Hará, quizá, un par de meses, o menos, recibí de la Asociación Colegial de Escritores una misiva. Había elecciones para su presidencia y, en la candidatura había, al menos tres o cuatro conocidos míos. Así que le escribí a Pablo Méndez, que iba en la lista, y le dije que los iba a votar porque Félix Grande, que iba para presidente, era mi amigo hacía ya treinta años. Y así lo hice por correo. Hoy he actuado como si fuese un jueves cualquiera: he ido a mi nutricionista a quien operan el lunes. Venía pensando en ello, por lo que decidí ir de compras para llenar los huecos de la despensa y olvidarme de las noticias adversas. Pero, por el telediario he conocido la muerte de Félix Grande. Dos veces vino a Lorca para impartir conferencias y, a la verdad, lo hizo muy bien. En la primera ocasión estuvimos en Elche para recogerlo y traerlo hasta Lorca. Invocó en dicha conferencia la amistad que tenía/tuvo con Fernando Quiñones. Yo ya tenía algunos libros suyos. Me dedicó varios de ellos. Como Memoria del flamenco (1979), Años (1975), Las calles (1980) y Las Rubáiyátas de Horcio Martín (1978). Son importantes e interesantes sus Apuntes sobre poesía española de posguerra (1970) y cómo reivindica un poeta olvidado entonces en España, Carlos Edmundo de Ory.
Hoy no toca hablar de su poesía porque todos los diarios a nivel nacional se ocupan del poeta y de su obra. Sólo quiero señalar su amistad y cómo todo desaparece y duele en el afecto, en el recuerdo, en la misma vida.
Dedicatoria en Las Rubáiyatas |
José Luis Molina
Calabardina, 30 enero 2014