Como prometí, descansado ya del esfuerzo que me supone ir a Lorca por mi estado general, voy a poner aquí mi presentación del libro de mi hermano. No es que intente protegerme de nada, ni quiera o busque justificarla. ¿Había otra presentación posible? ¿Qué fotos escoges para comentar de las trescientas setenta y tantas que forman el libro? Me decidí por decir que mi hermano es un buen fotógrafo y buscar las raíces técnicas y otros caminos de su fotografía. Como siempre, constaté que, al pueblo culturalmente llamado procesiones de semana santa de Lorca, sólo le interesa las cosas de la Semana Santa, sean buenas o no. Es decir, este pueblo se encuentra en el mismo lugar, quizá sin evolución posible. A mi me parece obligada la necesidad de dar un paso adelante.
******************************
Sr.
D. Javier Pinilla Peñarrubia, Presidente de El
Liceo Lorquino. Querido y admirado hermano Alejo, autor que eres del libro
que nos ha convocado en esta sala, persona de tan acusada visión artístico-fotográfica
que, cuando lleva una cámara en la mano con toda la naturalidad del mundo, vocacionalmente,
encuadra cuanto le impacta del día a día desde un punto de vista fotográfico. Es
un gesto personal que lo define. Señoras y señores, amigos todos.
Lo
mismo debo valer para un roto que para un descosido porque, aunque mi voluntad
es la de permanecer en el sosiego de Calabardina, más veces de las que yo
quisiera he de salir de este mi refugio para hacer lo que se me pide, siempre
relacionado con la literatura o la investigación. No es que no quiera volver a
Lorca, no, es que huyo de los conflictos y de sus creadores. Y una breve y pequeña
discrepancia surge en el mismo momento en el que el criterio de uno no es
convergente con la voluntad del otro. Así que sólo regreso cuando me lo piden y
preservo de este modo mi vida interior. Mas, como he sido convocado para estar
hoy aquí y ahora tanto por el Liceo como por mi hermano, por supuesto no le voy
a negar mi presencia al uno, ni al otro mi colaboración.
Viene esto a colación porque hoy tengo
que presentar un libro de fotografías titulado Tiempo de Pasión. Semana Santa de Lorca, y yo, de fotografía
precisamente no estoy muy al día, pero tampoco deseo hacer el ridículo, más por
mi hermano que por mí. Él confía en mí por el tono lírico en el que envuelvo
mis trabajos, pero no siempre puede ser así. Tampoco es cierto que yo sepa
mucho de todas las cosas, o de algunas cosas. Yo creo que ni siquiera en
literatura lo domino todo, sino que estoy más cerca de la literatura que de la
fotografía, porque la literatura sólo necesita papel y lápiz y saber qué decir.
Por el contrario, la fotografía exige unas cualidades de las que no dispongo,
que tampoco fue tanta la gracia que me dio el cielo.
Pero, si echamos mano de la
semiótica, sí puedo hacer dignamente mi cometido, porque construye Alejo en su Tiempo de Pasión un discurso semiológico
que queda incluido dentro de lo que conocemos por comunicación y sí forma parte
de mis conocimientos básicos en esta rama. Alejo nos habla por medio de sus
fotografías y nos hace partícipes de un mensaje que nosotros, como receptores,
como participantes o componentes de ese discurso que él inicia y desarrolla,
debemos cerrar con nuestro ejercicio de comprensión.
Bien es verdad que cada una de las
fotografías que conforman el libro por sí solas no constituyen una expresión de
ideas. Pero, como Alejo Molina construye un libro con fotografías que forman un
encadenamiento de relaciones significantes y lógicas que aportan sociabilidad y
actualidad, -ya verán ustedes aparecer el guión y el cierre de la procesión-, ese
mismo orden que establece y su secuenciación es lo que comporta el carácter
sígnico que lo convierte figuradamente en una narración por medio de la imagen.
Advierto que no hablo de un lenguaje articulado, sino icónico que decodificamos
por medio de la semiología semántica. Los signos sémicos son suficientes para
comprender y entrar en estado de comunicación con el mensaje.
