viernes, 17 de junio de 2011

COMO GATO QUE SE PURGA CON BOJA EN LA COCINA





PREFACIO, PRESENTACIÓN o PRÓLOGO
al TEXTO que sigue, escrito bajo los cánones (pen)últimos de la (contra)teoría de los géneros.
Del proceso de provocación al procedimiento de ruptura o praxis de la disolución prevista, pero aún no conseguida, de la novela, acosada no sé si
por novísimas –sin base contrastada– interpretaciones teóricas espurias,
por la no siempre abierta definición del género por los neo-críticos heréticos y seudo-teóricos no humanistas clásicos que actualizan desarrollo y dirección, como si fueran los únicos eruditos que pueden teorizar sobre este fenómeno, creado muy sigilosamente a comienzos de este siglo,
o
por un sistema de ruptura que no permite el reposo del género, al que hay que mimar y procurar que circule en la dirección que le apetezca, a pesar de la minoría de nuevo cuño que lo asedia retóricamente, mientras los lúcidos lo envuelven en paraliteratura, por lo que se califica
“como un nuevo tipo de discurso crítico, basado en un modelo específico de literatura desde el que se nos invita y enseña a comprender los mecanismos constitutivos de la narración respecto a su condición genérica y límites de literariedad”[1],

de una manera muy correcta.
La novela crece no por una vigilancia teórica excesiva sino por los materiales que (se) ponen a su disposición creativa, sin que los rechace:
por el contrario, los asimila, absorbe y hace suyos.

Nuevamente los novelistas salvan la novela.



I

            Menos cuando se advierte lo contrario, los libros se empiezan a leer por el principio y se continúan hasta llegar al final, de manera comprensiva, si no puede ser pergeñada, mejor redactada cuidadamente, si uno es ducho, una medida exposición crítica, con arreglo, no tanto a los cánones consensuados, cuanto a los conocimientos del lector para quien no se escribe específicamente
(“Saber que no se escribe para el otro, saber que esas cosas que voy a escribir no me harán jamás amar por quien amo, saber que la escritura no compensa nada, que es ahí donde no estás: tal es el comienzo de la escritura”)[2],

que no tiene por qué ser ideal ciertamente, sino avisado, corriente y moliente
–“el pacto entre autores y lectores es casi siempre de naturaleza leonina, no permite a los segundos otra opción que la de cerrar el libro o de aceptar sus páginas tal como son, sordas a cualquier interpelación, desdeñosas de cualquier ignorancia”–[3],
aunque
se eche, de cuando en cuando, un ojo al Índice para comprobar por dónde vamos,
se relea una página sobre la que hemos pasado sin excesiva atención por una distracción tonta –un clis ¿de eclipse?– que nos adormiló,
nos parezca idóneo volver atrás para entender el párrafo que nos parece ilativo del capítulo en el que nos hemos detenido por un exceso de concentración,
o tal vez porque nos hayamos visto obligados a interrumpir la lectura por un motivo ajeno a nosotros, instalados muellemente en nuestra afición: la llamada del autor que nos subyuga sin remedio y con el que conversamos en el silencio de la penumbra:
“Las lecturas y la experiencia de vida no son dos universos sino uno. Para ser interpretada, cada experiencia de la vida pide auxilio a ciertas lecturas y se funde con ellas. Que los libros nacen siempre de otros libros es una verdad en contradicción sólo aparente con la otra: que los libros nacen de la vida práctica y las relaciones entre los hombres”[4].

Todo esto constituye un ceremonial de lectura[5]
–“No era sin embargo un lector apresurado, famélico. Había llegado a la edad en que la segunda, tercera o la cuarta lectura dan más placer que la primera […] … escogía cada año ciertos libros famosos que quería releer y ciertos autores que afrontaba por primera vez. Y allí en el escollo los iba agotando, alzando a menudo los ojos de la página para reflexionar, juntar las ideas” –

y cada uno encuentra, a pocos libros que se haya leído, el suyo propio, sin complicarse mucho la existencia, que no están los tiempos para eso:
“Con la última claridad, el hombre cogió otra vez el libro, como si quisiera asegurarse de que aún existía en él determinado pasaje y de que este no se había desvanecido como la luz en la agonía del día. Luego, lo dejó resbalar sobre sus piernas y miró hacia fuera”[6].

Si técnicamente el autor real utiliza el flash back o analepsis, el lector debe efectuar esa alteración de la secuencia cronológica mientras ejecuta el acto de la lectura. Así que este es el comienzo de un escrito, y por aquí debes continuar, Cebes silencioso, que, sin duda, está dotado de amplio contenido biográfico, porque el autor real ha facilitado algunos datos de su propia infancia al autor implícito para revestir de condiciones humanas humanistas
“Al igual que Tierno Galván, Aranguren imputa al humanismo tradicional una falta de compromiso moral para eliminar el sufrimiento humano. En todo caso, el humanismo fue socialmente conservador e incluso reaccionario […]. Por lo tanto, un verdadero humanismo deberá ser también un humanitarismo que se oponga a toda violencia”–[7]

al protagonista niño y no sabemos si va a continuar de un modo cronológico o qué puede suceder, porque, en este momento, es difícil adivinar expresamente qué van a hacer los personajes, ni siquiera cuántos van a formar parte del dramatis personae, menos la famosa infancia de la que vamos a tener una información sobrada al parecer, que ya veremos, que quizá sea una excusa para que el autor real haga un planteamiento disuasorio, es decir, contará lo que quiera y nada más. Pero no se olvide: parte de las características caracteriales de que revista o dote el autor implícito al personaje niño es prestada de una persona real, quizá la infancia del escritor, el resto es ficción o invención. Y en esta tesis, casi todo estamos de acuerdo y, en verdad, no parece una extravagancia sino que es el espacio común del encuentro entre lo real y lo no real, que no tiene por qué ser lo ficticio.

