lunes, 1 de abril de 2013

ALFONSA DE LA TORRE: SETENTA AÑOS DE ÉGLOGA





Portada

Retrato de Añfonsa de la Torre. (c) Manuel Leçon Astruc


  
ALFONSA DE LA TORRE: SETENTA AÑOS DE ÉGLOGA

ALFONSA DE LA TORRE: SOIXANTE-DIX ANS D'ÉGLOGUE

ALFONSA DE LA TORRE: SEVENTY YEARS OF ECLOGUE

José Luis Molina Martínez
Doctor en Filología Hispánica

Resumen: Entre los años 1943 y 1961, Alfonsa de la Torre publica su obra poética que ha sido recientemente reeditada. Su condición intelectual la convierte en una poeta singular que se ocupa de temas clásicos, espirituales y esotéricos. Su primer libro, Égloga, la acerca, por un lado, al mundo de Garcilaso como poeta recuperado, tal y como hicieron con Góngora y otros clásicos, y, por otro, a la revista Garcilaso. Es un libro ejemplar no sólo en su aspecto formal sino en la interioridad que desarrolla, sus destellos biográficos y su dominio del lenguaje, bello y depurado.
Palabras clave: Poesía de postguerra, Alfonsa de la Torre, Égloga, revista Garcilaso.

Abstract: Between 1943 and 1961, Alfonsa de la Torre publishes his poetry which was recently reissued. Intellectual status makes it a singular poet dealing with classical themes, spiritual and esoteric. His first book, Eclogue, the on the one hand, the world of the poet as poet Garcilaso recovered, just as they did with Gongora and other classics, and, secondly, the magazine Garcilaso. Book is exemplary not only in its formal aspect but in the interior that develops, its flashes biographical and his command of language, beautiful and refined.
Keywords: Postwar poetry, Alfonsa de la Torre, Eclogue, Garcilaso magazine.

Résumé: Entre 1943 et 1961, Alfonsa de la Torre publie sa poésie, récemment rééditée. Sa condition intellectuelle fait d'elle un poète singulier, qui se consacre à des thèmes classiques, spirituels et ésotériques. Son premier livre, Églogue, lui permettra, dans un premier temps, d’appréhender, comme ce fut le cas pour Gongora et d'autres classiques, l’univers du poète Garcilaso, et de se rattacher, dans un second temps, à la revue Garcilaso. Il s'agit d'un livre remarquable, non seulement dans son aspect formel, mais aussi dans son contenu qui témoigne de ses succès biographiques et de sa maîtrise du langage, beau et raffiné.
Mots-clés: La poésie d'après-guerre, Alfonsa de la Torre, Églogue, le magazine Garcilaso.

Alfonsa de la Torre, poeta excéntrica y clasicista

            Alfonsa de la Torre, Cuéllar, 1915-1993 (González: 2009) es, en la actualidad, una poeta de culto. Su nombre solamente es relevante entre los especialistas o personas gustosas de una poesía exquisita no sólo en lo formal. Únicamente accedían a su lectura los escasos afortunados que la conocieron, viven y poseen sus libros, pero ahora existe edición reciente de su poesía (Alfonsa de la Torre: 2011) y su lectura ya es más cómoda. Mas es su temática y condición poética, a la que una crítica de matiz feminista (Payeras: 2006, 2008, 2009, 2010) dota de sentido, las que determinan, en mi opinión, que sea una poeta leída por una selecta minoría o poseedora de un gusto por lo clásico, como demuestra el libro primero que publicó, Égloga. No me parece atrevido calificar este libro como uno de los más interesantes, lúcidos y bellos del panorama poético de la postguerra, sobre todo, si se considera su aspecto formal, aunque su sugerente intimismo y sus diversos detalles biográficos ficcionados proporcionan una lectura gozosa, aunque permite otros destellos si la lectura se convierte en crítica.

