Retrato de Añfonsa de la Torre. (c) Manuel Leçon Astruc |
ALFONSA DE LA
TORRE: SETENTA AÑOS DE ÉGLOGA
ALFONSA DE LA TORRE: SOIXANTE-DIX ANS D'ÉGLOGUE
ALFONSA DE LA TORRE: SEVENTY YEARS OF ECLOGUE
José Luis Molina Martínez
Doctor en Filología Hispánica
Resumen: Entre los años
1943 y 1961, Alfonsa de la Torre publica su obra poética que ha sido
recientemente reeditada. Su condición intelectual la convierte en una poeta
singular que se ocupa de temas clásicos, espirituales y esotéricos. Su primer
libro, Égloga, la acerca, por un
lado, al mundo de Garcilaso como poeta recuperado, tal y como hicieron con
Góngora y otros clásicos, y, por otro, a la revista Garcilaso. Es un libro ejemplar no sólo en su aspecto formal sino
en la interioridad que desarrolla, sus destellos biográficos y su dominio del
lenguaje, bello y depurado.
Palabras clave: Poesía de
postguerra, Alfonsa de la Torre, Égloga,
revista Garcilaso.
Abstract: Between
1943 and 1961, Alfonsa de la Torre publishes his poetry which was recently
reissued. Intellectual status makes it a singular poet dealing with classical
themes, spiritual and esoteric. His first book, Eclogue, the on the one hand, the world of the poet as poet
Garcilaso recovered, just as they did with Gongora and other classics, and,
secondly, the magazine Garcilaso.
Book is exemplary not only in its formal aspect but in the interior that
develops, its flashes biographical and his command of language, beautiful and
refined.
Keywords: Postwar poetry,
Alfonsa de la Torre, Eclogue, Garcilaso magazine.
Résumé: Entre 1943 et 1961, Alfonsa de la Torre
publie sa poésie, récemment rééditée. Sa condition intellectuelle fait d'elle
un poète singulier, qui se consacre à des thèmes classiques, spirituels et
ésotériques. Son premier livre, Églogue,
lui permettra, dans un premier temps, d’appréhender, comme ce fut le cas pour
Gongora et d'autres classiques, l’univers du poète Garcilaso, et de se
rattacher, dans un second temps, à la revue Garcilaso.
Il s'agit d'un livre remarquable, non seulement dans son aspect formel, mais
aussi dans son contenu qui témoigne de ses succès biographiques et de sa
maîtrise du langage, beau et raffiné.
Mots-clés: La poésie
d'après-guerre, Alfonsa de la Torre, Églogue,
le magazine Garcilaso.
Alfonsa de la
Torre, poeta excéntrica y clasicista
Alfonsa de la Torre, Cuéllar,
1915-1993 (González: 2009) es, en la actualidad, una poeta de culto. Su nombre
solamente es relevante entre los especialistas o personas gustosas de una
poesía exquisita no sólo en lo formal. Únicamente accedían a su lectura los
escasos afortunados que la conocieron, viven y poseen sus libros, pero ahora
existe edición reciente de su poesía (Alfonsa de la Torre: 2011) y su lectura
ya es más cómoda. Mas es su temática y condición poética, a la que una crítica
de matiz feminista (Payeras: 2006, 2008, 2009, 2010) dota de sentido, las que
determinan, en mi opinión, que sea una poeta leída por una selecta minoría o
poseedora de un gusto por lo clásico, como demuestra el libro primero que
publicó, Égloga. No me parece atrevido
calificar este libro como uno de los más interesantes, lúcidos y bellos del
panorama poético de la postguerra, sobre todo, si se considera su aspecto
formal, aunque su sugerente intimismo y sus diversos detalles biográficos
ficcionados proporcionan una lectura gozosa, aunque permite otros destellos si
la lectura se convierte en crítica.
Ese libro, para mí ideal, se acabó
de imprimir en la Epifanía de 1943, es decir, el 6 de enero de dicho año. De
ahí mi felicitación por su septuagésimo aniversario. Es, pues, un buen motivo
para ocuparse del libro por si se despierta la curiosidad y la poeta gana
lectores. Primeramente debo expresar mi creencia en que la losa -olvido- que
cae sobre Égloga procede de la
polémica suscitada entre los poetas sociales y los formales, o sea, entre Garcilaso, revista de postguerra
filo-régimen, al parecer, y que incluso tildan de fascista, y las demás que, al
parecer, actuaban contra el régimen y tenían como objetivo lo social por medio
de una poesía que ansiaba ser fieramente
humana, no expresamente lo poético en sí, como si no fuese de recibo.
