Cielo azul sobre la Cala (Difuminada, la Isla del Fraile) Fotografía: JLM. |
La verdad única es una armonía apátrida. No tiene lugar sincero en la partitura de esta vida desordenada, un sin vivir en la ausencia de fe en la madurez del hombre hecho arcano y ruina al mismo tiempo. Contradice así la convicción del sepelio en sepulcro de requiem amargo. Dices la verdad y crees en la reflexión del pusilánime. Mas, ¿cómo va a enjuiciar su conducta si su humana condición la cree conclusa al certificar su óbito? Hace falta un Dios humanado, expuesto a ser ajusticiado de nuevo, para darnos la legalidad a los creyentes en la trascendencia. Si el mal campea por este mundo como Juan por sus viñas, hace falta saber, tener seguro, creer que, en otro lugar, cuando el cuerpo no sea cárcel del alma, que el tañido de la campana inicia un concierto en el que todo es un sonido deífero, y que los alcaravanes desgrana trinos que los mirlos ascienden a la altura del Creador. Los gorrioncillos conocen la sombra del álamo de la orilla de la acequia que colma de ansia el sementero verde la dela hierba del prado virginal. El fulgor de la oración desgranada sin usar palabras desgastadas magnifica la grandeza de la antífona. Nada mejor que un salmo para explicar al Dios bíblico que el alma es como un aura que acaricia los pétalos, arde en el pebetero del incienso perfumado de pausado soliloquio, tiembla ante la majestad profunda de la visión esperada, cuando venga el arcángel y te despoje del velo que oculta el misterio. Todo será luz y, entonces, ya no pensaré más, porque todo será posesión y conocimiento inmediato.
Carlos Sáenz de Tejada. La soledad. 1927. Dibujo acuarelado sobre papel. 39 x 20 cm. Colección particular |
José Luis Molina Martínez
Águilas, 21 septiembre 2012.
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