martes, 31 de mayo de 2011

LAS MONJAS CLARISAS EN IMÁGENES

HACIA 1950, SE TRASLADAN AL NUEVO CONVENTO

                                                                          Madre Berta

                          Convento viejo. Hoy es Muebles San José

                                           Monjas novicias

                                   Monjas profesas


                              Capilla de las Monjas clarisas

NUEVO CONVENTO EN LA AVENIDA DE SANTA CLARA, A ORILLAS DEL RÍO








LAS CLARISAS DESPUÉS DEL TERREMOTO



REGIÓN MURCIA
La madre superiora del convento de las Clarisas cuenta paso a paso cómo fue su 'hora de pánico' tras el seísmo 
15.05.11 - 02:53 - 
CÉSAR GARCÍA GRANERO cggranero@laverdad.es | LORCA.
·       
60 MINUTOS DE TERROR
18.47 HORAS
«Todo era humo. Una polvareda inmensa me rodeaba y no veía más allá de lo que da la mano»
19.15
«Todo clareó, pero mejor que no lo hubiera hecho. El techo de la capilla se había hundido y la torre estaba a punto de caer»
19.30
«Me acordé de Berta, la fundadora del convento. Había puesto tanta ilusión...»
19.45
«Hacía una hora que estábamos en silencio. Ni una palabra, o unas pocas. Entonces rompimos a llorar»
Vestidura talar, de un marrón serio interrumpido por la toca nívea y varios rosarios al costado, gafas de ver y unos zapatos negros cuyas suelas 'flanearon' sobre la tierra el día que la tierra no era un piso firme, sino una coctelera. Así recibió ayer a 'La Verdad' María Jesús García y así pilló el sacudón a la madre superiora del convento de las Clarisas de Lorca. La religiosa cuenta la peor hora de su vida, en un relato en primera persona escrito sin interrupciones que arranca, a las 18.45 del miércoles, dos minutos antes del seísmo:
Madre superiora : Iba camino del salón que terminamos hace un mes. Quería comprobar si lo había dañado el primer temblor, que fue más susto que otra cosa. Bajé las escaleras de la capilla, las que están enfrente del huerto [María Jesús habla de huerto, pero es más un jardín con riachuelos de caminos estrechos en una porción amplia de tierra fragante llena de flores, naranjos y limoneros]. Tomé el camino del paseo y no sé cómo, pero de repente un temblor del suelo y del cielo, de las cosas a mi alrededor: un temblor de todo. No sabía qué pasaba ni dónde estaba. Todo se movía y no podía agarrarme a nada. En medio de aquel destrozo le pedí a Dios misericordia, que por favor detuviera la fuerza de la naturaleza. Estaba bloqueada. No sabía si llorar o chillar. Me sentía impotente [María Jesús, que no lloró entonces, lo hace ahora, cuando ya no hay sobresalto y aflora el dolor en lugar del miedo. Respira, recobra la calma, primero, y el ánimo, después. Entonces sigue]:
De repente, todo era humo. Era como estar dentro de una nube. Una polvareda inmensa me rodeaba y no podía ver mucho más allá de lo que da la mano. Aún no sabía lo que había pasado, porque no podía ver la capilla. No podía ver nada. Estaba de pie, en medio de la nube, y busqué un sitio seguro. Fue entonces cuando me adentré en el huerto, entre los naranjos. Allí esperé y al poco llegaron las hermanas [nueve; hay diez en el convento, pero una, impedida, siguió en su habitación varias horas más hasta ser rescatada. Las religiosas no estaban solas, Chispi, una perrilla blanca moteada que siempre va donde va la madre superiora, estaba con ellas anguileando nerviosa en el mismo polvo y entre los mismos naranjos]. La nube siguió con nosotras. Hasta media hora después no se disipó. No sabía muy bien qué había pasado, qué destrozos había, y la impaciencia era cada vez mayor. Además, respirábamos mal, porque elpolvo se metía en los ojos, por la boca, la nariz. Estaba por todas partes.
Todo clareó al fin, pero mejor que no lo hubiera hecho. El techo de la capilla se había hundido y la torre estaba a punto de caer. Me quedé helada. Era como tener un tesoro y perderlo, todo hecho migas en un momento [María Jesús lleva cuarenta años en un convento que tiene 56]. Me fijé en las grietas, que estaban por toda la pared. Igual que un montón de culebras. Era descorazonador. Miré a las hermanas. Algunas estaban sentadas en los bordillos, otras de pie, como yo. Era incapaz de sentarme.
Me puse muy nerviosa, daba vueltas y vueltas. Además, no podía hablar por el móvil. No había comunicaciones. Apenas hablábamos entre nosotras, no podíamos. No era silencio lo que había, sino algo más sobrecogedor. Era la desolación, la impotencia. Iba de aquí para allá, de un lado a otro. Qué difícil era estar quieta. Ya veía más y recorría el huerto de parte a parte. Repetía una oración sin parar:
'Aplaca Señor tu ira,
tu justicia y tu rigor'.
Así una y otra vez:
'Aplaca Señor tu ira,
tu justicia y tu rigor'.
Y otra más. Rezando llegué al costado del huerto y vi la pared de la capilla, que estaba destrozada. Las hermanas me decían: 'No te preocupes, ya se arreglará', pero era difícil hallar consuelo [la madre superiora llora otra vez. Lo hace contenida, pizqueando lágrimas, con el desbarajuste mínimo. Luego toma aire, se ajusta las gafas y sigue]:
En ese momento me acordé de la madre Berta, la fundadora del convento. Era la madre superiora cuando entré yo. Había puesto tanta ilusión... Me acuerdo de que vendía pedazos del viejo convento para levantar el nuevo... Ahora lo veíamos todo y nos veíamos a nosotras mismas. Hacía una hora del terremoto. Seguíamos en silencio. Ni una palabra, o unas pocas. Entonces rompimos a llorar y miré al cielo y me pregunté: ¿Por qué? No sé, una es religiosa, sí, pero es humana también...


(A) CÉSAR GARCÏA GRANERO (La Verdad)

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