martes, 25 de marzo de 2014

Acerca de la prohibición del disfrute de la belleza pasajera


Foto tomada de http://noticias.lainformacion.com/esther-williams/P_UV61IZrVhdbYwMGnYsVDE3/
Procedencia de la fotografía: Wikipedia

           Si me gustaban las películas de Esther Williams era porque se le podían ver los muslos, bien que sus bañadores eran aún lo que entonces se llamaba decentes, piensa Bormolo Gorderi mientras danzan las españolas en el agua de la piscina Picornell, nadadoras que posaron desnudas para una revista, medallas de plata en el Mundial de Barcelona, en la rutina libre combinada. Desnudas, escribe el periodista para popularizar un deporte dormido: “Lo hicimos porque quisimos, pero no por dinero”. A mí qué. Pero continúa el pudibundismo y eso me jode: “la clave era que no se viese nada. Nada más que lo que se ve normalmente en bañador”, asegura el periodista.
            Pero, resulta grato no tener que ir al cine para contemplar con ojos ilusos la hermosura de la vida, no como entonces, Escuela de sirenas, porque había que conformar a un nacional-catolicismo que nos fundía con la maldad de cuanto iba relacionado con el sexo.
            Malos tiempos aquellos que, incluso, nos han perseguido hasta hoy. Estas que son ya no serán ni tan atléticas, ni tan atractivas, ni tan de diseño, mecánicas, pero su contemplación es un gozo para la vista y para el corazón. Porque, al fin y al cabo, eso es lo que queda, ver con estos ojos que se ha se tragar la tierra la hermosura que otros llaman condenación eterna.
            Había entonces un cierto espiritualismo represivo, un interés desmedido en que sólo nos ocupásemos de los bienes eternos de modo que los bienes terrenales fuesen algo a repudiar, como si el hombre no estuviese compuesto de alma y cuerpo y hay que dar a cada césar lo suyo. Claro que así no se pensaba en la situación política, en la pobreza de una vida diaria que amargó la vida de casi todos, los que pensaban y los que no. A esto hay que añadirle otra realidad: lo que aquí estaba mal visto, prohibido y perseguido, un poco más allá de esos Pirineos en donde empezaba África estaba permitido.
            Por otra parte, y como derivada de esa situación anómala, si todo es fungible, si nada es y todo pasa, sólo la grácil figura de las mujeres prohibidas, menos en el matrimonio y como único medio para engendrar hijos para Dios, las mujeres sólo son contemplables cuando jóvenes. Nada, pues, más efímero, que una mujer, que hoy es y mañana aparece distinta.
            Nada hay mejor que la posibilidad personal y propia de comprobar si esa belleza por la que se suspira es o no objeto de sentimiento perpetuo o el propio desengaño, el tedio de la vida, te aleja de su cercanía.
            Y es que, acostarte con una mujer y levantarte con una madre introduce tal cambio en el enamorado, que poco a poco, de un modo insensible, uno apaga, también poco a poco, ese amplio deseo de belleza y lo que con ello va. El paso del tiempo determina en aquellas mujeres aquietadas entre la Sección Femenina y la Acción Católica la involución: son madres, administradoras de su casa, ocupadas en, de y por sus hijos y, con el envejecimiento, es decir, la pérdida de la lozanía que les prestaba hermosura, ávidas de sus nietas. Y del hombre, ¿qué se hizo?
            He, pues, de concluir que el paso del tiempo te enseña la mentira de la vida. Pero para entonces no tienes ganas de nada. Porque, si se enteran, en ese ansia de dominio frenético, de que aún hay algo que te mueve, seguro que lo cercenan de raíz para que sólo se muevan las cosas según y como a ellas les interese.

José Luis Molina
Calabardina, 25 marzo 2014

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