Tiempo atrás tuve otro blog en el que quería poner artículos de investigación sobre Lorca. Se llamaba PAPELES DE ELIA. Como no lo cuidaba, me lo cerraron. Ahora estoy recuperando lo que puedo y, como no quiero que se pierda lo que escribí entonces lo dejo para la eternidad de esta CALLE TRANQUILA. Obviamente, ya ha pasado más de un siglo, pero el periódico local es un testimonio de una época. Libero, a los que me siguen, de leer esta entrada.
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Lorca, hacia 1930 |
Hemos sido señores... Fuimos dueños del mundo,
hasta el fin del reinado de Felipe segundo.
Y es herencia de raza, desnudar nuestra espada
y luchar por la gloria como ellos lucharon,
conquistar nuevas tierras, emprender la jornada,
y volar victoriosos como aquellos volaron.
(Miguel Gimeno Castellar: Sinfonía heróica, 1916)
Los intelectuales entonces
Si Menéndez Pidal (1951-1957) cree en la "persistencia de ciertos caracteres culturales de los tiempos más remotos" (Alborg, 1970, 31), se debe, pensamos, no sólo al contexto histórico en el que escribió dicha frase, la dictadura franquista, y a la existencia de un sector tradicionalista que estaba convencido de la posesión de rasgos nacionales en nuestra literatura, cuyo origen se encuentra en el genio español o en el alma nacional, con una base consistente: el sentido católico de la vida, sino a su convencimiento de que a lo largo de los tiempos, desde que el castellano es lengua imperial, o lengua española, existe una corriente conservadora y tradicional en literatura en la que se exalta lengua, raza y religión.
La evolución lógica de los estudios literarios desde el formalismo hasta la sociología de la literatura en estos últimos años permite el escepticismo -el eclecticismo- en cuanto a la consideración de una literatura con rasgos típicos que conforman su propia naturaleza y esencia en los que priman los propios del tradicionalismo. En el concepto democrático de este criterio, se evoluciona desde la historia de la literatura hasta la historia literaria, o lo que es lo mismo, desde la historia de la literatura española hasta la historia de la civilización literaria española.
Venimos, pues, a exponer que según hablemos de nación o de país, o lo que es igual, de absolutismo y dictadura o liberalismo y democracia, el modelo político determina el concepto de lo literario. Pero, de uno u otro modo, no se puede ocultar la existencia de una opinión literaria aceptada básicamente nacionalista: "la identificación de pueblo o nación como opuestos a Estado, llevaría a afirmar que cada pueblo tiene un espíritu propio, un alma propia" (Reina Palazón, 1979, 20) y que se desarrolla claramente en el romanticismo del siglo XIX. En este sentido, según Inman Fox (1997, 49), "la verdadera realidad histórica española consiste en los valores y las manifestaciones espirituales del pueblo hispano, el espíritu del pueblo".
Así pues, existiría por un lado un nacionalismo cultural de carácter tradicional y por otro una mentalidad nacional de carácter espiritual que reflejaría un continuísmo ideológico o tradición que reflejaría la existencia de una cultura que, tras el regeneracionismo, vendría a significar cierto ultramontanismo o, de otro modo, un nacionalismo conservador y reaccionario. Ejemplo, el Cid como símbolo de la justicia.
Desde este enfoque vamos a analizar el periódico local Lorca y Patria, que aparece, número único, el 10 de abril de 1898.
El conservadurismo mantiene en rescoldo cuanto supone tradición (Dios, Patria y Rey, como se entendía en el siglo pasado) y alienta su manifestación literaria en forma, por ejemplo, de leyendas, para mantener viva el alma de los pueblos. Esta tradición se convierte en ideología política y en actitud religiosa.
Pensemos en Bécquer. Cuando traza una semblanza sobre el Duque de Rivas, dice que "levantaba un monumento indestructible a nuestras glorias nacionales con su Romancero histórico"[1].
