo, que debe ser día de perdón y asombro, se deben leer poemas como este:

I

Eterna, noble, una paraula
en l'arrelada sequedat.
Ara, llum vell, ets apagat
i ja ningú no seu a taula.
La veritat ens sembla faula,
es romp al nu roquer del cant.
En trossejats vents de l'espant
danssem el boig i la barjaula.
Alliberat, ens hem lliurat,
sota podrits dits de mesell,
al ball del crime. Volta el penell,
mai no parem, car l'amo és ell.
Endins del glaç d'uns ulls d'ocell,
aguait de forques, dels alçats
braçoz dels arbres dels penjats.

I

Eterna, noble, una palabra
en la arraigada sequedad.
Ahora, luz vieja, ta has apagado
y ya nadie se sienta  a la mesa.
La verdad nos parece fábula,
se rompe en el desnudo roquedal del canto.
En desgarrados vientos del espanto
danzamos el loco y la ramera.
Liberados, nos hemos entregado,
bajos podridos dedos de gafo,
al baile del crimen. Gira la veleta,
jamás paramos, porque el amo es ella.
Dentro del hielo de unos ojos de pájaro,
acecho de horcas, de los alzados
brazos de los árboles de los ahorcados.

Salvador Espríu

Las malas políticas económicas, a la orden de los poderosos, de esa farisaica banca sin rostro, que se esconde detrás del dinero, han llevado a malas políticas sociales. Para que el trabajador siga siendo un esclavo y se le pague poco se ha seguido un proceso: se rebajan los contenidos culturales de conocimiento en la escuela, se deja la política cultural y educativa, invocando a la libertad que concede la democracia, en manos de gente no preparada o de familias incompetentes, se les acerca como nueva diosa la ambición consumista, se les enseña que todo se consigue con dinero, aunque sea robado -si es así, mejor- porque ejemplo no les va a faltar con los que les van a dar los que se acercan a la política, dado que ella misma facilita la corrupción -incluso la sindicalista- e incluso se les cosifica -a la mujer como mínimo- haciendo del cuerpo sólo un objeto de placer. Después se les deja chillar, alborotar, irrumpir, no respetar y se llega a la degradación que ha alcanzado la vida social pública y privada. Pues, ¡qué bien! Yo ya no estoy en ello, pero me hace daño verlo. A todo esto, hace muchos años, un ciudadano ejemplar y hombre de Dios, Dios él mismo, se inmoló por nosotros. Y los laicos, que no saben sustraerse al sentido de la tradición, organizan sus procesiones anticlericales como si ello hiciese daño a alguien y no señalase su propia incompetencia, su impericia, su envidia y su propio desconsuelo. Soy de los que pienso que a Dios sólo se le adora en espíritu y en verdad. Lo demás, leche y pan "pa uvas", como decían en mi pueblo.

Juan Pecro Quiñonero enfoca el sentido (religioso) desde otro punto de vista: 

http://unatemporadaenelinfierno.net/2013/03/29/catedrales-inglesias-templos-convertidos-en-parques-tematicos/#more-8116

José Luis Molina
Calabardina, 29 marzo 2013

jueves, 28 de marzo de 2013

SEMANA SANTA (2)

Santa Teresa de Jesús. Ávila. (c) Fotografía: José Luis Molina

Las palabras de Isaías sonaban, claras y tonantes. Un débil rayo de sol que caía, ya azulado, ya rosa, desde la cúpula de pechinas sostenidas por los cuatro evangelistas hasta el centro del presbiterio, daba un aspecto casi inquietante a la figura del preste. No tenía ningún síntoma de emoción. Lentamente recitaba las palabras como impregnado de su significado, como si él mismo fuese la Palabra. Severos gestos dignos acompañaban las textuales voces. La escasa gente que asistía a esta misa matinal le escuchaba con atención. O con comodidad. La mirada, encandilada por el sol naciente y la luz del altar mayor, pasaba del sacerdote al barroco altar, como en juego de desenfoque, según la salmodia adormilaba el cerebro. 

No había advertencia para ninguna situación concreta. Apenas referencia alguna que reconocer. Correspondía al tal domingo la lectura concluida y, como por oficio, había sido comunicada a los asistentes. Si existía algo de ansia interior en la mente del oficiante, no ninguna manera la dejaba traslucir. Era fresca la mañana. En aquel recinto tan enorme, de columnas como bloques, retumbaba extrañamente la voz. Se presentía un escalofrío y la gente se acurrucaba, cada cual en su asiento. De vez en vez, se oscurecía el ambiente, la luz parpadeaba, un niño adormilado gemequeaba, alguna vieja suspiraba, un portazo sonaba lejano, procedente de la sacristía. 

Acabó su breve plática y continuó oficiando su misterio. Cuando iba a lavar sus manos entre los inocentes, he aquí que unos individuos, ocultos quizá por el magno velo del templo, se las apresaron con una cuerda y tiraron de él para sacarlo a la calle. 

El de alba túnica y estola siguió mansamente a sus opresores, mirando levemente la ofrenda de lo que ya no se iba a sacrificar. Alzó un suave cómodo vuelo la mariposa de luz, quizá por el hálito venido de Dios sabe dónde, que casi apaga el velón pascual anunciador de la nueva. Agudos acordes de fuga dramatizaron la salida. Apenas de puede ver emoción en los sayones. Ciertamente inexpresivos, cumplían su rito de castigo, su plan ordenado, profesional y educadamente, con toda compostura, sin desmanes y hasta, es posible, con cierto cuidado. De cuando en cuando, alguna mirada al preste, pero nada de empellones, ni una bofetada, ni una blasfemia. Quizá el sacerdote hubiese preferido algo de emoción, de humanidad, en sus rostros. Admitía el odio y, si le apretaban, casi la crueldad. Pero no ese impasible plan y ejecución. Sin embargo, no se daba cuenta de que a él tampoco le afectaba mucho la situación. Ni le emocionaba. Nada le era agobiante. Había sido casi delicadamente sacado de la celebración. Nadie le empujaba, ni escupía. No había multitudes vociferantes, los pocos transeúntes del domingo apenas reparaban en él, cada cual a lo suyo. No iba ni como oveja, ni como nada. No sabía qué, aunque de todos modos algo intuía por el camino tomado. ¿Por qué recordaba ahora la liturgia del Oficio de Tinieblas? ¿Por qué aquel candelabro de siete brazos, siete veces apagado, aquel ruido de carraca, el grave tono gregoriano, percutía en su cerebro preparándole para la zarza? Pero ni Moisés, ni siquiera Isaías, cuya lectura había comentado, ni los personajes, le decían nada, acabada la conformidad de vida en un desaliento por la incapacidad de la influencia. 