A lo largo de la época que desemboca
en lo que se conoce como generación del
27 y sin olvidar que "la tendencia clasicista fue también una
manifestación de la vanguardia" (Pedraza-Rodríguez: 1991: 71-73), se
produce una recuperación de autores barrocos: Pedro de Espinosa, Soto de Rojas,
Bocángel, Villamediana, Lope de Vega, Garcilaso -renacentista- y Góngora sobre
todo, son objeto de atención por los poetas de la época. Pero el problema surge
porque Garcilaso de la Vega celebra el cuarto centenario de su muerte en 1936 y
los mentores de la revista parecen no ajenos al régimen franquista al estar
casi compuesto por jóvenes falangistas (Mermall, 1978: 25-36). Por ello, el
anatema cae sobre los poetas que colaboran en la referida revista. Una vez más
el resentimiento cainita español: los uno, los buenos, porque ellos mismos se
auto-postulan; los otros -Garcilaso-,
los malos, por su carácter tradicional y defensa de sus valores. No se puede dudar
en ningún momento de que Alfonsa de la Torre pertenezca a esta tendencia
poética, pues ella misma confiesa que estaba en la corriente neoclasicista de
posguerra. Pertenecía al "grupo universitario de Rosales, Bleiberg,
Vivanco" (Cruset, 1970: 263). Germán Bleiberg, garcilasista en sus Sonetos amorosos (1936), magnífico en su
Elegía de las hojas otoñales (1941)
es otro proceso investigativo a iniciar con relación a la poeta cuellarana.
A pesar de todo esto, yo la
"veo" como independiente y ajena a estas trifulcas. En verdad, sólo colabora
en el número dos de Garcilaso -junio-
con una décima de las que seguramente había excluido de su publicación en Égloga. También publica un soneto
"conceptista" de amor en Lírica
Hispana -septiembre de 1960-
[ENGRANDECÍ
CON LÁGRIMAS
Engrandecí con
lágrimas tu cauce,
tu fuego
alimenté con rojas llamas,
y no me queda un
pájaro en las ramas,
ni al borde de
mi río un triste sauce.
Se lo llevó el
dolor de avara fauce
desde que no me
buscas ni me llamas,
estoy en duelo
porque no me amas
y no encuentro
en la vida qué me encauce.
Como resto de
nave, a la deriva
me pierdo en los
mares del invierno,
sin saber si
estoy muerta o estoy viva.
Y puede ser que
llamen a este infierno
vida, cuando el
vivir ya sólo estriba
en un morir profundo,
lento, eterno.]
y
nadie la asocia al grupo de Conie Lobell y Jean Aristeguieta.
Igualmente aparece un único poema
-un bellísimo soneto amoroso- en Caracola
(1966),
[PRIMERA CARTA
Paloma
de papel, carta primera,
ven
a mí con tus picos impacientes,
te
abriré con mis uñas, con mis dientes,
te
besaré después de tanta espera.
Te
anidaré, paloma mensajera
entre
mis senos suaves y calientes
y
candados pondré, pondré serpientes
que
custodien tu buche y mi quimera.
Aunque
por sangre me devuelvas tinta
y en
lugar de su voz, pata de araña,
háblame
de él, amiga silenciosa.
Viérteme
el contenido de tu entraña
y no
críes ¡por Dios! pájara pinta
que la
ausencia de amor es dolorosa.]
y
nadie la califica como componente de ese grupo poético malagueño. Publicar en revistas
es, muchas veces, cuestión de amistad. Por eso, el excentricismo de la poeta le
hace encerrarse y alejarse del "mundillo" literario, amén de
dedicarse a sus labores esotéricas, por lo que se autoexcluye de los cenáculos
poéticos. Y deja, como testamento lírico, una obra de enorme peso literario y
un libro excelente que es el que queremos comentar brevemente.