Y cuando escribe sobre El solar de la casa del Cid en Burgos, desarrolla toda una teoría[2]: "Merced a la exageración que traen consigo todas las reacciones, al abandonar el sendero de la tradición y las autoridades, para aplicar un criterio razonador y filosófico al estudio de la historia, se ha llevado por algunos al espíritu de la duda hasta el extremo de combatir como apócrifo cuanto no se apoya en documentos fidedignos o no puede probarse de manera auténtica. Verdad es que las indagaciones históricas de los que se ajustan a los rigurosos preceptos de esta escuela, han dado y dan resultados positivos y satisfactorios, siempre que se trata de época relativamente próximas y acerca de los cuales tantos y tan ricos tesoros de noticias y documentos guardan nuestros archivos; pero en cambio ¿qué desencantos no proporcionan, cuántos desalientos no originan en el que, a medida que se remonta, siente más insegura la base en que descansan sus razonamientos, acabando por averiguar cómo lo que en siglos lejanos fue opinión de un cronista crédulo, pasa repetido de autor en autor a la categoría de autoridad, hasta que concluye transformándose en artículo de fe en la obra del historiador más sesudo? No es, pues, extraño que los que a este criterio se ciñen duden de todo, y para ellos acabe la historia allí donde se pierde el rastro del último pergamino que la confirma. Acostumbrados a pensar en el aislamiento del gabinete, con la frialdad y la calma del crítico, la tradición les habla un lenguaje absurdo, al que prestan escasísima fe. No obstante, la tradición es un elemento importantísimo y del cual no puede prescindirse del todo, so pena de caer en un escepticismo acaso más peligroso que la misma credulidad. Lo que precisa es saber desembarazar la tradición del follaje de exageraciones que la adorna y la ofusca; lo que falta es ir a respirar su atmósfera en los lugares en que nació y vive aún en la fantasía del pueblo, y poder así apreciar los quilates de verdad que encierra, adquiriendo el convencimiento de la intuición que se siente, aunque no se razona, y hace tanto peso en el ánimo como el más auténtico de los comprobantes. Tal vez por no haber concedido a este elemento de la historia la debida importancia, acaso por un espíritu exagerado de duda, o sólo por chocar con la corriente de la opinión pasando por originales y atrevidos, no han faltado, así en nuestro país, como fuera de él, escritores que, después de desvirtuar los hechos más característicos de la historia, han concluido negando sus héroes más gloriosos. Pelayo y Covadonga son para ellos menos que los elementos de una conseja; Bernardo y Roncesvalles el asunto de la cantiga de un juglar; el Cid Campeador una figura creada por los romanceros. Los que estas opiniones sostienen, de seguro no han contemplado la tosca piedra que guarda los despojos del restaurador de España en el cóncavo peón, gloria de Asturias; no han oído la tradición de la rota de los franceses en boca de su guía al cruzar los Pirineos por el tajo de Roldán, ni han visto siquiera las calles de Burgos: de otro modo su erudito escepticismo hubiera al menos vacilado ante la firmísima fe la tradición popular".
Bien nos damos cuenta de cómo el sevillano es el receptor de una tradición que a su vez transmite y, en cierto modo, legitimiza y sistematiza.
Pero el nacionalismo de que hablamos no tiene nada que ver con el nacionalismo regionalista (separatista o no) y/o localista, sino que lo creemos dotado de unas propiedades que llevan a un patriotismo patriotero, a un concepto de raza netamente prefascista y a unos componentes conservadores enraizados en un clericalismo vaticanista que desemboca en una creencia de superioridad basada bien en la etnia bien en el destino de pueblo elegido por Dios, lo que determina la fe en unos valores que, por encima de los límites naturales, permite ejecutar gestos o heroicidades absurdas alimentadas por la historia: Sagunto, Numancia, Don Pelayo, el Cid, etc... etc... etc...
Todo este conglomerado ideológico conservador y religioso es lo que mantiene en pie a España en la lenta agonía que son el siglo XVIII (ruptura con el barroco y apertura hacia la modernidad) y básicamente el XIX (de gran protagonismo militar), hasta que se despierta en el 98, año del Desastre. Aun así, y por no aprender la lección, todo esta motivación ideológica, que impide la verdadera gestión política y agudiza el tópico real de las dos Españas, estallará treinta y ocho años más tarde en una guerra fratricida que aún no nos hemos contado del todo.
El 15 de febrero de 1898 explosiona el Maine. Como consecuencia, el hundimiento de la escuadra española en Cavite, es decir, "el naufragio de los mitos patrios" (Calvo Carilla, 1998, 75). La ineptitud política grandilocuente basada en aquellos criterios conservadores y patrioteros hace que Romero Robledo exija un combate naval desigual: don Quijote contra los molinos. El 3 de julio, el Desastre en Santiago de Cuba: es el fin de lo racial, el fin de un imperialismo sin sentido ya entonces, pero también es el fin de una agonía producto del mal gobierno, de la creencia en la superioridad de un pueblo electo por Dios para llevar a cabo una misión evangelizadora, de la heroicidad absurda de una nación que creía en unos valores tradicionales (raza, lengua, religión) en decadencia, de un pueblo capaz de todas las gestas históricas al que se tenía que doblegar cualquier otro pueblo que tenía la obligación de pasmarse ante sus historia y ante el valor de sus hombres capaces de todo.