Todo seguía igual en el templo. Resonaban en él las palabras de justicia, la convocatoria del amor, la imprecación, los ayes, la promesa de mejor vida, de salvación, de espíritu divino. Continuaban las viejas en sus bancos, murmuradoras de oraciones devotas, recitadoras de ensalmos aprendidos de memoria y susurrados mil veces, arrebujadas, ansiando liberarse del frío, esperando la culminación del rito. 

La hubiera gustado entristecerse al sacerdote, les hubiera gustado la necesidad urgente de compañía, pero sólo sentía una sequedad agreste en la boca, cierto sentido de miedo incrustado en el estómago. Resonaban lentos sus pasos por la calle adoquinada. La misma calle que había recibido las pisadas de multitud de hombres y mujeres, con sus sentires, ambiciones, problemas, angustias. Calle de agonía por la que, durante años, habían desfilado filas penitenciales, moradas túnicas lívidas, con paso cansino por el peso del símbolo, por la carga del madero en los hombros. Calles por las que después seguirían pasando los dolorosos desfiles, memoria de otros golpes, otras caídas, consecuencia de otra vocación. 

Vocación de clámide pera este otro desfile del preste de alba túnica, de orate tal vez. No hubo nada, ni vino mirrado, ni madero, ni escupitajos, ni voces. Canción de indiferencia sus pasos, los sayones, educados, con delicadeza, empujaban brevemente su oblación. La calle era un ofertorio de sangre a punto de derramarse. La cuesta ponía leve cansancio. Se sintió algo conmovido por las miradas extrañas de unos críos, calentadores de sus barriquitas desnudas al tibio sol mañanero. 

El coro eclesial entonaba el Parce nobis, Domine, y volutas de incienso configuraban preces por el mismo tiempo, por cierto pecado, por la hecatombe de apunto de consumarse. Cierta parda nube de frío y malestar erizaba el ambiente, mientras el final de la cuesta estaba al alcance de los pies y el nuevo Gólgota erizado de molestias se levantaba, pétreo y difícil, lenta ascensión dolorosa. 

No derramar nada. Sólo los jirones del alba y leves heridas de la ascensión por la piedra. No le arrastraban. Sólo sufría molestias por las manos atadas, no se cumplía mínima palabra o profecía, no acudía ningún espíritu de lo alto, no cambiaba nadie la roca en vergel. Ni amargura. Plena aceptación, verdadera víctima propiciatoria. Inmensa concentración ante el momento, pues, acabada la subida del roquedo Calvario, ante ciertas miradas a la cruz forjada que lo culminaba, unísonamente, los sayones, inexpresivos, posiblemente enmascarados, en verdad adiestrados, con un leve empujón despeñan al pontífice de albo rostro ya sanguinolento. Apenas un ruido sordo, un leve movimiento corporal, una indiferente mirada a los verdugos, ¿qué han ajusticiado?, y un perro que olisquea la sangre inútilmente vertida. 

Misterioso acorde el gregoriano tono. Cayó del altar el cáliz, derramado su vino aún no transmutado. Al menos, eso pareció. Entonces, llegado el momento, un individuo, llamado de entre los del pueblo, no elegido por la jerarquía, salió pausadamente y, venido al altar, cogió el sarcófago y distribuyó entre los fieles el Cuerpo. 

Lento lívido movimiento de agonía sin comprender por qué, si al menos hubiesen aullidos, si al menos alguien apartase los perros, si alguien cerrase sus ojos sorprendentemente abiertos, atónitos, llenos de pasmo, presididos por alguna menor inexpresividad que antes. 

La mañana se hace lluvia que, limpiadora de rostros y cuerpos, se vuelve rojiza a la mezcla. Desoladora verdad, lenta agonía. Morir sin saber por qué, difícil precisión y sentido. 

Lentas filas de velones portados por las oidoras de la misa, presididos por el custodio de la paloma y ostensorio, ofrecen perfumado incienso en el improvisado velatorio libremente aceptado. 

Sólo se escucha el viento que apaga los velones, el ronco ladrido del perro lamedor, el agorero vuelo del cuervo, el roce de los pies sobre el charco que refleja la lluvia inesperada y la fúnebre luz. 

Mas no existe emoción alguna, sino una sumisión elocuente de una ingrávida apatía colectiva, réquiem para qué. Así que frígido también el sepelio, incluso el procesional desfile, de aquel cuya muerte no tiene sentido ni para la expiación, ni para cumplimentar profecía alguna, culpa de vaya usted a saber. 

Y bajo la lluvia pontifical, las palabras duras contra el suelo en el que, abierto el sepulcro, es enterrado en tierra nueva, no hollada. Y la gente, sin apenas mirarlo, aliviados de algo, se retira a sus casas, apagadas las velas, pensando alguna cosa en la que iba incluido el profeta Isaías: cuando de ti quites el gesto altanero, día de fiesta, sábado delicioso.