Aparece el libro precedido de una
presentación de Josefina Romo en el que manifiesta su opinión sobre la poesía
de Alfonsa de la Torre. Cuando un prólogo sirve de introito al libro, estantes
ambos en el mismo ejemplar, parece ser que indica la aceptación de la autora,
de cuanto dice la prologuista. Y, aunque no es momento de desarrollar mi
opinión, creo que, por encima de los criterios espirituales -espiritualistas-
que desarrolla la profesora Romo Arregui, Alfonsa de la Torre conocía -sabía-
que lo suyo iba por otro camino. Además, el prólogo, como casi todos, es puro dirigismo
y, si no se analiza desde otras perspectivas el contenido, se suele seguir el
camino creado.
El encanto de un
libro excepcional
Égloga
es un libro de amor. Es un amor para el que Alfonsa crea una Arcadia que es el entorno de Cuéllar,
concesión de la poeta a su propio y personal paisaje en el que han ocurrido
cosas que son básicas para ella: sonidos, colores, naturaleza -los pinos de La Charca-, voces, "manso
ruïdo", personas que faltan en ese paisaje, amores en ella soñados. Es un
sencillo revivir no tanto una infancia sino cuanto reside en su memoria
profunda. De este decorado pasa a otro ficcional, aunque apenas si lo necesita.
Antes dos sonetos de transición, estrofa a la que llega desde la décima que es
en la que compone la parte anterior. El primero de ellos es un tanto elegíaco
por cuanto constituye su paraíso perdido -el pasado- y, en su rememoración, no
encuentra la "armonía" que es la regla de oro de su interioridad.
Porque cuanto expresa la poeta es su interioridad (intimidad?) alborotada por
los sucesos que siente. Cuanto echa de menos no lo halla junto a ella. Nada le
hace localizar lo que ansía y sólo la cerca el silencio como respuesta. Hay una
ausencia no especificada. Si hacemos casos de otros paratextos, diríamos que la
ausencia de su madre, de su hermano "sumiso", al que Germán Bleiberg,
cuya poesía deslumbró a Alfonsa de la Torre, dedicó una elegía, Juan José, en
"Cuéllar enterrado".
Pero bien puede ser, y por ella me
inclino, la ausencia del amor. El amor en la poesía de Alfonsa de la Torre es
un estudio pendiente. Es importante y necesario. Urgente, también. Pero eso
depende de otras instancias. Otro tema a investigar es el de sus amistades
femeninas: Josefina Romo, Diana Ramírez de Arellano, Gracián Quijano (Francisca Cristina Sáenz de Tejada), Ana Inés
Bonnin, Clemencia Laborda, entre otras. Ana Inés Bonnin publica en 1948 un
libro que titula Fuga que envía a
Alfonsa con una dedicatoria sencilla: A
Alfonsa de la Torre mi ferviente homenaje. Alfonsa, meticulosa, lo lee y
subraya lo que le interesa, afecta, seduce o discrepa. En varios poemas, junto
a esa raya, escribe la palabra amor.
Así sucede en el poema titulado "Y nunca sin amor fueron los nidos" y
en el llamado "Anduve rosas". No es el momento, de nuevo, de analizar
esa referencia, pero sí se puede decir que el amor es uno de sus hilos
temáticos a lo largo de toda su obra. Creo, si no es muy atrevido, que desde la
lectura de Sonetos amorosos (1936) de
Germán Bleiberg.
Antes de entrar en el contenido de
las dos églogas, hemos de señalar algunos matices necesarios: 1º) "Desde
Petrarca y Bocaccio, la égloga" es "utilizada para el desarrollo de
cualquier tema"; 2º) la égloga, más allá de que sea pastoril, por el mismo hecho de ser poesía, debe ser incomprensible". Alegoría críptica no como
recurso de estilo, sino como alma de esa misma poesía. A mayor alegoría, mejor
es el poema, cuanto más críptico sea el significado y más penetrante el
simbolismo, mejor es el poeta (Alonso, 1996: 330); 3º) "la invención
garcilasista de la égloga vertida en el molde endecasilábico abrió los caminos
de la nueva poesía dignificando la materia poética y prestando una filografía y
una visión del hombre y de la naturaleza completamente nuevas" (Egido,
1985: 52).