Así pues, la consideración semiótica
de la imagen permite estimar estas fotografías no sólo como elementos
importantes del discurso artístico, sino como conformantes de un discurso cuyas
características más relevantes, halladas todas en las fotografías de Alejo,
son: la reducción a dos de las tres dimensiones de los objetos captados por la
cámara; el uso de la luz condiciona la presentación; la representación del dato
físico queda mediatizado por la tecnología; impone su carácter estático y
monofocal.
Esto puede parecer que concede un
carácter individual y único a la fotografía, pero su secuenciación coherente es
lo que permite la construcción narrativa ficcional a la totalidad del conjunto.
Ello se debe a que la fotografía se halla impregnada de códigos culturales e
ideológicos pertenecientes al autor o al objeto fotografiado que permiten su
análisis semiológico. Una fotografía, como señala Roland
Barthes,
comporta un mensaje denotativo que alude a otro significado connotativo, es
decir, a esa ideología y cultura a la que acabo de referirme. Por ejemplo: un
etíope a caballo hace referencia a un componente del Paso Azul que remite al
hecho cultura Procesiones de Semana Santa de Lorca. El Pueblo Hebreo del Paso
Blanco advierte de su esencia y significado denotativo, pero remite al hecho
cultura Procesiones de Semana Santa de Lorca y esa es su connotación o
significado contextual.
Pero, sea como fuere, quizá porque,
como expresa Henri Cartier-Bresson, la fotografía confiere un orden al desorden
de la historia, he de exponer cuál sea el contenido de este Tiempo de Pasión, ya que estoy
acostumbrado al desorden de los libros, aunque alguna que otra vez los reúno
por temas y conduzco a mi propio desorden ordenado. Me resulta complicado
porque casi siempre los coloco en las estanterías por su calidad, como yo la
entiendo, y por su afinidad en relación a mí. Mas, en el caso que nos ocupa, no
dudaré en escogerlo, si algo hay en este libro es calidad, y colocarlo en ese
lugar especial donde acojo las buenas cosas buenas. Así que Alejo ordenará el
desorden lineal para hacer su orden creador.
Me aventuro a escuchar una sonora
pitada por decir que este libro será mejor evaluado fuera de Lorca que aquí. Y
no porque se considere más al foráneo, que sí, pues al lorquino parece se le
exige más o se le reconoce menos. Opino que el gesto de equilibrio que lleva
cada uno de los Pasos en cuanto al número y representación de las fotografías
apenas le será reconocido por su militancia azul. Fuera de Lorca, eso da igual.
Aquí no. Pero yo conozco a mi hermano y estoy en condiciones de aseverar que al
Alejo Molina fotógrafo sólo le interesa la fotografía y su imparcialidad sólo
puede reconocerla quien, del color que fuere, también se muestre imparcial en
su juicio. Estamos ante una colección de fotografías sobre un tema del que, como
lorquinos, sabemos un "puñao". Y no porque seamos unos "sabeores",
sino porque la Semana Santa se mama desde la cuna. Eso mismo se puede volver en
su contra, como ya he dejado caer. Mas, como sólo hablamos de fotografías de la
Semana Santa lorquina, eso es lo que hay que juzgar. Saber interpretar el tema
es una cosa y la ejecución de la foto es otra. Porque el peligro está en el
tema procesional y en que se le descalifique erróneamente por ello.
He oído hablar del rechazo que
"los cultos" sufren en los Pasos porque hay gente para la que sólo es
Procesión lo que pisa la carrera los días señalados. Pero el cultivo de una
cultura propia de la Cofradía también da coherencia al desfile. Porque todo es
procesión, la que sale y lo que la circunda, y, en ocasiones, por la ficción
que la fotografía crea, es más la foto, por la actitud, por el encuadre, por el
detalle, que la realidad de lo que pasa y se olvida, aunque se renueve
anualmente.
