Foto tomada de http://noticias.lainformacion.com/esther-williams/P_UV61IZrVhdbYwMGnYsVDE3/ |
Procedencia de la fotografía: Wikipedia |
Si me gustaban las películas de
Esther Williams era porque se le podían ver los muslos, bien que sus bañadores
eran aún lo que entonces se llamaba decentes, piensa Bormolo Gorderi mientras
danzan las españolas en el agua de la piscina Picornell, nadadoras que posaron
desnudas para una revista, medallas de plata en el Mundial de Barcelona, en la
rutina libre combinada. Desnudas, escribe el periodista para popularizar un
deporte dormido: “Lo hicimos porque quisimos, pero no por dinero”. A mí qué.
Pero continúa el pudibundismo y eso me jode: “la clave era que no se viese
nada. Nada más que lo que se ve normalmente en bañador”, asegura el periodista.
Pero,
resulta grato no tener que ir al cine para contemplar con ojos ilusos la hermosura de la vida, no como
entonces, Escuela de sirenas, porque había que conformar a un
nacional-catolicismo que nos fundía con la maldad de cuanto iba relacionado con
el sexo.
Malos
tiempos aquellos que, incluso, nos han perseguido hasta hoy. Estas que son ya
no serán ni tan atléticas, ni tan atractivas, ni tan de diseño, mecánicas, pero
su contemplación es un gozo para la vista y para el corazón. Porque, al fin y
al cabo, eso es lo que queda, ver con estos ojos que se ha se tragar la tierra
la hermosura que otros llaman condenación eterna.
Había
entonces un cierto espiritualismo represivo, un interés desmedido en que sólo
nos ocupásemos de los bienes eternos de modo que los bienes terrenales fuesen
algo a repudiar, como si el hombre no estuviese compuesto de alma y cuerpo y
hay que dar a cada césar lo suyo. Claro que así no se pensaba en la situación
política, en la pobreza de una vida diaria que amargó la vida de casi todos,
los que pensaban y los que no. A esto hay que añadirle otra realidad: lo que
aquí estaba mal visto, prohibido y perseguido, un poco más allá de esos
Pirineos en donde empezaba África estaba permitido.
Por
otra parte, y como derivada de esa situación anómala, si todo es fungible, si
nada es y todo pasa, sólo la grácil figura de las mujeres prohibidas, menos en
el matrimonio y como único medio para engendrar hijos para Dios, las mujeres
sólo son contemplables cuando jóvenes. Nada, pues, más efímero, que una mujer,
que hoy es y mañana aparece distinta.
Nada
hay mejor que la posibilidad personal y propia de comprobar si esa belleza por
la que se suspira es o no objeto de sentimiento perpetuo o el propio desengaño,
el tedio de la vida, te aleja de su cercanía.
Y
es que, acostarte con una mujer y levantarte con una madre introduce tal cambio
en el enamorado, que poco a poco, de un modo insensible, uno apaga, también
poco a poco, ese amplio deseo de belleza y lo que con ello va. El paso del
tiempo determina en aquellas mujeres aquietadas entre la Sección Femenina y la
Acción Católica la involución: son madres, administradoras de su casa, ocupadas
en, de y por sus hijos y, con el envejecimiento, es decir, la pérdida de la
lozanía que les prestaba hermosura, ávidas de sus nietas. Y del hombre, ¿qué se
hizo?
He,
pues, de concluir que el paso del tiempo te enseña la mentira de la vida. Pero
para entonces no tienes ganas de nada. Porque, si se enteran, en ese ansia de
dominio frenético, de que aún hay algo que te mueve, seguro que lo cercenan de
raíz para que sólo se muevan las cosas según y como a ellas les interese.José Luis Molina
Calabardina, 25 marzo 2014
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