sábado, 14 de enero de 2012

Jacinto Herrero Esteban: SIEMPRE LO QUE DIOS QUIERA


El día de ayer sólo debía traerme como preocupación la oportunidad de entorpecer la labor imbécil de cuidar gatos que van muriendo por las esquinas. Frente al bar de Pepe había una gata sin valor alguno lamiéndose las heridas de su último parto, yo diría que comiéndose su placenta. A todo este pasa el tío el haba y digo en alta voz: -¿Es este el hombre de los gatos? Todos contestaron a una: -Sí, sí. Como yo pretendía, lo escuchó, volvió la cara y dije algo entre palabras que no tenía, como él, ningún sentido. Pero lo voy a denunciar por ignorante. Debe recoger esos animales, que los vigile un veterinario y que los engorde y eché pienso compuesto y agua. Pero lo que está haciendo es aplicar la pura ignorancia a la puta vida diaria. Los gatos están igual de chuchurríos que este pobre pobre perro cuyo dueño se llama Andrés. Pero resulta que no tengo gatos. A partir del lunes, me voy a echar la cámara como mochila y voy a retratar cualquier cosa para desarrollar mi vena artística o mi mala leche, amén


 De ahí me retiré a la casa de mi santa, cuya bondad me permite vivir en el discreto silencio de la Cala y en la bondad de su evangelio diario bifaz, uno para ella, otro, al menos, para mí. Tenía que  dejar la casa limpia para cuando llegaran de Murcia, lugar en el que se recoge para que su sufrimiento sea más beneficioso para el pobre ser humano, porque allí nadie le otorga privilegio alguno y ella así puede rezar por todos desde esa soledad que provocan las camas vacías. La viajera de Hooper pues ahí está, con el fardo de su vida como un paquete más que llevar de acá para allá... Eso no sucede en la calle tranquila de la cala de la cola porque todo está a su servicio desde que entra por la puerta y lo llena todo con su amoroso cuidado. Entonces fue cuando me enteré del fallecimiento de Jacinto Herrero Esteban. Todavía hoy no me he repuesto de mi estado de asombro. Lo menos que puedo hacer en su homenaje es releer su obra y las cartas que conservo. Adiós, adiós, querido amigo.

Haber olvidado rezar es una de las cosas que no me perdono, por más que el deterioro de la vida sea, posiblemente, el causante de ello. Cuando me vine a la Cala, enfermo de mí mismo, la recuperación de ese don era un objetivo a cumplir. No, no es la vida, es el enojo que me produce la tontuna, la desidia, la envidia y la mentira, junto con la soberbia más disimulada. Pero, ¿cómo voy a rezar si son las personas las que originan esta situación? Bien es verdad que me gustaría olvidar todo, pero, para ello, he de vivir solo. Dice Jesucristo que si estás en el altar y te acuerdas que tienes problemas con tus hermano, dejes la ofrenda  encima al altar, vayas, arregles la situación y regreses al templo para  hacer la ofrenda. Eso lo aprendieron los que ofenden y siguen ofendiendo porque siempre hay alguien que presente las disculpas. Pero yo no sé obrar así.


Uno de los secretos mejor guardados de los hombres es su capacidad de aguante, pero me temo que eso irá en su idiosincracia. O sea, que depende de sus características personales transmitidas a través de sus genes. Mi trato con la gente debe ser algo adusto porque he sido más fiel a las amistades que he hecho que esas mismas amistades han sido para mí. He viajado tres veces a Ávila para ver a Jacinto Herrero Esteban. Pero yo sabía dónde iba porque ya conocía  LA TRAMPA DEL CAZADOR. Ya sabía que su lenguaje era exquisito y que su temática me era más o menos afín. Bien es verdad que yo nunca podría ser ya Jacinto porque yo era José Luis. Cuando lo vi por vez primera, estaba jugando con las máquinas aquellas de los millones y tantas luces. Él no sabría nunca que ya había tenido una bronca con mi hijo porque, en vez de estudiar, jugaba a los millones, los únicos que ha ganado en su vida. Conprendí su inmensa soledad y su modo humano de resolver las cosas: yo nunca he sabido resolver las mías. También es verdad que el era un poeta y yo sólo he llegado a ser habitante de un balcón de la calle tranquila en la Cola de la Cala.


Calabardina, 15 de enero de 3012.
José Luis Molina




No hay comentarios:

Publicar un comentario