La quiebra, pues, se produce porque los valores tradicionales tan aireados no han servido para solucionar el problema aunque, en verdad, los políticos serían los únicos responsables por forjar su actividad política en una base no poco consistente sino propia del antiguo régimen y representativa de su ceguera social e intelectual.
Ni actitud romántica ni falta de realismo: creencia en un destino, en una misión civilizadora, en la que el orgullo suplía la necesidad, donde hacía falta barcos (buenos y modernos) y honra, no ese poner el rostro en un gesto básicamente chulesco, escasamente práctico, último gesto grotesco expresión de una ideología conservadora, tradicionalista y patriotera y de una incultura básica que llevó a una generación al caos y al desaliento, al pesimismo y a la desesperanza.
Las consecuencias son bien conocidas: intelectuales al borde de la crisis (Alonso), la necesidad de inventarse una nueva España (Inman Fox, 1997), la aparición de un 98 frente a un regeneracionismo ineficaz (Calvo Carilla, 1998), el espejismo de una edad de plata (Mainer, 19874) y la clase política sin hacer.
Pero la escasa cultura ya mencionada por parte del pueblo exige una evasión ante la realidad que se cifra en el deseo de goce y disfrute porque la cúpula militar buscará en Marruecos lo que no había conseguido en Cuba. Por eso, lo del 98 es propio de unos intelectuales que tampoco poseen la fuerza suficiente como para transformar la sociedad. Lo de generación es pura literatura, un artículo más de un Azorín que reflexiona, en boga la teoría del eterno retorno, y que como marbete tiene un éxito aplastante.
Así pues, sabemos cómo lo pasó el pueblo; conocemos cómo lo pasaron los soldados que enviaron sólo con pasaporte de ida a la otra parte de un mundo que sólo tenía interés para quien tenía intereses económicos en ella.
La intelectualidad local
Pero, en todos los pueblos, por aquello del color local, existen hombres que por dedicación, preparación, intuición o conocimiento, son un índice expresivo de la intelectualidad de una localidad.
Es obvio pensar que, mientras ocurrían todos estos sucesos, los mismos protagonistas no tenían conciencia histórica de lo que estaba pasando. Pero sí reaccionan de un modo patriótico.
Volvamos de nuevo a Gustavo Adolfo Bécquer. Cuando se produce el apresamiento de la goleta Covadonga por Chile, el poeta escribe[3]:"Nos hubiera bastado traer a la memoria los nombres de Lepanto y Trafalgar, para adquirir el convencimiento de que los mismos que tan gloriosamente han sabido vencer y sucumbir en otras ocasiones, no desmentirían en esta tradición de la marina española".
El general Pareja se suicida por el apresamiento.
Treinta y dos años más tarde, aún se escucha el mismo lenguaje para expresar los mismos sentimientos. Luego esa línea tradicional sí debe formar parte de nuestra idiosincrasia como pueblo. Aunque no todos la comparten: mito de las dos Españas como realidad.
LORCA Y PATRIA es un periódico lorquino que aparece el 10 de abril de 1898 en el que, además de un editorial titulado Cuatro palabras, existen veintitrés colaboraciones, diez poemas y trece artículos en prosa: “Los dependientes de Comercio agradecen a todos la cooperación que han prestado para la confección de este número patriótico y muy espacialmente a los Sres. Directores de El liberal lorquino y El demócrata, quienes, con objeto de facilitar la pronta confección de este número suspendieron ayer sus trabajos para los números de hoy poniendo a nuestra disposición el personal de sus respectivas imprentas”.
De la calidad literaria de los artículos o poemas nada diremos porque lo que nos importa es la expresión ideológica de unos sentimientos producidos por la derrota. Aunque se podría profundizar en el lenguaje utilizado al que consideramos propio de la ideología que representa.
Cuatro palabrasAnte el conflicto que amenaza a España, cansada ya de tanta exigencia y molestada por el bárbaro griterío del Gobierno yankée y considerándose inminente que estalle la guerra, Lorca no podía permanecer indiferente al entusiasmo que embarga a todos los españoles. Los dependientes de comercio, esta humilde y honrada clase social, ha querido también unir su protesta a la de todo el pueblo español y por medio de este periódico hace público que están dispuestos a dar su sangre y cuanto posean, en defensa del honor y de la integridad nacional. Este es el fin principal, que motiva el presente número.
