Cuando yo creía en la inocencia como método global de vida, o sea, que respondía la verdad, mi verdad, sin tapujos, explicaba a mis amigos que Carlos Mellado (1876-1934) era el mejor poeta formal de Lorca (ciudad que si antes estaba irreductiblemente adscrita a la sed, a la sequía, a la seca, como decían a comienzos del pasado siglo XX, hoy lo está a las terribles secuelas de unos terremotos que han venido, como mínimo, a retrasar muuuuuuuuuuuuchos años, su desarrollo económico, social y cultural. Pero también a poner a prueba a los lorquinos: eso no es óbice para que la gente luche con sus fuerzas para salir de esta desoladora situación y quede triunfadora del desafío que es vivir con una realidad tan a flor de piel). En el armar un poema no le ganaba nadie. En la delicadeza, en la sutileza, en la musicalidad, tampoco. Los partidarios de Eliodoro Puche me miraban y me perdonaban la vida. Aún hoy no sé si algún partidario de Eliodoro ha estudiado, analizado y escrito sobre el poeta más que yo. y vuelvo a repetir lo mismo.
Si hoy viene esto a mi memoria, se debe a que, buscando cosas de Eliodoro Puche, he encontrado una crítica sobre A MITAD DE JORNADA, que confirma cuanto hasta el presente vengo diciendo desde hace ya al menos 1985. La firma Cristóbal de Castro y aparece el EL HERALDO DE MADRID, el día 1 de enero de 1915, nº 8797. Así pues, podemos leer:
Otro poeta, desconocido aquí en España -pues aun cuando español, reside en Montevideo- (lo que evidencia una falta de conocimiento sobre el poeta, pues nace en LORCA, la ciudad castigada por los dioses), D. Carlos Mellado nos ofrece en su primer libro A mitad de Jornada, la sazón melancólica de los treinta años. No recordamos de ningún poeta contemporáneo, fuera del hondo e impecable Amado Nervo y de ciertas estrofas de Antonio Machado, tan incorrecto como sutil, que nos haya ganado el alma tan íntima e inefable-mente.
De las cincuenta y tantas poesías recopiladas por D. Carlos Mellado hay, cuando menos 20 admirables en fondo y forma. Y en algunas como Mimosa, Las señoritas pobres, El adió al huerto compiten en gracia delicada, ternura, suavidad y frescor, con Garcilaso, Pedro de Espinosa y Luis Martín.
Aconsejamos la lectura de A mitad de jornada por ser acaso el mejor libro de poesías publicado en el año último y porque, si acaso, es D. Carlos Mellado, uno de los poetas contemporáneos más ricos de melancolía y de claridad.
He aquí un ejemplo:
Bizancio
El sol se hunde en las aguas, allá en el horizonte,
dorando, generoso, la cima de algún monte;
y, entre sus vivas luces que los tejados hieren
e incendian las arenas en que las olas mueren,
mientras, a grandes voces, comentan dos sofistas,
que pueden ser patricios, que pueden ser artistas,
con juegos de dialéctica, de oscura sutileza,
algún punto del dogma que a examinarse empieza
y que ha de ser origen quizá de una herejía,
que acaso patrocine la nueva dinastía;
y el príncipe indolente, que el solio prostituye,
los triunfos de los Bárbaros, en bronce, se atribuye,
y pierde las provincias y pierde las legiones
teniendo sobre el culto triviales discusiones;
allá en la regia estancia, de púrpura tendida,
que agota los tesoros que el fisco dilapida,
borracha de lascivia, bajo el dosel bordado,
la emperatriz, desnuda, se entrega a algún soldado.
Bizancio
El sol se hunde en las aguas, allá en el horizonte,
dorando, generoso, la cima de algún monte;
y, entre sus vivas luces que los tejados hieren
e incendian las arenas en que las olas mueren,
mientras, a grandes voces, comentan dos sofistas,
que pueden ser patricios, que pueden ser artistas,
con juegos de dialéctica, de oscura sutileza,
algún punto del dogma que a examinarse empieza
y que ha de ser origen quizá de una herejía,
que acaso patrocine la nueva dinastía;
y el príncipe indolente, que el solio prostituye,
los triunfos de los Bárbaros, en bronce, se atribuye,
y pierde las provincias y pierde las legiones
teniendo sobre el culto triviales discusiones;
allá en la regia estancia, de púrpura tendida,
que agota los tesoros que el fisco dilapida,
borracha de lascivia, bajo el dosel bordado,
la emperatriz, desnuda, se entrega a algún soldado.
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