sábado, 29 de marzo de 2014

Presentación del libro TIEMPO DE PASIÓN. SEMANA SANTA DE LORCA, de ALEJO MOLINA, en el Hotel Jardines de Lorca, el día 28 de marzo de 2014


Como prometí, descansado ya del esfuerzo que me supone ir a Lorca por mi estado general, voy a poner aquí mi presentación del libro de mi hermano. No es que intente protegerme de nada, ni quiera o busque justificarla. ¿Había otra presentación posible? ¿Qué fotos escoges para comentar de las trescientas setenta y tantas que forman el libro? Me decidí por decir que mi hermano es un buen fotógrafo y buscar las raíces técnicas y otros caminos de su fotografía. Como siempre, constaté que, al pueblo culturalmente llamado procesiones de semana santa de Lorca, sólo le interesa las cosas de la Semana Santa, sean buenas o no. Es decir, este pueblo se encuentra en el mismo lugar, quizá sin evolución posible. A mi me parece obligada la necesidad de dar un paso adelante.

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Sr. D. Javier Pinilla Peñarrubia, Presidente de El Liceo Lorquino. Querido y admirado hermano Alejo, autor que eres del libro que nos ha convocado en esta sala, persona de tan acusada visión artístico-fotográfica que, cuando lleva una cámara en la mano con toda la naturalidad del mundo, vocacionalmente, encuadra cuanto le impacta del día a día desde un punto de vista fotográfico. Es un gesto personal que lo define. Señoras y señores, amigos todos.
            Lo mismo debo valer para un roto que para un descosido porque, aunque mi voluntad es la de permanecer en el sosiego de Calabardina, más veces de las que yo quisiera he de salir de este mi refugio para hacer lo que se me pide, siempre relacionado con la literatura o la investigación. No es que no quiera volver a Lorca, no, es que huyo de los conflictos y de sus creadores. Y una breve y pequeña discrepancia surge en el mismo momento en el que el criterio de uno no es convergente con la voluntad del otro. Así que sólo regreso cuando me lo piden y preservo de este modo mi vida interior. Mas, como he sido convocado para estar hoy aquí y ahora tanto por el Liceo como por mi hermano, por supuesto no le voy a negar mi presencia al uno, ni al otro mi colaboración.
            Viene esto a colación porque hoy tengo que presentar un libro de fotografías titulado Tiempo de Pasión. Semana Santa de Lorca, y yo, de fotografía precisamente no estoy muy al día, pero tampoco deseo hacer el ridículo, más por mi hermano que por mí. Él confía en mí por el tono lírico en el que envuelvo mis trabajos, pero no siempre puede ser así. Tampoco es cierto que yo sepa mucho de todas las cosas, o de algunas cosas. Yo creo que ni siquiera en literatura lo domino todo, sino que estoy más cerca de la literatura que de la fotografía, porque la literatura sólo necesita papel y lápiz y saber qué decir. Por el contrario, la fotografía exige unas cualidades de las que no dispongo, que tampoco fue tanta la gracia que me dio el cielo.
            Pero, si echamos mano de la semiótica, sí puedo hacer dignamente mi cometido, porque construye Alejo en su Tiempo de Pasión un discurso semiológico que queda incluido dentro de lo que conocemos por comunicación y sí forma parte de mis conocimientos básicos en esta rama. Alejo nos habla por medio de sus fotografías y nos hace partícipes de un mensaje que nosotros, como receptores, como participantes o componentes de ese discurso que él inicia y desarrolla, debemos cerrar con nuestro ejercicio de comprensión.
            Bien es verdad que cada una de las fotografías que conforman el libro por sí solas no constituyen una expresión de ideas. Pero, como Alejo Molina construye un libro con fotografías que forman un encadenamiento de relaciones significantes y lógicas que aportan sociabilidad y actualidad, -ya verán ustedes aparecer el guión y el cierre de la procesión-, ese mismo orden que establece y su secuenciación es lo que comporta el carácter sígnico que lo convierte figuradamente en una narración por medio de la imagen. Advierto que no hablo de un lenguaje articulado, sino icónico que decodificamos por medio de la semiología semántica. Los signos sémicos son suficientes para comprender y entrar en estado de comunicación con el mensaje.