Bien que guardando el armazón
teórico garcilasiano que comporta una inclinación dramática de la égloga
mediante el uso del diálogo, Alfonsa de la Torre señala en la "Égloga
primera", en sus series de tercetos encadenados, el soporte elegíaco de
que la dota para efectuar un "dulce lamentar" por los amores
perdidos. En un locus amoenus (lugar
ameno) u hortus conclusus (huerto
cerrado) un tanto idealizado, Sabiniano narra su propio amor por una pastora de
lejanas tierras pobres. Es digna de atención la descriptio puellae porque no utiliza los tópicos típicos del género
y se aleja de la mujer rubia, pálida, de labios sonrosados porque "su piel
era de almendra oscura".
Observemos la descripción de la
joven en la ÉGLOGA PRIMERA:
Como un ala de luz, la cabellera
alumbraba su cara de manzana,
y con fiel languidez de enredadera
caía entre matices de avellana,
hasta tocar en sierpes la cintura
que hundía un ceñidor de mejorana.
Su piel era una piel de almendra oscura
y tenía en el gesto tanta gracia
que me borró de pronto la cordura.
Como gemelas hojas de una acacia
sus ojos en el rostro relucían,
con un mirar de agua que no sacia.
Los pliegues de la falda le caían
como esmaltado prado, modelando
las formas que a través se percibían.
Respiraba de un modo inquieto y blando,
brizando en la clausura del corpiño
dos tórtolas que estaban dormitando.
…………………………………………………….
Envuelta en el milagro de la luna,
Anarda, sin sandalias y en cabellos,
contaba las estrella una a una.
De este modo, conocemos el nombre de
la pastora, Anarda, que continúa la tradición, barroca en este caso y
comprobamos cómo cambia el canon, sobre todo porque no hay amor platónico como
en el petrarquismo, sin que ello obvie que la descripción sea idealizada, como
corresponde al género. Así pues, la belleza de la amada que describe Sabiniano
es, con relación a la fórmula petrarquista, la siguiente:
Cabellera
→ luminosa
Cara
→ color manzana
Piel
→ de almendra oscura
Ojos
→ relucientes, color de agua, que transmiten dulce de miel y suavidad de menta
En Alfonsa,
es una impresión lírica. Pero, evidentemente, aunque exista una “influencia”
garcilasiana o haya tomado por modelo al poeta toledano, la envoltura de la
poeta cuellarana es otra, por lo que, evidentemente, existe una superación de
aquel escrito singular, de belleza formal intangible, porque la propuesta de
Alfonsa no es la misma que la de Garcilaso. Es un deliquio
amoroso que acaba en tragedia: "Se me fue de los ojos de repente / como
flor arrastrada por el cierzo". Es de una belleza formal impecable, plena
de símbolos. Es la más garcilasiana de las dos, la más tradicional, de una
belleza no efímera, quizá sólo superada por la ÉGLOGA SEGUNDA, en la que hallamos una actitud
confesional en ocasiones, un relato de intimidad en otras, porque Alfonsa de la
Torre se cuenta en ella, está haciendo un borrón y cuenta nueva de su vida. Desaparecen
los pastores. Es la poeta, tomada figura de mujer, la que se adueña de todo y
protagoniza un "dolorido sentir" en el que todo se hace interioridad,
intimidad, memoria. Por ello, son escasos los artificios que podemos hallar en
esa poesía desnuda con un hondo sentido de la muerte que acaba con la felicidad
del amor –pastoril o no–, porque se encuentra en contacto directo con la
naturaleza. La envoltura preciosa del terceto oculta medianamente la dureza, la
natural realidad cruel, apaciguada por la envoltura poética. Alfonsa de la
Torre usa las convenciones del género para suscitar esa ilusión de realidad
–dentro del artificio– y convencer retóricamente de la verdad que comunica. Su
verdad es ella misma y los sucesos de su vida, pero la manera de exponerla trasciende
y universaliza el sentido humano del mensaje, o, mejor, lo llena de contenido
de cara al receptor. Y todo ello es lo que constituye el “paisaje” interior.