Pero esa es mi opinión lejana y
allí, en mi retiro, existe la alegre ecuanimidad suficiente y el respeto
necesario para conseguir que todo sea interpretable y valorado, porque se
reconoce el esfuerzo del artista. Y Alejo lo es en toda la extensión del
vocablo. Lo era antes de regresar a Lorca pues aquí sólo hace renovar su
temática: gitanos, soldados, emigración, la Lorca mágica y solanesca, las
procesiones de Semana Santa. Anda Alejo, creo, en la estela de José Ortiz de
Echagüe, fotógrafo alcarreño, y su España
mística, centrada en las comunidades de religiosos de clausura y devociones
populares como procesiones o romerías y en la plasmación de los caracteres más definitorios de un pueblo:
sus costumbres y atuendos tradicionales y sus lugares. No olvidemos que Alejo se
hace fotógrafo, aunque ya lo era en Lorca, en Guadalajara. En Lorca aprendió la
fotografía de Matrán. En Guadalajara, pertenece a la Agrupación Fotográfica en
la que se junta un grupo de buenos fotógrafos, de los que conocí a algunos, Santiago
Bernal por ejemplo. En Madrid, forma parte de la Real Sociedad Española de
Fotografía. Buenas revistas de fotografía lo seleccionan para su portada. Eran
los tiempos de la hegemonía del blanco y negro. Después viene el color. Ambas
facetas se conocen en Lorca por sus exposiciones.
Este es un libro de fotografías. La
literatura sólo aparece de modo circunstancial. Son escritos que únicamente
tratan de enmarcar en soledad la belleza de las fotografías, pero que hay que
agradecer y así hago. José Manuel Blecua Perdices, director de la Real Academia
Española, que ha presenciado las procesiones muchas veces por matrimoniar con
una lorquina, le pone el toque adecuado para presentar el libro. Es su valedor.
Ha creído en cuanto va a exponer el libro, en la ejecución y calidad de las
fotos. Desde aquí mi agradecimiento. El escrito de María del Dulce Nombre Arcas
Campoy se debe a su conocimiento tradicional, por familiar, de las procesiones
y a cuanto significa como intelectual. El que sea mujer blanca es una circunstancia. Como también lo es su prestancia. Sin
su escrito, el libro sería otra cosa. Así que lo valoro en lo que vale. Finaliza
el libro con otras líneas debidas a la pluma del Presidente de la institución cultural
El Liceo Lorquino, Javier Pinilla
Peñarrubia, bastante lógica su presencia, porque es la entidad que lo patrocina
con la ayuda de algún que otro mecenas del que se deja merecida constancia en
el libro. Y el que yo escriba aquí también es mera anécdota, quizá la peor, porque
no lo hago como azul de manera
consciente, pues de ello me alejé, sino desde mi afecto de hermano del autor,
que me lo pidió. Lo hago desde mi punto de vista bíblico y retórico y, de ahí,
mi lírica interpretación. Así que mil gracias para ellos, que ayudan así al
libro en su vuelo de pájaro sobre la categoría de los desfiles bíblico-pasionales.
Estos escritores han recreado muy
bien la procesión porque la conocen. Han recreado la procesión que fotografía
Alejo Molina porque lo conocen y conocen el entorno en el que se produce y la
parafernalia que genera: es la procesión en movimiento, ahora inmovilizada
eternamente, pero significada, expresiva, dotada de un contenido referencial
artístico de estilo personal elaborado, con cierto toque lírico y con elementos
connotativos. En alguna escasa ocasión, aparece alguna fotografía conceptualizada:
ha visualizado en su mente una fotografía que no existe en la realidad y
consigue construir otra realidad que le permite capturar con su cámara la foto
imaginada. Eso sucede porque lo más relevante no es el objeto retratado sino lo
que representa, su significado icónico. Es decir, creatividad e imaginación
como caracteres de estas fotos. Este tipo de fotografías, esta práctica,
confiere un carácter narrativo que la distingue de la simplicidad sensitiva de
lo abstracto, del que después hablaremos.