            Así pues, la consideración semiótica de la imagen permite estimar estas fotografías no sólo como elementos importantes del discurso artístico, sino como conformantes de un discurso cuyas características más relevantes, halladas todas en las fotografías de Alejo, son: la reducción a dos de las tres dimensiones de los objetos captados por la cámara; el uso de la luz condiciona la presentación; la representación del dato físico queda mediatizado por la tecnología; impone su carácter estático y monofocal.
            Esto puede parecer que concede un carácter individual y único a la fotografía, pero su secuenciación coherente es lo que permite la construcción narrativa ficcional a la totalidad del conjunto. Ello se debe a que la fotografía se halla impregnada de códigos culturales e ideológicos pertenecientes al autor o al objeto fotografiado que permiten su análisis semiológico. Una fotografía, como señala Roland Barthes, comporta un mensaje denotativo que alude a otro significado connotativo, es decir, a esa ideología y cultura a la que acabo de referirme. Por ejemplo: un etíope a caballo hace referencia a un componente del Paso Azul que remite al hecho cultura Procesiones de Semana Santa de Lorca. El Pueblo Hebreo del Paso Blanco advierte de su esencia y significado denotativo, pero remite al hecho cultura Procesiones de Semana Santa de Lorca y esa es su connotación o significado contextual.
            Pero, sea como fuere, quizá porque, como expresa Henri Cartier-Bresson, la fotografía confiere un orden al desorden de la historia, he de exponer cuál sea el contenido de este Tiempo de Pasión, ya que estoy acostumbrado al desorden de los libros, aunque alguna que otra vez los reúno por temas y conduzco a mi propio desorden ordenado. Me resulta complicado porque casi siempre los coloco en las estanterías por su calidad, como yo la entiendo, y por su afinidad en relación a mí. Mas, en el caso que nos ocupa, no dudaré en escogerlo, si algo hay en este libro es calidad, y colocarlo en ese lugar especial donde acojo las buenas cosas buenas. Así que Alejo ordenará el desorden lineal para hacer su orden creador.
            Me aventuro a escuchar una sonora pitada por decir que este libro será mejor evaluado fuera de Lorca que aquí. Y no porque se considere más al foráneo, que sí, pues al lorquino parece se le exige más o se le reconoce menos. Opino que el gesto de equilibrio que lleva cada uno de los Pasos en cuanto al número y representación de las fotografías apenas le será reconocido por su militancia azul. Fuera de Lorca, eso da igual. Aquí no. Pero yo conozco a mi hermano y estoy en condiciones de aseverar que al Alejo Molina fotógrafo sólo le interesa la fotografía y su imparcialidad sólo puede reconocerla quien, del color que fuere, también se muestre imparcial en su juicio. Estamos ante una colección de fotografías sobre un tema del que, como lorquinos, sabemos un "puñao". Y no porque seamos unos "sabeores", sino porque la Semana Santa se mama desde la cuna. Eso mismo se puede volver en su contra, como ya he dejado caer. Mas, como sólo hablamos de fotografías de la Semana Santa lorquina, eso es lo que hay que juzgar. Saber interpretar el tema es una cosa y la ejecución de la foto es otra. Porque el peligro está en el tema procesional y en que se le descalifique erróneamente por ello.
            He oído hablar del rechazo que "los cultos" sufren en los Pasos porque hay gente para la que sólo es Procesión lo que pisa la carrera los días señalados. Pero el cultivo de una cultura propia de la Cofradía también da coherencia al desfile. Porque todo es procesión, la que sale y lo que la circunda, y, en ocasiones, por la ficción que la fotografía crea, es más la foto, por la actitud, por el encuadre, por el detalle, que la realidad de lo que pasa y se olvida, aunque se renueve anualmente.