Y explicado su objeto, desprovisto de todo género de pretensiones, sin necios alardes, ante el peligro que se avecina, recordaremos para concluir las célebres palabras de Martos, honra del parlamento español cuando el conflicto con Alemania, por las islas Carolinas: "Nuestra bandera podrá caer ennegrecida por el humo de la pólvora enemiga: pero humillada y deshonrada, ¡jamás!.
Los dependientes
Los artículos en prosa están escritos por personajes de significación política tanto conservadora como republicana. Así, por ejemplo, Miguel Rodríguez Valdés, conservador. El lenguaje que utiliza es muy semejante al que leemos en el editorial:
Codicia peligrosaMal destino aguarda a los pueblos que tuercen su natural inclinación. La Unión norteamericana, llamada justamente por su espíritu comercial la Cartago moderna, debiera mirarse en el espejo de la Cartago antigua y no comprometer en torpes aventuras su magna prosperidad económica; tanto más, cuanto que no es presumible que de sus vociferadores "jingoes" surjan Amílcares ni Anníbales, y es bien fácil que se les cuele por las puertas algún Escipión brioso que les derrumbe murallas y ciudades y les siembre de sal los escombros.
Si el panamericanismo de Monroe, que el pueblo yankée quiere ahora poner en práctica, se alcanzase con transacciones comerciales, casi seguro es que coronaría pronto con buen éxito su empresa. Pero hay que conquistarlo en la guerra, hay que sacarlo entre las humaredas del combate, y no son ciertamente sus escuálidas legiones de mercenarios las más a propósito para arrollar pueblos viriles y guerreros.
Nos aturden con incesantes gritos de amenaza, y no advierten que para amenazar a España, hay que empuñar la lanza y no mover la lengua. Nos hablan de sus riquezas fabulosas, y no ven que en la guerra el plomo y el acero de los valientes vencen al oro de los menguados. Quieren anexionarse Cuba; pero no tienen en cuenta que España ve el timbre más alto de su gloria en haber sido la que sorprendió a la virgen América durmiendo en el seno de los mares y la primera que alumbró aquellas regiones con la antorcha de la civilización europea, y no perderá los últimos emblemas de su pasada grandeza, sin morir abrazada a ellos, prefiriendo, como todos los pueblos dignos, la muerte al vilipendio.
Este lenguaje, propio del que se considera por encima de los demás por destino histórico, en este caso de descubridor y civilizador, resulta además indicador de otro rasgo típicamente hispano: antes morir que perder la honra o la fe, producto de la influencia eclesiástica transmisora de un espíritu en el que lo primero era la salvación eterna y se podía dar la vida por una causa noble.
Pero también existe en esas afirmaciones el desconocimiento total de una realidad política que la incapacidad de los políticos no soluciona: lo lógico hubiera sido conceder la independencia a través de negociaciones y dedicarse a la reconstrucción de la metrópolis. Pero se tropezaba con los intereses de la iglesia y del ejército, máximos detentadores de los valores patrios. Y que, a cien años vista, es bien fácil admitir la solución presentada.
Julio Leonés, a pesar de su moderación, expresa el resultado de una educación:
Los pueblos que como el nuestro tienen perfecta idea de Patria y plena conciencia de sus dignidad y decoro, ni se amilanan ante el peligro, ni se doblegan jamás ante las brutales imposiciones de la fuerza.
La heroica España del dos de Mayo, que no supo temblar ante el coloso de Austerliz, Jena y Marengo y que combatió con denuedo a sus invictas, aguerridas y numerosas legiones, con un ejército bisoño, compuesto en su mayoría de paisanos y teniendo como supremo jefe al general "No importa", no había de amedrentarse seguramente, ante la inusitada provocación de un pueblo de mercaderes, que sin razón ni derecho y porque nos juzga débiles, pretende imponer su voluntad y pisotear el honor nacional simbolizado en nuestra gloriosa bandera.
Unámonos todos y probemos al mundo entero una vez más que la España de Numancia y Sagunto, del Trocadero y Zaragoza, es siempre la misma y que podrá ser vencida por el número, pero jamás humillada ni vilipendiada.
Maldita sea, cien veces, la guerra cuando los que la promueven no persiguen con ella más objetivo, que el de satisfacer sus torpes instintos de rapiña y depredación, sin tener en cuenta los millones de víctimas que sucumben, los grandes intereses que lascivian y los ríos de lágrimas que hacen derramar; pero bendita sea la guerra una y mil veces, cuando se acepta y se sostiene, para salvar el honor de la madre patria, compendio de todos los amores y a la que todos los españoles estamos obligados a dar, si preciso fuera, con el último óbolo, nuestra última gota de sangre.
