sábado, 16 de junio de 2012

ESTO LO HE VIVIDO EN MI POSTGUERRA INFANTIL

En la puerta del Bar La Cámara. Lorca. Foto del álbum de familia
Este paisaje que hoy muestro es un panorama normal, diario, costumbrista y propio de la época de postguerra. Las caras de todos los que están sentados me son conocidas, incluso las he visto en este y similares sitios, el Maier, por ejemplo, a lo largo de mi infancia, hasta que me fui a Murcia a estudiar, lo único que quería en aquel año. Si dijera sus nombres -¿Joaferna, es uno de ello?-, ciertamente me equivocaría en alguno, por eso no lo intento. El que está de rodillas, el limpiabotas, tenía un apodo singular y un rostro de pillo simpático, incluso desafiante. No había otra cosa en la época, el trabajo escaseaba, no había industria, sólo agricultura y no extensiva, sino familiar, de consumo y venta de los excedentes: pollos, gallinas, pavos, huevos... Y los "limpia" o betuneros sólo podían ejercer su trabajo con los que eran funcionarios o empleados que tenían un sueldo fijo, los otros bastante tenían con subsistir. Vaya mi admiración por el modo con el que se buscaban la vida, pues siempre podían haberse dedicado a otros menesteres menos honrados. Jamás encontré en mi casa desprecio por esta profesión: nos mandaban alguna que otra vez para que nos limpiaran los zapatos que había que lucir en fecha señalada y nosotros, mis hermanos y yo, elegíamos cada uno al "limpia" de nuestra  preferencia. Más tarde, la civilización o la justicia social puso las cosas en su sitio e hizo iguales, ya lo eran, a los que estaban de rodillas en la Corredera, sobre todo los domingos, y creó otra forma de paro y de reciclaje profesional.
Las tertulias en los bares tradicionales, como La Cámara, sito en los bajos de la Cámara Agraria, la Cooperativa, el Suizo y otros, eran abundantes y sólo tenían por motivo pasar el rato. A ellos acudían la gente a tomarse un café, un "oriental", un "asiático", un "bombón" u otras especialidades de la época. Y en ellos, o en su puerta, según la estación, estaban los betuneros para limpiar a sus clientes los zapatos sucios del polvo de las calles, dado que casi ninguna estaba asfaltada y andar era una apuesta, sobre todo en días de lluvia.
La Cámara es un lugar reconocible en la novela de Concha Alós El Caballo Rojo, nombre que le da a bar la novelista y en el que transcurren muchas de las acciones de que se compone la novela. Era, principalmente, lugar de reunión de militares. 
Todo aquello pasó, todo quedó en el olvido, al menos no cerca de la memoria cotidiana. Cuando quise remover aquello y me puse en contacto con la novelista, me dijo, muy amablemente, que no quería hablar nada de su estancia en Lorca -vivió en la calle Cueto-, que duró toda la guerra, es decir, desde la toma de Castellón, de donde venían huyendo de las atrocidades rojas, hasta el final de la guerra, cuando se fueron huyendo de las atrocidades azules. Eso al menos se desprende de la lectura de su novela. 

Calabardina, 16 junio 2012
José Luis Molina Martínez

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