miércoles, 8 de junio de 2011

DESDE EL BALCÓN QUE DA A LA CALLE TRANQUILA

... SON LAS COSAS DEL QUERER




Desde hace unos días, intento normalizar esta página. Quizá sea el mismo bloog el que no funcione bien porque se borran las entradas, me atacan los nervios, no puedo dominar este asunto tan sencillo, está mi ánima quizá en otro lugar cercano al rincón de los justos. Quizá resida todo en la pequeña paz alterada, hoy anda todo alterado por el sismo, quizá se deba a que no hay estímulo sin respuesta ni mal que cien años dure. 



Nada hay gratuito, ni siquiera el 11 M en Lorca o la cosa esa de la Puerta del Sol en este mayo florido y hermoso, ventoso y lluvioso, que nos ha tocado en suerte y gracias que lo podemos contar. No es que no me interese lo que allí pasa, que disfruto viendo como esta generación, o juventud ya longeva, hace una protesta que no parece favorable a nadie, ni siquiera para la ceja inútil, cuyo ojo protector pretenden cerrar para que haga las menos tonterías posibles en los meses de agonía que nos quedan, mientras constata que parece un secuestrado sin capacidad de alterar ni alternar, ¿a quién engañó para llegar a donde está? ¿No sabían cómo era? No sé si se habrá dado cuenta de que es un telonero. Porque de sus despropósitos han venido algunos problemas y porque la utopía concluye a la hora de comer. Como al tiempo hay que darle tiempo, hemos de esperar una temporada para ver si este despertar tardío, aunque más vale tarde que nunca, este resurgir sin fuste, esa universidad asamblearia ubicada en la calle, sita en la escasez de elegancia, como si de un mercado medieval con mercachifles se tratase, con sus malabaristas, con sus contorsionistas, se traduce en cambios que muchos exigen porque son necesarios, que están a la vista de todos menos de los políticos: se han apropiado los pobres hasta del poder. Claro que eso causa estupor porque no nos hemos dado cuenta los torpes de la vida que se ha convertido el politiqueo en un medio de vida en lugar de ser un modo de representar a la gente en la asamblea del pueblo en el que, teóricamente, reside el poder. Pero, si las Comunidades Autónomas se han creído pequeños reinos de taifas o componentes de no sé qué federalismo copiado del siglo XIX, y siguen por el camino que van... arrieros somos. A tiempos nuevos, soluciones diferentes. Si no nos hubieran o hubiesen hecho analfabetos, ahora no podrían reírse de nosotros.


El que se haya organizado una visita guiada a los monumentos dañados por los seísmos que han desolado Lorca y que la gente vaya a ver las iglesias derrumbadas, los edificios civiles en ruinas, el derrumbe de un pueblo como pretexto estético y cultura, aunque los ingresos sean para lo que sea, si es que hay ingresos, me parece como organizar visitas para ver morir a los enfermos terminales. Ahora bien, desde que la televisión tiene éxito con la basura que transmite, el morbo está asegurado para ver aunque sean piedras que ahora mismo no sirven para nada, bueno, sí, para llevarlas al cementerio de los escombros que generosamente ceden algunas empresas que quizá de este modo intentan devolver alguna parte de la riqueza que poseen y que no sirve para nada. Lo que sucede es lo de siempre: el más pobre es el más perjudicado. 


Algo desaliñado se encuentra el mar en estos dos últimos días. Parece que algún disgustillo lo tiene alterado. Es como una cosa sorda que casi se impone a la normalidad. Eso mismo le sucede a las personas con el famoso ya terremoto. Quizá sea ya el momento de empezar a pasar página y regresar a casa. Hay que arreglar los domicilios particulares y las instituciones públicas, abrir las iglesias y recoger las plegarias, los silencios, la potestad del claustro, la multitud de los suspiros, la valentía de los cantos de pájaro alejados de la catástrofe. En cada vivienda hay un rincón en el que se puede estar en soledad y restañar las heridas, como hacían los gatos que se acercaban entonces, después de la guerra, y mordían las bojas que servían para arrancar el fuego que se encendía en los hogares, aquel fuego pobre de carbón y algunas veces de leña, si llegaba el jornal para tanto. Se reconfortaban. Como yo cada vez que recuerdo esa infancia dichosa en la que una madre acunaba a su hijo que resplandecía de hermosura transferida: nada más bello que una madre muy amada. Aún recuerdo a la mía. Y más aún en estos días de tristeza. 



Estás aquí tan desnuda
que no te conoce nadie.
Hoy no,
ahora no te pregunto nada.
Tu cuerpo es larga respuesta
a quien quiera preguntarte.
Te has puesto un disfraz de acero
quitándote los vestidos.
Has creado mil murallas
alrededor der tu sangre.


Pero no,
hoy no te pregunto nada.


(José Luis Hidalgo. Raíz)




El cielo es tan amplio como la espiral de árboles
que se yerguen e incrustan en la solidez vaga
de la línea difusa, de la defensa ardua
que, como labor militar, desarrollan, firmes,
los valientes que arderán bajo el fuego enemigo.


La casa semeja refugio anhelado. Tiembla
la luz en los silencios. Cada rincón recuerda
una presencia anterior, la música de búho
que estalla sobre los ámbitos inhabitables.


Toda interior costumbre la soledad devora, 
la tal magnitud de los vetustos ventanales
que suaviza el hálito del asolador norte.
Esa pulcritud del momento del arte muere,
mientras la armonía de cuanto no es, porque puede
desaparecer en la lejanía, motivo 
recoleto es que se recoge en los alabados
óleos que Vilhelm Hammersoi, feliz, concluye,
mientras la luz de la pálida tarde fallece.
 (José Luis Molina. Poema ocasional)








Ilustraciones: (c) Vilhem Hammersoi

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