martes, 16 de octubre de 2012

CRÓNICA DE CALABARDINA

Calabardina 


La compleja conjetura del silencio se hace ruidillo menudo en el agua que arrastra el murmullo hasta la orilla. En la playa, sólo cuatro señoras calculan la morenez a lucir a su regreso de aquí a final de mes. Parlotean en francés -únicamente se escucha un chau chau abrupto, como de tubo de escape de moto-, leerán en el mismo idioma, pero en silencio, best-sellers absurdos protagonizados por alguna dama castellana, exótica su belleza frondosa, que, como si fuera varón, embarca, entre olor a sudor y brea, en busca de la lontananza en el que habita el señor de la guerra al que piensa reducir con sus encantos. Otros, a la puerta del bar de Miguel, sentados en incómodas sillas que obsequian los fabricantes de cerveza, de ahí lo de sillas cerveceras, toman café y fijan su mirada en un punto inmóvil por encima de las olujas (no sólo olas pequeñas, sino mínimas) que riza un aura grata, algo que no llega a viento. Yo observo y escribo todo lo contrario a lo que hace nada había pensado. Los bikinis no tapan los años. Ellas son felices pisando algas podridas y fingiendo dificultad al pisar para así asirse al brazo de la amiga y soltar risas entrecortadas, mientras se llevan la otra mano a la boca para tapar no sé qué o disimular su atrevimiento y familiaridad. El eterno femenino. Un hombre cojo, apoyado en un ridículo bastón delgaducho, aparece con moza aparente. C'est la vie. Atrevida la joven, se acerca y sube a la roca en cuya parte sumergida se esconden los pulpos a los que, otros días, capturan con pinchos hombre fornidos de piernas desnudas y fuertes. Es la crónica de esta mañana: los bares de arriba, al otro lado de la carretera, tras el hotel, vacíos. La incertidumbre es perceptible. Nadie se gasta un euro. Alguno pregunta por la cosa catalana. Ante la tele, que intenta explicar que el negoci es el negoci para que los castellanoparlantes sepamos lo que sucede, si es que alguien tiene en su poder toda la verdad, un francés (de origen tal vez aguileño, es un decir), con un tinto en la mano, señala y grita "el mesías" cuanto Arturo Mas sale a escena y atraviesa un patio -¿será el de San Jordi?- amándose cada vez más a sí mismo. Parece un orgasmo, continuo sí, pero interruptus, como un coito mal "echao". Sale a escena sabiéndose el protagonista, recreándose en la suerte, como un galán mediocre, pues aparenta Más de lo que es. Creo que no piensa en lo que hace, sino que se considera elegido por el destino que sus dioses ocasionales (lo pueden dejar solo en la aventura) le han deparado: el honor de ser el primer monarca honorable de su patria nueva ansiada (lo de ansiada se nota cuando se pasa la mano por encima del tupé, que lleva en su cabeza lo que mi madre llamaba un arriba España, cuando en realidad sólo es una onda, o sea, pelo levantado hacia arriba). Y por eso se da uno cuenta de que se ha tragado el palo y va como que muy tieso. Y menos mal que el honorable no tiene altura, que es un hombre normal, tirando a bajo. De ser alto sería intratable. Habría que mirarlo siempre de abajo hacia arriba. Se lo ha creído. Todo está así, en resumen, según el francés: que si el ministro Wert esto, que si el Planeta de Lara -¡ole tus h.....!- aquello, que si la novela valdrá o no tanto dinero (600.000 euros son muchas pesetas, no sé cuánto será en la moneda catalana de la independencia prevista por el nuevo patufet político porque, más o menos, se puede saber qué busca personalmente en la aventura iniciada). El francés iba por su tercer o cuarto vaso y lo dejé con su perorata. Pero el día sigue su camino y, con una llamada telefónica, me dicen que me van a traer lotería de Navidad de Madrid o sus alrededores y así me haré rico con dinero de España. El mar sigue aquí, frente a mí. Un barco flota en la línea del horizonte y pasa en busca de otra gran ruta. Aquí mismo, una barquita prepara las redes para el calamar (o lo que entre), porque la noche se anuncia tranquila. Y a mi camisa verdosa acuden las moscas revolcadas en el polvo del barro dejado por la última lluvia y que nadie ha barrido bien barrido, porque estar a limpiar, sí estuvieron, en honor a la verdad. El suelo sigue aún sucio porque los dátiles de las palmeras del paseo caen y se pudren en el suelo y nadie los quita. Esto pasa hoy en la Cala. Yo sigo en la felicidad de la soledad del silencio, cerca del Miramar. Pero, ha llegado la hora: levanto el campamento porque tengo que ir a hacerme mi comida. ¡¡¡Abur!!!


Calabardina
José Luis Molina Martínez
Calabardina, 16 octubre 2012
Fotografías: José Luis Molina

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