lunes, 25 de marzo de 2013

MICHEL DE BOCACO, EN SU JUVENTUD BURGUESA

Michel de Bocaco, joven.
Emigrante y extraño se sintió Michel de Bocaco durante su estancia en su primer lugar de trabajo, hacía de eso demasiados años, casi toda una vida. Sólo estuvo allá, en su primer destino dentro de la empresa, dos años, pero, cuando llegaba cada final de mes, no aguantaba más y volvía a su casa que, a la verdad, no quedaba cerca, sobre todo por los malos medios de comunicación. Y eso que era un pueblo a la orilla del mar, con un atractivo que más tarde se llamó turístico. Entonces, aún vivía su madre. No negaba que lo hacía por verla pero, la verdad, es que lo realizaba porque, a pesar de soportar lugar y costumbres, no se encontraba cómodo, echaba muchas cosas de menos. Así que, en cierto modo, hablaba por experiencia. 


Bocaco, después de más de cuarenta años de trabajo, y sin cumplir la edad reglamentaria, abandonó su oficina. Hubo una especie de ajuste de plantilla que acabó con la jubilación voluntaria de casi todos los más antiguos. Bien es verdad que a él le ofrecieron la continuidad, pero, por si después no le llegaba la oportunidad, aceptó rápidamente el fin de su vida laboral. 

No le gustaba la palabra jubilación, ni siquiera posponiendo anticipada, como la suya. Una vez oyó decir que procedía de la palabra júbilo y que con el gozo, contento o felicidad del deber cumplido, por voluntad expresa de Dios, naturalmente se era, como jubilado, más dichoso. Ni tampoco aceptaba el que la gente dijera que, al proceder de la palabra júbilo, naturalmente sería ahora más feliz. 

Cuando Bocaco escuchaba el nombre del Creador del que unos cuantos se habían adueñado, se sentía inquieto. Él sabía que una y otra palabra no tenían parentela alguna, pero los trabajadores manuales, los peones, los obreros sin cualificar, el pueblo en suma, para manifestar la alegría por dejar el trabajo activo y ganar un sueldo sin dar puto golpe, como vulgarmente se dice, unificaba la etimología para manifestar el gozo al pasar a una situación de pasivo. 

- Tampoco significa nada que te den la tarjeta dorada, -comentó-. Sólo sirve para que te hagan un pequeño descuento en un tren que, al menos por aquí, desde la ciudad a Madrid, es tercermundista. 

Así que Bocaco, tras firmar el expediente de jubilación, regresó a La Buhonera para celebrar la efemérides. 

- Y, ¿qué vas a hacer a partir de ahora, si ya no tienes obligación alguna? -preguntó Benjamín, displicente. 

Benjamín era de la nueva generación, pero mantenía con Bocaco la misma amistad que su padre tenía con él, que correspondía ambas. 

- Vivir -contestó escuetamente. 

- Ya te darás una vuelta por tu antigua oficina -comentó divertido Benjamín, que ya había asistido a conversaciones de este tipo entre su padre y otros, los amigos o los antiguos componentes del coro de bebedores que permanecían aún en la vida. 

Bocaco meditó un instante la respuesta. Si decía la verdad, sus compañeros de trabajo se sentirían molestos, se enfadarían y tomarían, de poder, represalias, cosa que a él le importaba un bledo, aunque tampoco quería dejar muchos enemigos detrás, más bien los justos. 

- Aunque me fuera en ello la salvación de mi alma, jamás volveré ni de visita, -aseveró. 

Bien es verdad que ya había fallecido la secretaria jefe, pero un nuevo jefe de sección, de los que traen ideas nuevas y revolucionarias, le había producido, en los últimos años de su estancia, las suficientes molestias como para no desear verlo de nuevo. Pequeños chismes, inútiles tonterías, sandeces de jefe inepto, a las que Bocaco había dado, posiblemente, más importancia de la que tenían. Tan es así que, cuando los compañeros de la oficina quisieron hacerle un homenaje, se negó en redondo. Pero tampoco hay que echarle la culpa a ese desangelado frustrado, sino entender, que todo obedece al cúmulo de circunstancias que supone haber estado trabajando más de cuarenta años en el mismo lugar y con gente distinta, alguna hasta pintoresca. ¿Y por qué no tener en cuenta, se decía Bocaco, mi propia manera de ser, el tedio, aunque no es esta la palabra correcta, acumulado en los tantos y tan largos años de trabajo? Pero él sabía íntimamente que no iba a volver, saludar si acaso, por educación, ni aceptaría cenas o comidas de homenaje. Borrón y cuenta nueva. 