In memoriam de Jacinto Herrero Esteban

José Luis Molina
Calabardina, 28 marzo 2013

miércoles, 27 de marzo de 2013

ASCANIO ERA ALGO ANTIGUO

Antepasado lejano de Ascanio de Elia a principios del siglo XX


Conocí a Ascanio de un modo casual. Cuando entré en la tienda Todo un precio, encontré una especie de bloc con tapas duras de un color azul oscuro encima de la leja de la estantería en la que se apilaban los sobres. En él ponía su nombre, Ascanio de Elia. Casi todo el cuaderno estaba escrito. Así que me puse a leerlo. Conferencia a las ocho en el Foro Cultural, se titulaba. 
Cuando lo concluí, ya había pasado un buen rato. Lo dejé en el mismo lugar en el que estaba, porque intuía la vuelta de quien lo había olvidado. Así que estuve dando vueltas por el comercio, simulando ver cosas que no me interesaban, porque intuía que quien lo había perdido volvería sobre sus pasos reconstruyendo las cosas que aquella tarde había hecho hasta dar con él. 
Apenas vi entrar en la tienda un hombre que miraba hacia el lugar donde estaban los sobres, pensé que era el autor de aquel cuento personal y cínico que, sin embargo, tenía su gracia. Se dirigió directamente hacía donde había estado y lo recogió con un suspiro de alivio. 
Era un tipo casi alto, enjuto, al menos más alto que yo, que era rechoncho, de una edad mediana, que usaba gafas, lo que no impedía ver unos ojos vivos, a veces duros, según se expresaba. Llevaba la barba descuidada, como quien no acostumbra a afeitarse todos los días. Lo que más destacaba era su seriedad. No sonrió ni una sola vez, a pesar del cierto humor que desprendía su escrito y que había hecho figurarme un hombre risueño. Vestía de un modo cómodo, pantalón azul y una camisa de manga corta de color gris. El conjunto de su figura presentaba un aspecto agradable. 
Se dirigió a mí como para darme una explicación que yo entendí un movimiento instintivo de defensa, quizá por su turbación, quizá por su timidez. 
- Estuve buscando unos sobre grandes para enviar unos libros a unos amigos -todavía los llevaba en una bolsa blanca- y, al llegar a casa, me di cuenta de que me faltaban. Así que hice lo normal. Volví a los sitios en los que había estado, pero al revés, el primero iba a ser el último. Si lo encontraba antes, me ahorraba un tiempo. 
- Pues yo la verdad es que lo he visto y, además, me ha llamado la atención, sobre todo el título, pero he pensado en que su perdedor haría exactamente lo que usted ha hecho. Yo también procedo así cuando pierdo algo. 
- El escrito no merece la pena, pero me he estado entreteniendo en él, desde hace unos días, a raíz de una conferencia a la que uno debe asistir por complacer a quien te lo pide. Así es que, con elementos reales, otros copiados y los más inventados, he concluido esta tarde este escrito que, la verdad, no me hubiera gustado que cayese en manos de nadie. 
- Pues ha tenido usted suerte. Lo ha recuperado. 
- Me alegro de ello. 
Me di cuenta de que aquí se acababa la conversación y como había despertado el caballero olvidadizo cierta curiosidad en mí y hacía tiempo que había hecho mi compra, le dije, no sin cierto atrevimiento. 
- Si lo desea, podemos celebrar el hallazgo. Le invito a un café. 
Lo vi dudar, me di cuenta de su embarazo, pero, al final, aceptó. Así que salimos juntos. Había caído ya una tarde de septiembre más bien calurosa aún. Tenía en cielo en su agonía un color rojizo adornado de nubes negras, densas y como muy azuladas en los bordes de las nubes que aún no se habían ennegrecido. Una tímida luna creciente asomaba sobre las copas de los árboles. 
Comenzamos a andar Torrenteras abajo, hacia el pequeño kiosco que estaba hacia el final, antes de cruzar el río. 
- ¿También usted tiene costumbre de venir aquí? –me preguntó. 
- No, a mí me da lo mismo un lugar que otro. Ha sido algo instintivo. 
- En este lugar, que yo frecuenté mucho en otro tiempo, suele hacer algo de fresco, cuando no lo hay en otro lugar. Es excesivamente calurosa esta tarde. A pesar de que yo lo aguanto bien. 
Alternaba largos tiempos de silencio con otros llenos de verborrea inútil, pues nada se sacaba en claro, a no ser constatar la incomodidad en la que se hallaba conmigo. Pero, aun así, saqué en conclusión que estaba recién jubilado -no parece usted tan viejo- y que quería dedicarse a vivir. Eso sí, debía ser un tipo, o muy popular o muy querido, porque mucha gente lo saludaba. 
Tras tomar dos o tres chatos, decidió que era hora de irse y que en otra ocasión nos veríamos, que él frecuentaba mucho el Mesón, que preguntara por él allí si es que necesitaba algo suyo. 
Quedé acodado en aquella barra, mientras lo veía alejarse por las Torrenteras débilmente iluminadas. 
Cuando Ascanio decidió volver a la ciudad en la que había vivido tanto tiempo y abandonar la ideada, en la que había permanecido los últimos veinticinco años, encaminó sus pasos llenos de contento hacia su casa de siempre. 
Tenía una confianza ilimitada en que todo iba a ser distinto, en que podría vivir la vida sin obligaciones laborales y dedicarse a cuanto le quedaba por hacer. Una vez más sufrió la desilusión pertinente, quizá por confiar en los seres humanos. 
Pero aquella mañana, joven aún y dispuesto de nuevo a comerse el mundo, sintió un destello de euforia. Al salir de la oficina, se detuvo secamente, miró a su alrededor y halló como un silencio nuevo, se dio cuenta de que hasta los pájaros habían dejado de piar, de que la creación se había detenido, de que el tiempo se había posado en las ramas de los árboles, de que el azufaifo tenía más flores que de costumbre, de que el aire era más diáfano, de que no se escuchaba ladrido de perro, de que el azul del cielo era un nuevo azul más celeste y que lo blanco de las nubes era sencillo y su blancura excedía a la de otros días. Se sintió todo lo feliz que una persona como él se podía sentir. Las tórtolas sobrevolaban la alameda. El pavo real del huerto de Críspulo Cáceres se escuchaba a lo lejos. Sonrió al pensar en lo bonito de la cola de un pavo real que se redondeaba para que la hembra viese sus colores y decidiese una cópula llena de añiles, dorados, naranjas, morados, en una armonía natural. 
Sin embargo, rompió Ascanio el encanto del momento y comenzó a andar con paso raudo para salir pronto de aquel lugar en el que lo único que aprendió fue a ampliar su conocimiento sobre la naturaleza humana. 
No acudió ninguno de los convocados al Bar Barato y así se ahorró dinero y se dio de nuevo cuenta de que lo mejor es estar solo, que cada uno está en lo suyo y que nadie iba a dejar su obligación para celebrar su último día de trabajo. Sin embargo, pensó que el olvido era la única causa razonable de que no estuviese nadie con él. 
Estaba vacía la ciudad en esos momentos. No encontró a nadie a su paso. No hacía el calor sofocante de finales de junio. Una pequeña ráfaga de un vientecillo suave hacía el paseo más agradable. Escuchó el sonido de las campanas de la ermita del Gualchos y entonces no pudo saber que, pasado un tiempo más bien corto, él contribuiría a recobrar su sonido primitivo. Había crecido cerca del sonido de las campanas de San Patricio y sus juegos estaban presididos por ellas, pues su madre sólo le permitía estar en la Plaza hasta las siete y él se guiaba por las campanadas del reloj de la torre. Conocía el toque de agonía, hoy casi perdido, pues la gente ya no fallece en sus domicilios, sino en el hospital, lo que le impide vivir la muerte, conocer su llegada, si viene con paramento en su caballo blanco o si sólo resulta de la falta de medicinas como ocurrió con su padre. Por eso pensaba que a cada uno le llega su hora cuando le estaba determinada, prevista, has de abandonar este mundo que has vivido de prestado en este preciso momento. De ahí el poco cuidado que había tenido con él mismo.