            Pero esa es mi opinión lejana y allí, en mi retiro, existe la alegre ecuanimidad suficiente y el respeto necesario para conseguir que todo sea interpretable y valorado, porque se reconoce el esfuerzo del artista. Y Alejo lo es en toda la extensión del vocablo. Lo era antes de regresar a Lorca pues aquí sólo hace renovar su temática: gitanos, soldados, emigración, la Lorca mágica y solanesca, las procesiones de Semana Santa. Anda Alejo, creo, en la estela de José Ortiz de Echagüe, fotógrafo alcarreño, y su España mística, centrada en las comunidades de religiosos de clausura y devociones populares como procesiones o romerías y en la plasmación de los caracteres más definitorios de un pueblo: sus costumbres y atuendos tradicionales y sus lugares. No olvidemos que Alejo se hace fotógrafo, aunque ya lo era en Lorca, en Guadalajara. En Lorca aprendió la fotografía de Matrán. En Guadalajara, pertenece a la Agrupación Fotográfica en la que se junta un grupo de buenos fotógrafos, de los que conocí a algunos, Santiago Bernal por ejemplo. En Madrid, forma parte de la Real Sociedad Española de Fotografía. Buenas revistas de fotografía lo seleccionan para su portada. Eran los tiempos de la hegemonía del blanco y negro. Después viene el color. Ambas facetas se conocen en Lorca por sus exposiciones.
            Este es un libro de fotografías. La literatura sólo aparece de modo circunstancial. Son escritos que únicamente tratan de enmarcar en soledad la belleza de las fotografías, pero que hay que agradecer y así hago. José Manuel Blecua Perdices, director de la Real Academia Española, que ha presenciado las procesiones muchas veces por matrimoniar con una lorquina, le pone el toque adecuado para presentar el libro. Es su valedor. Ha creído en cuanto va a exponer el libro, en la ejecución y calidad de las fotos. Desde aquí mi agradecimiento. El escrito de María del Dulce Nombre Arcas Campoy se debe a su conocimiento tradicional, por familiar, de las procesiones y a cuanto significa como intelectual. El que sea mujer blanca es una circunstancia. Como también lo es su prestancia. Sin su escrito, el libro sería otra cosa. Así que lo valoro en lo que vale. Finaliza el libro con otras líneas debidas a la pluma del Presidente de la institución cultural El Liceo Lorquino, Javier Pinilla Peñarrubia, bastante lógica su presencia, porque es la entidad que lo patrocina con la ayuda de algún que otro mecenas del que se deja merecida constancia en el libro. Y el que yo escriba aquí también es mera anécdota, quizá la peor, porque no lo hago como azul de manera consciente, pues de ello me alejé, sino desde mi afecto de hermano del autor, que me lo pidió. Lo hago desde mi punto de vista bíblico y retórico y, de ahí, mi lírica interpretación. Así que mil gracias para ellos, que ayudan así al libro en su vuelo de pájaro sobre la categoría de los desfiles bíblico-pasionales.
            Estos escritores han recreado muy bien la procesión porque la conocen. Han recreado la procesión que fotografía Alejo Molina porque lo conocen y conocen el entorno en el que se produce y la parafernalia que genera: es la procesión en movimiento, ahora inmovilizada eternamente, pero significada, expresiva, dotada de un contenido referencial artístico de estilo personal elaborado, con cierto toque lírico y con elementos connotativos. En alguna escasa ocasión, aparece alguna fotografía conceptualizada: ha visualizado en su mente una fotografía que no existe en la realidad y consigue construir otra realidad que le permite capturar con su cámara la foto imaginada. Eso sucede porque lo más relevante no es el objeto retratado sino lo que representa, su significado icónico. Es decir, creatividad e imaginación como caracteres de estas fotos. Este tipo de fotografías, esta práctica, confiere un carácter narrativo que la distingue de la simplicidad sensitiva de lo abstracto, del que después hablaremos.