Alfonsa de la Torre recupera una forma del pasado para envolver el contenido de
su escrito que evita la mitificación porque todo es naturalidad y estética
literaria puesta al servicio del “dolorido sentir” de la poeta, impregnada de
un tono elegíaco por cuanto es ido y no volverá jamás. Poesía, pues, natural y
sincera:
Y me abatí como un ala de fuego,
llegando hasta los bordes del hastío,
mientras al aire superaba el ruego.
Nos queda, sin embargo, la impresión
de que entre toda esta tramoya existe algo no revelado que ni en lontananza se
vislumbra pero que, en un momento rememorativo, reproduce la impresión primera
y sentimos de nuevo la presencia alegre de aquello oculto que, sin estar en el
paisaje, proporciona un hálito de misterio y por ello agrada su poesía, sin que
haya de hacerse una lectura ingenua de Égloga.
Porque su lectura ya nos ha permitido comprobar que Égloga no es la descripción de un ambiente pastoril, sino una
interpretación poética bajo una técnica impresionista utilizada para una
creación perfecta y armoniosa.
Tres poemas más cierran el libro. Siendo
todo lo osado que me puedo permitir, diría que Viento de despedida es una tercera égloga escrita en endecasílabo
libre, sin ataduras. La poeta se hace cercana y su paisaje es el personal de su
costumbre, su territorio natural en el que han transcurrido -y transcurren- los
sucesos que rememora. Es más, hasta sus épocas de estudios -¡Qué mañana al fresco de la Sierra, / bebiendo el sol entre las
Facultades, / al salir la Moncloa del rocío!- las acerca a este mismo
paisaje -Corre el arroyo perfumando
flores / y sufren abandono los rastrojos. / En las ramas del álamo sombrío /
prosigue el viento su tenaz quebranto- y habla de ellas como un pasado
lejano -Fuiste la tierna hermana que no
tuve-.
Ronda
viene a ser el trato culto de un tema popular que sólo indica que conoce la
tendencia coetánea y la poesía de corte tradicional. Se encuentra en la misma
línea que su Salutación a la Virgen del
Henar:
María, tras la
ventana,
un pájaro te
decía:
¡Maríiia!
Tu rueca se
atolondraba
y el huso se te
caía.
¡Qué alegría!
La azucena
germinaba
y su brote
repetía:
¡Madre mía!
Y concluye el libro con otra joya
que es Oda al silencio, tema no tanto
barroco como necesidad urgente de escuchar la interioridad y conseguir esa paz
-la paz del silencio, la paz bendita-
que es armonía y es llama viva, silencio que se mitifica en las sombras.
Superación de la
égloga garcilasiana
Hablar –escribir– de Égloga no es hablar de una parodia sino
de cierta inversión del significado. En el siglo XVI, en el mundo renacentista,
la égloga, el pastor, es un tema que irrumpe en la sociedad porque el pastor no
sólo es un enamorado sino un modelo de vida. Pero, en la posguerra no hay una actitud
ante la nueva situación porque no hay libertad, sino imposición. Es una casi
insensatez –una memez tremenda– que se intente volver a una interpretación
teológica de la vida cuando se venía de un mundo laico cuya manifestación
intelectual queda, en este caso, representada por los componentes de la
Residencia de Señoritas o del feminista Lyceum Club. Pero, en la Égloga de Alfonsa de la Torre, existe
una inversión o subversión de funciones. Le quita la voz al pastor y es ella,
autora implícita, la que expresa sus cuitas amorosas. Es una toma de conciencia
de la individualidad y de su independencia y de ahí la expresión en libertad de
su soledad y el ejercicio transgresor. Al tiempo, es una crítica de la forma de
vida ciudadana. Así
pues, en la vida natural, en el espacio del pastor, es más fácil dedicarse a la
contemplación sin las imposiciones de la vida monástica –de ahí lo de beguina–,
con lo que intenta equilibrar intereses humanos y divinos. Pero también paga el
precio de un alejamiento social por la aparente huida –evasión– de la realidad
opresora. Alfonsa de la Torre explora el sentimiento humano a través de sus
propios sentimientos. Sin embargo, la concepción de la sexualidad, más severa
que la de preguerra, coarta la libertad de la poeta que ve limitada su conducta
femenina, todo como consecuencia de la guerra. Alfonsa de la Torre, aunque no
es así, parece que acepta esa situación que invierte en su escrito quitándole
la voz al pastor para dársela a la pastora –a la mujer– a través de ella misma,
como se comprueba con sus versos que denotan un sentido figurado y que en otras
ocasiones son más atrevidos –“yo te serví la dicha en mis manteles”– de cierto
sabor sensual, ginoerótico:
Bebo la miel que tu fervor destila,
me aduermo en los dos brazos arqueados
sin pensar que la aurora nos vigila.