            Ese libro, para mí ideal, se acabó de imprimir en la Epifanía de 1943, es decir, el 6 de enero de dicho año. De ahí mi felicitación por su septuagésimo aniversario. Es, pues, un buen motivo para ocuparse del libro por si se despierta la curiosidad y la poeta gana lectores. Primeramente debo expresar mi creencia en que la losa -olvido- que cae sobre Égloga procede de la polémica suscitada entre los poetas sociales y los formales, o sea, entre Garcilaso, revista de postguerra filo-régimen, al parecer, y que incluso tildan de fascista, y las demás que, al parecer, actuaban contra el régimen y tenían como objetivo lo social por medio de una poesía que ansiaba ser fieramente humana, no expresamente lo poético en sí, como si no fuese de recibo.

            A lo largo de la época que desemboca en lo que se conoce como generación del 27 y sin olvidar que "la tendencia clasicista fue también una manifestación de la vanguardia" (Pedraza-Rodríguez: 1991: 71-73), se produce una recuperación de autores barrocos: Pedro de Espinosa, Soto de Rojas, Bocángel, Villamediana, Lope de Vega, Garcilaso -renacentista- y Góngora sobre todo, son objeto de atención por los poetas de la época. Pero el problema surge porque Garcilaso de la Vega celebra el cuarto centenario de su muerte en 1936 y los mentores de la revista parecen no ajenos al régimen franquista al estar casi compuesto por jóvenes falangistas (Mermall, 1978: 25-36). Por ello, el anatema cae sobre los poetas que colaboran en la referida revista. Una vez más el resentimiento cainita español: los uno, los buenos, porque ellos mismos se auto-postulan; los otros -Garcilaso-, los malos, por su carácter tradicional y defensa de sus valores. No se puede dudar en ningún momento de que Alfonsa de la Torre pertenezca a esta tendencia poética, pues ella misma confiesa que estaba en la corriente neoclasicista de posguerra. Pertenecía al "grupo universitario de Rosales, Bleiberg, Vivanco" (Cruset, 1970: 263). Germán Bleiberg, garcilasista en sus Sonetos amorosos (1936), magnífico en su Elegía de las hojas otoñales (1941) es otro proceso investigativo a iniciar con relación a la poeta cuellarana.

            A pesar de todo esto, yo la "veo" como independiente y ajena a estas trifulcas. En verdad, sólo colabora en el número dos de Garcilaso -junio- con una décima de las que seguramente había excluido de su publicación en Égloga. También publica un soneto "conceptista" de amor en Lírica Hispana -septiembre de 1960-

[ENGRANDECÍ CON LÁGRIMAS
Engrandecí con lágrimas tu cauce,
tu fuego alimenté con rojas llamas,
y no me queda un pájaro en las ramas,
ni al borde de mi río un triste sauce.
Se lo llevó el dolor de avara fauce
desde que no me buscas ni me llamas,
estoy en duelo porque no me amas
y no encuentro en la vida qué me encauce.
Como resto de nave, a la deriva
me pierdo en los mares del invierno,
sin saber si estoy muerta o estoy viva.
Y puede ser que llamen a este infierno
vida, cuando el vivir ya sólo estriba
en un morir profundo, lento, eterno.]

y nadie la asocia al grupo de Conie Lobell y Jean Aristeguieta.

            Igualmente aparece un único poema -un bellísimo soneto amoroso- en Caracola (1966),

[PRIMERA CARTA
Paloma de papel, carta primera,
ven a mí con tus picos impacientes,
te abriré con mis uñas, con mis dientes,
te besaré después de tanta espera.
Te anidaré, paloma mensajera
entre mis senos suaves y calientes
y candados pondré, pondré serpientes
que custodien tu buche y mi quimera.
Aunque por sangre me devuelvas tinta
y en lugar de su voz, pata de araña,
háblame de él, amiga silenciosa.
Viérteme el contenido de tu entraña
y no críes ¡por Dios! pájara pinta
que la ausencia de amor es dolorosa.]

y nadie la califica como componente de ese grupo poético malagueño. Publicar en revistas es, muchas veces, cuestión de amistad. Por eso, el excentricismo de la poeta le hace encerrarse y alejarse del "mundillo" literario, amén de dedicarse a sus labores esotéricas, por lo que se autoexcluye de los cenáculos poéticos. Y deja, como testamento lírico, una obra de enorme peso literario y un libro excelente que es el que queremos comentar brevemente.