- De los de mi tiempo, pocos quedan. Los nuevos son eso, gente que piensa de otra manera y para nada les gusta el escuchar batallitas antiguas, de cuando todo se hacía con lápiz; ahora trabajan los ordenadores. Antes llevábamos puesto encima el trabajo, era como algo nuestro. Ahora se llaman profesionales. Eso quiere decir que sólo les preocupa la oficina el tiempo que trabajan. Y punto. Además, no quiero tener en mi casa una foto en la que aparezcan los que me han dado cuchilladas por la espalda. Del fervor antiguo, nada queda. Cuando vine, nadie me organizó un banquete para demostrar su alegría por mi llegada. He trabajado y me han pagado. Ni les debo, ni me deben. Cada mochuelo a su olivo. 

Así que, cuando apareció la reseña del homenaje en la prensa, en el que se le incluía a él, se dijo que, al ser poco proclive a las celebraciones, no había asistido. 

- Si se escribe mi vida alguna vez, siempre estará este dato equivocado. El investigador irá a la prensa, dirá lo que haya leído, y para siempre se mantendrá esa explicación como verdadera. Bien es verdad que ese mismo día estaba invitado una boda, y eso puse de medio excusa. Pero, la verdad, no pensaba ir y no fui. Además, eso del homenaje ya está manido. Sólo se le debe hacer un homenaje a quien ha destacado en su trabajo, ha intervenido en la vida pública o cultural de su ciudad, a quien se ha dejado el pellejo por los demás. 

- Entonces pocos homenajes se han de hacer -comentó un lánguido poeta de coleta y sombrero manoseado. 

- ¿Es que no se puede utilizar algún que otro eufemismo como, por ejemplo, comida de amistad? -le replicó Bocaco que no andaba precisamente por los círculos líricos. 

En su intimidad, se encontraba tan amargado como contento. Parece ser verdadero su dicho de que iba a dedicarse a vivir, que no es poco, y que le gustaría borrar el paréntesis de esos años de trabajo -cuarenta y tres-, y unir la edad de cuando comenzó a trabajar con la de jubilación, así intentaría recuperar el tiempo por donde lo dejó y unir juventud y experiencia para hacer tranquilamente todo lo que no había podido esbozar siquiera en esos años intermedios, ilusión no le faltaba. 

- No me importa el trabajo, sólo que ahora voy a ocuparme de lo mío, recuperar tantas cosas abandonadas casi antes de su inicio, hacer cuanto me impidió la obligación, buscar aquella inocencia primera y vestirla de la experiencia doliente de la vida pasada, hacer del viaje una emoción, ordenar cuanto me pertenece -tanto libro polvoriento- para dejar todo en orden para el día de mi salida definitiva de este mundo terreno. 

- ¿Y por qué eres tan retórico? -le espetó Benjamín. 

Bocaco lo miró seriamente. 


- Por formación, -contestó. Por eso soy de otra generación y la jubilación me viene de muerte. Esto es otra cosa y así no me encuentro obligado a convivir con los nuevos. 

El mismo día en el que se jubiló, cumplió la promesa que había hecho a los amigos del primer café de la mañana de invitarlos a lo que quisiesen, como si fuese una boda, era su expresión. 

Pero ninguno de ellos se acordó. Así que se bebió sus últimas cervezas en solitario, fuese y no hubo nada, si acaso, aquí paz y después gloria bendita. Eso sí, no supo si felicitarse por ser un hombre de palabra.

José Luis Molina
Calabardina, 25 marzo 2013

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