            Cuando un fotógrafo hace una fotografía, letras de luz, encierra con una imagen mil palabras, literarias o no. Es más, Alejo, con sus fotografías crea un testimonio. Pero cada uno de esos testimonios o fotografías constituye un significado porque es un signo, dado que, elegido el tema, las Procesiones, cuentan una historia fragmentada en mil pedazos, tantos como fotos, que él desarrolla mediante instantáneas cromáticas. Además, y sobre todo, constituyen una expresión artística. Sus fotografías posibilitan al lector un acercamiento particular a la obra y al mundo que contiene.
            Es el mundo de las procesiones de Semana Santa como objeto de las fotografías de Alejo un testimonio social, una forma específica de vivir una manifestación religiosa de carácter popular. No podemos hablar de una visión peculiar del mundo procesional sino de un enfoque particular que convierte cada una de esas fotos en un documento espontáneo de una representación cuasi teatral en movimiento. Pero ese documento no se produce de modo casual, sino que es captado tras una meditada espera para que el enfoque permita un documento gráfico que sea lo más artístico posible. Cada registro fotográfico muestra la individualidad dentro de una base común a todas las fotos. Mas, vuelvo a repetir que nada de lo que documenta está en la sombra de la sociedad, sino en la interpretación artística que unos personajes realizan de unos protagonistas de la historia de la religión de hace miles de años. Y, como contradicción, no se proclama un simbolismo, lírico o no, artístico siempre, de las angustias, deseos, dolores, emociones y sinceridades de los hombres como entes históricos, sino como entes religiosos, dentro de toda la laicidad que manifiesta el espectáculo. Hay un acercamiento sigiloso del fotógrafo que, bajo su criterio fotográfico, su técnica y el momento de la captura de la imagen puede cambiar nuestra forma de pensar, sentir o vivir de nuevo las procesiones.
            Se considera que la fotografía es "arte exacto y ciencia artística", lo que le permite interaccionar con otros campos del conocimiento y de la técnica. La fotografía es un desarrollo tecnológico basado en la construcción de imágenes y análisis de la perspectiva. Por eso, en este libro no hay interacción, puesto que los escritores o presentadores del libro no conocían el material de antemano y sí las procesiones. Por lo tanto, se ha creado un paisaje nuevo con la relación evidente, literaria e icónica, de estos dos medios de comunicación. En todo caso, aquí se produce una situación no identificable con su pertenencia a un contexto social porque se refiere a un concepto más amplio y específico con relación a sus destinatarios que, quizá, no necesiten de la palabra para identificar los objetos fotografiados.
            El ambiente que crea sobre el propio hombre que ve el resultado de la captura de la imagen produce un referente en su psique porque aparece y comprueba una nueva realidad desgajada desde el devenir en movimiento hasta el estado de materialidad inmóvil en el que se convierte una fotografía que contextualiza un contenido diferente del protagonismo social del mensaje en general. La fotografía, en opinión de David Catá, sólo paraliza un momento: el resto es el resultado de la acción, un recuerdo posterior. La procesión, fragmentada y emocionalizada, restringida en ocasiones al detalle en las fotografías, sintetiza un efecto recreado y nuevo que parte del mismo desfile, de los mismos personajes que pululan por el fervor mariano y la laicidad histórica, a la que se le hace justicia. Alejo documenta los procesos que ofrece como resultados: la fotografía en sí. Y también escapa del paradigma que es hacer un instante eterno porque un torrente de creatividad elabora la identidad de la imagen que, al contemplarla, deja descubrir que lleva la impronta fotográfica de Alejo. Eso se debe a que entre Alejo y las procesiones de Lorca existe una reflexión que significa convivencia, intimidad y conocimiento exacto. Quizá sea lo que más años lleva fotografiando, olvidando así otros mundos posibles y varios de creación que lo reclaman.