            Aparece el libro precedido de una presentación de Josefina Romo en el que manifiesta su opinión sobre la poesía de Alfonsa de la Torre. Cuando un prólogo sirve de introito al libro, estantes ambos en el mismo ejemplar, parece ser que indica la aceptación de la autora, de cuanto dice la prologuista. Y, aunque no es momento de desarrollar mi opinión, creo que, por encima de los criterios espirituales -espiritualistas- que desarrolla la profesora Romo Arregui, Alfonsa de la Torre conocía -sabía- que lo suyo iba por otro camino. Además, el prólogo, como casi todos, es puro dirigismo y, si no se analiza desde otras perspectivas el contenido, se suele seguir el camino creado.

El encanto de un libro excepcional

            Égloga es un libro de amor. Es un amor para el que Alfonsa crea una Arcadia que es el entorno de Cuéllar, concesión de la poeta a su propio y personal paisaje en el que han ocurrido cosas que son básicas para ella: sonidos, colores, naturaleza -los pinos de La Charca-, voces, "manso ruïdo", personas que faltan en ese paisaje, amores en ella soñados. Es un sencillo revivir no tanto una infancia sino cuanto reside en su memoria profunda. De este decorado pasa a otro ficcional, aunque apenas si lo necesita. Antes dos sonetos de transición, estrofa a la que llega desde la décima que es en la que compone la parte anterior. El primero de ellos es un tanto elegíaco por cuanto constituye su paraíso perdido -el pasado- y, en su rememoración, no encuentra la "armonía" que es la regla de oro de su interioridad. Porque cuanto expresa la poeta es su interioridad (intimidad?) alborotada por los sucesos que siente. Cuanto echa de menos no lo halla junto a ella. Nada le hace localizar lo que ansía y sólo la cerca el silencio como respuesta. Hay una ausencia no especificada. Si hacemos casos de otros paratextos, diríamos que la ausencia de su madre, de su hermano "sumiso", al que Germán Bleiberg, cuya poesía deslumbró a Alfonsa de la Torre, dedicó una elegía, Juan José, en "Cuéllar enterrado".

            Pero bien puede ser, y por ella me inclino, la ausencia del amor. El amor en la poesía de Alfonsa de la Torre es un estudio pendiente. Es importante y necesario. Urgente, también. Pero eso depende de otras instancias. Otro tema a investigar es el de sus amistades femeninas: Josefina Romo, Diana Ramírez de Arellano, Gracián Quijano (Francisca Cristina Sáenz de Tejada), Ana Inés Bonnin, Clemencia Laborda, entre otras. Ana Inés Bonnin publica en 1948 un libro que titula Fuga que envía a Alfonsa con una dedicatoria sencilla: A Alfonsa de la Torre mi ferviente homenaje. Alfonsa, meticulosa, lo lee y subraya lo que le interesa, afecta, seduce o discrepa. En varios poemas, junto a esa raya, escribe la palabra amor. Así sucede en el poema titulado "Y nunca sin amor fueron los nidos" y en el llamado "Anduve rosas". No es el momento, de nuevo, de analizar esa referencia, pero sí se puede decir que el amor es uno de sus hilos temáticos a lo largo de toda su obra. Creo, si no es muy atrevido, que desde la lectura de Sonetos amorosos (1936) de Germán Bleiberg.