Cuando un fotógrafo hace una
fotografía, letras de luz, encierra con una imagen mil palabras, literarias o
no. Es más, Alejo, con sus fotografías crea un testimonio. Pero cada uno de
esos testimonios o fotografías constituye un significado porque es un signo,
dado que, elegido el tema, las Procesiones, cuentan una historia fragmentada en
mil pedazos, tantos como fotos, que él desarrolla mediante instantáneas
cromáticas. Además, y sobre todo, constituyen una expresión artística. Sus
fotografías posibilitan al lector un acercamiento particular a la obra y al
mundo que contiene.
Es el mundo de las procesiones de
Semana Santa como objeto de las fotografías de Alejo un testimonio social, una
forma específica de vivir una manifestación religiosa de carácter popular. No
podemos hablar de una visión peculiar del mundo procesional sino de un enfoque
particular que convierte cada una de esas fotos en un documento espontáneo de
una representación cuasi teatral en movimiento. Pero ese documento no se
produce de modo casual, sino que es captado tras una meditada espera para que el
enfoque permita un documento gráfico que sea lo más artístico posible. Cada
registro fotográfico muestra la individualidad dentro de una base común a todas
las fotos. Mas, vuelvo a repetir que nada de lo que documenta está en la sombra
de la sociedad, sino en la interpretación artística que unos personajes
realizan de unos protagonistas de la historia de la religión de hace miles de
años. Y, como contradicción, no se proclama un simbolismo, lírico o no,
artístico siempre, de las angustias, deseos, dolores, emociones y sinceridades
de los hombres como entes históricos, sino como entes religiosos, dentro de
toda la laicidad que manifiesta el espectáculo. Hay un acercamiento sigiloso
del fotógrafo que, bajo su criterio fotográfico, su técnica y el momento de la
captura de la imagen puede cambiar nuestra forma de pensar, sentir o vivir de
nuevo las procesiones.
Se considera que la fotografía es
"arte exacto y ciencia artística", lo que le permite interaccionar
con otros campos del conocimiento y de la técnica. La fotografía es un
desarrollo tecnológico basado en la construcción de imágenes y análisis de la
perspectiva. Por eso, en este libro no hay interacción, puesto que los
escritores o presentadores del libro no conocían el material de antemano y sí
las procesiones. Por lo tanto, se ha creado un paisaje nuevo con la relación evidente,
literaria e icónica, de estos dos medios de comunicación. En todo caso, aquí se
produce una situación no identificable con su pertenencia a un contexto social
porque se refiere a un concepto más amplio y específico con relación a sus
destinatarios que, quizá, no necesiten de la palabra para identificar los
objetos fotografiados.
El ambiente que crea sobre el propio
hombre que ve el resultado de la captura de la imagen produce un referente en su
psique porque aparece y comprueba una nueva realidad desgajada desde el devenir
en movimiento hasta el estado de materialidad inmóvil en el que se convierte
una fotografía que contextualiza un contenido diferente del protagonismo social
del mensaje en general. La fotografía, en opinión de David Catá, sólo paraliza
un momento: el resto es el resultado de la acción, un recuerdo posterior. La
procesión, fragmentada y emocionalizada, restringida en ocasiones al detalle en
las fotografías, sintetiza un efecto recreado y nuevo que parte del mismo
desfile, de los mismos personajes que pululan por el fervor mariano y la
laicidad histórica, a la que se le hace justicia. Alejo documenta los procesos
que ofrece como resultados: la fotografía en sí. Y también escapa del paradigma
que es hacer un instante eterno porque un torrente de creatividad elabora la
identidad de la imagen que, al contemplarla, deja descubrir que lleva la
impronta fotográfica de Alejo. Eso se debe a que entre Alejo y las procesiones de
Lorca existe una reflexión que significa convivencia, intimidad y conocimiento
exacto. Quizá sea lo que más años lleva fotografiando, olvidando así otros
mundos posibles y varios de creación que lo reclaman.