            No hay más remedio que aclarar rápida y rotundamente que la creación literaria,
–“¿A qué se refieren los escritores […] cuando piensan acerca de algo: es literatura? Alérgicos a toda pertenencia, […] señalan con esa palabra el único paisaje en el que creen vivir: una suerte de realidad secundaria que se abre detrás de las fisuras de la otra realidad, donde todos se han puesto de acuerdo acerca de las convenciones que hacen funcionar a la máquina del mundo”[8]

que podría no haber sido o serlo de otra manera,
es, según los teóricos
–si no recuerdo mal de mi época de estudiante tardío–,
una remodelación de la realidad y que la realidad se introduce en la obra por medio de la mimesis
(recursos de la imitación)
o de la ficción
(recursos inventivos de los sucesos)[9].
Así que de la mimesis y de la ficción se servirá el autor implícito para el desarrollo de esta obra literaria, esta obra de ficción, esta novela, este TEXTO. O lo que sea, pues no trato de teorizar, sino de reseñar las tesis de los teorizantes considerados en su profesión por sus compañeros, no las de los aficionados que, si somos, es porque los estudiamos o leemos: vivimos de ellos pues, acaso, para eso están, aunque crear criterios o conceptos aceptados después generalmente por los especialistas es algo reservado a unos pocos elegidos.

No están aquí reseñados todos los teóricos que son mis amigos o conocidos, aunque sí otros que no conozco pero son importantes en el campo de la crítica literaria. Si alguno no aparece, se debe solamente a que no tengo libro suyo alguno para consultar en las estanterías de la Cala, personificación de una sala que extraña a los visitantes por tratarse de una casa de verano en la que parece sospechoso, quizá extravagante, ciertamente raro, encontrar tantos ejemplares y de temas tan dispersos o dispares o diversos o vaya usted a saber.

Lo que sigue va de anécdota para comprobar que lo que digo es la verdad: ayer, no sé en qué emisora ni por qué, hablaron de Tokio blues, Norwegian Wood: yo estaba en mis cosas, Tristanda en las suyas, e instintivamente le dije no sin cierto orgullo, tengo esa novela, pero no la he leído ni sé dónde está. Me puse a buscarla hasta que la encontré alejada de los libros de mayor consulta o lectura, envuelta en ese preservativo de plástico con el que ahora salen los libros de las imprentas e inicié su lectura hasta que comprobé que no me decía nada, que casi todo era vacío, hueco, por lo que la coloqué donde estaba, entre El canto de las sirenas, de Eugenio Trías, y Razón, sentimiento y utopía, de Carmen Iglesias, buen lugar sin duda mientras me preguntaba por qué compraba ese tipo de literatura:
“deseé tener algo para leer, pero en la habitación no había nada: ni libros, ni revistas, ni periódicos. Únicamente un calendario colgado de la pared”[10].

Mi casa, la habitación en la que está una de las estanterías que llega del suelo al techo y la estantería que llega del suelo al techo son ya bastante conocidas por los repartidores de las mensajerías que, de cuando en cuando, al menos una vez al mes, aparecen por allí con paquetes de libros
de las más diversas editoriales
(procuro que sean pequeñas porque casi todas ellas publican libros de calidad),
de los más complejos temas
(son siempre literarios: una vez teoría de la literatura-literatura comparada, quería empaparme de teoría, aunque nunca profundizaba porque me lo impedía mi vena creadora, otra autores minoritarios de novela, seres de los que hacía tiempo no compraba nada porque no me fiaba de ellos como novelistas, en realidad, no me fiaba de la literatura moderna, y, si adquiría algunos títulos, no los leía, ahora muy mucho: releo a gente de mi época y añado alguno nuevo que, muchas veces, me descubre Cebes),
de las más personales encuadernaciones dentro de las limitaciones editoriales
(porque últimamente sólo compro libros de pastas duras, otra deformación profesional de lector asiduo que no quiere que se le arruguen por las esquinas las páginas de los libros al caérseme de las manos, vencido por el sueño, al suelo, mientras me quedo dormido en postura incómoda, para despertarme pronto y ponerme de nuevo a leer para quedarme dormido si realmente Dios quiere, porque eso me pasó con La muerte de Virgilio –¡Dios qué novela!– y con El libro del cementerio, un Gaiman mejor en los cómics, en ocasiones, que en literatura infantil/juvenil, aunque The Graveyard Book, es Newberry Medal (2009), Premio Locus (200), Premio Hugo (2009) y Carnegie Medal, 2010: tuve que comprarme un nuevo ejemplar porque los libros buenos me gustan siempre nuevos, sin el menor desperfecto, sin arrugas en al papel, sin erratas en el texto y sin los picos de las pastas duras doblados:
“Pues haremos todo lo posible por satisfacer tus deseos de leer y de conocer otras historias y otros mundos. Para algo están las bibliotecas” [11]).   

II


            No tengo más remedio que pasar, aunque sea de puntillas, es decir, por encima, o sólo citar a instancias tuyas, Cebes digno de toda consideración, tras la conversación mantenida días pasados sobre el contenido del prólogo o epifanía (en su sentido literal), sobre unos temas que me parecen colaterales y absurdos, propios de un segundo lugar porque si no los tratamos tampoco pasa nada, pero que pueden, en un momento dado, estar en el meollo de la cuestión, en el lugar principal o primero, por si se observan en el TEXTO, que creo en su ausencia.

¿Cómo influye la autobiografía en la novela actual?,
pues no veo clara, toda vez que la literatura del yo tiene notable tradición en la literatura occidental,
“la imposibilidad de que la escritura autobiográfica sea otra cosa que TEXTO”[12].

Porque

“La autobiografía trata de articular mundo, texto y yo, y por esta razón ocupa un lugar privilegiado, ya que en ella tenemos que vérnoslas con los temas más importantes de la humanidades hoy en día: historia, poder, yo temporalidad, memoria, imaginación, representación, lenguaje y retórica”[13].
            La culpa no la tienen los especialistas sino los que nos acercamos a ellos a través de la lectura de sus libros por si fuéramos capaces de entender no sólo lo que dicen, sino el lenguaje utilizado que conforma un mundo exclusivo:

“Por ello, una vez que el ser discursivo ha reflexionado teorética y purgativamente sobre la experiencia del ser empírico, emprende la recreación de su yo en tanto que realidad virtual  a través de su obra poética”[14].

            La propiedad de la expresión es realmente consecuente con la doctrina teórica y la aplicación práctica con un lenguaje adaptado a lo que cuenta y dice. Veamos otro ejemplo de la magnificencia expresiva y la condición teórica de la misma autora, con cuya amistad me honro, y cuya ejecutoria crítica es ya relevante no porque la estima que tengo por su persona y obra haga expresarme con énfasis cuando me refiero a ella, sino que es simple admiración:

“El arte y la vida se interpenetran. La estética de la existencia en tanto que arte de vivir expone la vida como escena y el rostro como máscara. La escritura ascética como práctica de sí a través de la inscripción del otro en la textualidad cernudiana es, en suma, escritura autobiográfica, pero no como relato o práctica mimética de sí (lo dicho, el legado), sino como actividad autopedagógica con la práctica del envío ascético del yo (decir preformativo) en la obra de arte, atravesando especulativamente lo ya dicho con decidida rúbrica autobiográfica”[15].