            La lectura de la parte escrita, aunque puede condicionar la interpretación del hecho social, no tiene nada que ver con las fotografías, sino con la experiencia del contexto. Esto se debe a que el emisor literario y el receptor conocen el mensaje como metáfora en sí misma. Pero desconocen el resultado de la instantánea, aunque la presencien. Además, el lector ha de pasar del lenguaje literario al lenguaje icónico, lo que supone cambiar de ideología inmediata, olvidar, si cabe, la literatura y adentrarse en otro sistema con otro reflejo de los valores y diverso modo de lectura. La contemplación de la imagen provoca, según la sensibilidad de cada uno, emociones, afectos, conocimientos, reflexiones, que sólo se pueden expresar por medio de palabras, haciendo literatura de este modo desde la imagen, desde la fotografía como performance, porque recoge una actuación en movimiento de la que desgaja un instante, una toma, que permite hacer visible lo interno, la intimidad del instante, como digo en mi escrito que forma parte del libro. La visión de la fotografía permite o provoca el efecto contrario, escribir desde la impresión originada por la imagen, por la fotografía, lo que origina una ékfrasis o expresión literaria de una representación visual, que aquí se ha evitado. Y también podemos relacionarla con la hipotiposis, lo que puede conseguir que el público se vea en el escenario de esa historia que las procesiones cuenta. Y no hablo de esa figura retórica por capricho, sino para decir, por lo que después añadiré, que sirve para presentar de manera próxima realidades de carácter más bien abstracto, al que se llega, como acercamiento, mediante la técnica del barrido, con la que se consigue un objeto estático y un fondo movido.
            Así que la imagen es el objetivo de la comunicación fotográfica. En esta ocasión la imagen es la procesional, porque es el tema y el contenido del libro, mientras los motivos son los que aparecen detallados, especificados, solemnizados en las fotografías: dolor por la pasión y muerte de Cristo y todas las circunstancias religiosas que conducen al paroxismo y concluyen en la catarsis espiritual. Incluidos los caballos de los ejércitos triunfantes, las carrozas en las que predomina el poder, las literas en las que descansa el eterno femenino, sus bordados atuendos como adornos. Caballos, carrozas y literas son objetos con características suficientes para que el ojo de la máquina les saque todo el jugo estético y expresivo que poseen. Pero que se sepa que no son fotos de caballos, sino fotos de caballos en las procesiones lorquinas. Ordinariamente, las poses o posturas de los caballos no son tan heroicas, tan esforzadas, tan visuales como las que presentan en procesión. Y ese instante de la captura de su esfuerzo rítmico es tan mágico como venturoso, como atemporal. Ese salto espacial es un paso de baile ejecutado con orden y con tanta precisión que arranca aplausos llenos de emoción. De ahí la magia.
            Para el desarrollo de la imagen, el fotógrafo, hombre con sentido artístico y dominio de la técnica, aplica un código visual que tiene como factores básicos la perspectiva, el encuadre, la iluminación y el color. La aplicación de estos elementos la hace estar relacionada con la pintura. Se podría decir que la fotografía, como la pintura, es poesía muda. Pero, en este libro magnífico, la parte literaria es una excusa para presentar el libro o divagar sobre el contenido de las fotografías, es decir, de las procesiones, o contextualizar social y líricamente el contenido y sentido de la representación en movimiento detenida en el espacio y en el tiempo. Idealizando, diría que es fotografiar aquellos carros sobre los que se representaban los autos sacramentales barrocos pero puestos en movimiento mientras la dicha representación y detenidos por la instantánea, o sea, detener el movimiento y captar el detalle, la exposición, el esfuerzo, el espectáculo en suma. Porque la fotografía es la contemplación del momento, mientras en la realidad, en la carrera, el movimiento es el que crea el espectáculo, que así se convierte en finito frente a la eternidad de la imagen en el papel. Pero ya he dicho que Alejo ha huido del paradigma para ser creador.
