El POD significa la entrada de la economía en la cultura. Así se constituye la economía de la cultura que el profesor Saiz Álvarez define "como aquel sistema que engloba la producción de bienes culturales nacidos en la industria cultural". Dentro de este conglomerado "industrias culturales", destaca el sector editorial. El mundo editorial primero intentaba publicar calidad y después ganar dinero, aunque en más ocasiones de las deseadas invertía los términos. La "democratización" de casi todo, entendiendo por esa palabra entrecomillada el que todos los públicos puedan llegar a todos los bienes de consumo -lo que conlleva la salida de las comillas del que no se encuentra a gusto-, por medio de POD, acerca el último estadio editorial, la publicación, a todos los escritores, sin tener en cuenta la calidad. Yo llego, escribo, contrato lo ejemplares que quiero, me los hacen sin otro criterio que el mantener vivo el negocio -el criterio empresarial-, los vendo a amigos, lo presento en asociaciones de lo que sea y en pueblos cercanos y ya tenemos un escritor que empieza a ganar dinero. O sea, estamos en un sector productivo que lo único que ambiciona es producir, vender, ganar dinero y de este modo ser famosos. Es decir, reproducir modelos que vemos en la tele, único lugar de aprendizaje. No hay nada más. Miento, una manida serie de novela pseudohistóricas en las que si un personaje bíblico, histórico, artístico, mejor si es controvertido, pierde un huevo, no se puede hacer la tortilla porque los assessini han robado el aceite. Y entonces hay que buscar el aceite que ha sido sustituido por almidón a la plancha y el hombre malo con corona muere de un infarto por llevar una vida desordenada, aunque, en verdad, ha sido asesinado por una asociación de médicos que quieren llegar al poder. Y así hasta el final, cuando una doncella pura, que se pone desodorante hasta en lo zapatos, lo soluciona todo con ayuda de un hombrecillo mágico que sólo se lava las fiestas de guardar. Además de ello, un servidor ha encontrado en la POD alguna cosa de calidad, de un cabreado autor que al que la editorial tradicional no le publica porque pertenece a la periferia y allí sólo quedan mendrugos. Los buenos se han ido al extranjero o a Alemania, lugar de residencia del sacro imperio romano germánico de Occidente, mientras Putin les da cera cuando quiere. Pero hay otras conclusiones menos irónicas: parece ser que este modo el escribir no es un acto creativo, sino económico; parece ser que no se busca ser escritor, sino ser rico. Ejemplo: Joël Dicker (Ginebra, 1985) ha vendido dos millones de ejemplares de su La verdad sobre el caso Harry Quebert. Indudablemente se hará rico. La estadística dice que de la novela del ginebrino se han vendido en Alemania 100.000 ejemplares y en Italia 400.000. ¿Quiere eso decir que su novela es un dechado de literatura? ¿Por qué será, entonces? Los críticos hablan de un nuevo caso semejante al de Stieg Larsson, con Millennium. ¿Quién ha leído Millennium? Los mismos que van a leer a Joël Dicker. Luego, siempre habrá lectores que estarán fuera de estos fenómenos de masas. Lo que menos gusta es que los seguidores de estos fenómenos "económicos" avasallen y se lo crean. Pero eso también pasa al revés.
Seguiremos con este fenómeno.
José Luis Molina
Calabardina, 19 abril 2014
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