Sin saber a ciencia cierta por qué, siempre, siempre, cuando ha sucedido algo que ha trastocado mi vida diaria, he estado unos cuantos días antes como amenazado de un daño que se concreta con la situación a vivir posteriormente, y otros cuantos días después para asumir la situación. Quizá el daño primero ha sido para el que lo ha sufrido, como romperse un brazo, pero el daño me ha afectado hasta hacerme insoportable. Quizá todo obedezca a que encontrar mi estabilidad me cuesta mucho trabajo o también a que desencajar un modo de vida a causa de una escasez de cuidado y soportar las consecuencias de la nueva situación es superior a mi fuerza personal. La edad también parece ser una circunstancia negativa, pero, la verdad, es que no deseo daño para nadie. Busco envolver la vida, mi vida, de cierto tono de ternura que no logro y más bien parezco un ogro que una persona tranquila. Aquí lo único tranquilo es la calle.
Cuando el agua rompe el cauce que es la calle, las aguas bajan inquietas, intranquilas, desordenadas. Así me he pasado más de una temporada sencilla pero agitada porque no acababa de hacerme con la situación que se había planteado. La verdad es que, si eso es así, obedece al daño que, sin ser mío, sin pertenecerme, sin buscarlo yo, sin necesidad alguna de sufrirlo, me ha cambiado, me ha generado una nueva situación, me ha metido en otra etapa creativa sin haber aprovechado la anterior y seguramente sin conseguir todo el estado de desequilibrio que precede a un tiempo en el que se va a imponer la creación libre.
Así que la caída libre de mi santa esposa, hasta que el conseguido crear una rutina nueva, mi ha causado un quebranto grande, me ha hecho profundizar en mi conocimiento, me ha golpeado duramente en la cabeza porque no sé funcionar sin que razón guíe mis pasos y no comprendo a brote pronto las cosas que suceden por no precaverlas. Parece que las cosas vuelven a su cauce cuando los miedos ajenos se dominan y el que ha sufrido el golpe, la caída en este caso, ha asumido también su nueva situación. Este parece ser el proceso que hemos vivido en esta casa que ya había sido castigada a partir del terremoto.
He sentido hondamente el fallecimiento de Jacinto Herrero Esteban. Hasta los almendros de Ávila estaban cubiertos de nieve. No sé si en Langa, al atardecer, reina la tristeza. Soledad sí debe de haber. Esa aldea era no su lugar de exilio, si de regreso. En ella nació, a ella se dirigía, aunque dio un rodeo por Ítaca en compañía de Odiseo, a quien curó su herida. Mariano Hernández ha entendido el lamento que he gritado cuando me enteré de la muerte de Jacinto. Un poeta menos es una desgracia más para un pueblo. Porque un poeta es un soñador y los sueños sueños son. Dios esté con él. Se lo merece Era el poeta de Ávila... Hasta el ángel se muestra sorprendido.
Calabardina, 19 de enero de 2012
José Luis Molina
Cuando el agua rompe el cauce que es la calle, las aguas bajan inquietas, intranquilas, desordenadas. Así me he pasado más de una temporada sencilla pero agitada porque no acababa de hacerme con la situación que se había planteado. La verdad es que, si eso es así, obedece al daño que, sin ser mío, sin pertenecerme, sin buscarlo yo, sin necesidad alguna de sufrirlo, me ha cambiado, me ha generado una nueva situación, me ha metido en otra etapa creativa sin haber aprovechado la anterior y seguramente sin conseguir todo el estado de desequilibrio que precede a un tiempo en el que se va a imponer la creación libre.
Así que la caída libre de mi santa esposa, hasta que el conseguido crear una rutina nueva, mi ha causado un quebranto grande, me ha hecho profundizar en mi conocimiento, me ha golpeado duramente en la cabeza porque no sé funcionar sin que razón guíe mis pasos y no comprendo a brote pronto las cosas que suceden por no precaverlas. Parece que las cosas vuelven a su cauce cuando los miedos ajenos se dominan y el que ha sufrido el golpe, la caída en este caso, ha asumido también su nueva situación. Este parece ser el proceso que hemos vivido en esta casa que ya había sido castigada a partir del terremoto.
He sentido hondamente el fallecimiento de Jacinto Herrero Esteban. Hasta los almendros de Ávila estaban cubiertos de nieve. No sé si en Langa, al atardecer, reina la tristeza. Soledad sí debe de haber. Esa aldea era no su lugar de exilio, si de regreso. En ella nació, a ella se dirigía, aunque dio un rodeo por Ítaca en compañía de Odiseo, a quien curó su herida. Mariano Hernández ha entendido el lamento que he gritado cuando me enteré de la muerte de Jacinto. Un poeta menos es una desgracia más para un pueblo. Porque un poeta es un soñador y los sueños sueños son. Dios esté con él. Se lo merece Era el poeta de Ávila... Hasta el ángel se muestra sorprendido.
Calabardina, 19 de enero de 2012
José Luis Molina