lunes, 1 de agosto de 2011

CUENCA, final de julio de 2011 (1)


Si aún no tiene decidido el lugar de sus vacaciones, Cuenca ciudad es un lugar ad hoc. Cuenca tiene arte, lo que más explota, cultura, pero también paisaje y otras cosas atractivas. Su temperatura, aunque al mediodía en todos los sitios se pueden freír huevos, es bonancible y la tarde, el crepúsculo y las primeras horas de la noche son de delicia. Se sienta uno en una terraza que te encuentras llena y puedes tomar un bocado al fresco, a la intemperie, mientras la gente parece que susurra al hablar. Me lo estoy pensando porque Calabardina está de pena, o sea, con la misma ordinariez de todas las playas en las que no se cumple con las ordenanzas públicas. De la Calabardina de juliagosto hay que huir, a no ser que se reforme el sistema de ruidos. Las gente no sabe veranear: vayan donde vayan, se llevan las malas costumbres que tienen y sólo hacen cambiar de lugar y consumir lo que corresponda, en este caso, playa. Por ello, están los jóvenes jugando en la arena a sus burradas dirigidas a impresionar a las quinceñas, se van a cenar y regresan bien a medianoche, bien cuando han hecho su botellón del que regresan al amanecer y entonces, no será para despejarse, sino otra tontuna más, se arrojan al agua. Así que, sin duda, para el año que viene, Cuenca me espera. Esta primera foto está tomada en el parque que hay enfrente del Hotel Torremangana. Como uno quiere ser artístico, hace fotos que parezcan de alguna entidad: el sol entre los árboles, la nube que atempera un cielo azul en demasía, cielo de verano, y los árboles, altos, erectos...


Nadie entre los que  pregunté supo decirme el nombre de este árbol morado, penitencial, que recibe la caricia del verde. Se encuentra en casi todos los jardines y muchos más en ese parque. No quería ver más catedrales hundidas, fachadas de iglesias mal conservadas, ni siquiera el callejeo urbano: sólo pensaba tener tiempo para los árboles. Para relajarme después del viaje, después de la visita tradicional al Museo de ARTE ABSTRACTO que, por cierto, abre a las 11 de la mañana, tarde para los que madrugamos y tenemos que salir de viaje antes de las 12 para no coger un ojo de sol por el camino, que ya pudieron arreglar la carretera desde Cuenca a Albacete en lugar de hacer un aeropuerto que no funciona en Ciudad Real, señor Bono: van a pasar ustedes por el gobierno sin pagar el desastre político de sus autonomías. Igual receta para Andalucía, Sr. Chaves, y  Valencia. Auqnue este señor Camps, ganó por goleada antes de dimitir y enfrentarse al juicio.



 Sin embargo, subí hasta la Plaza Mayor, hasta el pie de la Catedral porque no podía irme sin volver a ver los colores de la ciudad, una ciudad alta tomada por las furgonetas de reparto de las materias necesarias para los comercios y bares de esa parte que acaba en una enorme cuesta que continúa hasta la iglesia de San Miguel, si no he cambiado el nombre de esta iglesia por otra. En ella, en otro tiempo, se hacían los conciertos de Semana Santa. Me senté en la escalinata de la catedral, abajo a la derecha, según la miras, y me juré que echaba una pequeña siesta, siendo, como era. no más de las once de la mañana. Después adquirí productos típicos y tomé el coche para hacerme cuatrocientos kilómetros de nada. Que se hicieron eternos porque la gente iba toda pastilla al salir para sus vacaciones: o buscan quedarse en la carretera o buscan la muerte civil.


Al pie de esta mole, el puente de San Pablo. Es otra Cuenca menos famosa que la que se asoma y mira de frente a la fachada del Museo Abstracto. Antes de llegar al puente, hay recodos en los que, sin saber, sale una bella foto, porque el lugar merece la pena. Así se da uno cuenta del enorme rico sobre el que se levantó la Cuenca antigua.




Esa cuesta me mata ya. Menos mal que a la derecha hay un banco que no sabe que la muerte se llama muerte. Ahí me senté y me di cuenta de lo deteriorado que estoy el nulo fondo físico que tengo. Pero no me extraña: no ando absolutamente nada, me estoy una o dos semanas sin salir de mi casa de Calabardina. Me molesta enfrentarme a los gritos, a las cacas de los perros, a los gatos moribundos, a la gente con sombrillas para la playa bajo el brazo, con los que quieren llevar el coche hasta la puerta del supermercado, con los coches que retiran la basura y hacen un ruido peor que infernal. Aunque huela la casa a madreselva.


Por esta calle, a la derecha se encuentra una librería llamada TORO IBÉRICO, en la que compré unos libros que no necesitaba y de los que trataré en LA COLA DE LA CALA. Iba buscando libros de poesía para llevármelos como recuerdo y me encontré un libro que me agradaba sin que me hiciera falta. Estaba firmado por Carlos Clementson y sólo por eso lo adquirí.

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