De toda esta cuestión se ocupó en su día Silvia Adela Kohan, quien aseveraba que al escribir una biografía o novelarla al escritor se le presenta la posibilidad de combinar lo real con lo ficticio. Y hace un esfuerzo verdadero porque la primera parte de su escrito está dedicada a las variantes de la literatura del yo. La segunda orienta sobre el modo de transformar lo personal en ficticio. La tercera se ocupa del modo de estructurar lo que vamos a narrar:
“Constituir una novela retomando o reinventando huellas que nos ha dejado nuestro paso por la vida nos convierte en novelógrafos. Sin embargo, esta es una primera fase, la siguiente, la de novelistas nos propone respetar la arquitectura exacta de la novela en cuestión”[16].

            Pues bueno, todo, una vez más, está en los libros, como rezaba la sintonía del programa Negro sobre blanco de La 2.

Otra cuestión a dilucidar, pero sin mucho empeño, se refiere a ¿cómo influye la teoría de los polisistemas –metalingüística, multicultural y más de una literatura–[17] en la de la literatura y por ende en la novela actual de poder seguir usando la misma terminología?,
–aunque “lo más relevante de la Teoría de los Polisistemas es que desde su aparición ha supuesto un desafío no sólo a nuestras concepciones teóricas sobre la literatura, sino también a la conformación de la propia disciplina, de los estudios literarios” [18]

pues, la teoría de los polisistemas no goza –entiendo, según mi humilde parecer– de mucho predicamento, por su complejidad abstrusa, en nuestro sistema crítico –¿sirve para ello?–, amén de introducir esta novedad, ya de cierta expansión comprobada, para tener conciencia de su rechazo inadvertido y que toda esta fantasmagoría no hace falta para leer un libro con provecho, si no eres crítico de oficio, porque, entonces, allá ellos y que solucionen sus problemas con otras teorías-réplicas o que aclaren las cosas para el público con curiosidad intelectual:
“Ahora bien, como las obras literarias y su interpretación pierden el carácter privilegiado que las constituía en fin único de las investigaciones, se hace necesario un estudio del texto desde los basamentos de la teoría de los polisistemas, mas cuando se ha logrado identificar, como sostiene Itamar Even-Zohar, que las humanidades todavía mantienen la creencia de que las explicaciones pueden cambiar, pero el objeto de estudio permanece inamovible. Esto resulta especialmente evidente cuando se estudian los productos y las actividades humanas que han alcanzado una posición canonizada y, por consiguiente, son considerados indispensables por parte de las fuerzas dominantes de una sociedad. En resumen, se estudia la cultura como un sistema global, donde confluyen varios factores:
1) productor, que en el caso literario sería el autor;
2) consumidor, que puede ser directo o indirecto pues en este sistema puede importar más la función socio-cultural que el mismo texto;
3) producto, que comprende los modelos de realidad que se alcanzan mediante la elaboración del texto;
4) mercado, que es todo aquello involucrado con la compra venta del producto;
5) institución, lo que se implica en mantener la influencia de la literatura, incluso de una literatura específica, en el caso de los cánones;
y
6) repertorio, como conjunto de materiales que regulan la interpretación del texto”[19].

Queda otro punto novedoso que se originó en una relectura de Pavese[20]
(“Los lugares de la infancia vuelven a la memoria de cada cual consagrados; en ellos sucedieron cosas que los han hecho únicos y los destacan del resto del mundo con este sello mítico”).

¿Se trata, acaso, en el TEXTO que sigue, del mito del retorno, del retorno a la infancia, o al lugar mítico de la misma?:
“Todas las infancias tienen un mismo denominador que las convierte en lugar común. Son una repetición a través de la cual se afirma el mundo y en ese carácter de repetición se encuentra su sentido mítico”[21].

Porque, si se anuncia que el cometido es descubrir el significado de lo vivido, posiblemente haya una manipulación textual manifiesta, por lo que habría que,
por reducción al absurdo,
aislarlo del contenido global textual y comprobar su valimiento en el sector cultural,
determinar un ensamblaje literario por niveles de lenguaje, y eso no nos conduciría a ningún aspecto interpretativo ni nos acercaría al lector implícito,
introducir esquemas de sobreinterpretación (hacer una conjetura sobre la intención del texto) que no contengan conceptos sobre su íntima contigüidad con la ausencia, que suele producir errores si no se ha (sobre)interpretado bien a Umberto Eco (entre la intención del autor y la intención del intérprete existe una intención del texto[22]), y que conteste a la pregunta ¿cuándo
“decidimos que una interpretación textual determinada es un ejemplo de sobreinterpretación”?

o hacer una distinción ad hoc entre hiperrealidad[23] y simulacro:
Baudrillard insiste en que la realidad supera a la ficción y asegura que los receptores de la Hiperrealidad desempeñan un papel pasivo. Para él no existe la construcción de sentido independiente. Los simulacros son, entonces, aquellos elementos que, según la metáfora de Borges, hacen emerger un mapa (modelo virtual) por encima del territorio real. Ese mapa (o modelo virtual), construido por la sucesión de simulacros, llega a suplantar a la realidad, dando lugar a la hiperrealidad. Según esto, y dado que la realidad se extingue bajo las brumas del modelo virtual, ya sólo quedan los simulacros: de aquí en adelante, los simulacros precederán a cualquier acontecimiento, o, más exactamente, a cualquier suceso que ocurra en la hiperrealidad[24].

III

Por otro lado, y para ir avanzando, nadie sabe más de la propia infancia que su protagonista real, pero, como se aclara en alguna nota de este texto, ni el propio protagonista está seguro de haber sido testigo de lo que narra o lo conoce porque lo ha oído repetir muchas veces en su casa a su familia (está seguro de lo que narra e incluso puede expresar el terror que tenía a que le chillaran como castigo –necesitaba afabilidad–  y está seguro de haberlo escuchado en la casa más de cien veces y de ahí su fijación en la mente).