            Antes de entrar en el contenido de las dos églogas, hemos de señalar algunos matices necesarios: 1º) "Desde Petrarca y Bocaccio, la égloga" es "utilizada para el desarrollo de cualquier tema"; 2º) la égloga, más allá de que sea pastoril, por el mismo hecho de ser poesía, debe ser incomprensible". Alegoría críptica no como recurso de estilo, sino como alma de esa misma poesía. A mayor alegoría, mejor es el poema, cuanto más críptico sea el significado y más penetrante el simbolismo, mejor es el poeta (Alonso, 1996: 330); 3º) "la invención garcilasista de la égloga vertida en el molde endecasilábico abrió los caminos de la nueva poesía dignificando la materia poética y prestando una filografía y una visión del hombre y de la naturaleza completamente nuevas" (Egido, 1985: 52).

            Bien que guardando el armazón teórico garcilasiano que comporta una inclinación dramática de la égloga mediante el uso del diálogo, Alfonsa de la Torre señala en la "Égloga primera", en sus series de tercetos encadenados, el soporte elegíaco de que la dota para efectuar un "dulce lamentar" por los amores perdidos. En un locus amoenus (lugar ameno) u hortus conclusus (huerto cerrado) un tanto idealizado, Sabiniano narra su propio amor por una pastora de lejanas tierras pobres. Es digna de atención la descriptio puellae porque no utiliza los tópicos típicos del género y se aleja de la mujer rubia, pálida, de labios sonrosados porque "su piel era de almendra oscura".

            Observemos la descripción de la joven en la ÉGLOGA PRIMERA:

Como un ala de luz, la cabellera                                                                
alumbraba su cara de manzana,
y con fiel languidez de enredadera
caía entre matices de avellana,
hasta tocar en sierpes la cintura
que hundía un ceñidor de mejorana.
Su piel era una piel de almendra oscura
y tenía en el gesto tanta gracia
que me borró de pronto la cordura.
Como gemelas hojas de una acacia
sus ojos en el rostro relucían,
con un mirar de agua que no sacia.
Los pliegues de la falda le caían
como esmaltado prado, modelando
las formas que a través se percibían.
Respiraba de un modo inquieto y blando,
brizando en la clausura del corpiño
dos tórtolas que estaban dormitando.
…………………………………………………….
Envuelta en el milagro de la luna,
Anarda, sin sandalias y en cabellos,
contaba las estrella una a una.

            De este modo, conocemos el nombre de la pastora, Anarda, que continúa la tradición, barroca en este caso y comprobamos cómo cambia el canon, sobre todo porque no hay amor platónico como en el petrarquismo, sin que ello obvie que la descripción sea idealizada, como corresponde al género. Así pues, la belleza de la amada que describe Sabiniano es, con relación a la fórmula petrarquista, la siguiente:
Cabellera → luminosa
Cara → color manzana
Piel → de almendra oscura
Ojos → relucientes, color de agua, que transmiten dulce de miel y suavidad de menta

            En Alfonsa, es una impresión lírica. Pero, evidentemente, aunque exista una “influencia” garcilasiana o haya tomado por modelo al poeta toledano, la envoltura de la poeta cuellarana es otra, por lo que, evidentemente, existe una superación de aquel escrito singular, de belleza formal intangible, porque la propuesta de Alfonsa no es la misma que la de Garcilaso. Es un deliquio amoroso que acaba en tragedia: "Se me fue de los ojos de repente / como flor arrastrada por el cierzo". Es de una belleza formal impecable, plena de símbolos. Es la más garcilasiana de las dos, la más tradicional, de una belleza no efímera, quizá sólo superada por la ÉGLOGA SEGUNDA, en la que hallamos una actitud confesional en ocasiones, un relato de intimidad en otras, porque Alfonsa de la Torre se cuenta en ella, está haciendo un borrón y cuenta nueva de su vida. Desaparecen los pastores. Es la poeta, tomada figura de mujer, la que se adueña de todo y protagoniza un "dolorido sentir" en el que todo se hace interioridad, intimidad, memoria. Por ello, son escasos los artificios que podemos hallar en esa poesía desnuda con un hondo sentido de la muerte que acaba con la felicidad del amor –pastoril o no–, porque se encuentra en contacto directo con la naturaleza. La envoltura preciosa del terceto oculta medianamente la dureza, la natural realidad cruel, apaciguada por la envoltura poética. Alfonsa de la Torre usa las convenciones del género para suscitar esa ilusión de realidad –dentro del artificio– y convencer retóricamente de la verdad que comunica. Su verdad es ella misma y los sucesos de su vida, pero la manera de exponerla trasciende y universaliza el sentido humano del mensaje, o, mejor, lo llena de contenido de cara al receptor. Y todo ello es lo que constituye el “paisaje” interior. Alfonsa de la Torre recupera una forma del pasado para envolver el contenido de su escrito que evita la mitificación porque todo es naturalidad y estética literaria puesta al servicio del “dolorido sentir” de la poeta, impregnada de un tono elegíaco por cuanto es ido y no volverá jamás. Poesía, pues, natural y sincera:

Y me abatí como un ala de fuego,
llegando hasta los bordes del hastío,
mientras al aire superaba el ruego.

            Nos queda, sin embargo, la impresión de que entre toda esta tramoya existe algo no revelado que ni en lontananza se vislumbra pero que, en un momento rememorativo, reproduce la impresión primera y sentimos de nuevo la presencia alegre de aquello oculto que, sin estar en el paisaje, proporciona un hálito de misterio y por ello agrada su poesía, sin que haya de hacerse una lectura ingenua de Égloga. Porque su lectura ya nos ha permitido comprobar que Égloga no es la descripción de un ambiente pastoril, sino una interpretación poética bajo una técnica impresionista utilizada para una creación perfecta y armoniosa.

            Tres poemas más cierran el libro. Siendo todo lo osado que me puedo permitir, diría que Viento de despedida es una tercera égloga escrita en endecasílabo libre, sin ataduras. La poeta se hace cercana y su paisaje es el personal de su costumbre, su territorio natural en el que han transcurrido -y transcurren- los sucesos que rememora. Es más, hasta sus épocas de estudios -¡Qué mañana al fresco de la Sierra, / bebiendo el sol entre las Facultades, / al salir la Moncloa del rocío!- las acerca a este mismo paisaje -Corre el arroyo perfumando flores / y sufren abandono los rastrojos. / En las ramas del álamo sombrío / prosigue el viento su tenaz quebranto- y habla de ellas como un pasado lejano -Fuiste la tierna hermana que no tuve-.

            Ronda viene a ser el trato culto de un tema popular que sólo indica que conoce la tendencia coetánea y la poesía de corte tradicional. Se encuentra en la misma línea que su Salutación a la Virgen del Henar:

María, tras la ventana,
un pájaro te decía:
¡Maríiia!
Tu rueca se atolondraba
y el huso se te caía.
¡Qué alegría!
La azucena germinaba
y su brote repetía:
¡Madre mía!

            Y concluye el libro con otra joya que es Oda al silencio, tema no tanto barroco como necesidad urgente de escuchar la interioridad y conseguir esa paz -la paz del silencio, la paz bendita- que es armonía y es llama viva, silencio que se mitifica en las sombras.

