jueves, 12 de enero de 2012

EL TONTO EL HABA



En Calabardina sobran los gatos y hace falta limpieza. Para evitar la proliferación de gatos, hay que darle un pescozón cívico al tonto el haba que va por las mañana en una bicicleta pequeñusa, con un contenedor en el que lleva el pienso y una botella de agua escondida bajo el chaquetón; se resguarda del frío de la mañana con una gorra que lleva unas orejeras. Por lo de la bicicleta, parece salido de la película E. T. y por la gorra se asemeja al tonto de Solo en Casa. Pero este alemán tontuesco practica un amor a los animales -ya podía haberle llevado condones- que ha llenado, desde hace años, las calles de gatos, cientos de gatos, porque han crecido sin control de natalidad, por la voluntad imbécil de un hombre que es incapaz de hacer caso a nada. Porque ya ha sido denunciado a la autoridad y no se ha reformado. Pero ha tropezado conmigo. Yo lo voy a denunciar de nuevo. Porque la cosa es ya piritosa. Ahora ha aparecido una señora con un coche que abre por atrás y del maletero salen muchos y muchos gatos que se desparraman por la calle mientras ella pone de comer a los gatos que no comen por la crisis y la falta de trabajo y se meten de nuevo en el calor del coche cuando la mujer continúa su caritativa ocupación. Yo creo que todo se debe que está imitando la caridad animal -gatuna- del tonto el haba. Sin duda ella busca también ingresar en ese club privado de los tontos el haba de Calabardina. Nadie lleva, sin embargo, el control de esos desocupados que se atreven a maullarte cuando pasas por la calle y salen de sus refugios, y ya anoche soñé con ellos. El cabrón que me estaba arañando estaba subido al alféizar de la ventana. Como pueda lo cogeré como prueba de la invasión gatuna.  Así empezaron los emigrantes y ya no puedes hacer nada. Cuando había, se repartía. Ahora esperan la limosna. Y sufren en exceso. Como los gatos de Calabardina, que van de puerta en puerta por si hay algo que comer, pero ocultando su camada, que no tiene fuerzas para seguirla en sus correrías. Y la luna de febrero que está por venir.

Calabardina está asquerosamente sucia. No pertenezco a la cosa esa que se llama Junta de Vecinos porque cada uno de sus titulares piden cosas espléndidas para la pedanía, pero sólo han hecho un campo de futbito. Yo sólo me conformo con que un barrendero empiece su jornada diaria por una calle y continúe así diariamente hasta que acabe de barrer el pueblo y llegue a donde empezó. Y siga. Si uno ocupa más o menos playa o si se retranquea más o menos pues que la gente esté alerta. Lo mío no es eso. Yo sólo busco que los que pasean por la calle tranquila no se llenen de polvo, no pisen la mierda de los perros franceses de los emigrante aquileños a Francia, no se los coman la abundancia de basura, gatos y asquerosidad de que disfrutan las calles de Calabardina. Y de que el tonto el haba alemán se deje de chorradas y, si anda mal de la chola, que se la arreglen.

Sobre la playa arenosa de la Cala, tuvo lugar un importante acto cultural que dio comienzo una hora antes de que sol se pusiera. Felizmente coincidió su comienzo con las primeras gotas de la escasa lluvia que, sin embargo, obligó a sacar los paraguas, quitarles las bolas de alcanfor y abrirlos con rapidez. Cuando los premiados actuaron para el público, la lluvia seguía y tuvieron que salir dos criados también con feos paraguas negros para tratar de evitar el que los señores se calasen hasta los tuétanos. Sobre todo ella, que, aunque elegante, iba ligerita de ropa. De todos modos, el sol no se ocultó durante la lluvia, por lo que el baile lució. Sin embargo, acabado este, algún hombre sin escrúpulo robó el arco iris y la esperanza de reconciliación se ocultó en el horizonte. Todo el mundo sabe que estas cosas son así, son fugaces, son estéticas, son como son.

Calabardina, 12 de enero 2012
José Luis Molina







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