Luchemos, pues que a ello se nos provoca de forma inusitada y confiemos en que el Dios de las alturas nos amparará teniendo en cuenta la razón que nos asiste y lo justo de nuestra causa; pero si desgraciadamente fuéramos vencidos, sabríamos probar a la faz de Europa y del mundo entero que a España no le falta nunca una Covadonga donde refugiarse y un don Pelayo que la guíe para desarrollar otra nueva epopeya de reconquista.
O bien todo era literatura, lenguaje ampuloso reflejo del utilizado en el Parlamento, o una obnubilación colectiva cubría el entendimiento de los lorquinos en particular, los españoles en general, ante un hecho objeto de análisis y estudio antes que de bravatas.
Otro espíritu más prudentes, Juan Frías, sin dejar de participar en el caos común, hace su soflama política a los republicanos locales utilizando el lenguaje de los políticos:
La perfidia americana nos ha colocado en una de las situaciones más críticas de nuestra historia: notas serán salientes en la universal, los sucesos que se avecinan. La mayoría de los pueblos españoles están dando un raro ejemplo de patriotismo, que seguramente es digno del aplauso de todas las naciones cultas.
Nosotros, y con nosotros todos los hijos de esta heroica ciudad, que tantos laureles conquistara en remotas épocas, no podemos permanecer inactivos. No es por desgracia muy próspera nuestra situación; pero así y todo, en la medida de nuestras fuerzas, debemos probar ante el mundo, que sentimos como el que más el amor a la patria, por la que, si necesario fuera, gastaríamos el último céntimo y derramaríamos gustosos nuestra sangre; hoy se necesita, lo primero y justo es que depositemos nuestra ofrenda ante el altar representativo de nuestras grandezas. Para esto nos permitimos dirigirnos a vosotros, en la seguridad de no quedar defraudadas nuestras esperanzas, que son tan grandes como grande es la convicción de nuestro triunfo.
La justicia y la razón están de parte nuestra; con ellas y la proverbial bravura de nuestros soldados, probaremos al pueblo americano lo difícil que es mancillar la honrra de un pueblo de hidalgos.
Posiblemente se tratara de paliar un poco la moral de la derrota. Lo cierto es que, por la consecuencias humanas, el 98 es un desastre percibido por los mismos lorquinos que escribían del modo que acabamos de mostrar. Juan López Barnés (Molina Martínez, 1986, 64-66) escribe una breve obra de teatro, Blasillo (1897), en la que trata de los soldados de cuota: Blas marcha a Cuba en lugar de Juan, en un lance en el intervienen elementos amorosos. Es decir, estaban al tanto de lo que suponía ir a Cuba: Adiós valles y montañas/donde nací y me crié;/a selvir a Rey me voy/sabe Dios si gorveré, es el final de la obra, escrita en un lenguaje que quiere ser panocho y sólo es un remedo del del campesino lorquino.
El mismo Juan López Barnés se expresa del siguiente modo en su colaboración en este periódico:
!Viva España!¡Sonó la hora fatal! Triste gimiendo
la madre patria nuestra ayuda implora,
y español no será, quien desoyendo
en tan solemne hora
su lamento angustioso,
no le preste su auxilio generoso.
No ya a la reflexión demos cabida
lamentando el rigor de nuestra suerte;
y de entusiasmo el alma enardecida,
sepan que España, a vergonzosa vida
prefiere arrostrar, heroica muerte.
De ¡guerra! el grito nos lanzó altanero,
un pueblo vil por la ambición cegado,
y -¡guerra!- contestó del pueblo Ibero
la altivez y el espíritu esforzado.
¡Guerra! sí; de la patria el nombre santo
aumente el entusiasmo belicoso,
que nunca el batallar produjo espanto,
al ánimo esforzado y valeroso.
No abata, no, de nuestro orgullo fiero
la indomable altivez, el miserable
enemigo villano,
que siempre ruin y artero,
su ambición insaciable
quiso en hora menguada
de nuestro honor a costa ver lograda.
¡Probemos a esa raza envilecida,
aun arrostrando la contraria suerte,
que España, siempre, a vergonzosa vida,
prefiere ir a buscar honrosa muerte!
También podemos analizar el concepto que de España tenía el lorquino José Pérez Cortina:
EspañaEspaña valiente, mi patria querida,
la noble e hidalga y rica nación
que supo otro mundo buscar y dar vida
que fue respetada, más bien que temida,
y a pueblos y a reyes cortó su ambición.
Se muestra al presente tranquila y serena
cual cumple a los pueblos de historia y honor;
la necia soberbia le indigna y condena
y sufre y aguanta y siente la pena
de ver que hay quien duda si siente valor.