José Luis Molina
Calabardina, 27 marzo 2013

SEMANA SANTA

No creo que nadie se pueda sentir más o menos indignado porque haga referencias en este blog a las creencias religiosas mayoritarias en España, es decir, a todo aquello que viví en mi infancia y constituye en mí un sedimento cultural de mucho calado. Es SEMANA SANTA y yo, ahora mismo en el balcón que da a la Calle Tranquila y al mar de Calabardina, tengo en mi mente los desfiles pasionales que he visto y gozado en Lorca, Murcia y otros lugares de España. Hace un día violento de primavera, lleno de viento y polvo de la tierra que arrastra el vendaval que se soporta a la tibieza del sol que ya se oculta. Este crepúsculo es ideal para trascender el sentimiento religioso y hacer de él una vivencia como la de José García-Vela (1885-1913), poeta de la tendencia "provinciana", que escribe un contenido y estético poema que transcribo a continuación:

(c) Cristo de Velázquez

CRISTO

Es el fin y el principio sobre la cruz clavado.
Sobre mi corazón es un lirio morado.
Al morir en la Cruz todo lo ha perfumado
su corazón, tesoro del abierto costado.

La negra cabellera sobre sus hombros es
divina y luminosa. La Cruz es un ciprés
sobre la nazarena quietud de un lago. ¡Pies
de Cristo, he de besaros para morir después!

Por mí, Cristo, por mí, que soy la Humanidad,
haz, pues eres milagro, que todo se convierta,
que el Sol se cristianice, ¡que la Luna te adore!

Que mi alma. siguiendo la luz de tu Verdad,
esté a tus dulcedumbres eternamente abierta;
que el rosal de tu mano sobre mí se desflore.

(José García-Vela, Hogares humildes, 1909)