Ello quiere decir que,
como hay que rellenar unos datos biográficos del personaje para conocerlo y que la acción progrese mediante sus actos, vamos a fiarnos de estos, algunos de ellos son verdaderos y muchos otros pertenecientes a la ficción
“Comencemos, pues, a tratar las biografías, los diarios y las autobiografías, principalmente de literatos, no como géneros contrarios a la ficción, sino justamente como libros de literatura en los que sus autores, basándose en la realidad, en el periodismo y en la historia, fueron poco a poco transformándolos en arte” [25],

ambos verosímiles, dado que la verosimilitud es un elemento retórico importante en el proceso edificativo de un texto que también ha de poseer otras propiedades[26], como muy bien saben los teóricos[27].

            Ello quiere decir que
no hay que creer como verdad a pie juntillas todo lo que puedes leer en este texto –cosa de la que no debería avisarte, Cebes sapiente, porque de estas cosas estás más al día que yo–, sino que todo participa de la ficción o es ficción, por lo que, amigo lector, lo que mejor puedes hacer es coger el libro y empezar a leer sin buscar qué sea verdadero y qué sea ficcional, porque perderás mucho tiempo y no disfrutarás de la lectura, razón primera y última de los libros de literatura, de la novela: el receptor debe disfrutar con el texto a leer, en caso contrario no es un buen texto para él, en ese momento atrabiliario, aunque lo puede ser para otro. Además, como ya tienes una práctica lectora, en seguida te darás cuenta de todo este artificio y lo relacionarás con otros libros que hayas manejado y buscarás otros para un futuro inmediato.

            Porque las cosas variarían de tono si es que tú mismo quisieses ser un escritor y fabular tu propia fabulación. Ya conoces un personaje de Luis Landero, Delmiro Ventura, que
“en alguna ocasión ha confesado, sin el menor énfasis, que no pierde del todo la esperanza de escribir algún día una obrita ejemplar”[28],

pero eso es algo con lo que hay que contar, dada la proliferación de escuelas en las que se enseña a escribir de todo lo que venga a cuento, hasta novela, aunque no soy capaz de imaginarme a Cervantes recibiendo clases de escritura ni a don Ascanio de Elia de lectura.

Pero, ¿quién enseña y quién aprende latín en estos momentos posthumanistas por error de la vieja y podrida Europa, puta ya cuando la raptaron porque se dejaba llevar de su natural o porque el roce con el toro le originó un desfallecimiento sexual a punto de colmarla y la llenó de lascivia? ¿Vendrá de este pasaje el verso de Fray Luis “mira mi manso mayoral extraño”, sin olvidar que era un poeta a ‘lo divino’?

Lee, a continuación, cómo describe Ovidio el encuentro entre ambos, Europa y Zeus (Júpiter), y dime si es que esa literatura debe desaparecer, por muy que sí le parezca al Consejo de Europa encargado de estas, al parecer, para ellos, minucias, que posiblemente entierren/encierren en la Universidad para estudio sólo de especialistas, mientras el pueblo seguirá siendo llano, ignorante, influenciable, modificable y sostenedor de la miseria o de la abundancia: 
“Se admira de Agenor la nacida
porque tan hermoso, porque combate ninguno amenace,
pero aunque tuvo miedo de tocarlo, manso, a lo primero,
pronto se acerca y flores a su cándida boca le extiende.
Se goza el amante y, mientras llegue el esperado placer
besos da a sus manos; y apenas ya, apenas el resto difiere,
y ahora al lado juega y salta en la verde hierba,
ahora su costado níveo en las bermejas arenas depone.
Y poco a poco, el miedo quitado, ora sus pechos le presta
para que con su virgínea mano lo palme, ora los cuernos, para que guirnaldas
los impidan nuevas. Se atrevió también la regia virgen,
ignorante de a quién montaba, en la espalda sentarse del toro:
cuando el dios, de la tierra y del seco litoral, insensiblemente,
Las falsas plantas de sus pies a lo primero pone en las ondas;
de allí se va más lejos, y por las superficies de mitad del ponto
se lleva su botín. Se asusta ella y, arrancada a su litoral abandonado,
vuelve a él sus ojos, y con la diestra un cuerno tiene, la otra al dorso
impuesta está; trémulas ondulan con la brisa sus ropas”[29].


Cuando Luis Mateo Díez, en el capítulo 8, Saepe levi somum inire susurro (verso de la Égloga I de Virgilio que he hallado también en Helena o el mar del verano de Julián Ayesta), segundo de la II parte, La ruta de la Fuente, de la novela que encontré ayer entre otros libros olvidados, pero que tenía presente en mi memoria e incluso la echaba de menos, La fuente de la edad, escribe –Fraxinus in altis pulcherrima, pinus in hortis, populus in fluviis, abies in montibus altis– tomado de la Égloga VII (versos 65/66), del mismo Virgilio, ¿cómo vas a saber lo que dice, si no sabes latín? Supongo que irás a google en busca de alguien que haya traducido esos versos. Si no lo localizas, te quedarás a la luna de Valencia o como el bobo de Coria y no sabrás que está describiendo un locus amoenus, por lo que tu lectura será menos provechosa, siempre te quedará por definir el pequeño misterio, el guiño de ojos que te ha hecho un novelista extraordinario, que posee una educación grecolatina por el humanismo de la época de sus estudios:

“Coincidía el ánimo exaltado de los cofrades con ese floreciente nacimiento de la mañana veraniega, instaurada en su esplendor, como una brillante primicia del tiempo que se detiene en los radiantes derroteros del medio día, que toma la tarde para perpetuarla en un oro sosegado que perdura hasta la noche en el secreto espejo de la montaña”[30].