La América nuestra olvida el pasado,
olvida que a España le debe su ser,
y torpe e ingrata a España ha insultado
y horrendo castigo de horrendo pecado
es justo que tenga y lo ha de tener.
Si surge la lucha valiente a la guerra
los hijos de España sabrán acudir
e irán demostrando por mar y por tierra
que si alguien osado el paso les cierra
tal yugo valientes sabrán sacudir.
Sabrá nuestra España domar la osadía
de un pueblo cobarde menguado y soez,
que da sin pensarlo, motivo a que un día
demuestre a los mundos que España podía,
hacer la conquista de un mundo otra vez.
Si la creencia popular era la del "paseo militar", es lógica la actitud resignada y pesimista posterior:
¡Tengo miedo!
Para ganar en guerra a esos malvados,
que pretenden quedarse con nuestro suelo,
basta el valor de la marina hispana,
que al mundo entusiasmara en otros tiempos,
peleando en Lepanto con valientes
y en el Callao luchando con guerreros.
Basta sólo que al grito: ¡Viva España!
ruja el león con su rugido fiero...
que si el "yankée" lo oyera, vuelve el "yankée"
a su tierra diciendo: ¡¡tengo miedo!!
Sebastián JódarComo símbolo, como enseña,
La bandera española
La bandera de mi patria
altiva tremola al viento,
y olas de sangre parecen
y llamaradas de fuego,
sus colores nacionales,
de gualda y rojo bermejo.
Emblemas son sus matices
de la guerra y el incendio,
pero son también los símbolos
del pueblo español, soberbio,
que ruge altivo y pelea
con coraje y con denuedo.
Gualda, manifiesta el odio
y el rencor al extranjero,
que atenta, vil y cobarde,
a nuestro sagrados fueros;
rojo significa honra,
vergüenza... la que tenemos,
al mirar nuestra bandera
invencible, hondear al viento.
Luis Gabaldón
Juan Musso es quien le da un matiz no sólo político sino intelectual:
Cuando las clases ilustradas y laboriosas de las Naciones, se apartan del movimiento político privando así de sus iniciativas a la gobernación del Estado, cae éste en manos de los osados e ignorantes, quienes no teniendo otros móviles que la satisfacción de su soberbia y apetitos, consideran a la cosa pública cual patrimonio propio, acaparan para su disfrute por la familia y aduladores, destinos, honores y beneficios, desmoralizan a la Administración y Tribunales, anulan por medio del hastío las aspiraciones nobles, llevando la indiferencia a la conciencia de los ciudadanos, rehuyen las relaciones internacionales para librarse de toda obligación formal, desatienden los medios constituidos para garantizar el honor patrio y la integridad del territorio, dejándose sorprender por sucesos funestos, y rompiendo toda relación con la ley moral, vulneran cínicamente el derecho público para ejercer la más hipócrita de las tiranías, comprometiendo a los pueblos en lances funestísimos que implican su ruina, tras de catástrofes inevitables.
Si en España las clases ilustradas y laboriosas, no se revuelven a intervenir valientemente en la dirección de la cosa pública, verán caer a la Patria después de desmembrada en el ánimo que arrastra siempre la degradación moral y el propio reconocimiento de la incapacidad e impotencia.
Más alto sí, pero no más claro, se lo pudo decir al Gobierno de España y a los políticos de turno. Pero también existe político local conservador que se cura en salud:
Ante el patriotismo de LorcaMuévese el corazón al unísono sentimiento de este tradicional pueblo en bélicas lides, y gozoso cual ninguno presta su apoyo a la madre Patria. Los ecos de miles de vítores repercuten en nuestros corazones, y hoy, ante la amenaza de la engreída nación, sus ecos nos conmueven; de tal suerte, que todo se olvida, todo cede su paso al hermoso sentimiento patrio, y demuestra con la evidencia de los hechos que la sangre de aguerridos campeones circula por sus venas.
¡Bien por Lorca! Nuestro apoyo incondicional al poder constituido, para que otra vez más puedan admirar las aguas oceánicas el valor nunca desmentido del pueblo Español. Nuestro apoyo al poder, para que dé cima a gloriosa victoria que lave tanta humillación sufrida, y vea la Europa y el mundo entero, que el león Ibérico conserva la potente garra con que supo asombrar al mundo.
Empero... si por un azar de esos que ni el genio, ni el valer pueden preveer, no fuera nuestra la victoria, quédense nuestro barcos como en aquel célebre Trafalgar; llévense los vencedores las gloriosas quillas de nuestros heroicos barcos, y escriban con caracteres de oro y postrado de rodillas la inscripción siguiente: ¡Gloria al valor del Universo.