            Lo que el fotógrafo consigue, aprovechando el conocimiento que del espectáculo posee el público, es decir, el receptor, es potenciar y definir el contexto social a través de las estrategias que utiliza para producir un mensaje que ha de llegar a niveles diversos de capacidad de expresión e interpretación. También sabe que cada receptor va a decodificar el mensaje según su color. Porque el lector visual va a leer y calificar, al menos puede hacerlo, como mejor resultado estético el del color de su preferencia, el de su Paso, mientras que el fotógrafo querría que sólo destacara el elemento estético-artístico. De ahí la polivalencia del libro, otra de sus virtudes.
            Hay que explicar que resulta complejo resistirse a la atracción de los elementos artísticos de las procesiones, como el bordado, porque la fotografía concede prestancia al brillo de las sedas, al contorno del oro, que, siendo elementos estáticos, cobran vida por el movimiento, bien a la grupa de un caballo, bien como manto sobre los hombros de los héroes, bien en las carrozas que hacen del movimiento un elemento presente y especial. A donde se dirija la cámara, encontrará estos elementos. De ahí la elección del momento para perpetuar esa magia a la que pronto me referiré.
            La fotografía es, al menos en su origen lo fue, un medio ajeno al arte con el que contacta al reproducir la realidad con un nuevo concepto de verdad. El pintor reproduce lo que ve o finge ver. El fotógrafo, si no trata la foto técnicamente, sólo reproduce la realidad, lo que era y cómo era cuando se captó la instantánea. Y si la figura es fidedigna también lo es el mensaje que transmite.
            Por ello, la lectura de este libro sin literatura, todo dedicado a la imagen de las procesiones que recordamos, va a permitir el conocimiento veraz y detallado de cuanto es procesión en varios momentos de su proceso, con la ventaja de poder repetir la experiencia las veces que se quiera, renovándose la emoción estética que conlleva a la fotografía como expresión artística. Por ello, libros como este pueden llegar a personas con poco dominio de la decodificación de los signos gráficos. Por lo tanto, este libro populariza, al ponerse al alcance de todos, las procesiones y su carácter misterioso sólo percibido por el procesionista, que esta faceta también la ha vivido el fotógrafo, Alejo en este caso.
            En este libro reina la belleza por cuanto sólo compete al arte. Porque, si bien es cierta la existencia de la verdad objetiva en la fotografía, no se puede olvidar la verdad y belleza subjetiva que es lo que añade el fotógrafo para hacer arte, su manera de hacer arte, no la plasmación industrial de una realidad en este caso bella, como podría ser una estampa "bonita", pero manida. Estamos contemplando las fotos de Alejo, la procesión que Alejo considera como elemento estético. Así que no exagero si digo que este libro se podría subtitular, aunque ya se da por sabido, las Procesiones de Semana Santa de Lorca según Alejo Molina.
            El que la fotografía se convierta en arte obedece a la sensibilidad del fotógrafo que utiliza la tecnología para comunicar una realidad, ideal según él, a través de su lenguaje estético. A través de su arte, el fotógrafo puede perturbar las conciencias al indagar la realidad como una situación nueva, una situación que a veces él sólo percibe, y ponerla en conocimiento del público que así se enriquece y puede darse cuenta de algo que antes no había visto. Así que, como motor de este arte, hallamos o hemos de poner la imaginación del artista como elemento para hacer del arte poesía, para hacer del detalle un silencio, un encuadre, un destello de luz, por la descripción panorámica de esa realidad llamada Procesiones de Lorca. Lászlo Moholy-Nagy afirma que fotografiar es crear formas con la luz. Pero la iconología de las procesiones es de una belleza singular sencillamente por su dominio de la forma.