martes, 26 de marzo de 2013

COSAS NUEVAS DE ASCANIO DE ELIA

ALCALDESA DE ELIA

Ascanio había sido una utopía y ahora tampoco era un ser enteramente real.
Hacía ya unos veinticinco años, cuando se estaba acercando a la crisis de los cuarenta y ya conocía mejor que peor la vida, decidió por su cuenta irse a vivir a otra ciudad –Elia– que se inventó en sus noches de insomnio.
            Este acto, que si entonces parecía rebeldía hoy sólo indica cierta tendencia al aislamiento e incluso a la comodidad, porque así se evita el malestar de la convivencia, privándose de sus beneficios, confirma en sí no sólo una utopía sino una imposibilidad.
            Como es comprensible, Ascanio tenía que trabajar para mantenerse. Por lo tanto, escapar de su mundo era un sueño dorado, una ambición común a casi todos los seres humanos, normalmente irrealizable. Así que, hasta él mismo se dio cuenta de la compleja y contradictoria situación.
            Pero era conocedor de la Historia. Y recordó a otro Ascanio que se vio obligado a abandonar su ciudad, Troya, porque el invasor la destruyó totalmente, la arrasó después de incendiarla para que su memoria se borrase de la faz de la tierra.
            Dos cosas, sin embargo, le emocionaban de esta situación. El vencedor quiso ser magnánimo, o no tuvo más remedio que aceptar algunas condiciones de los vencidos, y permitió que cada uno de los supervivientes pudiese sacar y llevarse con él  lo que más quisiese. Cada uno obró según era o según su conciencia en ese momento, aunque asegura el historiador o aedos que casi todos se llevaron consigo objetos de valor. Salvó así cada uno su riqueza, oro, plata, o útiles necesarios. El padre de Ascanio era mayor, estaba enfermo e impedido. Sin embargo, a pesar de que no le quedaban muchos años de vida, como era su mayor tesoro, se lo echó a la espalda y así lo llevó hasta la playa en donde estaba preparada la nave en la que debían hacer un viaje hasta donde Zeus tuviese previsto. Desde entonces, exilio y hacer al ponto eran lo mismo.
            De todo esto extrajo Ascanio importantes enseñanzas que procuró le fuesen norma de vida. Aborreció el exilio obligado, porque, no sólo era transterrar a gente que amaba su tierra, sino que obligaba al castigado a enfrentarse a un futuro incierto ya que, de llegar a tierra, no sabía cómo iba a ser recibido en su nuevo hábitat, lengua y religión distintas, costumbres y usos morales diferentes.
            Supo también que así tenía que hacerse con los padres. No pudo cumplirlo con el suyo porque había fallecido en su niñez pero cumplió perfectamente con su madre y con sus tías e incluso tenía ciertos remordimientos al pensar que se podía haber portado mejor con ellas en vida. Por eso jamás iba al cementerio, ni siquiera el día de difuntos, ni cuidaba su nicho, ni le llevaba flores. Cuentan los que le conocieron y aún viven que, cuando falleció su madre en circunstancias dolorosas y fue sepultada, se marchó con sus amigos más allegados al Mesón, pidió una cerveza, salió a la puerta, la levanto hacia el cielo y, bebiéndosela de un trago no sin esfuerzo, brindó por ella. Después, se fue a su casa y redactó su epitafio: Pasó el ángel del licor oscuro y la llevó a su lugar, que es el que se lee aún en la lápida. Años más tarde explicó que  ángel del licor oscuro es como llaman los árabes al ángel de la muerte, vaya usted a saber si esto es así.
            No se sabe si Ascanio llegó a ser magnánimo en su vida porque, la verdad, lo único que de él se puede decir es que pocas cosas de la vida le importaban, aunque eso tampoco se lo creyeron los que lo conocían de verdad.
             Sigue contando la historia que, después de un viaje accidentadísimo en el que tuvieron que soportar tormentas y otras adversidades, llegó Ascanio a un lugar desconocido. Mas, a causa de las desavenencias que ocurrieron con otros compañeros de viaje, hubo de hacerse de nuevo a la mar y emprender otro periplo que lo condujo a otro lugar también desconocido más al oeste, situación que les acercaba a las columnas de Hércules, aunque hoy sabemos que estaba cercano a la actual urbe de Roma, en donde fundó una ciudad a la que llamó Alba Longa.
            Así que Ascanio fundó, como había hecho su homónimo hace ya casi dos milenios, una ciudad a la que llamó Elia, sólo que en su interior, de modo que teóricamente estaba en su ciudad física –Lugarico– pero vivía en la fingida –Elia–.

lunes, 25 de marzo de 2013

MICHEL DE BOCACO, EN SU JUVENTUD BURGUESA

Michel de Bocaco, joven.
Emigrante y extraño se sintió Michel de Bocaco durante su estancia en su primer lugar de trabajo, hacía de eso demasiados años, casi toda una vida. Sólo estuvo allá, en su primer destino dentro de la empresa, dos años, pero, cuando llegaba cada final de mes, no aguantaba más y volvía a su casa que, a la verdad, no quedaba cerca, sobre todo por los malos medios de comunicación. Y eso que era un pueblo a la orilla del mar, con un atractivo que más tarde se llamó turístico. Entonces, aún vivía su madre. No negaba que lo hacía por verla pero, la verdad, es que lo realizaba porque, a pesar de soportar lugar y costumbres, no se encontraba cómodo, echaba muchas cosas de menos. Así que, en cierto modo, hablaba por experiencia. 


Bocaco, después de más de cuarenta años de trabajo, y sin cumplir la edad reglamentaria, abandonó su oficina. Hubo una especie de ajuste de plantilla que acabó con la jubilación voluntaria de casi todos los más antiguos. Bien es verdad que a él le ofrecieron la continuidad, pero, por si después no le llegaba la oportunidad, aceptó rápidamente el fin de su vida laboral. 

No le gustaba la palabra jubilación, ni siquiera posponiendo anticipada, como la suya. Una vez oyó decir que procedía de la palabra júbilo y que con el gozo, contento o felicidad del deber cumplido, por voluntad expresa de Dios, naturalmente se era, como jubilado, más dichoso. Ni tampoco aceptaba el que la gente dijera que, al proceder de la palabra júbilo, naturalmente sería ahora más feliz. 

Cuando Bocaco escuchaba el nombre del Creador del que unos cuantos se habían adueñado, se sentía inquieto. Él sabía que una y otra palabra no tenían parentela alguna, pero los trabajadores manuales, los peones, los obreros sin cualificar, el pueblo en suma, para manifestar la alegría por dejar el trabajo activo y ganar un sueldo sin dar puto golpe, como vulgarmente se dice, unificaba la etimología para manifestar el gozo al pasar a una situación de pasivo. 

- Tampoco significa nada que te den la tarjeta dorada, -comentó-. Sólo sirve para que te hagan un pequeño descuento en un tren que, al menos por aquí, desde la ciudad a Madrid, es tercermundista. 

Así que Bocaco, tras firmar el expediente de jubilación, regresó a La Buhonera para celebrar la efemérides. 

- Y, ¿qué vas a hacer a partir de ahora, si ya no tienes obligación alguna? -preguntó Benjamín, displicente. 

Benjamín era de la nueva generación, pero mantenía con Bocaco la misma amistad que su padre tenía con él, que correspondía ambas. 

- Vivir -contestó escuetamente. 

- Ya te darás una vuelta por tu antigua oficina -comentó divertido Benjamín, que ya había asistido a conversaciones de este tipo entre su padre y otros, los amigos o los antiguos componentes del coro de bebedores que permanecían aún en la vida. 

Bocaco meditó un instante la respuesta. Si decía la verdad, sus compañeros de trabajo se sentirían molestos, se enfadarían y tomarían, de poder, represalias, cosa que a él le importaba un bledo, aunque tampoco quería dejar muchos enemigos detrás, más bien los justos. 