La lectura de la parte escrita,
aunque puede condicionar la interpretación del hecho social, no tiene nada que
ver con las fotografías, sino con la experiencia del contexto. Esto se debe a
que el emisor literario y el receptor conocen el mensaje como metáfora en sí
misma. Pero desconocen el resultado de la instantánea, aunque la presencien.
Además, el lector ha de pasar del lenguaje literario al lenguaje icónico, lo
que supone cambiar de ideología inmediata, olvidar, si cabe, la literatura y
adentrarse en otro sistema con otro reflejo de los valores y diverso modo de lectura.
La contemplación de la imagen provoca, según la sensibilidad de cada uno,
emociones, afectos, conocimientos, reflexiones, que sólo se pueden expresar por
medio de palabras, haciendo literatura de este modo desde la imagen, desde la
fotografía como performance, porque
recoge una actuación en movimiento de la que desgaja un instante, una toma, que
permite hacer visible lo interno, la intimidad del instante, como digo en mi
escrito que forma parte del libro. La visión de la fotografía permite o provoca
el efecto contrario, escribir desde la impresión originada por la imagen, por
la fotografía, lo que origina una ékfrasis
o expresión literaria de una representación visual, que aquí se ha evitado. Y
también podemos relacionarla con la hipotiposis,
lo que puede conseguir que el público se vea en el escenario de esa historia
que las procesiones cuenta. Y no hablo de esa figura retórica por capricho,
sino para decir, por lo que después añadiré, que sirve para presentar de manera
próxima realidades de carácter más bien abstracto, al que se llega, como acercamiento,
mediante la técnica del barrido, con la que se consigue un objeto estático y un
fondo movido.
Así que la imagen es el objetivo de
la comunicación fotográfica. En esta ocasión la imagen es la procesional,
porque es el tema y el contenido del libro, mientras los motivos son los que
aparecen detallados, especificados, solemnizados en las fotografías: dolor por
la pasión y muerte de Cristo y todas las circunstancias religiosas que conducen
al paroxismo y concluyen en la catarsis espiritual. Incluidos los caballos de
los ejércitos triunfantes, las carrozas en las que predomina el poder, las
literas en las que descansa el eterno femenino, sus bordados atuendos como
adornos. Caballos, carrozas y literas son objetos con características
suficientes para que el ojo de la máquina les saque todo el jugo estético y
expresivo que poseen. Pero que se sepa que no son fotos de caballos, sino fotos
de caballos en las procesiones lorquinas. Ordinariamente, las poses o posturas
de los caballos no son tan heroicas, tan esforzadas, tan visuales como las que
presentan en procesión. Y ese instante de la captura de su esfuerzo rítmico es
tan mágico como venturoso, como atemporal. Ese salto espacial es un paso de
baile ejecutado con orden y con tanta precisión que arranca aplausos llenos de
emoción. De ahí la magia.
Para el desarrollo de la imagen, el
fotógrafo, hombre con sentido artístico y dominio de la técnica, aplica un
código visual que tiene como factores básicos la perspectiva, el encuadre, la
iluminación y el color. La aplicación de estos elementos la hace estar
relacionada con la pintura. Se podría decir que la fotografía, como la pintura,
es poesía muda. Pero, en este libro magnífico, la parte literaria es una excusa
para presentar el libro o divagar sobre el contenido de las fotografías, es
decir, de las procesiones, o contextualizar social y líricamente el contenido y
sentido de la representación en movimiento detenida en el espacio y en el
tiempo. Idealizando, diría que es fotografiar aquellos carros sobre los que se
representaban los autos sacramentales barrocos pero puestos en movimiento
mientras la dicha representación y detenidos por la instantánea, o sea, detener
el movimiento y captar el detalle, la exposición, el esfuerzo, el espectáculo
en suma. Porque la fotografía es la contemplación del momento, mientras en la
realidad, en la carrera, el movimiento es el que crea el espectáculo, que así
se convierte en finito frente a la eternidad de la imagen en el papel. Pero ya
he dicho que Alejo ha huido del paradigma para ser creador.
