lunes, 1 de abril de 2013

POEMAS DE ABRIL [ I ]

Fotografía: (c) José Luis Molina

En los dátiles amarillos pastan los pájaros.
Llegan por escalas de nube a la altura
de las ramas que escuchan, al filo de la tarde,
la risa de los lobos. Cuando huya el pastor
hasta lo oscuro del silencio, alargará
su risa y tendrá el vellón como piel de cordero.
Ahora, acecha. Atento tiene el oído
al último sol que riela sobre el plástico
de la ladera. Ladra un perro cobarde.
Olisquea los dátiles caídos al pie de la palmera
envuelta en un marrón sucio y feo.
Allí, todo es pútrido suelo sobre el asfalto.
Asquea la pisada asesina y el vuelo
de las gavinas no avisa de las voces.
Chillarán desde sus bocas asquerosas
ajenas a los dulces manjares, sí de sangre
de hiena. Pasean las comadres de ojos
llorones y boca desdentada. 
¿En qué ríos beberán galápagos?
¿En qué agua lavarán sus enaguas?
¿Dónde secarán los pies,
bajo qué sombra,
cuando llegue el ángel bucinador?
Ya los dirán mañana los murmullos
del viento que surgirá de los ámbitos
vacíos y acampará bajo los árboles.
Ya veremos sus almas en la ermita
cuya espadaña, coronada de cruz morada,
se eleva hasta la ira de los turiferarios.
Poco calienta el sol que abriga mi espalda,
mientras los cirios acuden como testigos
de los crisantemos ornantes de las cúspides
solitarias y los arrebatos salmódicos.
Velen, entonces, cuanto se pierde más allá
del prado, más allá de la lumbre del quicio,
más allá de las tempestades surgidas
sobre los cantos espúreos, sobre las voces
tranquilas, sobre los gritos áfonos.
Ya he conocido la potestad del silencio.
Caído el sol, ya no habrá pájaros
en la palmera frontera al mar. Y los lobos
serán tan negros como los ojos de la sulamita
cuyo cadencia ignora la avidez que despierta
su calmo paso por la alameda poblada
de palomas, aves como carámbanos
que brotan de los árboles igual que la plegaria
de los labios. Me aparto de este silencio
en el que las cosas parecen fantasmas que
ocupan mi cuerpo antes de que arrastre
mis pies hasta la fosa bordeada de cipreses
lentos. Pronto llegaré a la esquina donde
empieza la luz. Respiraré la hondura de la tarde
y pronto estaré en la parábola del solitario
mientras el crepúsculo, fuera, no atraviesa
las cristales y deja su color en mis ojos.

El mar enmarcado. Ejercicio de una Escuela de Pintura (C. J.)

José Luis Molina
Calabardina, 1 abril 2013

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