- Aunque me fuera en ello la salvación de mi alma, jamás volveré ni de visita, -aseveró. 

Bien es verdad que ya había fallecido la secretaria jefe, pero un nuevo jefe de sección, de los que traen ideas nuevas y revolucionarias, le había producido, en los últimos años de su estancia, las suficientes molestias como para no desear verlo de nuevo. Pequeños chismes, inútiles tonterías, sandeces de jefe inepto, a las que Bocaco había dado, posiblemente, más importancia de la que tenían. Tan es así que, cuando los compañeros de la oficina quisieron hacerle un homenaje, se negó en redondo. Pero tampoco hay que echarle la culpa a ese desangelado frustrado, sino entender, que todo obedece al cúmulo de circunstancias que supone haber estado trabajando más de cuarenta años en el mismo lugar y con gente distinta, alguna hasta pintoresca. ¿Y por qué no tener en cuenta, se decía Bocaco, mi propia manera de ser, el tedio, aunque no es esta la palabra correcta, acumulado en los tantos y tan largos años de trabajo? Pero él sabía íntimamente que no iba a volver, saludar si acaso, por educación, ni aceptaría cenas o comidas de homenaje. Borrón y cuenta nueva. 

- De los de mi tiempo, pocos quedan. Los nuevos son eso, gente que piensa de otra manera y para nada les gusta el escuchar batallitas antiguas, de cuando todo se hacía con lápiz; ahora trabajan los ordenadores. Antes llevábamos puesto encima el trabajo, era como algo nuestro. Ahora se llaman profesionales. Eso quiere decir que sólo les preocupa la oficina el tiempo que trabajan. Y punto. Además, no quiero tener en mi casa una foto en la que aparezcan los que me han dado cuchilladas por la espalda. Del fervor antiguo, nada queda. Cuando vine, nadie me organizó un banquete para demostrar su alegría por mi llegada. He trabajado y me han pagado. Ni les debo, ni me deben. Cada mochuelo a su olivo. 

Así que, cuando apareció la reseña del homenaje en la prensa, en el que se le incluía a él, se dijo que, al ser poco proclive a las celebraciones, no había asistido. 

- Si se escribe mi vida alguna vez, siempre estará este dato equivocado. El investigador irá a la prensa, dirá lo que haya leído, y para siempre se mantendrá esa explicación como verdadera. Bien es verdad que ese mismo día estaba invitado una boda, y eso puse de medio excusa. Pero, la verdad, no pensaba ir y no fui. Además, eso del homenaje ya está manido. Sólo se le debe hacer un homenaje a quien ha destacado en su trabajo, ha intervenido en la vida pública o cultural de su ciudad, a quien se ha dejado el pellejo por los demás. 

- Entonces pocos homenajes se han de hacer -comentó un lánguido poeta de coleta y sombrero manoseado. 

- ¿Es que no se puede utilizar algún que otro eufemismo como, por ejemplo, comida de amistad? -le replicó Bocaco que no andaba precisamente por los círculos líricos. 

En su intimidad, se encontraba tan amargado como contento. Parece ser verdadero su dicho de que iba a dedicarse a vivir, que no es poco, y que le gustaría borrar el paréntesis de esos años de trabajo -cuarenta y tres-, y unir la edad de cuando comenzó a trabajar con la de jubilación, así intentaría recuperar el tiempo por donde lo dejó y unir juventud y experiencia para hacer tranquilamente todo lo que no había podido esbozar siquiera en esos años intermedios, ilusión no le faltaba. 

- No me importa el trabajo, sólo que ahora voy a ocuparme de lo mío, recuperar tantas cosas abandonadas casi antes de su inicio, hacer cuanto me impidió la obligación, buscar aquella inocencia primera y vestirla de la experiencia doliente de la vida pasada, hacer del viaje una emoción, ordenar cuanto me pertenece -tanto libro polvoriento- para dejar todo en orden para el día de mi salida definitiva de este mundo terreno. 

- ¿Y por qué eres tan retórico? -le espetó Benjamín. 

Bocaco lo miró seriamente. 


- Por formación, -contestó. Por eso soy de otra generación y la jubilación me viene de muerte. Esto es otra cosa y así no me encuentro obligado a convivir con los nuevos. 

El mismo día en el que se jubiló, cumplió la promesa que había hecho a los amigos del primer café de la mañana de invitarlos a lo que quisiesen, como si fuese una boda, era su expresión. 

Pero ninguno de ellos se acordó. Así que se bebió sus últimas cervezas en solitario, fuese y no hubo nada, si acaso, aquí paz y después gloria bendita. Eso sí, no supo si felicitarse por ser un hombre de palabra.

José Luis Molina
Calabardina, 25 marzo 2013

sábado, 23 de marzo de 2013

TEMAS LORQUINOS Y APRIORISMOS INTELECTUALES PERSONALES ACTUALES

Manuel Soldado Muñoz
Presidente de la Sociedad de Maestros Barberos-Peluqueros de Lorca desde su fundación hasta la fecha.



Ni la investigación de temas locales en sí, en este caso lorquinos, ni su posterior análisis y divulgación, cuentan con la dedicación de los investigadores actuales, ni universitarios ni eruditos a la violeta, dado que, en un tiempo anterior, allá por el último tercio del pasado siglo estuvieron –estuvimos– mal vistos, por ‘localistas’, lo que determinó que, más tarde, pocos o nadie se dedicara a ellos, por desprestigiados, de modo directo, y, en estos momentos, hayan sido traidoramente eliminados por eso que han dado en llamar multiculturalismo, palabro que se apoya en otro aún peor llamado globalización, o viceversa, que tanto monta [1]. Nos tratan, pues, de consumidores posibles y probables después de que, entre unos y otros, nos esquilmen, como acaban de hacer. 