C. San Martín
Como es natural y propio, también aparece la vena sentimental:
Lo que dan las madres
Por los hijos que a la guerra
se llevan con nuestra calma,
imploramos con el alma
la caridad de esta tierra.
Ved el ejemplo que encierra
nuestra santa abnegación:
por el bien de la nación
y nuestro dolor ahogando,
estamos las madres dando
¡pedazos del corazón!
J. Rubira
El resto de las consideraciones son semejantes:
a) No te aflijan, patria mía, las bravatas del pueblo que hoy pretende humillarte, pues no en balde simbolizan los colores de tu manto, el oro y sangre de todos los españoles, dispuestos ahora como siempre, a probar al mundo entero, que jamás el débil brillo del dollars, podrá apagar el potente foco luminoso que irradian las brillantes páginas de tu historia, escrita con la vida de tus hijos al grito de ¡Viva España!
Luis Casalduero
b) Pronto los primeros cañonazos formando siniestro contraste con el enfurecido oleaje del golfo mejicano resonarán en las soledades del Atlántico, cuyos ecos arrastrados por violentas ráfagas americanas traspasarán cumbres de las nevadas cordilleras Andenas, hasta llegar al gran Pacífico donde sus encrespadas olas aún repiten las grandezas del inmortal Vasco Núñez de Balboa, al estrellarse en aquellas costas que hiciera surgir el genio del atrevido navegante genovés de entre las brumas de los mares a los conciertos de la civilización y del Progreso.
¿Queréis la guerra? Pues a la guerra iremos, y quizá las llamaradas de New York incendiada por nuestra escuadra alumbren, para la para la patria una nueva era de prosperidad y de grandeza conseguida como otra veces por el valor indomable de sus hijos.
José Mención
c) España: la misma de Covadonga y las Navas, la del Salado y Lepanto y la de San Quintín y el Callao, ruges hoy enfurecida ante la presencia del enemigo.
Confía, sí; confía en tus valerosos hijos que con la cruz y la espada te llevarán como siempre a la victoria, agregando a tu inmarcesible bandera, nuevos triunfos de gloria, que recuerden en el continente americano los nombres de los Hernán Cortés y Pizarro.
F. Carrasco Ruiz
d) El hidalgo pueblo español, tuvo siempre por lema de sus acciones morales las sublimes enseñanzas de la Cruz, y por móvil de sus decisiones gloriosas la defensa de sus dignidad. Es decir, fue constantemente cristiano, heroico y culto, y por eso será eternamente vencedor.
J. González
e) Con insufrible osadía
pretenden los mercaderes
"yankées", señalar deberes
a la española hidalguía:
creyendo ya en la agonía
a la patria de Pelayo,
han hecho más de un ensayo
para herirnos a traición;
y para un Napoleón,
nunca falta un "dos de Mayo".
Alfredo Sanmartín
f) ¡Hurra, pueblo valiente! ¡Noble España,
despierta poderosa de tu sueño,
y vea el mundo, en homérica campaña,
que abates fuerte la enemiga saña
y que, después de Dios, no admites dueño!
¡Vibre el clarín! ¡De tu sagrada enseña
cobíjenos la sombra protectora,
y tú, a quien algunos creen pequeña,
demostrarás vencida o vencedora,
que a la patria del Cid no se domeña!
Juan Antonio Dimas
De todos, el alegato más nacionalista, conservador y patriota, el que mejor resume el ultramontanismo del alma nacional puesto que apela a toda una tradición que después se escuchó de semejante modo por los años de la posguerra en la Falange Española, es el artículo de Eladio Ríos, sin título, con el que cerramos estas consideraciones en torno a este periódico singular:
¡¡Españoles...!! hijos de Numancia y de Sagunto; fieros y valientes hijos de Viriato, de Pelayo y de San Fernando... una "nación vil", pretende mancillar la honra de España...!
¡España! Si llegase el momento del combate; si la madre Patria tremolase sus pendones, noblemente enrojecidos con la sangre de millares de héroes; si ella tendiese sus brazos; y con voz suplicante os incitase a defender su honra, ¿qué haríais?
¡España...! Si la madre Patria, que con maternal cariño os cobija bajo los anchos pliegues de su manto, os mostrase las heridas e injurias recibidas de "nación solapada..." y para encender nuestra sangre de amantes hijos, diese una mirada retrospectiva evocando las augustas sombras de los vencedores en Covadonga, las Navas, el Salado, Córdoba, Granada, Pavía, San Quintín, Lepanto, Otumba, Trafalgar y Bailén, ¿qué haríais...?