Lo que el fotógrafo consigue,
aprovechando el conocimiento que del espectáculo posee el público, es decir, el
receptor, es potenciar y definir el contexto social a través de las estrategias
que utiliza para producir un mensaje que ha de llegar a niveles diversos de
capacidad de expresión e interpretación. También sabe que cada receptor va a
decodificar el mensaje según su color.
Porque el lector visual va a leer y calificar, al menos puede hacerlo, como
mejor resultado estético el del color de su preferencia, el de su Paso, mientras
que el fotógrafo querría que sólo destacara el elemento estético-artístico. De
ahí la polivalencia del libro, otra de sus virtudes.
Hay que explicar que resulta
complejo resistirse a la atracción de los elementos artísticos de las
procesiones, como el bordado, porque la fotografía concede prestancia al brillo
de las sedas, al contorno del oro, que, siendo elementos estáticos, cobran vida
por el movimiento, bien a la grupa de un caballo, bien como manto sobre los
hombros de los héroes, bien en las carrozas que hacen del movimiento un
elemento presente y especial. A donde se dirija la cámara, encontrará estos
elementos. De ahí la elección del momento para perpetuar esa magia a la que
pronto me referiré.
La fotografía es, al menos en su
origen lo fue, un medio ajeno al arte con el que contacta al reproducir la
realidad con un nuevo concepto de verdad. El pintor reproduce lo que ve o finge
ver. El fotógrafo, si no trata la foto técnicamente, sólo reproduce la realidad,
lo que era y cómo era cuando se captó la instantánea. Y si la figura es
fidedigna también lo es el mensaje que transmite.
Por ello, la lectura de este libro
sin literatura, todo dedicado a la imagen de las procesiones que recordamos, va
a permitir el conocimiento veraz y detallado de cuanto es procesión en varios
momentos de su proceso, con la ventaja de poder repetir la experiencia las
veces que se quiera, renovándose la emoción estética que conlleva a la
fotografía como expresión artística. Por ello, libros como este pueden llegar a
personas con poco dominio de la decodificación de los signos gráficos. Por lo
tanto, este libro populariza, al ponerse al alcance de todos, las procesiones y
su carácter misterioso sólo percibido por el procesionista, que esta faceta
también la ha vivido el fotógrafo, Alejo en este caso.
En este libro reina la belleza por
cuanto sólo compete al arte. Porque, si bien es cierta la existencia de la
verdad objetiva en la fotografía, no se puede olvidar la verdad y belleza
subjetiva que es lo que añade el fotógrafo para hacer arte, su manera de hacer
arte, no la plasmación industrial de una realidad en este caso bella, como
podría ser una estampa "bonita", pero manida. Estamos contemplando
las fotos de Alejo, la procesión que Alejo considera como elemento estético. Así
que no exagero si digo que este libro se podría subtitular, aunque ya se da por
sabido, las Procesiones de Semana Santa de Lorca según Alejo Molina.
El que la fotografía se convierta en
arte obedece a la sensibilidad del fotógrafo que utiliza la tecnología para
comunicar una realidad, ideal según él, a través de su lenguaje estético. A
través de su arte, el fotógrafo puede perturbar las conciencias al indagar la
realidad como una situación nueva, una situación que a veces él sólo percibe, y
ponerla en conocimiento del público que así se enriquece y puede darse cuenta
de algo que antes no había visto. Así que, como motor de este arte, hallamos o
hemos de poner la imaginación del artista como elemento para hacer del arte
poesía, para hacer del detalle un silencio, un encuadre, un destello de luz, por
la descripción panorámica de esa realidad llamada Procesiones de Lorca. Lászlo
Moholy-Nagy afirma que fotografiar es crear formas con la luz. Pero la
iconología de las procesiones es de una belleza singular sencillamente por su
dominio de la forma.
