domingo, 31 de julio de 2011

CUENCA, final de julio de 2011


Seguramente harán al menos cuarenta años que estuve por vez primera en Cuenca. Seguramente iría en mi primer coche, un 600 de segunda mano, azul, M - 445554, que me servía para lo que me lo compré. Sería por el año de gracia de 1965. Nos bañamos en un río frígido, que sería el Júcar, en un lugar que me parece se llamaba posiblemente ¿Magdalena?, comimos morteruelo, zarajos, alajú y bebimos resolí. Todo eso me era desconocido entonces He vuelto muchas veces después, he visitado muchas veces su Museo de Arte Abstracto (¿lo pude conocer antes de su definitiva ubicación en una casa donde vivía un pintor, seguramente Zóbel, a la que me llevaron?), sus Casa Colgadas, en cuyo restaurante comí con Juan Montalbán, años después. He llevado alumnos en viaje de estudios. Me he sentido vinculado a ella. Había dejado de ser ciudad imperial, ciudad asimilada a monseñor Guerra Campos, más poética que la rigidez de un Federico Muelas y semejantes. Estuve en Carboneras para conocer a Carlos de la Rica, que vivía en un ambiente decadente, artificial y artificioso, demodée incluso, compré libros del Toro de Barro. En su casa de Carboneras de Guadazaón, en la que estuve con mi santa esposa, había muchas cabezas de ángeles de las que se caían de los retablos, como efebos que cuidaran de que no faltara incienso en los pebeteros. Después, me olvidé, porque, desde Lorca, es complicado vivir el ambiente conquense. La libertad, para todos. Incluso hasta para los que viven en Lavapiés. Por si sirve de algo mi tolerancia, afirmo que cada cual puede hacer lo que quiera sin molestar a los demás. No como mis vecinos que chillan y chillan y chillan y no es que chillen, dicen, es que nosotros hablamos así, con un par. Menos mal que el verano tiene los días que tiene, los de todos los años, y que pasarán en un mes, más o menos. Aunque lo del terremoto ha jodido mucho porque los chillones están aquí desde mayo, no soporto a quien chille.


Con todo lo dicho, se puede percibir mi afecto por esta ciudad, cuya provincia conozco desde el uno al otro confín, es decir, desde el Nacimiento del Río Cuervo hasta Tragacete, desde Uclés hasta Iniesta, donde fui premiado, desde Tarancón a Belmonte, desde Alarcón a Las Pedroñeras. Sin embargo, no he visto en este viaje una Cuenca alegre, como si hubiese sido abandonada de manos de los políticos que han apostado más por Albacete y Ciudad Real, Cuenca, en la que vi bailar y cantar la jota comunera con más fuerza del mundo (Arriba y arriba, abajo y abajo, /que a tu novio se le ve el colgajo o viceversa Abajo y abajo, arriba y arriba, que a tu novia se le ven las ligas) pues había allí, desgañitándose, una mujer llena de fuerza, empuje y alcohol, pero podía con todo. Todo pasó en un tabernáculo de enfrente de la catedral, casi al lado de donde hoy hay un semáforo para que puedan subir y bajar los autobuses urbanos, taxis y todos los vehículos.y así acabo antes. Esta vez no entré en la catedral. Me senté a la sombra de sus escalinatas y me eché una siesta, mientras mi santa visitaba no sé qué Museo en el que había una olla con monedas que alguien enterró reinando Fernando VII, o algo así me contó.



Esta vez me hospedé en el Torremangana y, la verdad, es que estuve bien.


Hasta él se acercó Helga, que acabó su Asamblea una hora más tarde de lo previsto, cayendo ya la tarde en el silencio de lo infinito.


Cenamos fuera. Le gustó el morteruelo. Hablamos de los unos (los vivos) y de los otros (los muertos) de la Asociación. Le pregunté por el lugar de la próxima Asamblea. Cádiz en julio no se la merienda un negro de calor y de gente en la playa. No quiero gente, negra o no. Gijón está lejos y no merece la pena. Después me nombró Ávila o algo así. Eso está más cerca y, desde Alicante, Altaria te deja allí. Es más fresco, pero la canícula en Castilla también aprieta.


También hay emigración, aunque apenas se nota, claro, no hay industria, sólo servicios. Aunque esté la UNED y la otra universidad, no sé qué facultad. En Lorca manda la emigración: hay cientos de miles de ecuatorianos y de marroquíes. Si sales a la calle, cuentas un lorquino/a por cuatro o cinco emigrantes, no creo que lo sean por gusto.


Volveré a esta Cuenca que está ligada a mi persona.

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