            Y otra característica de este libro radica en la primacía de la imagen, lo que supone una aportación a la divulgación de la cultura sin renunciar por ello al valor artístico que en sí posee la fotografía. De este modo, la fotografía se convierte en un mundo infinito de percepciones y la sitúa en un lugar frontero a la experiencia de la utopía. Porque la procesión siempre es una experiencia no conclusa  ya que cada año se muestra diferente y la fotografía es un arte de reinvención lleno de posibilidades.
            El fotógrafo escribe sin texto, aunque con la luz de su cámara, la realidad que se proyecta a través de la observación de la imagen, de lo que aparece por el encuadre, porque el fotógrafo ve más realidad que el objetivo de la cámara. Sobre todo porque sabe lo que quiere fotografiar y lo que no es artístico no lo considera.
            Si antes señalaba la imaginación como cualidad en el fotógrafo, indico ahora su dimensión ilusionaria o talismánica, como la define Susan Sontag, concepto quizá aprendido de Annie Leibovitz, una vida detrás de la cámara. Es la expresión de una actitud sentimental e implícitamente mágica como la tentativa de poseer la realidad. La información que contiene una foto posee el valor del orden de la ficción. Aunque hay que entender la fotografía no como la sustitución de una realidad diaria por la realidad que ve el fotógrafo, sino como el recurso que se une a la realidad como autonomía estética. La fotografía, aunque se relaciona con lo real, tiene que ver también con lo imaginario. Porque el fotógrafo, al extrapolar el movimiento por medio del encuadre y del enfoque, está imaginando y creando otra forma diferente dentro y originada por la imagen real.
            He de acabar ya porque es el propio fotógrafo el que debe exponer el contenido de este libro y dar paso para que ustedes lo tengan en su poder y técnicamente puedan comprobar cuanto acabo de decir, fervorosamente por cierto. Para eso es mi hermano y he venido desde mi aislamiento para dar noticia escueta de cuanto hace y ha hecho por las procesiones de Semana Santa de Lorca.
            He atisbado en su fotografía un cierto interés estético por la manipulación en un camino que, intuyo, trasformará la imagen fotográfica en pintura abstracta. Es algo que lleva algunos años intentando y del que hay alguna que otra muestra en el libro. Es una aventura apropiada por los senderos de las nuevas tecnologías. La creación está cada día más al alcance de todos. Ahora se puede comprender aquello de la hipotiposis. Es decir, el fotógrafo, bajo los sentidos de la creatividad, inicia un camino que concluirá en la plena abstracción, siguiendo la evolución de la pintura. Hablo, pues, de Alejo fotógrafo, no de Alejo cronista de las procesiones de Semana Santa de Lorca. Apropiándome del título de una exposición, en la que la imagen fotográfica se transforma en pintura abstracta, puedo manifestar que la fotografía de Alejo es "el arte de la seducción cromática", aunque su viaje a la ninguna parte de la abstracción es algo impreciso, porque intuyo que busca disolver las formas en una amalgama de luz y color, como expresa Xavier de Diego con relación a Tringali que es el que expone en Madrid ahora mismo, en el Sala Estudio Gerardo Rueda. Giuseppe Tringali explica que su desafío fotográfico actual radica en "experimentar utilizando fotos mías con aplicaciones tecnológicas para pintar, a través del ordenador y el iPad". Eso indica, para un futuro cercano, una nueva vía de experimentación en cuanto se refiere a la fotografía de la Semana Santa de Lorca. Pero entonces no reconoceremos ninguna imagen. Todo será luz, color, ritmo y armonía. Pero no imagen figurativa.
            Celebro, pues, este festival de luz, color, tradición, Semana Santa y cuanto desvela este libro que deseo le sirva para que se le empiece a considerar como fotógrafo con independencia de los temas que trate. Aunque ser un fotógrafo puntero de la Semana Santa lorquina es algo que significa pasar a la historia de esta manifestación cultural y de este pueblo.
José Luis Molina





Bibliografía consultada

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José Luis Molina
Calabardina, 29 marzo 2014

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