¡Oh, tus ojos tan suaves y callados,
que saben de amorosas golosinas
cómo eran por mis labios regalados!
Las pestañas tan largas y tan finas
y los cabellos perfumados,
limando las inquietudes las espinas.
En tu jardín corté iris rosados;
una paloma fue mi preceptora
y comí de los frutos madurados.
Pero, de ahí procede la situación de
“sus” pastores, menos castos que los que protagonizan la novela pastoril
renacentista: “La frustración sexual se ve sublimada en sufrimiento
sentimental” (Savoye, 1976: 39-40), palabras aplicables a Alfonsa de la Torre.
Al cambiar de época, el contenido pastoril de la égloga, en cierto modo, se
materializa, porque la forma poética no corresponde a cuanto expresa la poeta,
aunque manifiesta aún el tópico del amor no correspondido o la conciencia de la
soledad del individuo. El tiempo histórico anterior, el de preguerra, ha de ser
enmascarado con la expresión del tiempo histórico personal, con lo que ya no
prevalece la ficción, sino la ocultación de una realidad a través del lenguaje
figurado, por lo que había que situar en el pasado la situación del presente de
entonces (1943). Se trata, pues, de una evolución social no sólo detenida, sino
interrumpida durante toda la dictadura franquista. Ahora bien, la reacción
contra esta situación más que estética fue francamente negativa por la
politización de la ideología que se presentaba ocultamente como oposición
literaria al “garcilasismo” y a la doctrina nacional-sindicalista.
Colofón
Es un gozo
contar entre los/las poetas españoles con un talento tan cultivado como el de
Alfonsa de la Torre que hasta ejerce el ejercicio de un cripticismo cultural
que en definitiva significa lo que el cantor del romance cantaba a voz en
grito: Sólo digo mi canción / a quien
conmigo va. Para comprender los símbolos de la poeta de Cuéllar sólo hace
falta leer y releer y volver a leer Égloga
y sus otros libros en la confianza de que un ejercicio de este tipo tiene que
ser fecundo sin más remedio.
Setenta años
ya de Égloga, a la que, desde la
orilla de mi mar de Calabardina, deseo eterna vida y que la pureza de los
versos de Alfonsa de la Torre cautive a los lectores como hizo conmigo hace un
tiempo, al menos veinticinco o treinta años. Casi toda una vida.
Hoy las tórtolas
suaves resucitan
apagadas cenizas
en los sauces
y surgen las
imágenes calladas
del silencio,
radiantes como diosas
que buscarán su
fábula en mis venas.
Posiblemente,
la misma Alfonsa de la Torre sea la que más ha favorecido su propia leyenda por
su ostracismo voluntario y por una excentricidad inexplicable. En pleno
esplendor poético, con libros valorados por la crítica y un estilo peculiar,
desaparece de la escena literaria y se refugia en Cuéllar en lo que parece una
huida de Madrid. Anda por ahí suelto el affaire de Juana García Noreña y el
premio Adonais, pero 1961 es también el año en el que Germán Bleiberg se marcha
a América. Pocos años después lo hacen Josefina Romo y Diana Ramírez. Muchas
ausencias seguidas. Pero hay opciones personales que se vuelven en contra de
quienes las toman. El claustro que para ella supone el lugar de su habitación sólo
le permite contemplar, si es que lo hace, su propia decadencia y la de su
peculio. Y el nefasto rencor de un imbécil, en el sentido más lato, hace que se
pierdan originales preciosos o pasen a manos mercantiles. Y surge una pregunta,
a la que no cabe respuesta, ante esa decisión de no escribir: ¿tiene un
escritor, un poeta, un pintor, un artista, derecho a dejar de regalarnos con su
arte? La misma Alfonsa de la Torre nos privó de conocer otros escritos suyos y
de poder haber valorado su evolución literaria. Pero eso es sólo un lamento de
lector.
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