¡Españoles...! Si al lado de esa noble, grande orgullosa madre, que os hostiga a la venganza de ultrajes recibidos, vieseis con asombro las nobles y arrogantes figuras del Cid Campeador, Fernando III, Alfonso el Sabio, Gonzalo de Córdoba, Isabel I, Francisco Pizarro, Hernán Cortés, Juan de Austria, Méndez Núñez, Daoiz, Velarde y otros mil; ¿qué sentiríais en nuestros encendidos corazones...? ¿qué dirían vuestros trémulos labios...?
¡¡Patria querida, gritaríais jóvenes y ancianos, tú que nos distes la primera luz que iluminó nuestros ojos y la primera brisa que meció nuestra cuna; tú que has puesto ardiente lava en nuestras venas; tú que nos has dado la arrogancia y noble orgullo del León de Libia; tú que aún amamantándonos a tus pechos nos enseñaste a ser indomables con el vil invasor; "dispón de nosotros como gustes", pues que tuya es nuestra indomable arrogancia; tuyas son nuestras vidas; y por tu causa, frenéticas, nuestras madres y esposas nos empujan a la pelea!...
¡¡Viva la heroica España!! ¡Viva el Ejército Español!... ¡¡Españoles, lancémonos a la guerra!!
Pro Patria mori
La situación planteada en este periódico no era algo aislado. El resto de la prensa lorquina de la época respiraba el mismo aire. Así en El Liceo lorquino podemos leer colaboraciones en el mismo sentido, aunque sólo vamos a transcribir el editorial de esta revista:
Pro Patria"En estos solemnes y supremos momentos de prueba, porque atraviesa la patria española EL LICEO LORQUINO, que jamás ha llevado a sus columnas los ecos de la lucha política, consagran un puesto de honor para expresar su ardiente patriotismo y su amor inquebrantable a la bandera nacional, a la gloriosa enseña que tremoló en cien victorias y fue siempre la admiración del mundo entero.
La nación que supo vencer en Sagunto y cubrirse de inmarcesibles laureles en Trafalgar; la que se coronó de gloria en el Callao, sabrá luchar y vencer también en los mares, como luchó y venció en mil páginas gloriosas que atestiguan Pavía y San Marcial, Ciudad Rodrigo y Vitoria, Almansa y Bailén, Zaragoza y Gerona.
¡Oh manes de Juan de Austria y de Oquendo! ¡Oh sagrado recuerdo de Gravina y Churruca, de Bazcaintegui y Méndez Núñez! Descansad tranquilos en vuestras tumbas frías, que la generación de ilustres descendientes vuestros, no ha muerto, ni morirá nunca en esta patria cuna de todo género de grandezas.
Poco importa que sean muchos los enemigos de España, nada que sean ricos y poderosos: ante el honor castellano, ante la caballerosidad española que puede poner cátedra de dignidad y de decoro al mundo entero, asombrado siempre del valor y de la constancia de nuestro pueblo mil y mil veces heroico, nada hay que resistir pueda, y el santo Dios de las Victorias, alumbrará seguramente las de la Nación Española.
La Redacción de EL LICEO LORQUINO hace fervientes votos porque así sea y envía un cariñoso saludo a nuestros bravos y entendidos Marinos, y a nuestro valiente y sufrido Ejército, ofreciendo también, para el Servicio de la Patria, hasta nuestras vidas, si necesarias fueran. ¡Viva España!La RedacciónBibliografía
Calvo Carilla, José Luis, 1998, La cara oculta del 98. Místicos e intelectuales en la España de fin de siglo (1895-1902), Madrid, Cátedra.
Fox, E. Inman, 1988, Ideología y política en las letras de fin de siglo (1898), Madrid, Espasa Calpe.
------------------- 1997, La invención de España. Nacionalismo liberal e identidad nacional, Madrid, Cátedra.
Llera, Luis/Flores, María José, 1991, Los nacionalismos en España. Historia y literatura: 1868-1936, Trento, Università di Trento-Dipartamento di Scienze filologiche e storiche.
Molina Martínez, José Luis, 1984, La literatura en Lorca (Siglo XIX),Barcelona, CEYR.
Reina Palazón, Antonio, 1979, La pintura costumbrista en Sevilla (1830-1870), Sevilla, Universidad de Sevilla.NOTAS
[1] El museo universal nº 27, 2 de julio de 1865.
[2] La ilustración de Madrid, nº 80, 27 de abril de 1870
[3] El museo universal nº 3, 21 de enero de 1866.
José Luis Molina Martínez
Lorca, 28 diciembre 2005