IV


            Está escrito este libro,
“Escribir es un acto solitario, un ejercicio en el que uno pone en juego lo más escondido de sí mismo, lo mejor y lo peor que tiene, lo más heroico y también a veces, dolorosamente, lo más vergonzoso”[31],

y no deseo salirme mucho del tiesto, como si fuera uno más de mis ensayos, mas sin llegar a formar parte de lo que denomina la nueva crítica novelas pensamentales (novelas que se dirigen al ensayo –me gusta–, novela que implica a un autor pensador –no creo llegar a eso–) o docu-ficción (coexistencia de elementos ficticios y documentales)
–“El ensayo literario es todavía una clase de textos, o un género, que elude una ordenación teórica semejante a la novela y otros géneros clásicos. Cuando el filólogo se acerca a un texto ensayístico […], no encuentra un terreno teórico seguro sobre el que basar su análisis” [32]–:

(digamos que el tono profesoral es un distanciamiento, como algo que el autor implícito quiere que se crea del autor real),
es decir, como si no fuera o fuese una novela
–algo parecido a lo que Rafael Lapesa denominó amena divagación literaria[33]–,
aunque tampoco es del todo una verdad absoluta, quizá porque sea un ensayo, pues su técnica permite la inclusión de otras voces
–las notas a pie de página con sus enormes posibilidades–
y otros textos
–las citas en dichas notas que permiten conocer la opinión del otro sin establecer un proceso dialogal, pero manteniendo la dialogía: el acto de lectura implica un proceso dialógico entre un narrador que necesita narrar y un lector que está dispuesto a responder a esta necesidad, para que conozca el autor implícito cuál es la función activa del lector–,
cuando el autor real ha elegido, tras un meditado paso anterior al acto de ponerse a escribir y con muchas dudas, la primera persona para su relato
(“… la presencia del yo en la escritura no depende de la primera persona, y esa dicotomía que establecemos entre la primera y la tercera persona es falsa: cualquier personaje imaginario puede esconder un alter ego”)[34]
–intradiegético según el punto de vista y homodiegético según su posición respecto de lo narrado–
(“Y vos, mientras tanto, mi querida Amiga, que erais asiduas de ancianos escritores de mala calidad de los que os sentíais cómplices (y ellos de vos), quizá hayáis aprendido cómo funciona una historia, qué son las estructuras narrativas, eso que vos creéis que es literatura. ¿Seremos auto o heterodiegéticos? No cabe duda alguna de la imperiosa necesidad de resolver esta espinosa cuestión”)[35],

quizá por las advertencias que se van haciendo a lo largo del TEXTO, ya que, en definitiva, lo que se pretende no es que se conozca la biografía o el diario
(“ella se había puesto a escribir un diario en un momento dado, que sin embargo en realidad no era un diario. Algunas cosas eran ciertas, pero muchas otras no. Se las inventaba, […] Se trataba de esa parte escondida de nosotros, toda ella muy bien contada, incluso las cosas peores. […] Ella escribía casi todo el día y luego dejaba el diario por ahí. Lo hacía adrede, quería que yo lo leyera. Y yo lo leía. Luego lo dejaba en su sitio”)[36]

del protagonista, BIODIGRAFÍA, sino que se asimile el proceso vital por el que un niño ha llegado a anciano y muestra una evolución dialéctica e intelectual diferente a la habitual, es más, que huye de las normas, aunque viva conforme a ellas para no crear(se) problemas y porque sabe que pocos son los llamados y menos los elegidos para romper la convivencia sin dañar a nadie
–por eso busca la soledad–,
toda vez que no desea obligar a los proscritos o selectos a seguir su trayectoria, ni ser ejemplo para ningún paria o escogido ni para nada. Sería feliz sabiendo que nadie se ha dado cuenta de su paso por la vida. Ahora queda bien decir que la infancia es la base de la vida y que lo que se recibe o percibe durante su proceso temporal es el fundamento de lo que continúa. Por eso lo digo.

            Lastimosamente he de seguir, a pesar del calor que hace en esta hora de la siesta del día 14 de septiembre, aunque sea un segundo más, por el camino antes desbrozado pues, para un tratadista, el ensayo literario es la expresión genuina de la subjetividad del autor[37] (lo que me sucede como escritor) mientras otro habla del libre discurso reflexivo del ensayo, género literario, que
posee la libertad de tratar de todo aquello susceptible de ser objeto de la Literatura[38]

( lo que yo busco en mi TEXTO).

Pero yo no estoy haciendo ensayo tradicional aquí, Dios me libre de meterme en territorio teórico y en camisa de once varas, que ahora las necesito más amplias. Utilizo la doctrina de estos y otros autores, en casi todas las ocasiones de un modo desenfadado, contradictorio e irónico, para explicar que yo he querido escribir una novela
(un TEXTO a que llamar novela, pero al mismo tiempo impedido por su definición inherente a la Preceptiva Literaria ya desfasada pues cada una de las Teorías de la Literatura actuales marcha tras sus banderas y no se vislumbra que, de entre todas, se haga una nueva Preceptiva Literaria, por llamarla como antiguamente, que sirva para un análisis textual con todos los aspectos precisos para que se analice en texto en su totalidad)
fuera de los cánones tradicionales y que la utilización, como un velo, de la expresión ensayística, sólo significa mi deseo de que quedara explicado cuanto quería y no quería dejar dicho. De ahí los errores y/o absurdos transmitidos como si fueran verdades teóricas y la combinación de elementos que apenas tienen relación entre sí, malos para el ensayo, buenos para la novela.

Aunque, como lector avezado, te habrás dado cuenta de todo este artificio nada más empezar a leer el largo título de que hemos dotado al prefacio, presentación o prólogo de Como gato que se purga con boja en la cocina, que es lo que estás leyendo He querido esbozar una sonrisa para poder atraerte porque un libro es como una persona a quien deseas conquistar, hay que dejar que te seduzca o intercambiar guiños cómplices, y, para ello, nada mejor que utilizar la primera persona como focalización del TEXTO,

“En el caso del narrador en primera persona, el punto de vista es ineludiblemente el del personaje en el que se identifica el narrador. Lo cual supone una limitación en la medida en que el narrador no puede tener una visión interior (conocer los pensamientos, los sentimientos o las sensaciones) de este personaje, no puede saber lo que sabe el personaje. Por eso se trata de una visión parcial y subjetiva”[39]–,

lector implícito, al crear cierta intimidad, tanto si conoces toda la Teoría Literaria, como si sólo eres un ávido y enfermizo lector que te retiras a tus infiernos particulares para entregarte a tu pasión favorita y ser lector apasionado.