Y otra característica de este libro
radica en la primacía de la imagen, lo que supone una aportación a la
divulgación de la cultura sin renunciar por ello al valor artístico que en sí
posee la fotografía. De este modo, la fotografía se convierte en un mundo
infinito de percepciones y la sitúa en un lugar frontero a la experiencia de la
utopía. Porque la procesión siempre es una experiencia no conclusa ya que cada año se muestra diferente y la
fotografía es un arte de reinvención lleno de posibilidades.
El fotógrafo escribe sin texto,
aunque con la luz de su cámara, la realidad que se proyecta a través de la
observación de la imagen, de lo que aparece por el encuadre, porque el
fotógrafo ve más realidad que el objetivo de la cámara. Sobre todo porque sabe
lo que quiere fotografiar y lo que no es artístico no lo considera.
Si antes señalaba la imaginación
como cualidad en el fotógrafo, indico ahora su dimensión ilusionaria o talismánica,
como la define Susan Sontag, concepto quizá aprendido de Annie Leibovitz, una
vida detrás de la cámara. Es la expresión de una actitud sentimental e
implícitamente mágica como la tentativa de poseer la realidad. La información
que contiene una foto posee el valor del orden de la ficción. Aunque hay que
entender la fotografía no como la sustitución de una realidad diaria por la
realidad que ve el fotógrafo, sino como el recurso que se une a la realidad
como autonomía estética. La fotografía, aunque se relaciona con lo real, tiene
que ver también con lo imaginario. Porque el fotógrafo, al extrapolar el
movimiento por medio del encuadre y del enfoque, está imaginando y creando otra
forma diferente dentro y originada por la imagen real.
He de acabar ya porque es el propio
fotógrafo el que debe exponer el contenido de este libro y dar paso para que
ustedes lo tengan en su poder y técnicamente puedan comprobar cuanto acabo de
decir, fervorosamente por cierto. Para eso es mi hermano y he venido desde mi
aislamiento para dar noticia escueta de cuanto hace y ha hecho por las procesiones
de Semana Santa de Lorca.
He atisbado en su fotografía un
cierto interés estético por la manipulación en un camino que, intuyo,
trasformará la imagen fotográfica en pintura abstracta. Es algo que lleva
algunos años intentando y del que hay alguna que otra muestra en el libro. Es
una aventura apropiada por los senderos de las nuevas tecnologías. La creación
está cada día más al alcance de todos. Ahora se puede comprender aquello de la hipotiposis. Es decir, el fotógrafo,
bajo los sentidos de la creatividad, inicia un camino que concluirá en la plena
abstracción, siguiendo la evolución de la pintura. Hablo, pues, de Alejo
fotógrafo, no de Alejo cronista de las procesiones de Semana Santa de Lorca.
Apropiándome del título de una exposición, en la que la imagen fotográfica se
transforma en pintura abstracta, puedo manifestar que la fotografía de Alejo es
"el arte de la seducción cromática", aunque su viaje a la ninguna
parte de la abstracción es algo impreciso, porque intuyo que busca disolver las
formas en una amalgama de luz y color, como expresa Xavier de Diego con
relación a Tringali que es el que expone en Madrid ahora mismo, en el Sala Estudio
Gerardo Rueda. Giuseppe Tringali explica que su desafío fotográfico actual
radica en "experimentar utilizando fotos mías con aplicaciones
tecnológicas para pintar, a través del ordenador y el iPad". Eso indica,
para un futuro cercano, una nueva vía de experimentación en cuanto se refiere a
la fotografía de la Semana Santa de Lorca. Pero entonces no reconoceremos
ninguna imagen. Todo será luz, color, ritmo y armonía. Pero no imagen
figurativa.
Celebro, pues, este festival de luz,
color, tradición, Semana Santa y cuanto desvela este libro que deseo le sirva
para que se le empiece a considerar como fotógrafo con independencia de los
temas que trate. Aunque ser un fotógrafo puntero de la Semana Santa lorquina es
algo que significa pasar a la historia de esta manifestación cultural y de este
pueblo.
José Luis Molina
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José Luis Molina
Calabardina, 29 marzo 2014