Superación de la égloga garcilasiana

            Hablar –escribir– de Égloga no es hablar de una parodia sino de cierta inversión del significado. En el siglo XVI, en el mundo renacentista, la égloga, el pastor, es un tema que irrumpe en la sociedad porque el pastor no sólo es un enamorado sino un modelo de vida. Pero, en la posguerra no hay una actitud ante la nueva situación porque no hay libertad, sino imposición. Es una casi insensatez –una memez tremenda– que se intente volver a una interpretación teológica de la vida cuando se venía de un mundo laico cuya manifestación intelectual queda, en este caso, representada por los componentes de la Residencia de Señoritas o del feminista Lyceum Club. Pero, en la Égloga de Alfonsa de la Torre, existe una inversión o subversión de funciones. Le quita la voz al pastor y es ella, autora implícita, la que expresa sus cuitas amorosas. Es una toma de conciencia de la individualidad y de su independencia y de ahí la expresión en libertad de su soledad y el ejercicio transgresor. Al tiempo, es una crítica de la forma de vida ciudadana. Así pues, en la vida natural, en el espacio del pastor, es más fácil dedicarse a la contemplación sin las imposiciones de la vida monástica –de ahí lo de beguina–, con lo que intenta equilibrar intereses humanos y divinos. Pero también paga el precio de un alejamiento social por la aparente huida –evasión– de la realidad opresora. Alfonsa de la Torre explora el sentimiento humano a través de sus propios sentimientos. Sin embargo, la concepción de la sexualidad, más severa que la de preguerra, coarta la libertad de la poeta que ve limitada su conducta femenina, todo como consecuencia de la guerra. Alfonsa de la Torre, aunque no es así, parece que acepta esa situación que invierte en su escrito quitándole la voz al pastor para dársela a la pastora –a la mujer– a través de ella misma, como se comprueba con sus versos que denotan un sentido figurado y que en otras ocasiones son más atrevidos –“yo te serví la dicha en mis manteles”– de cierto sabor sensual, ginoerótico:

Bebo la miel que tu fervor destila,
me aduermo en los dos brazos arqueados
sin pensar que la aurora nos vigila.
¡Oh, tus ojos tan suaves y callados,
que saben de amorosas golosinas
cómo eran por mis labios regalados!
Las pestañas tan largas y tan finas
y los cabellos perfumados,
limando las inquietudes las espinas.
En tu jardín corté iris rosados;
una paloma fue mi preceptora
y comí de los frutos madurados.
           
            Pero, de ahí procede la situación de “sus” pastores, menos castos que los que protagonizan la novela pastoril renacentista: “La frustración sexual se ve sublimada en sufrimiento sentimental” (Savoye, 1976: 39-40), palabras aplicables a Alfonsa de la Torre. Al cambiar de época, el contenido pastoril de la égloga, en cierto modo, se materializa, porque la forma poética no corresponde a cuanto expresa la poeta, aunque manifiesta aún el tópico del amor no correspondido o la conciencia de la soledad del individuo. El tiempo histórico anterior, el de preguerra, ha de ser enmascarado con la expresión del tiempo histórico personal, con lo que ya no prevalece la ficción, sino la ocultación de una realidad a través del lenguaje figurado, por lo que había que situar en el pasado la situación del presente de entonces (1943). Se trata, pues, de una evolución social no sólo detenida, sino interrumpida durante toda la dictadura franquista. Ahora bien, la reacción contra esta situación más que estética fue francamente negativa por la politización de la ideología que se presentaba ocultamente como oposición literaria al “garcilasismo” y a la doctrina nacional-sindicalista.

Colofón

            Es un gozo contar entre los/las poetas españoles con un talento tan cultivado como el de Alfonsa de la Torre que hasta ejerce el ejercicio de un cripticismo cultural que en definitiva significa lo que el cantor del romance cantaba a voz en grito: Sólo digo mi canción / a quien conmigo va. Para comprender los símbolos de la poeta de Cuéllar sólo hace falta leer y releer y volver a leer Égloga y sus otros libros en la confianza de que un ejercicio de este tipo tiene que ser fecundo sin más remedio.

            Setenta años ya de Égloga, a la que, desde la orilla de mi mar de Calabardina, deseo eterna vida y que la pureza de los versos de Alfonsa de la Torre cautive a los lectores como hizo conmigo hace un tiempo, al menos veinticinco o treinta años. Casi toda una vida.

Hoy las tórtolas suaves resucitan
apagadas cenizas en los sauces
y surgen las imágenes calladas
del silencio, radiantes como diosas
que buscarán su fábula en mis venas.