V



La verdad es que ni siquiera la geografía local, el plano de la ciudad, el croquis callejero, permanece como lo conoció el protagonista en su niñez, él mismo indica las variaciones habidas e incluso él mismo las hace cuando le conviene al relato, según lo que quiere decir o señalar el autor real. Pero eso no quiere decir que haya que considerarla como una Bildungsroman, porque el autor implícito huye de cualquier aspecto nacionalista, aunque se tienda a ello desde Dilthey[40] de modo teórico, no sólo en el escrito, sino en su vida diaria, al contrario, cosa que a nosotros no nos atañe, es más, pasamos de ello. ¿Novela de formación y peripecia? Tampoco, porque en todo caso se trata un hecho social que se quiere ocultar, pero el proceso formativo no es el contenido temático del texto. Y no es así, porque importan más los actos afectivos. Porque de lo que se trata es de conocer unas variantes interpretativas y/o ideológicas que permiten un modo de reaccionar diverso al oficial, aunque lo formativo se suministre en la infancia. Eso quiere decir que un chico se puede formar muy bien (siempre y cuando los políticos lo permitan)
y no originar tanto fandango como ocurre en educación desde la muerte de la Enciclopedia
(bien enterrada por cierto –pero utilizada a lo largo de la vida escolar de nuestro protagonista niño–, tal vez no para según qué edad)
y la reforma de José Luis Villar Palasí, 1970, la mejor de todas, que muy precipitadamente pereció,
quizá porque no se entendió,
quizá por falta de preparación de quien tenía que hacerla realidad,
quizá porque no era el momento adecuado para hacer una reforma como aquella,
quizá por la eterna pugna ideológica sobre la educación por los distintos partidos políticos.
Lo que ha venido después no ha mejorado en nada lo existente, al menos en mi exigencia intelectual. Hablando de esto, en cierta ocasión, con un profesor universitario, por tierras manchegas –por La Mancha siempre ocurren historias interesantes–, me comentó lo que sigue, al mostrarme contrario a la bajada –eliminación– de nivel de los contenidos:
se te olvida que hay que hacer lo que los votantes quieren y,
si demandan lo que hay,
hay que darles lo que demandan, caray.

Todavía sigo un mucho asombrado. Creía bondadosamente que para estas cosas no había que pedir permiso a nadie, sino, consultados los especialistas, procurar lo mejor a los hijos porque los padres no saben de qué va el negocio y por eso cobran los políticos y, una vez elaborado el proyecto, sometido a la opinión de las gentes y rectificado lo necesario, poner los recursos pertinentes para su puesta en marcha. O sea, la educación debe ser objeto de un gran pacto de estado que evite que las diferencias partidistas lleguen a la población, que, en definitiva, es la que paga. Otra cosa es la proporción del fracaso escolar. Pero no se olvide que las clases, con Villar Palasí, estaban a cuarenta y seis alumnos y el sueldo de los maestros muy por debajo de los profesores de Instituto, que de su preparación no hablo (de la de los maestros, los últimos de la escala, en aquellos tiempos escalafón).

Ahora entiendo, cómo se me habrá escapado tanto tiempo, que la progresía, que la cultura del bienestar, iba por procurar la felicidad a la carta, como si fuese un trago de vino, como si fuese una dosis de vacuidad: eso sí lo han aprendido y ha conformado una cultura social triste, la del botellón, que se lo pasa muy bien, ni vomitan ni se joden el hígado. ¿Nos conducirá todo esto a cultivar prontamente la sociedad de la ignorancia, del desconocimiento, de la incultura o estamos ya en ella?
“En realidad, la elección de los jóvenes no es más que el reflejo de las prioridades de la sociedad”[41]

Dejemos aquí esta divagación, a la que posiblemente alguna vez regresemos, pues el tema es seductor.
VI


La peor reforma la estamos sufriendo, Cebes considerado, porque hemos ido de más a menos, o sea, de la Transición Política, ya sabes, a la Nada, aunque la nada se llame Bolonia para la Educación Universitaria y ESO para la Primaria. Pero va bien para la marcha de los tiempos y la dominación política de las voluntades sociales de manera taimada o descarada, que para qué vamos a disimular: en un par de generaciones no queda nadie que posea los valores tradicionales. Y no vamos a referirnos ahora a los progresistas o conservadores como culpables o inocentes de ello, pues a cada uno les gustaría que se adoptasen los suyos (valores) –a esa lucha asistimos– porque es cuestión del ejercicio del poder por el Poder.
La formación de la vida interior es algo que no concluye nunca, porque lo interior profundiza
(es espiritual)
y se manifiesta ab intus:
sólo la edad pone límite a la orientación activa del pensamiento porque es material y todo lo material es fungible y de ahí el que sea mejor, según el espíritu trascendente de cada uno, la vida espiritual que la vida material, aunque los placeres materiales parecen más propios del hombre que los espirituales porque se puede beber, comer, gozar –sufrir– de una mujer y otros objetos semejantes de consumo inmediato sin complicarte mucho la vida.

Porque la vida espiritual se inicia de otro modo:
“El primer paso que el ánima ha de dar, allegándose a Dios, ha de ser la penitencia de sus pecados. Y para que esta fuese bien hecha aprovecha mucho desocuparse de todos negocios y de toda conversación, y entender con cuidado en traer a la memoria los pecados de toda su vida, sirviéndose para ello de algún confesionario. Y, después de los haber gemido, confesarlos con médico espiritual que le pueda y sepa dar remedio competente a su enfermedad, y le ponga su conciencia tan llana como si aquel día hobiese de morir, y ser presentado en el juicio de Dios”.[42]

            Si, en un momento dado, el curso narrativo varía y se diluye al llegar a la adolescencia, se debe a que, en verdad, lo que determina toda la vida del protagonista es, en este caso, esa infancia con las carencias que hubo o por esas carencias que hubo. Si la infancia no hubiera sido así, la adolescencia y vejez hubieran poseído características diferentes. Evidentemente, sobre esa base que pudo durar hasta los doce años, se construyó cuanto ha hecho de mí –autor real como protagonista lo que soy interiormente, en mi intimidad, en mi ascetismo estético, que se basa en la cultura humanista, mientras que lo martirizante en el modo de comportamiento por su repercusión en mi mismidad ha sido el sentimiento no compartido en ninguna faceta de la vida, menos en la literaria, poco en la profesional, y otras sutilezas cuyo análisis quizá sea más propio de la psicología que de la literatura:
“El Psicoanálisis establece hipótesis altamente sugestivas sobre la fundamentación universal de las formas literarias (géneros)”[43].

¿Sabes que la gente prefiere las buenas personas a los buenos poetas? ¿Sabes que siempre interesa la vida más que el arte? ¿Sabes que
“Aquella noche Atticus nos tuvo en vilo, leyéndonos con aire grave columnas de letra impresa sobre un hombre que sin ningún motivo discernible se había sentado en la punta de un asta de bandera”[44].

