sábado, 30 de julio de 2011

CASTILLO NAVARRO



La metáfora perfecta: del labio leporino a la flor en la boca

Raro es que el que conozca a Castillo-Navarro no se pregunte por qué dejó de escribir como si eso fuese algo primordial en su bibliografía. Más preocupante resulta que ninguno de sus libros esté al alcance del lector, a no ser que vaya a una biblioteca o  pida el libro al amigo que lo posee. De la primera manera, Castillo-Navarro, de cara al público, presumiblemente no escribe. Yo, tampoco lo sé. Pero, ¿qué importa eso? Aunque sí tengo en mi casa un ejemplar mecanografiado de Cuentos para aprender a vivir. Y, además, en otro tiempo, asistí al proceso de escritura de Mata mala mata. Y he tenido en mis manos Los negros toros de mi ira. Es decir, si no publica es porque no le apetece o por otras razones muy personales. Por la segunda causa, o efecto, que qué más da, Castillo-Navarro ha pasado a ser una leyenda y un desconocido. Desconocido, olvidado, escritor inexistente porque no se le lee. Leyenda porque ya la tiene viviente. El viajero que vaya a Lorca, o el ciudadano local, puede acercarse a la Placica Nueva y contemplar la escultura que representa a El niño de la flor en la boca. Ya forma parte del paisaje urbano. Lorca, ayuna hasta hace poco de esculturas, ha sido generosa con algunos de sus hijos, que ya la tienen. Todas se justifican, pero las de título abstracto, como la de la Bordadora lorquina o la del Procesionista, próxima a inaugurarse, tienen un encanto diferente, íntimo incluso. Claro que, como la de El niño de la flor en la boca, ninguna, porque incluso el nombre es poético. Todo porque Castillo-Navarro titulaba muy bien: El cansado sol de septiembreCon la lengua fueraLos perros mueren en la calle.
            Castillo-Navarro queda también siempre en el centro de una concepción crítica, más o menos polémica, que quizá hace unos años podía ser más interesante porque se estaba en el meollo de su producción, pero que siempre era una adscripción provisional. Yo, al menos, siempre he sido un disidente de esta interpretación. Se aseveraba con rotundidad que la novela de José María pertenecía al realismo social. Sería por oposición a lo que más tarde se denominó realismo mágico, que vaya usted a saber lo que significa en estos precisos momentos. Son las dos caras de una misma moneda. Toda novela es social de uno u otro modo y se piensa, o pensaba, que el novelista que no traza su historia en el mundo actual, es decir, del tiempo de su escritura, ya no es realista, cuando la realidad de lo mágico tiene una corporeidad acusada. Pero, bueno. No voy a seguir por ahí, no sea que venga un crítico y me anatematice o haya que profundizar más en ello. Pero la verdad es que la novela de Castillo-Navarro, y creo que hasta él discrepaba de mi opinión, está dentro de un esteticismo humanístico de origen católico-religioso. Quizá se vea eso ahora con más perspectiva. José María inicia una novela en el más crudo realismo social, pues el origen de la misma es una desigualdad. Pero, a lo largo de su desarrollo, a Castillo-Navarro le gusta bucear en la psicología de los personajes y extraer el mundo interior que todo ser humano lleva dentro. No se olvide que Los perros mueren en la calle está dentro de lo que más tarde se llamó novela urbana. Pero es social porque se ocupa de la emigración de los desprovistos a Barcelona. Manos cruzadas sobre el halda presenta una problemática social, pero más importante que eso, que sólo sirve de excusa, es la temática que desarrolla. El que alguna de estas novelas fuese perseguida por la censura, sólo indica la ceguera de algunos y de la desafortunada época que nos tocó vivir. Y eso le conforma una aureola que es muy importante para el novelista y para su obra. Las uñas del miedo es una introspección intensa sobre el resultado patético de la guerra civil. Y había que tener valor para escribir así y entonces. ¿Es, acaso, Caridad la negra un libro sobre la prostitución? Pues yo creo que, sin obviarla y sin caer en el costumbrismo, de lo que se trata es de penetrar en el mundo interior de la pobre mujer que con el candil entre sus piernas avisaba de que estaba desocupada. Lo importante en Castillo-Navarro son los temas que trabaja. Y si se pregunta por la vigencia de su obra, la tiene aún a nivel de estudiosos. Esto lo confirma la última tesis que sobre él se ha escrito en Bélgica.
            Pues bien. Se piense de una u otra manera, y ya los críticos, que están revisando precisamente ahora el papel de la novela social, han sido más flexibles de los esperado, e incluso sus protagonistas -Antonio Ferres, por ejemplo- comprenden que sólo fueron hijos de una época y de ella escribieron. Claro que me refiero al ámbito castellano. Hemos de recordar que Castillo-Navarro escribe y publica en Barcelona. Lo importante es que la obra de estos novelistas y a ellos mismos no se les olvide. La etiqueta que se les ponga un día se les puede quitar al siguiente porque la crítica moderna es veleidosa. Y hemos de tener en cuenta que algunas de estas novelas están a punto de cumplir el medio siglo, al menos han pasado la cuarentena. Y hago una breve apostilla: de lo que se trata es de escribir bien y Castillo-Navarro lo hizo en su tiempo y ahora permanece su obra, es decir, ha soportado el paso del tiempo.

          
  Por eso, Castillo-Navarro es importante y sus novelas también. Y existe un maldito problema del que él se ha dado cuenta, creo, y actúa, quizá conscientemente para él, no tanto para los lectores: no tiene ningún interés en que se le lea. Al menos esa es mi impresión. Claro que, desde el antiguo conocimiento que tengo de su persona y su obra, pienso que sería interesante que sus novelas se publiquen de nuevo en ediciones anotadas por especialistas. Al menos por personas que hagan una lectura afectiva. No que las analicen como algo que fue y ahora no tiene sentido, pura arqueología el escrito. No tiene sentido reivindicar o resucitar algo por el mero hecho de hacerlo, sino por su valor intrínseco.
            Mientras esto llega, disfrutamos en Lorca de la presencia del Castillo-Navarro escritor, novelista. Podemos, y podremos, verlo a través de Ginés, el niño del labio leporino que la magia de una escritor realista convierte, a causa de una metáfora perfecta, en el niño de la flor en la boca, al que tenemos a unos pasos, en el lugar que el escritor deseó, cerca de donde nació. Y eso es hasta todo un símbolo. Crear un personaje como el de este niño implica tener mucha ternura. La que José María Castillo Navarro posee.

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