Resulta, por otro lado, que la cultura de masas ganó la batalla oficial a la cultura general tradicional, acaso no podía ser de otra manera. ¿Cómo no iba a ser así si hasta la intelectualidad le prestaba ayuda y combatía contra la cultura tradicional, la suya, con argumentos vanos, como tratarla de erudición tomista, liberal o eclesiástica? La civilización occidental humanista y clásica, tal y como la hemos conocido los de mi edad, sin duda está desapareciendo de manera acelerada sin ser sustituida por nada. Como cuando eliminaron una escala de valores que habían servido bien y cada uno tuvo que buscarse la suya, sin, por supuesto, estar debidamente formados. Lo que ha debilitado el pensamiento cultural que, a poco, será unipersonal. O sea: la cultura se refugiará, lo está haciendo, en individuos aislados que, a poco, serán vistos como bichos raros, aunque concentrarán en sus mentes toda la cultura que no es necesaria para comer y que “nunca llegarán a nada”. Me refiero a las Letras. Y ha sido la misma Europa la causante de este desaguisado debido a la masificación de estudiantes en universidades que no iban a ningún lado, por falta de previsión, porque no avanzaban en el sentido en el que lo hacía la vida y estaban, pues, desfasadas, no daban respuesta a las necesidades materiales del hombre. Pero también puede ser único, el pensamiento único, que nos dictará algún poder político-económico, que nos debilitará más aún mentalmente y nos dejará indefensos en manos de un mal que no se puede extinguir: la política. 

Los políticos y académicos que trabajaban para ello, a pesar de cobrar, sólo han hecho un viaje hasta llegar a Bolonia, o sea, a ningún sitio. Porque, ¿para qué le sirve un “tema local”, por ejemplo, la lucha hispana –lorquina– contra los moros invasores en la edad media, a un ecuatoriano o a un marroquí que hoy vive en Lorca? ¿Se revisará la realidad histórica y se manipulará para que no le moleste a los islámicos? ¿Se prescindirá, mediante su destrucción, de los símbolos tradicionales, verbigracia, Santiago mata moros, para que el emigrante que sigue el Corán no se sienta molesto o no emprenda otra, una más, guerra santa, o monte un número como el de la “guerra de los velos”? ¿O se tolerará que toda esa civilización desaparezca como hicieron los talibanes con la suya, en aras del inmovilismo? O sea: que hay temas locales –la leyenda tardorromántica de tema oriental, ese orientalismo que fue una tendencia literaria en el siglo XIX– que mejor no tocar, lo que cercena la libertad intelectual. Pero, a pesar de ello, nadie se rasga las vestiduras ni se manifiesta: ¿para qué matar al mensajero? Menos mal que, de momento, el teatro está a salvo, a pesar de tanto inquisidor, me refiero en esta ocasión al eclesiástico, como ha intentado quitárselo de en medio, a lo largo de la historia. Y si no está tan a salvo, al menos ahí está. 

Con estas premisas personales, cavilando sobre el método a utilizar para que el análisis del tema a desarrollar pudiese ser conveniente para todos, sin ofender a nadie, pues algún tema teatral –el teatro histórico de tema árabe– puede molestar a algunos sensibles emigrantes, me vino a la memoria la frase siguiente, que, pronunciada por mí, hubiera parecido, al menos, reaccionaria y servido para calificarme como de derechas, anatema político descalificador utilizado como insulto en la actualidad temporal en la que escribo, o casi siempre: “El multiculturalismo es un veneno. Defender la cultura propia no significa rechazar las demás, es tener una identidad fuerte”. Claro que, en la situación actual de Lorca, camino del mestizaje, en el que alguno que otro hallará la solución a su problema personal, puesto que otros muchos desaprensivos lo que hacen es lucrarse de esa emigración, pensé que una cosa es el muticulturalismo y otra la aculturalidad –analfabetismo– del inmigrante con referencia a la civilización occidental –la cultura española específica, aunque ellos perciben cómo es atacada, aunque sea por minorías ideológicas que hacen el juego a los interese políticos de algunos, desde varias partes de lo que aún se llama España– y la escasa integración que en este primer aluvión se va a producir, puesto que la vida de los emigrantes hispanoamericanos viene a ser casi exactamente igual a la que llevaban en sus lugares de procedencia, es decir, ha de pasar un tiempo para que, sin perder sus raíces, se sientan habitantes participativos en la vida real de esta ciudad que nunca jamás volverá a ser la misma porque, ciudad ocupada, ciudad que pierde su esencia y sustancia. Los islámicos no se integrarán de ninguna de las maneras. Crearán, están creando, problemas para exigir, en aras de su religión, lo que a ellos les parezca. Como ejemplo, ahí tenemos a Francia. Mirándola, ya sabemos lo que va a pasar aquí. 

El autor de la frase destacada con letra cursiva en el párrafo anterior es Max Gallo [2], intelectual de la izquierda francesa, lo que evita que se considere reaccionaria su afirmación, como anteriormente la he calificado, de haberla pronunciado yo. Pero es más, el pensador francés cree que está en riesgo el espacio social democrático porque “en algunos terrenos hemos abandonado nuestros principios”. Si traigo a colación esta opinión, se debe a que parece una consecuencia lógica el que la política cultural se decida por la potenciación de la cultura autóctona, toda vez que algo habrá que abandonar de ella para equilibrar la balanza ante la demanda de la emigración –en este caso magrebí– de que se respete su lengua, religión y forma de vida, sin ningún gesto por su parte. Y un modo de que eso sea así, pensando quizá angelicalmente como hombre de la cultura humanista amenazada, que para lo demás ya están los políticos, es proporcionar medios para que los lorquinos nos sintamos lorquinos, es decir, para que, aunque el multiculturalismo niegue la jerarquía entre las culturas según Max Gallo, la fortaleza que procede de nuestra identidad afirmada es la que va a admitir el ejercicio de otra cultura distinta y diversa, oriental u occidental, sin que nadie se sienta teóricamente discriminado. Y en ese sentido camina mi pensamiento. Así que… 

Esos son los sentimientos que me llevan a cultivar los temas lorquinos en las escasas, casi nulas, oportunidades que se presentan, tras el triunfo de la generación nocilla o la ocupación de puestos de cierta responsabilidad política y cultural por gente de la ESO. Por ello, voy a iniciar el análisis de este tema, quizá uno de mis últimos trabajos, debido a mi edad, ocasiones y retiro en el que vivo, sobre temas lorquinos, que poca atención recibirán en un futuro cercano, ya mismo, porque, por más que miro, no veo a ningún investigador en el horizonte que continúe con la labor, ahora que se ha conseguido tener un magnífico Archivo, ni que haya una política cultural local con futuro, ni siquiera el de una legislatura, porque no se hace cultura –no tienen programa– sino actos culturales sin sentido a veces. Pero, aún hay más: ¿se puede conjugar la cultura de masas con la cultura específica que algunos demandamos? 