El mundo es una isla triste…[45]

VII


            Evidentemente, entretenido por tanta cosa interesante, no me he referido aún a una cuestión capital para la lectura provechosa de este TEXTO. De ahí esta epifanía o manifestación paródica de una guía para un lector apasionado, festivo e inteligente si llegara el caso. Esa inteligencia la debe emplear el lector crítico en ir uniendo cosas que se dejan hilvanadas aunque con hilo suficiente y aguja para cerrar la costura y comprender el mensaje del escritor, en este caso, yo, no sé si Ascanio o quién sea el septuagenario de hoy, niño de ayer..

            Los personajes son básicos en una narración, relato, novela, TEXTO. Cuando iba acabando este libro, antes de concluir, hice un alto en el camino y le di un repaso a todo para variar, ocultar, modificar, aspectos personales de los personajes que me parecían cercanos a la realidad real que yo había vivido, y así le asigné a algunos de ellos oficios que no tuvieron, calles que no pisaron, edificios que no habitaron. No porque se acercara el TEXTO en lo posible a una novela, sino debido a que no fuese reconocible casi ningún dato biográfico. Así que, tampoco son necesarios para el avance de la acción. Ninguno de ellos soporta el peso de la trama que estremece, muchos de ellos no aparecen sino citados y todos dependen del yo en el que se desdobla el autor implícito, en niño, en anciano, a los que procura definir con lo que dicen de ellos o aspectos más que psicológicos, que lo son, morales y espirituales.

Se nos cuenta la historia desde la primera persona cuando se hace referencia a esos personajes que son el mismo en el comienzo y el fin de su vida. Pero, en un momento dado, aparece un desdoblamiento intelectual y, en lugar del niño o del anciano al que da vida el autor implícito, el yo protagonista, un nuevo personaje, Ascanio, tercera persona, es el responsable de mostrar aspectos concretos de la vida del protagonista, él mismo, que suceden entre el final de sus estudios y su retiro.

El ejercicio intelectual que se pide a los lectores es específicamente este. Y para ello se van dejando hitos (Lorca, Elia, Lugarico, Calabardina). Cómo era su vida, qué la lleva a abjurar de ella metafísicamente, qué le lleva a su ruptura intelectual, qué le conduce a su alejamiento físico, aunque es consciente el personaje de que nada de esto evitará que la vida sea lo que es. Porque él, hasta las narices, espera que la vida acabe, para comenzar a gozar de su tranquilidad, de un olvido absoluto de todos, de su soledad tópica. Porque cree, es más, está convencido, que el trato con las personas genera problemas, disgustos, malestares. Quizá lo que pasa es que todo ese maremagno que él indica, la familia lo primero, es lo que lo distrae de las cosas que a él le hubieran gustado hacer sin distracción alguna.

Si surgen problemas de comprensión, acude a Cebes, el narratario, según parece.

VIII


La proliferación de notas a pie de página y de citas
obedece a un criterio demostrativo. Si cuando se escribe un artículo sobre algo, el autor se apoya en otras opiniones coincidentes o que han sentado doctrina, en este texto sucede igual: en unas ocasiones son continuación del texto propio con el apropiado, en otras ocasiones permite decir que ya otros autores tocaron la misma piedra y opinaron igual o según la disidencia opositora, porque al poder hay que darle con razón o sin ella, sobre todo cuando navega entre dos o tres mil aguas diferentes, como sucedía en la pobre actualidad que contemplábamos día a día, no sé si ahora sucede lo mismo porque estoy algo alejado de la política por razones que, si quieres, enumero.

            Pero también (la proliferación de notas a pie de página y de citas)
es un criterio de relaciones personales, pues todos los citados son intelectuales y no veas cómo mola estar entre gente importante, interesante y no estresante ni excluyente, pero de la que se puede aprender en cada momento, como profesores plenos de conocimientos o como personas llenas de humanidad o humanismo, como quieras.

Pero también (la proliferación de notas a pie de página y de citas)
obedece a un criterio emotivo: conozco a la mayoría de los que cito personalmente, sobre todo a los teóricos. Eso permite una irradiación de personajes que devanean por el texto de una manera natural, sin que haya que introducirlos o presentarlos en escena, ya que, para el autor real, supone una memoria de las situaciones que con ellos he pasado tanto en los congresos que se organizaron en Lugarico, y en otras diversas comunicaciones amistosas habidas al hilo de ellos, por lo que les doy gracias, y todo eso pulula por el interior del escrito. Son personajes selectos y seleccionados. Es un día a día por el que deambulan esos personajes que, en verdad, me hubiera gustado que vivieran en esta estancia llamada Elia, Lorca, Lugarico, la Cala, según la necesidad lírica, y haberme tropezado con ellos en cualquier rincón o taberna de esta ciudad que fue y que nunca volverá a ser como era y fue.

Nunca:
por lo que añoro la cocina en la que mi gato romano se purgaba con boja, quizá abrótano macho, tal vez tomillo y romero que, al arder, desprenden buena olor. En ella me hubiera arrebujado en la melancolía y dejado pasar el tiempo, la mirada perdida en el crepitar de la lumbre.