            Posiblemente, la misma Alfonsa de la Torre sea la que más ha favorecido su propia leyenda por su ostracismo voluntario y por una excentricidad inexplicable. En pleno esplendor poético, con libros valorados por la crítica y un estilo peculiar, desaparece de la escena literaria y se refugia en Cuéllar en lo que parece una huida de Madrid. Anda por ahí suelto el affaire de Juana García Noreña y el premio Adonais, pero 1961 es también el año en el que Germán Bleiberg se marcha a América. Pocos años después lo hacen Josefina Romo y Diana Ramírez. Muchas ausencias seguidas. Pero hay opciones personales que se vuelven en contra de quienes las toman. El claustro que para ella supone el lugar de su habitación sólo le permite contemplar, si es que lo hace, su propia decadencia y la de su peculio. Y el nefasto rencor de un imbécil, en el sentido más lato, hace que se pierdan originales preciosos o pasen a manos mercantiles. Y surge una pregunta, a la que no cabe respuesta, ante esa decisión de no escribir: ¿tiene un escritor, un poeta, un pintor, un artista, derecho a dejar de regalarnos con su arte? La misma Alfonsa de la Torre nos privó de conocer otros escritos suyos y de poder haber valorado su evolución literaria. Pero eso es sólo un lamento de lector.


BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

ALONSO Asenjo, Julio (1996: 307-368), "Optimate laetificare: la Égloga in Nativitate Christi de Joan Baptista Anyés o Agnesio", en Criticón, 66-67.
BONNIN Armstrong, Ana-Inés (1948), Fuga, Barcelona, Montaner y Simón.
CRUSET, José (1970), "Alfonsa de la Torre: en sus iluminadas soledades sin tiempo", en Valores de mi tiempo. Notas de literatura española actual, Barcelona, Taber.
EGIDO, Aurora (1985: 43-77), "Sin poética no hay poetas. Sobre la teoría de la égloga en el siglo de Oro", en Criticón, 30.
GONZÁLEZ de la Torre, Jesús (2009), Vida de Alfonsa de la Torre, Madrid, Eila.
MERMALL, Thomas (1978), "Estética y política en la cultura falangista", en La retórica del humanismo. La cultura española después de Ortega, Madrid, Taurus.
PAYERAS Grau, María (2006: 171-180), “La voz reprimida de la mujer en las generaciones poéticas de posguerra”, en Texturas, 8.
—————————— (2008: 249-272), “Figuras femeninas en la obra de Alfonsa de la Torre”, en Signa, 17.
—————————— (2009: 151-160),  “La liturgia de eros en la poesía de Alfonsa de la Torre y Ana Rosetti”, en Donne nel novecento, Mujeres en el siglo XX, Women in XXth Century, Roma, Aracnae editrice.
—————————— (2009), Espejos de palabra. La voz secreta de la mujer en la poesía española de posguerra (1939-1950), Madrid, UNED.
—————————— (2010), “Dos aproximaciones a Alfonsa de la Torre”, en Alfonsa de la Torre, Celdas para aparcar azucenas azules, Ayuntamiento de Cuéllar.
—————————— (edª.) (2011), Alfonsa de la Torre. Obra poética, Madrid, Eila.
PEDRAZA, Felipe B. - RODRÍGUEZ, Milagros (1991), Manual de literatura española X. Novecentismo y vanguardia: Introducción, prosistas y dramaturgos, Estella, Cénlit Ediciones.
SAVOYE de Ferreras, Jacqueline (1976) “El mito del pastor”, en Cuadernos Hispano-americanos, 300.
TORRE, Alfonsa de la (1943), Égloga, Madrid, Editorial Hispánica.
TORRE, Alfonsa de la (2011), Obra poética, Madrid, Eila.











Ilustraciones de Margarita P. S para Égloga




José Luis Molina
Calabardina, 1 abril 2013
Revisado el día 3 del mismo mes.





No hay comentarios:

Publicar un comentario