No hace falta mucho dinero para mantener un proyecto o programa que sirva para que los habitantes de Lorca conozcan la historia de la ciudad con todo el carácter científico necesario para que la comprensión del pasado sea garantía de un futuro en armonía, en el que cada uno respete al otro, que cada uno sea respetado por el otro y se pueda vivir en paz sin que, para ello, tenga algo que ver raza, lengua, religión, política o manera de pensar (ideología de cualquier tipo). 

NOTAS 

[1] Vid., Joan Oleza, “Multiculturalismo y globalización: Pensando históricamente el presente de la literatura”, en Prosopopeya. Revista de la crítica contemporánea, n’4, 2003, pp. 133-156. 

[2] Vid., Javier Gómez, Más que palabras, entrevista a Max Gallo, intelectual de la izquierda francesa, en LA RAZÓN, año IX, nº 2.635, domingo 12 de febrero de 2006, pp. 6-7.

José Luis Molina
Calabardina, 23 marzo 2013

viernes, 22 de marzo de 2013

TODAVÍA NO SÉ COCINAR

(c) Fotografía de J. L. M.


            Así que me fui a la cocina, busqué un cazuela de barro que había comprado para hacer arroz, le puse agua hasta su mitad, le añadí un par de hojas de laurel, una bola seca, un trozo de tomate, una tira de pimiento, perejil, una espolvoreo de albahaca, estragón, tomillo, hierba buena, un chorro de aceite de oliva, y dejé que todo eso empezara a hervir. Miento, busqué media docena de gambas que había congeladas y las eché también al cazo. Dejé que hirviera un poco, como tenía pensado y, a los cinco minutos, cogí el arroz de Calasparra, puse tres puñados en la zaranda, lo limpié, y lo fue dejando caer con un cuidado amoroso sobre el agua hirviendo. De vez en vez, durante los veinte minutos preceptivos de rigor, con la cuchara de madera tan quemada ya de tantas veces en la olla, removía todo aquello que olía ya a cielo bendito. Lo probaba de cuando en cuando cerrando los ojos y comprobando la evolución de aquel guiso que, por primera vez, estaba haciendo. Sin receta alguna. Lo he inventado yo, le dije. Lo sentía madurar entre mis dientes, ponerse tierno poco a poco. Cuando estaba ya casi a punto, cogí un huevo y lo eché encima de aquel arroz al que le faltaba un poco de azafrán de pelo. Me consolé con el colorante que encontré. Está a punto, me dije. Y corté el fuego, puse un paño de cocina sobre el cazo y dejé que se reposara. Así que, mientras aquello maduraba amorosamente, me serví un buen vaso de vino de Montilla, fresco, que tenía guardado para las grandes ocasiones. De postre, galleta de chufa: se muele la chufa y con su harina y agua se hace una pasta que se mezcla con otra de dátil y miel. Se les da forma cónica y se fríen con aceite de oliva.

José Luis Molina
Cañabardina, 22 marzo 2013

lunes, 11 de marzo de 2013

ALFONSA DE LA TORRE EN CARACOLA (1966)


ALFONSA DE LA TORRE POR NURIA BORDÁS.
Tratamiento de imagen: M. H.

Dios es misericordioso y ayuda a los débiles. ¿Cómo, si no, hubiera podido encontrar este poema en una revista tan alejada de su lugar común de publicación? Mi devoción lírica por la poeta de Cuéllar me lleva a publicarlo en este blog para que pueda ser leído por sus múltiples admiradores. Se trata de un soneto titulado Primera Carta. Aparece en el nº 167 de CARACOLA, revista malagueña de poesía, correspondiente a septiembre de 1966. Los poemas que incluye son sólo SONETOS y los colaboradores son: Juan Ramón Jiménez, Gerardo Diego, Rafael Alberti, Rafael Laffón, Xandro Valerio, José María Souvirón, Ginés de Albareda, José Antonio Ochaita, José Luis Cano, José García Nieto, Concha Lagos, Leopoldo de Luis, Rafael Morales, ALFONSA DE LA TORRE, Luis López de Anglada, José Luis Prado, Francisco Garfias, José María Fernández Nieto, Manuel Alcántara, Carlos Murciano, José Antonio Suárez de Puga, Joaquín Caro Romero. Sólo dos mujeres. Sólo sonetos. De calidad, eso sí. ¿Son garcilasistas todo estos poetas?





PRIMERA CARTA

Paloma de papel, carta primera,
ven a mí con tus picos impacientes,
te abriré con mis uñas, con mis dientes,
te besaré después de tanta espera.

Te anidaré, paloma mensajera
entre mis senos suaves y calientes
y candados pondré, pondré serpientes
que custodien tu buche y mi quimera.

Aunque por sangre me devuelvas tinta
y en lugar de su voz, pata de araña,
háblame de él, amiga silenciosa.

Viérteme el contenido de tu entraña
y no críes ¡Por Dios! pájara pinta
que la ausencia de amor es dolorosa.

ALFONSA DE LA TORRE




José Luis Molina
Calabardina, 11 marzo 2013