[1] Manuel Martínez Arnaldos, “La otra trama de la intriga de Arturo Pérez Reverte”, en La nueva literatura hispánica, nº 4, 2000, p.
[2] Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso, Barcelona, Círculo de Lectores, 1997, p. 157.
[3] Gesualdo Bufalino, Perorata del apestado, Barcelona, Anagrama, 1983, p. 152.
[4] Italo Calvino, El sendero de los nidos de araña, Barcelona, Círculo de Lectores, 1990, p. 24.
[5] Italo Calvino, Los amores difíciles, Barcelona, Círculo de Lectores, 1989, pp. 102-103.
[6] Ernst Wiechert, La vida sencilla, Barcelona, Ediciones Cisne, 1963, p. 10. Das Einfache Leben apareció, según se dice, en 1976 (Ernst Wiechert - Wikipedia), en Plaza & Janés, pero es que Ediciones Cisne era de Plaza & Janés, al menos distribuyó la edición de 1963, que yo poseo, como todos los libros que cito, y que me costó 35 pesetas de las de entonces.
[7]  Thomas Mermall, La retórica del humanismo, Madrid, Taurus, 1978, pp. 126-127.
[8] Roberto Calasso, La literatura y los dioses, Barcelona, Anagrama, 2002, pp. 170-171.
[9] Kurt Spang, “Mimesis, ficción y verosimilitud en la creación literaria”, en Fundamentos de retórica, Pamplona, Universidad de Navarra, 1979.
[10] Haruki Murakami, Tokio Blues, Norwegian Word, Barcelona, Círculo de lectores, 2005, p. 249.
[11] Neil Gaiman, El libro del cementerio, Barcelona, Círculo de Lectores, 2009, p. 200.
[12] José María Pozuelo Yvancos, De la autobiografía. Teoría y estilo, Barcelona, Crítica, 2005, p. 242.
[13] Ángel G. Loureiro, “Direcciones en la teoría de la autobiografía”, en  (José Romera, Alicia Yllera, Mario García-Page y Rosa Calvet, eds.) Escritura autobiográfica, Madrid, Visor Libros, 1993, p. 33.
[14] María Teresa Caro Valverde, “Yo de papel (el ejemplo de Luis Cernuda)”, en (José Romera, Alicia Yllera, Mario García-Page y Rosa Calvet, eds.) Escritura autobiográfica, Madrid, Visor Libros, 1993, p. 141.
[15] María Teresa Caro Valverde, “Yo de papel (el ejemplo de Luis Cernuda)”, en (José Romera, Alicia Yllera, Mario García-Page y Rosa Calvet, eds.) Escritura autobiográfica, Madrid, Visor Libros, 1993, p. 143.
[16] Silvia Adela Kohan, De la autobiografía a la ficción. Entre la escritura autobiográfica y la novela. Barcelona Grafein, 2000, p. 129.
[17] José María Pozuelo Yvancos, “Teoría del canon”, en J. Mª. Pozuelo Yvancos-Rosa María Aradra Sánchez, Teoría del canon y literatura española, Madrid, Cátedra, 2002, p. 85.
[18] Monserrat Iglesias Santos, “La teoría de los polisistemas como desafío a los estudios literarios”, en AA. VV., Teoría de los Polisistemas, Madrid, Arco Libro, 1999, p. 12.
[19] Doménico Chiappe, “La voz en la novela Una tarde con campanas de Juan Carlos Méndez Guedes”, en Letralia (Venezuela), año X, nº 125, 4 de julio de 2005, consultada el 19 de agosto de 2010, http://www.letralia.com/125/articulo04.htm.
[20] Cesare Pavese, El oficio de vivir, Barcelona, Seix Barral, 2001.
[21] Juan García Ponce, Autobiografía precoz, México, Océano / Conaculta, 2002.
[22] Umberto Eco, Interpretación y sobreinterpretación, Gran Bretaña, Cambridge University Spress, 1995, p. 27 y 55).
[23] Hiperrealidad es un medio para describir la forma en que la conciencia define lo que es verdaderamente "real" en un mundo donde los medios de comunicación pueden modelar y filtrar de manera radical la manera en que percibimos un evento o experiencia (Wikipedia).
[24] Jean Baudrillard – Wikipedia. Vid., G. Mayos, Baudrillard y la sociedad simulacro, Barcelona Metrópolis, 2010.
[25] René Avilés Fabila, “La autobiografía como género de ficción”, en País cultural, año II, nº 4, julio 2007, Santo Domingo (República Dominicana).
[26] David Pujante, Manual de retórica, Madrid, Castalia, 2003.
[27] Tomás Albaladejo, Retórica, Madrid, Síntesis, 1989.
[28] Luis Landero, Caballeros de fortuna, Barcelona, Círculo de Lectores, 1994, p. 349.
[29] Publio Ovidio Nasón, Las metamorfosis (Metamorphoseon), Libro II, “Júpiter y Europa”, versos 858-875, Sevilla, Orbis Dictus, 20083.
[30] Luis Mateo Díez, La fuente de la edad, Madrid, Alfaguara, 19872, 134.
[31] Antonio Muñoz Molina, Pura alegría, Barcelona, Círculo de Lectores, 1998, p. 88.
[32] Belén Hernández González, “El ensayo como ficción y pensamiento”, en Vicente Cervera, Belén Hernández y María Dolores Adsuar, eds., El ensayo como género literario, Murcia, Universidad de Murcia, 2005, p.143 .
[33] Rafael Lapesa, Introducción a los estudios literarios, Madrid, Cátedra, 1981, p. 181.
[34] José Antonio Hernández Guerrero, “José María Castillo Navarro: el arte de crear la realidad y recrear a los lectores”, en Manuel Martínez Arnaldos, José Luis Molina Martínez, Santos Campoy García (coords.), José María Castillo Navarro: vida y obra. La novela y el cuento en su época (1950-1975), Murcia, Ayuntamiento de Lorca-Universidad de Murcia, 2010, p. 98.
[35] Antonio Tabucchi, Se está haciendo cada vez más tarde, Barcelona, Anagrama, 2002, p. 50).
[36] Alessandro Baricco, Esta historia, Barcelona, Círculo de Lectores, 2007, p. 320).
[37] Jean Terrasse, Rhétorique de l’essai litteraire, Montreal, Universidad de Quebec, 1977.
[38] Pedro Aullón de Haro, Teoría del Ensayo, Madrid, Verbum, 1992, p. 131.
[39] PDF. 4. La palabra o el punto de vista (adde.am.pagesperso-orange.fr) [Consulta: 23  agosto 2010].
[40] Miguel Salmerón, La novela de formación y peripecia, Madrid, Antonio Machado Libros, 2002.
[41] Antoni Brey, “Sociedad de la Ignorancia”, en Antoni Brey-Daniel Innerality-Gonçal Mayos, La sociedad de la ignorancia y otros ensayos, Barcelona, Zero Factory L. S., libros/infonomía 40, 2009, p. 18.
[42] San Juan de Ávila, Audi, Filia, Madrid, BAC, MCMXCVIII, p. 222.
[43]  Isabel Paraíso Almansa, Literatura y Psicología, Madrid, Síntesis, 1995, p. 224.
[44] Harper Lee, Matar un ruiseñor, Barcelona, Bruguera, 1966, p. 43.
[45] Luis Mateo Díez, El expediente del náufrago, Barcelona, Círculo de Lectores, 1993, p. 242 y 268.

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